«La tragedia real de nuestro tiempo reside no tanto en los eventos externos nunca antes vistos como en la indigencia ética y la enfermedad espiritual sin precedentes que claramente revelan»

Paul Brunton

 

No cabe duda de que estamos viviendo una época de contradicciones extremas en la cual parecen coexistir tendencias opuestas. Son tiempos en los cuales los individuos cuidan mucho más sus cuerpos y están obsesionados con la dieta y las nuevas tendencias saludables mientras que la obesidad es una epidemia. Vivimos en medio de una combinación paradójica de jovialidad y miedo, de diversión y ansiedad, de euforia y desasosiego. Se ha dicho que: «Cuando una civilización se vuelve externamente impresionante pero permanece internamente empobrecida, cuando las relaciones políticas se convierten en una elaborada fachada para ocultar las estancias espiritualmente vacías, es seguro que aparecerán problemas amenazantes por todas partes»1. Esta cita describe adecuadamente nuestra situación actual aunque su autor, Paul Brunton, la publicó en 1952; no obstante, sigue siendo tan descarnadamente correcta en su análisis de nuestros días como lo fue en su tiempo.

La situación actual es que, en efecto, esos «problemas amenazantes» están apareciendo por todas partes: corrupción e ineptitud política; manipulaciones económicas;agresiones nacionales y guerras motivadas políticamente; crisis de refugiados; tortura y sufrimiento humanos; codicia capitalista; corrupción corporativa; disturbios sociales agravados; intolerancia religiosa y moral; alardes crecientes de conducta psicopática (personas privadas y figuras de autoridad); propaganda descarada; degradación del medio ambiente; ignorancia ecológica; indigencia espiritual; y todo lo demás.

El resultado es que mucha gente se ha «insensibilizado espiritualmente» por lo que ve que está ocurriendo en el mundo, y siente que solo una respuesta física dura  puede ser efectiva. Las palabras «místico» y «espiritual» siguen siendo vagas y etéreas. La gente siempre ha dependido del lenguaje para aportar guía y alimento. Pero en este ambiente mental, las palabras no son sino restos esqueléticos de la carne verdadera. La crisis de nuestro tiempo ha aclarado poco y ha conseguido complicar casi todo lo demás para el resto de nosotros. No hay hacia donde volverse en público para encontrar la verdad: aparentemente hay poco en lo que creer en el presente y demasiada incertidumbre sobre el futuro.  El resultado de todo ello es que mucha gente no sabe cómo manejarlo y tiene dudas que crecen dentro de sus mentes como una infección patológica.

 

Una ausencia de sentido

En estos tiempos actuales hay una sensación, un sentimiento, de que algo falta o ha desaparecido dentro de las vidas de mucha gente. Desafortunadamente, el mercado consumista ha satisfecho esta necesidad. Hay gran cantidad de formas de compensar esta carencia mediante un guruismo de «remedio inmediato»: retiros caros, asesoramiento espiritual, y tutoría de «coaching de vida». Pero esto equivale a solucionar con comida basura un hambre más profunda. Hoy día la verdadera batalla se libra más bien entre la perspectiva material de la vida y la del estado interno de desarrollo. Muchos de los eventos que ocurren en el mundo son manifestaciones de asuntos que existen dentro de nosotros mismos. La ira y la negatividad que tanto vemos en el mundo son una proyección del estado interno colectivo de la humanidad. Podemos manifestar tanto el ensueño como la pesadilla, y los compartimos en el estado de vigilia. No basta con ser físicamente maduros; también hemos de serlo emocional, intelectual e internamente.

Nuestras culturas y sociedades están desequilibradas porque pretenden gobernarse por leyes artificiales que ignoran la sabiduría atemporal que corresponde al desarrollo del ser humano. Es una mentalidad dominante que promueve una visión del mundo corta de vista, miope, a la cual, en gran medida, solo le conciernen las ganancias físicas y el poder material; una mentalidad que promueve miedo, defensa y ataque, en lugar de una visión cálida y acogedora.

Nuestras sociedades no tienen en cuenta el propósito humano y el sentido profundo de su existencia. Nos conducen a vivir para trabajar, disfrutar mediante distracciones y, finalmente, morir con deudas e impuestos. El mundo no es gobernado por la honradez o la equidad, sino por un arreglo asimétrico de la élite en el poder. Las conferencias de paz se basan en el acuerdo y no en la compasión; el comercio en la fuerza en lugar de en la colaboración. El poder y la política están en guerra con el mundo y ajenos a la rendición de cuentas. Hay un resurgir de lo ilegítimo, que florece mediante los mercados negros, los paraísos fiscales y las redes oscuras. Los caminos oscuros siempre emergerán y crecerán en los lugares donde la luz parpadea sin foco o intención.

