«Una sincera reflexión sobre el comportamiento humano basta para convencernos de que el poder de elección juega un papel mucho menor de lo que creemos en la vida del hombre».

J.G. Bennett

 

Estamos familiarizados con el concepto de que una persona no tiene elección real, y generalmente lo consideramos en relación con nuestras opciones comerciales. Es decir, lo que elegimos para comprar es generalmente una decisión basada en una opción limitada. A esto también se le ha llamado «necesidades seleccionadas»[i]. Lo que pensamos, o creemos, que queremos o necesitamos, se condiciona o –«selecciona»– de modo que solo estamos respondiendo a estímulos externos al adquirir determinados bienes. Aunque esto es válido, y es de hecho una modalidad operativa, permanece dentro del ámbito material. En la cita inicial, el pensador y autor J.G. Bennett se refería a una forma de elección más allá de lo material que se relaciona con la falta de elección en el mundo interior del ser humano, es decir, con la existencia de la voluntad humana. Bennett hablaba y escribía entre los años 40 y 70, pero lo que decía entonces es igualmente relevante en la actualidad, ya que no hablaba de cosas relativas a un tiempo o lugar histórico, sino de una situación casi intemporal: la condición humana. La falta de voluntad interior genuina del ser humano se ha hecho más patente en los tiempos modernos debido a la perspectiva de la psicología y ciencias similares. El profesor Mattias Desmet ha popularizado recientemente el concepto de la formación de masas y la falsa solidaridad, que se refieren a cómo se establece y se mantiene la psicología de las multitudes[ii]. En su reciente libro (The Psychology of Totalitarianism), Desmet señala que lo que llamamos totalitarismo solo ha existido durante los últimos 120 años, desde principios del siglo XX. Dos ejemplos previos que cita son el régimen estalinista que llegó al poder a raíz de la Revolución Rusa, y el régimen nacionalsocialista (nazi) en Alemania. Más recientemente, dice, el mundo está experimentando el ascenso de una forma global de totalitarismo bajo el disfraz, o la ideología, de la tecnocracia. Lo que tiene en común con el totalitarismo es que se basa en la ideología y no en el poder bruto. Además, la población es persuadida (o programada) para obedecer a través de la propaganda y el condicionamiento sociocultural, en lugar de ser forzada por el miedo (como en el caso de las dictaduras). La formación masiva de la obediencia voluntaria es un símbolo de nuestro tiempo. Con la disponibilidad de las comunicaciones globales, una población mundial mayoritariamente «conectada» digitalmente, la influencia generalizada de los medios de comunicación controlados y la presencia omnipresente de tecnologías que influyen en la mente, la especie humana nunca ha estado en un momento más apremiante de su historia colectiva.

Es posible que la humanidad actual no solo sufra de una falta de elección genuina; lo que es más importante, puede que esté experimentando el dilema de una falta de conexión con la fuerza de voluntad interna. Este estado dominante en la psique humana –incluso podríamos llegar a llamarlo psicosis generalizada– es el que está en la raíz de muchos de nuestros males actuales con su sensación de apatía y pesimismo. Algunos lectores estarán familiarizados con el concepto de voluntad de poder del filósofo alemán Friedrich Nietzsche; menos conocido es el filósofo inglés Colin Wilson y su noción de voluntad de percibir. Para Wilson, la cuestión de la libertad y la elección no es un problema social, sino interno, ya que requiere una «fuerza de voluntad»[iii]. En otras palabras, se trata de una lucha personal para lograr una forma de autodespertarse o de desencadenar un despertar de la torpeza y la apatía de la vida. La cuestión es que la mayoría de la gente no tiene en cuenta la fragilidad de la situación vital. Las masas en general, al menos en el mundo occidental, se consideran ya libres. Existen dentro de la estructura de creencia de que están protegidos y atendidos por sus gobiernos e instituciones sociales y que, más o menos, tienen cubiertas las necesidades más esenciales. Estas personas, diría yo, viven en el exterior de sí mismas, habitan su propia piel. Viven a través de sus personalidades y son las más propensas a adherirse a las narrativas de consenso de las masas. Se dejarán influir por la montaña rusa de los acontecimientos externos y reaccionarán según lo previsto por las élites gobernantes que manipulan las finanzas, el suministro de alimentos, el suministro de energía, etcétera. Esta masa de gente solo reconocerá la pérdida de libertad cuando se vea amenazada por los acontecimientos externos. Se trata de una sensación de libertad manufacturada, ya que una vez que la amenaza se ha desvanecido –o parece que se ha hecho desaparecer–, el significado de la libertad se disipa porque el peligro ya no se percibe. Es decir, lo que hace que la gente entre en acción es una crisis o un peligro exterior y, cuando la amenaza percibida se desvanece, vuelven a caer en la apatía y la obediencia masiva. Hay una carencia de motivación interna.

