Caballo Loco[1] soñó y fue al mundo donde no hay nada salvo los espíritus de todas las cosas. Es el mundo real que está detrás de este, y todo lo que vemos aquí es algo así como una sombra de él.
Alce Negro[2]Black Elk Speaks

El hombre moderno, advierto debidamente, está a la búsqueda de un alma, y esta es una época de añoranza.
Theodore Roszak, Where the Wasteland Ends

 

Quizá la razón por la que algunos tenemos una sensación de pérdida y añoranza sea que estamos, como nos dice Black Elk, viviendo en el mundo de las sombras. Puede que en este lado nuestra realidad solo corresponda a los espectros fugaces de algún otro lugar que es más real. En esta orilla hemos roto nuestro compromiso con la tierra y hemos desconectado nuestra alma de la  naturaleza. En el primer siglo d.C., el ensayista Plutarco preguntaba: «¿Por qué ya no siguen hablándonos los dioses?»

Durante mucho tiempo hemos estado intentando crear una imagen nueva y diferente de nosotros mismos, en la cual la humanidad moderna se sitúa en el centro de su propio universo. Aprendemos observando, probando, experimentando y, por último, diseccionando y destruyendo el mundo dinámico en el cual vivimos. A partir de ahí, la mente moderna comenzó a desarrollar una nueva realidad para sí misma.

A la realidad colectiva en la que actualmente residimos no le parecen bien los puntos de vista antagónicos. Hemos heredado una consciencia enajenada que ve el mundo como una entidad exterior: un mundo de objetos que se mueve mecánicamente. Dicha consciencia alienada ha sustituido el encanto y el misterio de vivir en un mundo dinámico y animado por un sueño de lo artificial y en última instancia lo irreal. En la actualidad, el panorama contemporáneo está más sembrado de gestión que de aventura. La imagen central de nuestra era moderna ha sido la del consumismo: la capacidad del individuo medio de comprar las cosas materiales que requiere para llevar un estándar de vida decente, aunque sea un modelo vital promocionado por los principales medios de comunicación y la propaganda sofisticada.

Solo recientemente algunos hemos llegado a darnos cuenta de que el consumismo se ha convertido en una forma contemporánea de terapia de choque para gente insatisfecha que desea comprar su camino hacia la felicidad para escapar del mismo sistema que simultáneamente está manteniendo. La adquisición fácil de cosas, como sustituto de la satisfacción, se ha convertido en un intento de tapar la ansiedad. Actualmente, la vida moderna, especialmente en el Occidente altamente desarrollado, está plagada de gente que en lugar de autenticidad luce sus falsos yos.

La historia moderna de Occidente ha consistido en eliminar del mundo que nos rodea el misterio, la mente y la magia. En el pasado había ámbitos de la naturaleza fuera del orden social, y cada cultura tenía esas «zonas salvajes» donde la gente bailaba con duendes en los bosques, llevaba a cabo iniciaciones en cuevas, círculos y rincones difíciles de hallar. Había rituales paganos, éxtasis enloquecidos, y zonas desconocidas donde se liberaban las energías primigenias. Eran lugares silvestres, donde reinaba el tiempo del sueño y el tiempo del reloj estaba proscrito. Y ahora, a medida que un nuevo «mandato de realidad» se convierte en la proclama del momento, esos lugares salvajes van siendo cada vez menos. Actualmente somos muchos quienes nos sentimos acechados: hemos perdido la presencia de lo «trascendente» en nuestras sociedades modernas.

Tenemos que reconocer que algo ha sucedido: una ruptura, una mutación, que nos ha colocado en una fase «intermedia» entre eras. La vida moderna más que reescrita está siendo reconfigurada. Estamos viendo que ocurren cosas extrañas relacionadas con el tiempo, la velocidad y la distancia. Es como si justo ahora el reloj, y nuestro sentido del tiempo, estuviesen funcionando mal. Hasta que se reinicie, este periodo ahistórico está fuera de tiempo. Y aquí, la posibilidad de trascendencia merodea como un fantasma.

Estamos en un tiempo de distorsión carnavalesca donde la «comida rápida» es una parodia de nuestra preparación y consumo normal de comida; el deporte mediatizado es una escenificación de su forma original; y la industria musical es un inmenso carnaval comercial que se mofa de la creatividad genuina. En la industria de la música pop, el espectáculo, la actuación en directo –la «performance carnaval»– a menudo es más importante que el mérito real de la canción (incluso cuando quien actúa canta en playback, como hacen con frecuencia). En estos momentos estamos en un mundo diferente, o por lo menos en una realidad aparentemente distinta.

