El 1 de noviembre de 2023 viajé a una pequeña ciudad balneario del suroeste de Alemania, en el límite noroccidental de la cordillera de la Selva Negra, a orillas del pequeño río Oos, para asistir a un gran congreso médico de cinco días de duración. Unos colegas de una unidad médica alemana («Medicina Evolutiva») me habían invitado a participar en sus simposios para dar una charla durante la conferencia. Querían que hablara sobre mi tema de la «mente herida» y cómo esto puede relacionarse con la psicosis del mundo moderno, así como con nuestro potencial de evolución/desarrollo colectivo dentro de un contexto sociocultural. El título de mi charla fue: La mente herida: La psicosis del mundo moderno[i]. Me dieron espacio para hacer una presentación de 40 minutos (con PowerPoint, ¡algo que no había utilizado en muchos años!). Mi charla fue bien recibida; algo de lo que no estaba seguro, dado que hablaba en una conferencia médica, que no es mi entorno habitual. Al volver a casa, hice una grabación casera de mi presentación, que se ha publicado recientemente en Internet. Puedes ver la presentación en inglés haciendo clic aquí.

Empecé mi intervención diciendo que hoy en día muchas personas exteriorizan su trauma, es decir, lo proyectan hacia el exterior sobre objetos, acontecimientos, actividades, etcétera, como forma de compensación. Es como si la gente proyectara sus sombras interiores y viviera a través de ellas de un modo cada vez más incorpóreo (a continuación, mostré un breve fragmento de la animación online IN-SHADOW, de Lubomir Arsov). Propuse que gran parte del comportamiento offline/online que vemos hoy en día muestra un marcado aumento de lo que se conoce como trastornos de personalidad del «Grupo B» (véase la Figura 1).

(Figura 1)

A continuación, presenté algunos ejemplos de los trastornos de personalidad que pueden observarse en las distintas subcategorías de estos cuatro grandes grupos: límite (bordeline), antisocial, narcisista e histriónico. A continuación, se muestra una de estas diapositivas (Figura 2)

(Figura 2)

            A partir de ahí, analicé cómo ciertas formas de comportamiento anómalo (lo que hablando llanamente se podría denominar «locura») se han normalizado en nuestras sociedades cotidianas, a través de nuestras instituciones sociales y culturales y nuestras formas de condicionamiento social. Para ello, me he inspirado en la obra y las investigaciones del teórico francés Michel Foucault y he analizado cómo las estructuras de conocimiento y poder se incrustan en nuestras instituciones sociales y nuestro aparato cultural. En otras palabras, la locura del mundo parece ser una «característica normal» de la civilización humana. Como dijo el psiquiatra escocés R. D. Laing: «La locura es un ajuste perfectamente racional a un mundo loco». La «vieja mente», que ahora forma parte de la «mente herida», está cada vez más empobrecida y no dispone de las capacidades necesarias para alinearse con nuestra situación actual ni con el lugar al que, idealmente, deberíamos dirigirnos.

A continuación, eché un vistazo al trabajo del psiquiatra polaco Andrzej Łobaczewski y su libro «Ponerología política» (el estudio del mal en la política). Lo que se deduce de él es que, si las formas anormales de comportamiento humano se arraigan en los niveles más altos de nuestras instituciones políticas, resulta más probable que estos modos anormales de comportamiento y perspectiva se filtren hacia abajo y se «normalicen» dentro de las culturas humanas. Como cité de Łobaczewski: «Si un individuo en una posición de poder político es un psicópata, puede crear una epidemia de psicopatología en personas que esencialmente no lo son». Y desgraciadamente, aunque quizá no sorprendentemente, la investigación de Łobaczewski había encontrado altos porcentajes de comportamiento psicopático en los niveles más altos de la clase política en diversas sociedades.