La estimulación de la voluntad humana requiere que la persona tenga la intención de obtener percepción. Esto debe elegirlo por sí misma, ya que ningún otro agente se la puede dar. Por el contrario, muchos sistemas sociales están diseñados para deteriorar la voluntad de la persona obligándola a ceder su dependencia y autoridad a sistemas externos. La coherencia, el compromiso y la intención de querer son aspectos humanos gravemente socavados por la deliberada restricción de las estructuras materiales y los sistemas sociales. Estas observaciones críticas y el poder de la intención también se ven cada vez más menoscabados por el auge de lo que yo llamaría «espiritualidad perezosa». Este es el tipo de pensamiento positivo de Instagram o de bienestar comercial que las «celebridades espirituales» online están demasiado ansiosas por promover (y vender). Detrás de estos paquetes de bienestar espiritual y pensamiento positivo a la carta hay una pasividad o pereza para comprometerse críticamente con el trabajo interior y para adquirir una cognición perceptiva que permita reconocer la falacia inherente al ámbito material. Una cosa es estar orientado positivamente y tener «unidad» con toda la creación; otra cosa es tener la capacidad perceptiva para reconocer que hay fuerzas en juego en el mundo que se dedican a anular los valores y las realidades metafísicas con el fin de sustituirlas por un materialismo cada vez más profundo. Parece que hay una forma creciente de pereza e indecisión cultural, especialmente en esta época actual en la que la gente desea principalmente que se le faciliten las cosas. En lugar de que una persona tenga fe y esperanza en que puede cambiar haciendo un esfuerzo real, suele entretenerse con ilusiones que luego le quitan el impulso para hacer cualquier cambio real en su interior. En el mundo actual, una persona que busca desarrollar la consciencia interior y elevar su capacidad perceptiva se encuentra a menudo en desacuerdo con su entorno cultural. Aquellos con «seriedad espiritual», por así decirlo, son lo que Colin Wilson denominó los «outsiders»[iv]. Estos individuos tienen una necesidad intangible de ser algo más que un «animal feliz y bien alimentado». Una vez más, Wilson se refirió a este estado como el del robot; dijo que todos llevamos dentro un robot que está deseando salir y hacerse cargo por nosotros de todas nuestras tareas cotidianas. El místico greco-armenio G.I. Gurdjieff llamó a esto el estado del «hombre máquina»; yo me he referido a ello como el robosapiens[v].

En tales estados automatizados, el individuo experimenta el mundo a través de una lente de consciencia limitada. Wilson, por ejemplo, reconoció que dicha consciencia limitada prácticamente sume a la persona en un «estado de somnolencia permanente, como si estuviera medio anestesiada», de modo que se restringe una visión más amplia de la vida. Y así es como nos afecta lo que llamamos vida ordinaria y cotidiana. Ya sea a través de impactos externos, estimulantes, distracciones, información, enredo tecnológico, bruma energética, etcétera, el entorno de la vida cotidiana nos apacigua cerrando nuestros horizontes perceptivos. En respuesta a esto, Colin Wilson señaló que «es tan imposible ejercer la libertad en un mundo irreal como saltar mientras uno se está cayendo»[vi]. La libertad no solo está relacionada con la movilidad física y el acceso a los derechos humanos; también es cuestión de una «intensidad mental» interior que puede sacar a una persona del ámbito colectivo de la formación de masas (como lo llamaría Desmet). La vida moderna puede considerarse como una causa de decadencia espiritual, ya que pretende demoler cualquier reconocimiento de una realidad metafísica. Y por ello, muchas personas sufren, sin saberlo, una forma de «deficiencia de realidad». Ha habido personas que, a lo largo de los años, se han esforzado en señalarnos esto, ya fueran maestros de sabiduría, místicos o filósofos (como Colin Wilson). Esta deficiencia impide que las personas reciban el alimento interior; con el tiempo, esto actúa desposeyendo a la cognición humana, privándola literalmente de nutrientes (percepción). Ahora mismo estamos en un momento de gran «deficiencia de realidad» mientras las narrativas de consenso dominantes venden sus mentiras, manipulaciones y programación.