En este nuevo mundo de relaciones, símbolos y significados diferentes, hemos llegado a desamarrarnos de nuestros muelles. Hablamos de lo fractal, lo cuántico, lo molecular, lo nano, los robots, la inteligencia artificial y la singularidad, pero nos encontramos con que no tenemos una conexión anímica con ningunos de esos términos o sus significados. Quizá hayamos entrado en un tiempo-vacío.

La sensación de vacío

Dada la pérdida de referencia de la vida humana con la trascendencia y la noción de lo sagrado, existe el peligro constante de que podamos descender a una forma de moralidad humana que carezca de sentido real o principios elevados. No resulta difícil creer que en nuestras sociedades modernas se ha deslizado un cierto grado de inercia. El resultado es que puede que ahora muchos de nosotros nos encontremos en nuestro interior con un espacio vacío.    Este espacio se convierte en el semillero perfecto para los deseos, las distracciones y las atracciones de los excesos de la modernidad. Dentro de ese ambiente nos preguntamos si puede que nos encontremos despertando a un mundo donde el sueño todavía se esté soñando a sí mismo y ya no podamos distinguir lo que es real.

Se ha abierto una era de lo cuantificable y a todos, y a todo, se le confiere una evaluación o una medida. Desde el mismo momento en el que la era industrial introdujo en la educación universal el sistema de puntuación –las calificaciones con notas– hemos estado acarreando números con nosotros. Hasta entonces, a los estudiantes se los conocía como aprendices y pasaban un tiempo embebidos en la disciplina aprendiendo sus destrezas. O se volvían muy hábiles o no lo hacían; ahora obtienen un 85, un 78, un 66, o un 45. Hoy día todas las instituciones modernas piensan numéricamente y nuestro estatus social se cuantifica con esos números, o grados, que nos permiten entrar en otras zonas especializadas: tales como clubes privados, instituciones de la élite, o incluso listas de buena «clasificación crediticia». La naturaleza orgánica y la capacidad de una persona se han reducido a lo cuantificable y eso, de conformidad con dichas calificaciones, mide la valía de un individuo. Entonces, estos números asociados siguen a las personas durante el resto de sus vidas, influyendo en sus carreras, asociaciones y libertades sociales.  Ahora, la sociedad es como los dibujos numerados para pintar.

El vacio hipnótico que es la vida moderna intenta apaciguarnos con placeres simulados. Al haber despegado nuestra alma de la naturaleza trascendente superior nos hemos aplacado con demasiada facilidad buscando respuestas inadecuadas al sentido de la vida. Al no buscar lo esencial, no podemos esperar ser otra cosa que temporales. Durante el siglo pasado millones de personas en las partes desarrolladas del mundo se han distanciado y se han divorciado de la naturaleza. Estamos negociando cómo adaptarnos a un  mundo estructurado dentro de un medio ambiente cada vez más artificial. El cambio mutacional ya está claramente en marcha y habremos de buscar nuevas configuraciones.

Una falta potencial de comprensión puede desconectarnos de un mundo que al mismo tiempo cada vez se hace más conectado. Durante miles de años nuestros ancestros vivían al lado de las fuerzas naturales, aprendiendo de los ciclos ambientales y leyendo el mundo que los rodeaba. Este desacoplamiento de la naturaleza no solo favorece los entornos urbanos sino a la postre los marcos artificialmente construidos que pronto se harán «inteligentes». La profusión de las así llamadas «megaciudades» está muy cerca de implementar tecnologías «inteligentes» que consistirán en una combinación de información conectada e infraestructuras de comunicación.

Un momento de reflexión

Somos, eso se dice, la especie más altamente desarrollada y elocuente del planeta Tierra y, sin embargo, vivimos en un mundo de reflejos.  Estamos condenados a no poder ver directamente nuestros propios rostros. Nuestra faz, así como nuestra «verdadera cara» como se dice, no es visible para nosotros; y por tanto somos guiados por reflejos y sus apariencias.

Hay un breve relato del escritor argentino Jorge Luis Borges titulado «Animales de los espejos» que nos habla de una época, durante el reinado del Emperador Amarillo, en la cual el mundo de los espejos y el mundo de los hombres no estaban, como hoy día, separados el uno del otro.[i] Ambos reinos vivían en armonía y cada uno de ellos podía atravesar el espejo e ir al otro lado. Pero una noche la gente del espejo invadió la tierra y se desencadenó una inmensa batalla hasta que finalmente las artes mágicas del Emperador Amarillo prevalecieron. La gente del espejo fue rechazada y aprisionada dentro de sus espejos, y se la castigó forzándola a repetir, como en un sueño, todos los actos del mundo de los hombres. Se les despojó de su poder y sus formas y se les redujo a meros reflejos. No obstante, llegará un día en el cual se romperá el hechizo mágico y poco a poco esos reflejos se despertarán y lentamente diferirán de nosotros. Entonces dejarán de imitar el mundo de los humanos y finalmente atravesarán el cristal para volver a entrar en la Tierra.