Mi siguiente área de interés se centró en la manifestación de formas de pensamiento colectivo que conducen a la psicosis de masas y/o muchedumbres. Propuse la noción de intoxicación mental a través de la propagación de ciertas formas de pensamiento. Afirmé que las formas de pensamiento son tan contagiosas como cualquier virus biológico. De hecho, pueden propagarse más rápido, casi de forma simultánea. Alguien puede publicar una idea en Internet, o expresar una opinión o ideología, y esto puede ser leído por otras personas casi instantáneamente en el otro extremo del globo. Es decir, personas de todo el mundo pueden ser «infectadas» por una idea/opinión/ideología (también conocida como forma de pensamiento) instantáneamente. Esto me llevó a analizar el trabajo de Mattias Desmet, catedrático de Psicología Clínica de la Universidad de Gante (Bélgica). La noción de Desmet de «formación de masas» (psicosis de masas) se basa en los cuatro factores siguientes:

i) falta de vínculos sociales

ii) personas que experimentan la vida como algo absurdo o carente de sentido

iii) ansiedad flotante (transferencia de ansiedad)

iv) frustración y agresividad flotantes

En los últimos años, e incluso décadas atrás, estas condiciones se han ido acumulando en nuestras sociedades. Como ya había escrito anteriormente, la ansiedad social y el sufrimiento psicológico ya estaban creciendo exponencialmente incluso antes del brote pandémico de 2020. Las bases para establecer una psicología de masas ya existían en muchas, si no en la mayoría, de nuestras sociedades y culturas industrializadas antes de la experiencia traumática de la pandemia. En tales coyunturas de vulnerabilidad psicológica, puede lograrse rápidamente un cambio de vínculo, es decir, una transferencia de identificación. Lo que probablemente ha ocurrido en los últimos años ha sido un proceso a gran escala de reprogramación de la solidaridad social (o de la falta de ella).

La siguiente parte de mi presentación consistió en examinar brevemente cuatro tradiciones que han hablado de la presencia y la actividad de un «virus mental» dentro de la especie humana. Estas cuatro tradiciones eran la indígena nativa americana, el chamanismo centroamericano, la teosofía europea y la ortodoxia oriental. Sin entrar aquí en detalles (sugiero a los lectores interesados que vean la presentación en vídeo), examiné los temas de Wetiko (Indígena Nativo Americano); la mente de depredador (Chamanismo Centroamericano); Rudolf Steiner (Teosofía/Antroposofía Europea); y Logismos (Ortodoxia Oriental).

 

El efecto torero

Lo que yo llamo el «efecto torero» es la distracción de una persona o personas para que centren toda su atención en algo específico, como cuando se ciega al toro al centrar todas sus energías en el capote rojo del matador. La misma forma de estrategia y respuesta se observa en todas nuestras sociedades, y es anunciada y promovida por las corporaciones mediáticas sesgadas y fuertemente controladas. Así, el síndrome de la «mente herida» es, fundamentalmente, la percepción de vivir vidas separadas dentro de un mundo materialista que se considera desconectado. De ahí surge un sentimiento de alienación, por el que la vida se ve como algo aleatorio y no como parte de un tapiz de existencia más amplio e integrado. A este respecto, me referí al trabajo del Dr. Iain McGilchrist, que en su obra pionera The Master and His Emissary: The Divided Brain and the Making of the Western World (seguida de The Matter with Things: Our Brain, Our Delusions, and the Unmaking of the World), habla de cómo vivimos en un mundo cada vez más ilusorio. Analizamos en exceso las minucias en detrimento de una perspectiva más amplia. Como dijo el famoso filósofo del siglo XX Alfred North Whitehead: «La civilización florece hasta que empieza a analizarse a sí misma». Lo que nos falta es lo esencial. En mi charla conté la siguiente historia:

Lo esencial

Un león fue capturado y encarcelado en una reserva donde, para su sorpresa, encontró a otros leones que llevaban allí muchos años, algunos incluso toda su vida al haber nacido en cautividad. El recién llegado pronto se familiarizó con las actividades de los otros leones y observó cómo se organizaban en diferentes grupos.