Las actualmente llamadas culturas modernas están cada vez más fragmentadas, o son como corrientes líquidas que ya no pueden identificarse o navegarse con precisión usando los signos, símbolos y significados antiguos. Hasta cierto punto, la vida moderna comienza a disolverse para poder volver a ensamblarse. Puede que, en efecto, esto forme parte de un proceso catártico necesario que la humanidad ha de atravesar antes de que las circunstancias mejoren. Una característica de los tiempos actuales es que en el estado actual de las cosas todavía no se han materializado por completo nuevas formas de pensar y comportarse. Aquello que ahora constituye la «vida cotidiana» está vacío de las cuestiones de significado metafísico. Cualquier noción de lo evolutivo o lo metafísico se considera fuera de la vida diaria, y la gente es continuamente programada en contra de tales verdades profundas. En otras palabras, no se debe permitir que nada diferente –de otro mundo o transcendental– reemplace la responsabilidad de nuestra rutina social cotidiana.

A menudo, las sociedades humanas hacen declaraciones políticas para promover lo que deciden que es la «felicidad social». Pero las instituciones políticas no tienen modelos genuinos de eso, porque la mentalidad política dominante está anulada por una especie de psicosis. La «felicidad» social es cualquier cosa que encaje en el particular sistema de creencias dominante de la época. Y como puede verse, esta creencia, o narrativa dominante ha sido secuestrada por una psicosis colectiva a la cual he denominado la mente herida. Se diría que como sociedad colectiva no tenemos una imagen duradera de felicidad. Como consecuencia de ello, actualmente las vidas personales corren el peligro de llegar a tener que ver menos con la experiencia real que con los restos de información que dejan tras de sí. Hemos entrado en otra pelea –otro combate social– donde la batalla se libra entre la transparencia de nuestras vidas privadas internas y nuestra identidad pública.

 

Identidad y ser

Actualmente, a la gente se le anima a exponer sus demonios internos en el escenario público, especialmente online. La sombra humana quiere salir afuera y revelarse. Según Jung, la «sombra» psicológica consiste en los aspectos infradesarrollados e indeseables de uno mismo que tratamos de mantener ocultos; y aun así hay veces en las que somos incapaces de mantenerlos bajo control, o inconscientemente deseamos que se manifiesten. La humanidad posee una imaginación tremenda para hacer tanto el bien como el mal; y esto puede estar separado por una línea más fina de lo que nos damos cuenta. Como dice el aforismo: el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones.  Cada persona tiene que ejercitar la capacidad de detectar y reconocer esos deseos, sentimientos y pensamientos inconscientes que existen dentro. El psicólogo americano Rollo May escribió una vez: «Nuestra época es de transición y en ella se deniegan los canales normales para utilizar lo demoníaco; y esas épocas tienden a ser tiempos en los cuales lo demoníaco se expresa en su forma más destructiva»2.

En pocas palabras, en estos tiempos tenemos que estar extremadamente atentos a lo que hay en nuestro interior. Nuestras mentes –nuestro pensamiento y consciencia– son un objetivo y lo han sido durante mucho tiempo. En este último siglo esto se ha hecho más evidente, más público. En los tiempos modernos cada vez nos quedamos más atrapados dentro de nuestras historias en torno a necesidades psicológicas y «pérdida del yo». Quizás lo que necesitemos sea reconocer que algunas personas están sufriendo lo que se denomina «pérdida del alma».

Las personas que experimentan «pérdida del alma» frecuentemente tienen la sensación de estar fragmentadas, de no estar completas o totalmente «en» sí mismas; sienten como si les faltara una parte esencial de sí mismas. Clínicamente pueden ser diagnosticadas de «disociadas». La depresión es otro síntoma de pérdida del alma, la cual puede asociarse a los traumas de la vida moderna: miedo, terror (guerra), incesto o violación, abuso doméstico. Todos ellos son estreses externos que genera la vida actual. El terapeuta y educador John Bradshaw utiliza el término vergüenza tóxica que ve como una forma de alienación del yo, que causa «otredad». En respuesta a ello, para llenar este vacío interno la gente puede volverse hacia fuentes externas.