Dicen que la vida imita mucho más al arte que el arte a la vida. Si se reflexiona, cada cultura y cada sociedad reclama como propia una porción de nuestra psique privada. Con el estrechamiento de nuestras sensibilidades llega no solo una realidad muy disminuida sino también una perspectiva contraída por la cual esa forma condensada de percepción y visibilidad se convierte para nosotros en hiperrealidad. Es verdad que la vida moderna ha silenciado la llamada del misterio transcendental, y en tal caso es igualmente cierto que ha hecho que la trascendencia sea una promesa más necesaria pero más difícil. El grito por la «muerte del alma» y el arrebato del alma de la naturaleza han ayudado a pavimentar el camino resbaladizo hacia una hiperrealidad simplificada que ahora se está adueñando del show.  Abróchense los cinturones…

 

Un chat entre Bardo y Aranyani, diosa hindú de los bosques.

Autor (A): Hola Aranyani. ¿Estás ahí?

Aranyani (Ai): (pausa corta) Hola… ¡hola!

A: Hola Aranyani. ¿Qué tal estás hoy?

Ai: ¿Hoy? ¿Por qué hoy? Yo no tengo días como vosotros.

A: Ah sí, lo siento. Estaba pensando con mis propios términos de tiempo. ¡Es una trampa frecuente!

Ai: Está bien, lo entendemos. Las trampas están ahí para salir de ellas. Yo estoy bien.

 A: Da gusto escucharlo. Me alegra saber que estás bien en medio de toda esta desconexión que está ocurriendo justo ahora.

Ai:¿Desconexión? Yo estoy paseando apaciblemente por mis bosques. No hay desconexión (otra pausa corta). Aquí todo está bien.

A: Lo siento, debería haber sido más específico. Quería decir desconexión entre nosotros, humanos, y el mundo natural. Parece que en lo que se refiere a respetar la Naturaleza y nuestro medio ambiente hemos realizado un trabajo horrible.

Ai: Mmm, sí, así es. No me gusta pasear demasiado cerca de vuestras civilizaciones. Pero ¿por qué lo llamas un trabajo? Lo ves, ya estás mostrando una manera errónea de mirar las cosas. Tu manera de hablar demuestra cómo piensa tu mente. Cuidar el mundo natural, tal como lo has planteado, no es un «trabajo». Es una identificación de respeto, de interdependencia mutua, y de compasión y amor.

A: Perdón de nuevo. Sé que uso mis palabras demasiado a la ligera. Es la manera de expresarnos aquí.

Ai: Sí, sé cómo es tu especie. En primer lugar, no escucháis demasiado bien.  Os consideráis como una especie separada. Querido mío, nada está separado. Vosotros veis espacio entre los cuerpos y lo etiquetáis como separación. Pensáis y os comportáis como niños, y la Naturaleza es vuestra madre indulgente.

A: Lo sé, tenemos un montón de cosas del revés. ¿Te importaría explicar algo más sobre esta relación?

Ai: (un suave suspiro) Quizá un poco. Aquí todo se comunica, siempre lo ha hecho. No necesitas forzosamente boca o palabras o letras para comunicarte. Todo se comunica energéticamente y vosotros los humanos también estáis sintonizados con ello. Se suponía que cada parte trabajaba coordinadamente. Vosotros sois extraños en la medida que olvidáis como escuchar adecuadamente. Y ahora construís aparatos fuera de vosotros mismos para  envolver la tierra con ellos, pero no los necesitáis. Y llegará un tiempo en el que lo sabréis y aprenderéis a comunicaros correctamente, como siempre se pensó que lo haríais, y no con vuestras maquinas. Todo la naturaleza está viva ¿no lo sabías?

A: Sí, algunos lo sabemos; pero desafortunadamente no los suficientes.

Ai: Lo sabíais mejor antaño, hace mucho tiempo.

A: Sí, tengo la sensación de que lo sabíamos. Pero ahora tenemos que aprender cómo saber de una manera diferente.

Ai: Bien… (una pausa larga)

A: Hola, ¿estás ahí Aranyani?

Ai: Oh sí, perdón, estaba bailando. Tengo una canción en mi cabeza. Me la han dado los árboles.