Un grupo se dedicaba a socializar, otro al espectáculo, mientras que otro se centraba en preservar las costumbres, la cultura y la historia de la época en que los leones eran libres. Había grupos eclesiásticos y otros que atraían el talento literario o artístico. También había revolucionarios que se dedicaban a conspirar contra sus captores y contra otros grupos revolucionarios. De vez en cuando, estallaba un motín y un grupo desalojaba o mataba a todos los guardias del campo, por lo que tenían que ser sustituidos por otro grupo de guardias. Sin embargo, el recién llegado también se percató de la presencia de un león que siempre parecía estar dormido. No pertenecía a ningún grupo y era ajeno a todos ellos. Este león parecía despertar tanto la admiración como la hostilidad de los demás. Un día, el recién llegado se acercó a este león solitario y le preguntó a qué grupo pertenecía.

«No te unas a ningún grupo», dijo el león. «Esos pobres se ocupan de todo menos de lo esencial».

«¿Y qué es lo esencial?», preguntó el recién llegado.

«Lo esencial es estudiar la naturaleza de la cerca».

 

Estudiar la naturaleza de nuestro encierro es «esencial», ya que, si no somos capaces de percibirlo, nunca necesitaremos o sentiremos la necesidad de buscar nuestra liberación. Y parte de este cerco perimetral del encerramiento está siendo proporcionado por la arquitectura maquínica de nuestro entorno, que se alimenta de datos. De ahí que lo que ahora se conoce como «dataísmo» se esté convirtiendo rápidamente en los ilusorios guardianes del recinto cercado. Según la conocida revista tecnológica Wired:

El dataísmo es un mercado emergente que rinde culto a los datos en lugar de a los dioses o a los humanos. Según el dataísmo, las experiencias humanas no son sagradas y los seres humanos no son más que herramientas para crear la Internet de todas las cosas… Según el dataísmo, toda la especie humana es un único sistema de procesamiento de datos, en el que los seres humanos individuales sirven de chips.

Este punto de vista enlaza directamente con las perspectivas propagadas por el célebre historiador Yuval Noah Harari, quien ha declarado que una nueva subclase de personas «irrelevantes» e «inútiles» llegará a formar parte del futuro. En siglos anteriores, dice Harari, la gente se rebelaba contra la explotación, la opresión, la tiranía, etcétera; ahora, teme convertirse en irrelevante. Afirma que: «Si no tenemos cuidado, acabaremos con seres humanos degradados que utilizarán ordenadores mejorados para causar estragos en sí mismos y en el mundo»[ii]. Esto conducirá inevitablemente a que los humanos se comporten de forma cada vez más automatizada y muestren lo que yo llamo una «consciencia maquínica». Sin embargo, desde mi punto de vista, se trata de una vía no evolutiva o carente de desarrollo para la humanidad. Es decir, representa un callejón sin salida evolutivo para la especie humana, ya que deja paso, o cede la responsabilidad de su futuro, a la tecnología, y sugiere que el ser humano, como entidad biológica, no tiene más capacidad de crecimiento o desarrollo que fusionarse con sus dispositivos mecánicos. Sin embargo, es posible que esta difícil coyuntura actual no constituya el futuro a largo plazo, sino que más bien sea indicativa de la desaparición de su etapa presente.

Mundo en evolución, mente en evolución

El sociólogo ruso-estadounidense Pitirim Sorokin (fundador del Departamento de Sociología de la Universidad de Harvard) realizó un amplio estudio sobre el auge y la decadencia de las sociedades humanas. Su conclusión fue que las sociedades podían reconocerse según su «mentalidad cultural». Sorokin categorizó básicamente estos estadios de mentalidad cultural como oscilantes entre dos estados polarizados: el de la ideación y el de la sensación. Y a medida que el péndulo oscilaba de uno a otro, pasaba por un «tercer estado» que era el idealista. Sus características son:

Ideacional: en el cual la realidad se considera fundamentalmente espiritual e inmaterial

Sensible: en el cual la verdad se considera como material y se puede obtener a través de la materialidad.

