No despiertes la Belleza hasta que llegue el momento

Inscripción en la catedral de Chartres

 

Seamos honestos al respecto: como especie dominante en este planeta últimamente no hemos sido muy amables con lo femenino. Y con la palabra «femenino» no sólo me refiero a la mujer -ni siquiera al cuerpo de la mujer- sino a todo el cuerpo del alma femenina. Es la red invisible de la vida que nos conecta a todo y que refleja el flujo del cosmos. Todo lo que no es parte de esta alma femenina va en dirección contraria hacia la separación y la segregación.  En la civilización occidental en especial la búsqueda de libertad, el deseo de explorar y conquistar nuevos territorios, el afán por ideologías de progreso científico y tecnológico, han sido territorios dominados en gran medida por una energía masculina que busca objetivos finales, que precisa logros y resultados. Para bien o para mal, desea ir más allá de las restricciones, donde a menudo los fines justifican los medios. Este impulso masculino ha empujado hacia delante como un estímulo profundo, no sólo para el descubrimiento sino para el legado. El impulso masculino quiere asegurar una herencia física duradera; mientras que la influencia femenina busca siempre una eternidad amable.

En la historia reciente de nuestra especie en este planeta, es decir, al menos durante los dos milenios precedentes, nos hemos alejado de la influencia femenina, tanto en espíritu como en imagen. En nuestro planeta, los efectos de la desatención a lo Femenino han sido dramáticos. En muchos sentidos es algo similar a la pérdida de la conexión con el alma. Es una reducción del conocimiento instintivo frente al adquirido. Es una pérdida de la reverencia por la interconexión y la santidad de la vida; una merma de nuestra confianza en el poder de la imaginación; y una disminución de nuestra participación compasiva en un cosmos lúdico y creativo. Lo «femenino» y lo «masculino» son formas de ser y de energía que corresponden a cómo procesamos la consciencia. A menudo, cuando utilizo estos términos me refiero a modos de consciencia que han conformado nuestras perspectivas y visiones del mundo, y por lo tanto nuestros entornos sociales y culturales. No hablo de género, sexualidad o cuerpos físicos; me refiero a la energía del ser que elegimos para responder y actuar.

La consciencia masculina también está tras la imagen de una divinidad que pertenece a los cielos. Desde «allá arriba», la supremacía de un dios masculino ha permitido desarrollar una ciencia que intenta tomar el control de nuestro medio ambiente. Las culturas «modernas» materialmente impulsadas que surgen de esta forma de dominio resuenan  con la alienación y el individualismo reflejados por la lejanía de un dios masculino. La noción de una perfección restaurada -para el nuevo «Adán»- fue un ideal masculino que ha auspiciado sucesivas generaciones de monjes, magos y masones esforzándose por alcanzarlo como apóstoles de la religión de la tecnología. Por este camino la vida moderna se divorcia de la sagrada interdependencia integral de la totalidad de la vida creativa. Como dice el místico erudito Llewellyn Vaughan-Lee, «el hombre teme profundamente la naturaleza mágica de la mujer y a lo largo de los siglos se han impuesto muchas pautas para denegarle acceso a su poder mágico.» (1) Este comentario se refleja en el pasado en las cazas de brujas durante los siglos XVI-XVIII en Europa,  donde decenas de miles de mujeres acusadas de brujería fueron ajusticiadas. Los ejecutores fueron casi exclusivamente hombres que representaban la jerarquía eclesiástica. Era una energía masculina que durante milenios ha estado desfilando y  blandiendo su pesada hacha paternal de poder jerárquico. Y las brujas no eran sino otra manifestación del poder femenino que las autoridades eclesiásticas no podían tolerar. Algunas de las así llamadas «brujas» eran mujeres que sabían de hierbas, cómo curar y nutrir a la gente, o simplemente cómo escuchar a la naturaleza, en tanto que la mayoría eran meramente víctimas inocentes de habladurías malintencionadas o miedo desordenado. Una de las cosas de las que se les acusaba, entre otras muchas, era de reunirse y conspirar juntas. ¿Cómo se reunían? Lo hacían en círculos de brujas: aquí tenemos la energía del poder jerárquico contra la energía del flujo circular relacional. También el miedo a una «presencia mágica» dentro de lo femenino avivó una intensa represión que se ha convertido en una pauta a lo largo de los siglos: la negación de lo sutil, lo integral, lo enriquecedor. En otras palabras, la caza de brujas era en gran medida «caza de mujeres».

A la consciencia masculina le gusta ser visible y dar a conocer su impronta; en tanto que la energía femenina está más velada y oculta; es más sutil. El inconveniente de esto ha sido que nuestras sociedades han valorado predominantemente aquello que es visible, y rechazado o ignorado lo que es menos tangible o más reservado. En cada época -en cada fase de desarrollo de la evolución humana- procesamos una forma diferente de consciencia. En nuestra historia reciente hemos experimentado el cambio de una época de consciencia lunar a otra solar.