Cada época tiene su propia forma de realidad y/o supresión metafísica, desde la físicamente manifiesta (inquisición española) hasta la encubierta (tecnocracia). Dentro de cada época específica, hay fuerzas premeditadas que actúan para menoscabar el propio impulso evolutivo de los individuos hacia no solo la auto-realización, sino, lo que es más importante, hacia la conexión con un impulso trascendental (lo que algunos pueden llamar la Fuente). El historiador Arnold Toynbee creía que las civilizaciones (y sus individuos) progresan superando luchas; atravesando «puntos de desafío», por así decirlo. Si la crisis es demasiado grande, la civilización sucumbe y se derrumba. Si el reto no es lo suficientemente grande, la civilización se sobrepone y se vuelve complaciente, se desliza hacia una mayor decadencia y finalmente se derrumba. El reto debe ser justo el adecuado, la zona de «Ricitos de Oro»[vii], como la llama Gary Lachman. Los retos también sacan lo mejor de los individuos, pero estos deben ser capaces de crecer y desarrollarse a través de la crisis, y esto a menudo se debe a una voluntad o impulso interior. Toynbee creía que una civilización necesita generar una «minoría creativa» para hacer frente al reto de su tiempo. Parece que ahora mismo nos encontramos en un «punto de desafío» de este tipo; y no es solo una crisis física, sino también existencial. Yo iría más allá y sugeriría que la civilización humana no puede sobrevivir indefinidamente sin un sentido innato de un propósito trascendental; de lo contrario, es como una cáscara hueca que se vuelve cada vez más frágil con el tiempo. El filósofo e historiador británico Nicholas Hagger, cuya monumental obra The Fire and the Stones examina el impulso sagrado («fuego/luz») dentro de veinticinco civilizaciones, también ha demostrado cómo estas se inspiran en el impulso trascendental y decaen cuando dicho impulso se olvida o se desestima[viii].

Lo que se requiere es que nosotros, nuestras comunidades y culturas, seamos más conscientes de nuestra participación en la realidad; más aún, que lo que tomamos como realidad es una amalgama entre lo físico y lo metafísico. Como tal, la humanidad es un ser «de espíritu» que se manifiesta a través de un cuerpo físico. Para llevar esto aún más lejos, tenemos que llegar a reconocer que toda la existencia es principalmente consciencia, y que los fenómenos físicos son un estado energético que se manifiesta desde una fuente de consciencia. Lo que se requiere de la humanidad para sobrevivir más allá de esta crisis existencial y punto de desafío es volverse más consciente. ¿Es esto posible? Colin Wilson no estaba tan seguro. Wilson creía, y así lo declaró, que la mayoría de la gente no puede aceptar la carga de volverse más consciente. Consideraba que las «masas» elegían, tanto consciente como inconscientemente, la «mediocracia de la vida» más cómoda. Incluso me pregunto qué significa este término: ¿qué es la «mediocracia de la vida» cuando ya no podemos estar seguros de lo que es la realidad? Las abstracciones han sustituido a las realidades para crear un mundo envolvente de pseudorrealidad y un «teatro del absurdo». Como ya comenté en mi libro Los tiempos del bardo[ix], la vida se ha convertido en una simulación –un simulacro, como diría el teórico francés Jean Baudrillard–  y la noción de lo que es «real» parece haberse disuelto en lo que es la última narrativa de consenso. Lo que es importante reconocer en estos tiempos difíciles es que, mientras el caos se arremolina a nuestro alrededor, la humanidad se encuentra en el umbral de una forma de vida superior.

Este es el otro punto que algunas personas perceptivas han tratado de señalarnos (entre ellas, el sabio indio Sri Aurobindo). Y este umbral se hace más evidente y urgente cada vez que una civilización inicia su declive o su necesaria transición a una época y modalidad diferentes. Este es el reto al que debe enfrentarse la civilización: o bien elevar/ajustar su nivel de consciencia y su capacidad perceptiva, o bien estancarse y luego derrumbarse. La civilización humana refleja necesariamente el estado de percepción de sus habitantes. A medida que esa percepción interna se expande, también el entorno físico se desarrolla en consonancia. Si la capacidad perceptiva se restringe o incluso se reduce deliberadamente, como es el caso ahora, entonces las fuerzas entrópicas o atrofiantes comienzan a dominar. Por eso debemos resistirnos, con gran esfuerzo, a someternos a una programación de conformidad y limitación perceptiva que probablemente se produzca a través de formas tecnocráticas cada vez más frecuentes de gestión y control social. Aquí es donde entra la noción de Colin Wilson de la voluntad de percibir. Debido al entorno externo, la consciencia humana suele estar condicionada a un estado de embotamiento, de modo que no se permite que las percepciones más elevadas salgan adelante. Tenemos que tratar de «ampliar» (expandir) nuestra consciencia más allá de esas influencias limitantes para poder lograr percepciones más elevadas. Sin embargo, la mayoría de la gente es un reflejo de su entorno y, como tal, requiere de elementos externos que la motiven o la lleven a la acción. El caos y las crisis pueden funcionar como tales impactos desencadenantes. La «voluntad de percibir» también activa una voluntad de propósito. Yo diría que detrás del impulso de desarrollo humano hay un empuje para aumentar nuestra intencionalidad. Sin la «voluntad de propósito» hay una falta de participación consciente. Lo que distingue al ser humano de la máquina, el «robosapiens», es la voluntad de propósito. La vida moderna, con su tirón tecnocrático, está animando a la gente no a pensar, sino a permitir que la automatización se haga cargo de los deberes y las responsabilidades. Por el contrario, tenemos que «tirar de nosotros mismos», mejorar por nuestros propios esfuerzos y cruzar intencionadamente el umbral. ¿Cuál podría ser ese umbral?