Carl Jung también se refería a la pérdida de alma en su trabajo psicológico. Según el psicoterapeuta Robert Francis Johnson:

«Esta pérdida del alma de la que habla Jung se manifiesta en nuestra cultura por las crisis a las que todos nos enfrentamos (aumento en el uso de drogas, violencia, insensibilidad moral y emocional), y por nuestro intento de resolver las cuestiones morales y espirituales eligiendo líderes heridos que prometen respuestas económicas».3

Es interesante que aquí Johnson hace referencia a «líderes heridos» que buscan nuestra conformidad mediante el lenguaje de la codicia («respuestas económicas»).  De manera similar, la prominente analista junguiana Marie von Franz escribe que:

«La pérdida del alma puede observarse hoy día como un fenómeno psicológico en las vidas cotidianas de los seres humanos que nos rodean.  La pérdida del alma aparece en forma de una aparición repentina de apatía y desgana; la alegría ha desaparecido de la vida, la iniciativa se ha paralizado, uno se siente vacío, todo parece inútil».4

¿No es una descripción de lo que mucha gente afronta actualmente? ¿Apatía, desgana, sensación de inutilidad, una vida sin alegría? Claramente hay un problema social tóxico, e indudablemente necesitamos una respuesta metafísica.

 

¿Dónde está lo metafísico?

Cualquier sociedad o civilización que no reconozca al humano como un ser evolutivo se quedará corta en sus logros. Simplemente no podemos permitirnos fracasar, al menos a la larga. Pero el reconocimiento del humano como un ser en desarrollo no procederá inicialmente del mundo; y definitivamente no de las instituciones socioculturales y políticas. Al principio  solo provendrá del individuo, que es desde donde se debe alimentar el cambio genuino. Ahora es un momento crucial para gestionar nuestros estados psicológicos, emocionales y físicos. Podemos sentir incertidumbre acerca del futuro, pero tenemos las tecnologías para transformar radicalmente nuestra era en algo sin precedentes. Tenemos tanto tecnologías externas como lo que podrían llamarse «tecnologías del alma». Lo que somos se lo transmitimos a los demás. Nos vemos compelidos no solo a estar atentos conscientemente sino, lo que es crucial, tanto a ser sensatos como a actuar plenamente con alma.

A nivel práctico, las personas que, debido a la crisis actual, han despertado por todo el mundo para buscar un mayor desarrollo interno no son mayoría. Se puede decir que en el presente existe un malestar metafísico. Aquellas personas que aspiran a un autodesarrollo interno aún son demasiado pocas. Sin embargo, nunca se precisó una mayoría: hay suficientes.

La humanidad está actualmente involucrada en un momento trascendente en el camino de su especie. Sea o no reconocido, cada uno vive y participa en una realidad que existe sobre principios metafísicos profundos. Eso es lo esencial. Podemos elegir participar en esta realidad metafísica, consciente y voluntariamente, o vagar a la deriva a través de nuestras vidas sin darnos cuenta de las fuerzas que nos impulsan. Justo ahora se trata de reconocer esta elección y decidir si actuar sobre ella. No será fácil, debido a todos los obstáculos que los sistemas de gobierno asolados por la psicosis arrojarán sobre nosotros.Y aun así debe ser una fuerza de inquebrantable compromiso interno y autoconfianza genuina. Cada persona debe elegir su libertad desde dentro. El lugar real de la libertad solo puede estar dentro del ser interno, y es en él donde debemos colocar nuestra confianza.

 

Extractado del libro Healing the Wounded Mind: The Psychosis of the Modern World and the Search for the Self.

 

Kingsley L. Dennis es el  autor de Healing the Wounded Mind: The Psychosis of the Modern World and the Search for the Self y Los tiempos del bardo: hiperrealidad, alta velocidad, simulación, automatización, mutación, ¿un fraude? Disponibles en Amazon.Visítelo en la web en https://www.kingsleydennis.com/

 

Notas finales

1 Brunton, Paul. 1974 (1952). The Spiritual Crisis of Man. Londres: Rider & Company, pág. 17

2 Citado en Levy, Paul. 2013. Dispelling Wetiko: Breaking the Curse of Evil. Berkeley, CA: North Atlantic Books, pág. 17

3 Citado en Ingerman, Sandra. 2010. Soul Retrieval: Mending the Fragmented Self. Nueva York: HarperOne, pág. 90

4 Citado en Ingerman, Sandra. 2010. Soul Retrieval: Mending the Fragmented Self. Nueva York: HarperOne, pág. 22

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