 

El cambio de lo lunar a lo solar

Nuestros primeros antepasados vivían en el ámbito de un sentido diferente de la realidad. Muchas de nuestras culturas pre-modernas estaban animadas por un sentido de vivir dentro de un orden sagrado, y en ciertos aspectos o en la práctica eran chamánicas. Estas culturas pre-modernas/chamánicas tenían un instinto de relación y conexión; exhibían un tipo de consciencia que el antropólogo Lucien Levy-Bruhl describía como participación mística. Este sentido de la presencia transformativa -la participación mística– enmarcó la consciencia que definía la «Era Lunar», la cual a través de sus culturas compartía una mitología que incluía todos, o algunos, de los siguientes temas: muerte y renacimiento; descenso y regreso del inframundo; viaje o búsqueda; transformación ; matrimonio sagrado; y nacimiento de un niño/alma divino.  Esta energía femenina se manifestaba como una dimensión cósmica del alma; un orden sagrado inherente que vinculaba todos los reinos visibles e invisibles.

La Gran Madre/lo femenino divino subyace en el corazón de muchas mitologías occidentales de búsqueda, tales como  Odiseo volviendo al hogar de Penélope guiado por Atenea; Teseo siguiendo el hilo de Ariadna a través del laberinto cretense; el viaje de Dante por el inframundo para encontrar a su Beatriz; y la búsqueda medieval del Santo Grial. Todas estas búsquedas enmarcan la necesidad de conectar con el principio femenino apremiante y trascendente. Pero, como en todos los ciclos, la Era Lunar pasó y en su lugar llegó lo que se ha dado en llamar Era Solar.

 

Alrededor del año 2000 a. C., el cambio de una consciencia lunar a otra solar desencadenó una nueva fase en el desarrollo de la civilización occidental. Lo más significativo fue la ruptura con la participación mística de la era lunar. Los historiadores han señalado los patrones de emigración y las culturas invasoras como dos de los principales factores que contribuyeron al cambio de las culturas lunares a las solares. Por ejemplo, alrededor del año 2200 a. C., las comunidades agrícolas del creciente fértil vieron como se abatía sobre ellas un gran cambio. Las razones para ello podrían ser numerosas, por ejemplo el cambio climático que las obligó a buscar nuevos territorios. Sean cuales sean las causas, los cambios resultantes vieron a los invasores a caballo llevando consigo sus dioses celestiales masculinos. De manera similar, las gentes del mar invadieron desde el Mediterráneo llevando consigo sus atributos e ideales masculinos conquistadores. La guerra y la conquista se convirtieron en el nuevo devastador tema de la época, y las mitologías egipcia, babilónica y asiria hablaban de líderes belicosos idealizados por sus violentas victorias.

La era lunar embebía el alma del cosmos como parte del orden sagrado de la vida. La vida humana -sus rituales y culturas- participaba en la gran naturaleza mítica del mundo. En contraste, la consciencia de la era solar emergente se centró, con gran violencia, en la conquista y dominio de la naturaleza, y celebraba a aquellos impetuosos individuos cuyo poder los separaba de la comunidad tribal grupal. El héroe solar es el guerrero, con atributos de la deidad masculina (posteriormente el dios de las tres religiones abrahámicas). Este «dios celestial» fue el creador de los cielos y la tierra, y de todo lo que yace entremedias. Pero la propia deidad está separada de su creación, distante y más allá. Así nació la división entre creador y creación; entre naturaleza y espíritu. Este cambio hacia la consciencia de la era solar inició una nueva fase en la percepción de la vida. La visión del mundo de la humanidad cambió hacia una perspectiva de la naturaleza como algo a controlar y manipular, mientras que en los cielos alguna lejanísima deidad ya no era inmanente en las formas de la naturaleza.

El sol se convirtió en el nuevo foco de la consciencia: el héroe ya no es el chamán/sacerdotisa que navega entre mundos, aventurándose en el otro, sino que ahora es el espectacular combatiente individual o rey guerrero. Es un héroe aguerrido que lucha en la luz contra la oscuridad para vencer a «sus» enemigos. La consciencia de la era solar dio lugar al concepto de Guerra Santa: la noción dualista de la victoria del bien sobre el mal, y el significado del sacrificio humano en la guerra para justificar el objetivo. Esta mitología de la consciencia de la era solar que se está agotando actualmente, aún en sus últimos estertores de poder ha creado el mito actual de la «guerra contra el terrorismo».  La guerra permanente sin un enemigo definido -con el adversario potencial, tanto amigo como enemigo, entre nosotros- es una creación de la consciencia solar. Este pensamiento se ha infiltrado incluso en nuestro mundo corporativo e influye en la psique masculina moderna.  En nuestras instituciones de conocimiento -nuestra ciencia y nuestra academia- la necesidad de competir y ganar a nuestros rivales es el espíritu guerrero para el que, desde temprana edad, se nos condiciona. Nuestras estructuras de estudio e investigación están patentadas como ámbitos masculinos. El surgimiento de la poderosa imagen de una deidad masculina también cambió nuestra consciencia cultural alejándola de la terrenal y nutritiva matriz corporal  de la Madre/Diosa/Gaia hacia la mente-palabra (logos) del Padre.