En su camino evolutivo, la humanidad está avanzando hacia una etapa en la que se hace consciente de su papel como una fusión (un puente o una amalgama) entre el espíritu/consciencia y lo físico/material. En estos tiempos, somos la tripulación de tierra de vanguardia enviada para la preparación del trabajo de base. En algún momento en el futuro –podrían ser diez, veinte, treinta años o más– la comprensión humana y las ciencias llegarán a reconocer el papel principal de la consciencia que hay detrás de toda la existencia. Y cuando esto ocurra, la vida humana se alterará drásticamente. Comprenderemos que la existencia humana es una fusión de la inteligencia no física con las fuerzas físicas. La noción misma de vida y realidad se ampliará enormemente más allá de las concepciones actuales. Nos veremos impulsados más allá de los límites del robot físico –el robosapiens– y utilizaremos órganos de percepción actualmente desconocidos. Pero todavía no estamos en ese umbral. Y por eso, en parte, estamos asistiendo a una confrontación de fuerzas. Hay fuerzas que no desean que la humanidad alcance, y cruce, este umbral porque entonces ya no seremos sus robots pasivos a los que dirigir y controlar. Las actuales jerarquías de control serán demolidas. Y hay un pequeño contingente que desea apartar a la humanidad de este impulso trascendental, para aislarnos de la recepción de tales fuerzas de desarrollo, y empujarnos de nuevo a nuestras prisiones perceptivas de lo «mundano cotidiano». Tales fuerzas pretenden aumentar la programación y las tecnologías de influencia cognitiva para hipnotizar a la masa de la humanidad a fin de que acepte una realidad «al revés» que parece ser la más apropiada para el robosapiens. Nuestra voluntad de propósito consiste ahora en tener el impulso interno y la intencionalidad para movernos más allá de este predicamento actual y del estado moderno de alienación, y avanzar hacia un estado de cognición elevada y consciencia perceptiva expandida.

En mi opinión, los «dolores de dentición» que estamos experimentando actualmente representan el nacimiento, o la llegada, de una nueva forma de consciencia que se manifiesta a través de la especie humana. Es decir, una fusión con un campo expandido de consciencia. Y para que esto surja, el individuo está llamado a «encontrarse» con dicho campo a mitad de camino, por así decirlo. Las fuerzas sociales intentarán seguir reteniendo al individuo mediante intervenciones mentales, emocionales y físicas/biológicas. Y, sin embargo, en contra de estas constricciones artificiales, confío en que si un número suficiente de nosotros (no es necesario que seamos una mayoría) se esfuerza por alcanzar la libertad cognitiva, la claridad perceptiva y la consciencia interior, podemos convertirnos en la primera oleada –el outsider evolutivo– para dar los pasos iniciales a través del umbral. Basta con que un número suficiente de nosotros actúe como «antena de la especie»[x] para pasar el testigo a nuestros descendientes. Y eso, diría yo, nos da motivos suficientes para activar nuestra voluntad de propósito.

 

[i]T.: En el original «curated needs» en referencia a contenidos online, mercancías, información, etcétera, que se seleccionan, organizan y presentan utilizando conocimiento profesional o experto.

[ii]Véase mi artículo previo «La instauración de la psicología de masas y la falsa solidaridad» https://kingsleydennis.com/la-instauracion-de-la-psicologia-de-masas-y-la-falsa-solidaridad/

[iii] Para un estudio en profundidad de la vida y el pensamiento de Wilson, recomendaría la excelente biografía de Gary Lachman – Beyond the Robot: The Life and Work of Colin Wilson (2016)

[iv] Véase el libro de Colin Wilson The Outsider (publicado originalmente en 1956)

[v] Véase mi libro Hijacking Reality: The Reprogramming and Reorganization of Human Life (2021). Hay una edición en español: Asalto a la realidad. Biopoder y la normalización del engaño. Blume (2020)

[vi] Wilson, Colin (1982) The Outsider. Los Angeles: Jeremy P. Tarcher, p.39

[vii] https://es.wikipedia.org/wiki/Planeta_Ricitos_de_Oro

[viii] Hagger, Nicholas (1991) The Fire and the Stones. Dorset: Element Books.

 [x] Frase acuñada por el poeta Ezra Pound en la que se refería al artista como una «antena de la especie», apuntando al carácter visionario de un creador.

 

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