Idealista: una síntesis de ambas.

Me preguntaba si el estadio ideacional representaba una forma de orden sagrado que quizá fuera abstracto y simbólico, pero que sin embargo daba a la gente un sentido de fe y de pertenencia del mundo y/o la realidad a un orden cósmico integrado. En cambio, el estadio sensible estaba profundamente arraigado en un orden empírico –el materialismo profundo– que era sumamente racional y segregado en su visión; y, al mismo tiempo, sentía una gran atracción por los sentidos y los deseos sensuales. En otras palabras, mostraba y promovía un comportamiento hedonista como parte de su creencia sin fe en la única realidad de la existencia material. Y este tercer «estado pendular» del idealista sería una síntesis de los otros dos. Es decir, una época de desarrollo y avance consciente y profundamente material, pero dentro de un orden sagrado y cosmológico más grandioso. Sorokin creía que la cultura occidental, al menos, estaba saliendo de su actual etapa sensible y pasando a la idealista. Esto pondría de manifiesto una forma exacerbada de materialismo, ya que esta etapa habría superado su punto álgido, al tiempo que un desmoronamiento del orden social, como es muy posible que estemos presenciando en la actualidad. Esto me lleva a considerar que lo que puede estar ocurriendo actualmente es un cambio de fase en nuestra mentalidad cultural y, por tanto, también en nuestro orden sociocultural. Y lo que se necesita en esos momentos de cambio de fase es metanoia.

El término «metanoia» procede de la palabra griega meta-noein, que significa literalmente más allá de la mente. «Pensar más allá» implica un cambio de consciencia (de nuestros patrones de pensamiento) al adoptar pensamientos que van más allá de las limitaciones actuales o de los patrones de pensamiento actuales. En otras palabras, lo que necesitamos ahora es un cambio radical de nuestra visión del mundo, tanto física como metafísica. Además, ahora más que nunca necesitamos razones para encontrar sentido tanto en el mundo como más allá de él.

Para resumir mi charla, dije que para curar la «mente herida» era primordial que, individual y colectivamente, abrazásemos (o al menos buscáramos) un sentido, un propósito y una conexión dentro de nuestra realidad física y más allá de ella. Es decir, reunir una visión y perspectiva del mundo física y metafísica en un todo integrado, en lugar de vivir como si estuviéramos separados de la gran totalidad cosmológica. La mente en evolución se comporta como si estuviera dentro de una ecología colectiva y no en una relación binaria. Como tal, una mente en evolución es una mente relacional, para la cual las relaciones y la relacionalidad son primordiales. Esto es contrario a la floreciente visión transhumanista que considera que la mente (la consciencia humana) es puramente un subproducto del funcionamiento del cerebro y que, como tal, algún día podrá cargarse en la computación en nube gobernada por inteligencias artificiales (IA). Esto, para mí, es una trayectoria antihumana e ignora por completo las futuras capacidades de desarrollo del ser humano, además de obviar el increíble potencial del cuerpo humano biológico. Esta perspectiva antihumana transhumanista es indicativa de la época de colapso de la era sensible, con su énfasis en la materialidad y las búsquedas hedonistas; y en esto, se alinea con el camino de los dinosaurios. En comparación, el ser humano en continua evolución, que también es un humano deviniendo, desarrollará aún más sus capacidades latentes y alcanzará la conexión trascendental con sus fundamentos cosmológicos. El futuro está aún por realizarse. Y para mí, será un futuro centrado en el ser humano, o no ocurrirá.

 

[i] The Wounded Mind: The Psychosis of the Modern World

[ii] Harari, Yuval Noah (2018) 21 Lessons for 21st Century. London: Jonathan Cape.

 

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