La era solar desarrolló y celebró el individuo fuerte, y con ello llegó el ascenso del ego consciente el cual también estableció los fundamentos para la mente racional  posterior.  Pero el precio a pagar ha sido elevado, ya que el impulso sagrado se expulsó del mundo de vuelta a las sombras. La realidad de la era solar consideró que no había sitio para el instinto nutritivo o para el papel de la intuición. La imaginación creativa se convirtió en ajena: el amaneramiento de los soñadores. En la fase de la era solar de nuestra evolución la psique humana se dividió entre la mente racional consciente (el héroe) y el poder más antiguo del instinto (el dragón). Y, como el bueno de San Jorge,  ¡hemos estado luchando contra nuestros dragones desde entonces!

La consciencia del humano moderno -la consciencia de la modernidad- se ha aislado de lo sagrado, de la fuente del «reino de lo mágico», del otro mundo imaginativo que infunde nuestra matriz de realidad. Casi ha triunfado en disociarse por completo de su fuente, pero no totalmente; de aquí que podemos preguntarnos si la travesía desde la era lunar y a través de la era solar ha sido una etapa necesaria de nuestro viaje evolutivo.

La fuerza energética detrás del impulso solar-masculino ciertamente debe reconciliarse con el principio femenino. La fuente sagrada de la vida está clamando por una recuperación de la totalidad, mientras durante los próximos años llega una consciencia integral para manifestarse con más fuerza. El nuevo matrimonio sagrado de la consciencia lunar antigua con la consciencia solar establecida servirá para proveernos de una percepción de la realidad mayor y más inclusiva.

El matrimonio sagrado

Los alquimistas tenían la noción del unus mundus: un territorio cósmico unificador en el cual participan tanto la materia como la psique (alma). Esta es la unión de los impulsos/energías  masculinos y femeninos, que juntos forman el unus mundus unificado. Este matrimonio sagrado de las consciencias lunar y solar resulta, en términos mitológicos, en el nacimiento del «niño»: una nueva consciencia integral que surge dentro de la especie humana colectiva y que reconoce la sacralidad de la vida. Este renacimiento de la consciencia sagrada tiene su propia mitología moderna en nuestra reciente comunión con el satélite de la tierra: la luna.

El programa Apolo logró realizar seis viajes espaciales y situar en la luna doce seres humanos. De estos viajes espaciales hemos recibido perspectivas y visiones espectaculares de la Tierra desde lejos. La fotografía más popular –la salida de la Tierra-, tal y como la tomó el astronauta William Anders en 1968 durante la misión Apolo 8, mostraba la Tierra surgiendo más allá de la superficie de la luna. Esta fotografía se ha acreditado como un catalizador de cambio en la mente humana, e incluso como desencadenante del movimiento medioambiental. Es la primera vez que nuestra especie obtuvo la visión de la hermosa tierra natal desde fuera del planeta. Su efecto fue asombroso, y no sólo en aquellos que permanecieron en tierra mirando hacia arriba. Varios astronautas han confesado sus epifanías al experimentar el espectáculo del espacio exterior. Edgar Mitchell, astronauta de la misión del Apolo 14 y sexta persona en caminar sobre la luna, tuvo esta reacción:

…mi mente se inundó de un conocimiento intuitivo de que  todo está interconectado: de que este universo magnífico es un todo armonioso, dirigido e intencionado. Y que nosotros los humanos, como individuos y como especie, somos parte integral del proceso de creación en curso. (2)

Gene Cernan, el último astronauta en abandonar la luna (en el Apolo 17), tuvo una epifanía similar: «Permanecí en la oscuridad azulada y miré asombrado hacia la Tierra desde la superficie lunar. Lo que vi era demasiado hermoso como para aprehenderlo: había demasiada lógica, demasiado propósito; era demasiado bello como para haber sucedido por casualidad». (3)

Saliendo de la Tierra exploramos la luna, el símbolo milenario de la Gran Madre, lo Femenino y el Alma. Al abandonar los pliegues terrestres de Gaia y disfrutar de la visión de la salida de la Tierra desde el espacio, el género humano se elevó más allá de sus mezquinos nacionalismos terrenales. La humanidad experimentó una expansión de la percepción y la consciencia: un pequeño paso hacia una mente totalmente expandida. También fue un momento que desencadenó el renacimiento sagrado del impulso femenino, en el alma colectiva de nuestra especie. Dentro de una multitud de corazones anhelantes, saliendo de la oscuridad de vuelta a la luz, en busca de lo intuitivo, lo visible, comenzó a despertar una energía sagrada, señalando el momento de reconectarse con la guía y la sabiduría conmovedoras del impulso femenino. El renacimiento de lo femenino sagrado tiene un papel importante que desempañar en nuestra consciencia planetaria emergente. Ahora la compasión y la inteligencia humanas pueden empezar a encontrar una expresión consciente en la vida planetaria y cósmica.