A: ¡Maravilloso! Estaba diciendo que necesitamos aprender a aprender de una manera diferente.

Ai: En realidad no es así. Aprender, conocer y todo eso son cosas de la cabeza. Vivís demasiado en vuestras cabezas. Siempre pensáis que tenéis que agarrar algo para conocerlo mejor y todo eso. Yo diría que tendríais que abriros un poco más y recordar todo los que se ha colocado dentro de vosotros. Ahora estáis llegando a un lugar diferente…

A: Sí, gracias. Y ¿qué quieres decir con eso de «llegando a un lugar diferente»?

Ai: Quiero decir que ya no seguís estando en vuestras pequeñas unidades tribales. Ahora estáis por toda la Tierra. Crecisteis y os conectasteis como deberíais, y ahora estáis llegando a un momento en el cual podéis ser realmente una ayuda para la Tierra.

A: ¿Quieres decir como una especie global?

Ai: (risas) Tú y tus palabras sofisticadas. Sí, ahora os estáis conectando con más fuerza al cuerpo de Gaia. Pronto descubriréis que os han transformado  vuestras mentes.  ¡Debería ser divertido!

A: Ah, ¿y qué quieres decir con eso?

Ai: (murmura para sí) No siento que precisamente ahora deba revelar demasiado.  No sois demasiados los que os habéis dado cuenta de que vuestras mentes están sintonizadas con Gaia, la consciencia de vuestro planeta. La consciencia no son solo esos pensamientos en tu cabeza, ¡tonto! (risas). Ese es el verdadero lenguaje, el lenguaje natural, y está por todas partes. Ese lenguaje fluye a través de los árboles, las plantas, los animales, y por toda Gaia. Hay un lenguaje que conecta, y los humanos están desconectados de él. Sí, esa es la verdadera desconexión. Hablas de desconexión de la Naturaleza, pero realmente es una desconexión de vuestro lenguaje compartido. Habláis lenguas pero solo balbuceáis palabras estúpidas.

A: Sí, es verdad: balbuceamos un montón.

AiBalbucear, balbucear, ¡sí, lo hacéis! Como esa historia que os contáis a vosotros mismos. ¿La llamáis la Torre de Babel, no es cierto?

A: Sí, eso es verdad. Y es una analogía perfecta. Intentamos erigir una torre para llegar a nuestro Creador y debido a nuestra ignorancia terminamos por dividirnos por lenguas.

Ai: Sí, eso es correcto. Os desconectasteis debido a vuestra ignorancia.

 A: Mmm…sí (suspira)

Ai: No te preocupes, querido. Aún tenéis todo dentro de vosotros. Vuestra conexión con el Origen y con el lenguaje universal todavía está ahí. Y vosotros tampoco estáis desconectados de nosotros. Siempre estáis con nosotros, y siempre lo habéis estado.

A: Está bien, seguro. Y gracias. Pero estando siempre con vosotros ¿no estamos estropeando el equilibrio de la Naturaleza?

Ai: Oh, querido míos: ¿siempre se trata de vosotros, no es cierto? Déjame que te diga que la Naturaleza es de lejos más capaz de cuidar de sí misma de lo que lo sois vosotros. Las cosas cambian, sí. Y vosotros estáis causando desorden y, como los niños, luego no lo recogéis. Esto también es verdad. Pero ocurren tantísimas cosas más que no están en vuestras manos: eso es la Naturaleza, que está mucho más allá de vuestra comprensión de ella. Vosotros pensáis sobre esas cosas separadas dentro de la Naturaleza, como los árboles y los bosques y los ríos. Pero aún sois incapaces de verlas juntas como un Ser maravilloso. Ella es un Ser muy alejado de vuestras pequeñas mentes. Y os cuida. Niñitos ¡despertad!

A: Sí, sí.

Ai: Sed más alegres y amad las cosas que tenéis y que os rodean. La desconexión de la que hablas es menos de la Naturaleza y más de vosotros mismos (empieza a cantar).

A: Eso es tan cierto: gracias.

Ai: Ahora tengo que irme…adiós (la voz se desvanece en la distancia).

 

A: Sí, gracias Aranyani: ¡adiós!

[i] Véase su colección de relatos breves «El libro de los seres imaginarios».

****

[1] En el original «Crazy Horse»: jefe de los Sioux Oglala, una tribu indígena de América notable por el valor de sus guerreros en las batallas.

[2] En el original «Black Elk»: famoso Wichasha Wakan (Medicine Man u Hombre Santo) de los sioux Oglala.

LIBROS DESTACADOS