El impulso femenino ya ha entrado en nuestros sistemas, infraestructuras y tecnologías globales. Ha sido la energía que está detrás de la reestructuración y el reajuste que en estos momentos desestabilizan nuestras sociedades, y que han surgido de los cambios que suceden actualmente  cuando muchos sistemas jerárquicos de arriba-abajo están en transición hacia sistemas de abajo-arriba, descentralizados y diseminados. El ejemplo más prominente está en nuestras tecnologías globales de comunicación. Nuestras formas de comunicarnos han cambiado desde uno a uno (por ejemplo la televisión) hasta muchos a muchos  (comunicaciones digitales tales como Internet). Nuestro mundo digital en inmensa expansión es algo más que un dispositivo de comunicación, un «Entre-redes»

[i] y un mundo de información y otras delicias: ahora es una parte simbiótica de la vida en este planeta, de la cual la humanidad siempre ha formado parte. Nada -ninguna especie- existe en aislamiento. Ahora la humanidad simbiótica expande esa relación hacia una alianza tecnológica. A medida que materia y mente se entremezclan y confluyen cada vez más hacia un campo unificado de inmersión, cohesión y comunicación, es otro vínculo alquímico. Y ahora, esa transformación está teniendo lugar, gradualmente y de diversas maneras, en nuestras sociedades globales. Como científico y futurista Joël de Rosnay comenta que «la transición hacia una sociedad simbiótica exige conceptos biológicos y ecológicos que abarquen las comunicaciones, la transversalidad y las redes, lo cual revela la necesidad de nuevos valores femeninos». (4) Esos valores femeninos son inherentes a la forma en la que nuestras redes cada vez más complejas y descentralizadas están reajustando las maneras de conectarse y comunicarse. De nuestras redes interconectadas están emergiendo iniciativas, innovaciones, proyectos, amistades y relaciones. Las nuevas multiplicidades están socavando la energía y la consciencia masculinas hasta ahora dominantes. Todos los nuevos espacios colaborativos tratan de multitareas: desde compartir economías hasta intercambiar información. La plataforma global se ha convertido cada vez más en un espacio para cuestiones tales como los derechos humanos, la educación, los servicios de salud, los cuidados infantiles, el bienestar, el medio ambiente, etcétera. Todos estos temas emergentes, así como el hecho de que sean tareas múltiples y que se deliberen abiertamente, atañen al instinto de nutrir más que al de cazar/matar. En otras palabras, el cultivo y el significado de las relaciones pertenecen tradicionalmente a lo femenino y en el pasado nuestros desarrollos tecnológicos no siempre se correspondían con la energía femenina. Pero ahora nuestras tecnologías digitales están creando, formando y abriendo nuevas vías e interconexiones para que el impulso femenino penetre y permee nuestro mundo material. Como se ha indicado, nuestras instituciones y sistemas físicos están respondiendo a esta nueva intervención cambiando desde estructuras de arriba-abajo hacia redes diseminadas y descentralizadas. Actualmente la energía/consciencia femenina desempeña un papel crucial en el desarrollo de nuestras nuevas tecnologías y de la mente planetaria emergente que promete ofrecernos un futuro fascinante, floreciente y estimulante.

 

Referencias

1 Vaughan-Lee, Llewellyn (2009) The Return of the Feminine and the World Soul. Point Reyes, CA, The Golden Sufi Center, p83

2 Citado en Baring, Anne (2013) The Dream of the Cosmos: A Quest for the Soul. Dorset, Archive Publishing, p228

3 Citado en Baring, Anne (2013) The Dream of the Cosmos: A Quest for the Soul. Dorset, Archive Publishing, p227

4 de Rosnay, Joel (2000) The Symbiotic Man: A New Understanding of the Organization of Life and a Vision of the Future. New York, McGraw Hill, p236

 

Lo que sigue está adaptado del próximo libro de Kingsley L. Dennis: The Sacred Revival: Magic, Mind & Meaning in a Technological Age (24 de octubre 2017).

[i] N.T. Inter-net en el original: juego de palabras intraducible que surge de separar los dos componentes de la palabra Internet

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