[Ensayo extraído del capítulo 3 del libro New Revolutions for a Small Planet escrito por el autor en 2010-2011 y publicado en 2012].

 Nuestra época está marcada por un clima universal de destrucción y renovación. Es un estado de ánimo que se deja sentir en todas partes, política, social y filosóficamente… Esta peculiaridad de nuestro tiempo, que, por supuesto no hemos elegido conscientemente, es la expresión del inconsciente del ser humano que está cambiando dentro de nosotros. Si la humanidad no quiere destruirse a sí misma con la fuerza de su tecnología y su ciencia, las generaciones venideras habrán de tener en cuenta esta transformación trascendental… Es mucho lo que está en juego, y hay tanto que depende de la constitución psicológica del ser humano moderno.

Carl Gustav Jung

 

El rápido ascenso cultural a un estado mental tecnológico –una época de modernización y técnica científica nacida en Occidente– corre simultáneamente el peligro de precipitar a la humanidad hacia un abismo irreversible. Somos una especie infantil que está literalmente «creciendo en público», y que por tanto se ve obligada a vivir –y esperemos que sobreviva– con todos nuestros errores y transgresiones. Como especie relativamente nueva en nuestro planeta, hemos atravesado oleadas consecutivas de progreso y procesos civilizadores para emerger en la cúspide de una nueva era: la transición de la infancia a la adolescencia de la especie. Esta transición, sostengo, implicará en sí misma una experiencia ritual colectiva, no muy distinta de los ritos de iniciación de las sociedades indígenas: un rito de paso de la especie.

Cada vez es más evidente que si queremos continuar el despliegue evolutivo en la Tierra tendremos que pasar por una «experiencia iniciática» de gran intensidad. En este viaje hemos pasado por varias fases de organización sociocultural, utilización de la energía y revoluciones en las comunicaciones. En cada época estos rasgos han convergido para caracterizar su fase específica; es decir, la organización social está intrínsecamente relacionada con la utilización de la energía y las tecnologías de la comunicación. Estas reconfiguraciones han definido las relaciones sociales y las percepciones espaciotemporales de la época que, a su vez, influyen en el modo en que los cerebros humanos perciben su realidad. Se ha señalado que ha habido una evolución general desde la consciencia mitológica (culturas orales), a la consciencia teológica (culturas escritas), a la consciencia ideológica (culturas impresas), y a la consciencia psicológica (culturas eléctricas).1 Las tecnoculturas modernas están muy ligadas a una consciencia psicológica subyacente, favorecida en los últimos cien años por el nacimiento del psicoanálisis y una gran cantidad de estudios y prácticas psiquiátricas.

Nuestras formas modernas de guerra encarnan una mezcla de consciencia ideológica (nacionalidad, religión, etcétera) y consciencia psicológica (miedo a la pérdida/escasez, necesidad de seguridad, etcétera) que no han hecho sino exacerbar una guerra mental contra los individuos y nos han empujado colectivamente hacia un estado global de psicosis. De forma similar, el filósofo Jean Gebser describió las cinco estructuras de la consciencia como arcaica, mágica, mítica, mental e integral. Así pues, estamos lidiando con nuestra etapa mental, una era desequilibrada y excesivamente racional, hasta que podamos ser impulsados hacia la era de la consciencia integral: la próxima transformación.

Pero, mientras la Tierra se encuentra en una situación de caos ecológico, la humanidad está en un estado de agitación psicológica y espiritual. Como los acontecimientos turbulentos se aceleran en ambos lados exponencialmente, se está acabando el tiempo en el que esta curva casi vertical pueda continuar. El equilibrio natural entre el ser humano y la Tierra parece haberse perdido, y este desequilibrio se alimenta ahora de una especie de energía caótica que desnivela aún más la situación. En el pasado, las sociedades humanas gestionaban su tiempo, su trabajo y su equilibrio social integrando sus actividades con el tiempo y los movimientos estacionales, mientras que ahora nuestras megasociedades prácticamente han abandonado estos ciclos y cuerpos de conocimiento. Con esta pérdida de cosmología funcional y de ritmo planetario-solar-cósmico nos hemos deslizado hacia un periodo de progreso técnico divorciado de un significado y una pertenencia más elevados. La mente humana, antaño encantada, inspirada por la epifanía, la revelación, la intuición y la conexión cósmica, se ha adentrado en el desencanto y en lo que para muchos es la monotonía.

A pesar de haber evolucionado a través de varias etapas de consciencia y diversos estados mentales, y de haber alcanzado el paso final en esta secuencia, ahora necesitamos desesperadamente dar el salto hacia una nueva mente. En otras palabras, nuestra consciencia psicológica actual puede parecer una mente nueva, incluso una mente radical, pero yo sostengo que es una mentalidad que representa un crecimiento sucesivo de la antigua consciencia; y como tal, es la etapa final de la antigua secuencia. Del mismo modo que la octava de la escala musical necesita un intervalo para «saltar» al siguiente tono, también nuestra actual octava de consciencia requiere un intervalo para saltar a una nueva secuencia. Nuestra secuencia vigente (a la que me referiré como la vieja consciencia o la vieja mente) ha culminado creando un contexto artificial para nuestra vida actual. Mediante un uso extravagante de la energía y una inclinación hacia el «mecanismo», nos hemos alejado del flujo orgánico de un mundo siempre renovado. En palabras de un comentarista del siglo XX:

La civilización de nuestro tiempo, con sus ilimitados medios para extender su influencia, ha arrancado al hombre [sic] de las condiciones normales en las que debería vivir. Es cierto que la civilización le ha abierto nuevos caminos en el dominio del conocimiento, la ciencia y la vida económica, ampliando así su percepción del mundo. Pero, en lugar de elevarlo a un nivel superior de desarrollo integral, la civilización solo ha desarrollado ciertos aspectos de su naturaleza en detrimento de otras facultades, algunas de las cuales ha destruido por completo… la percepción del mundo del hombre moderno y su propio modo de vida no son la expresión consciente de su ser considerado como un todo completo. Por el contrario, no son sino la manifestación inconsciente de una u otra parte de él. Desde este punto de vista, nuestra vida psíquica, tanto en lo que se refiere a nuestra percepción del mundo como a nuestra expresión de la misma, no llega a presentar un todo único e indivisible.2

Esto sugiere que hemos adoptado una forma de desarrollo desequilibrada e inarmónica. Nuestra vieja mente ha estimulado el crecimiento de determinados aspectos físicos de la vida –ciencia, tecnología, gestión, control, etcétera– en detrimento de una «mente completa» holística e integrada que incorpore los ciclos naturales sostenibles de una Tierra orgánica. Es necesario un cambio hacia formas culturales alternativas, que sirvan para situar a la humanidad dentro de la dinámica de nuestro planeta. Tenemos que adaptarnos a un planeta cambiante y en evolución, en lugar de intentar forzar a un planeta mucho más resiliente a adoptar a una especie impulsada por el ego, recién llegada y voraz.

Se requiere nada más y nada menos que una experiencia reveladora global, que sea capaz de despertar la consciencia humana colectiva para el gran viaje evolutivo que tenemos por delante, tanto nuestra especie como el planeta Tierra. Hemos entrado en nuestra ventana de crisis, un periodo de cambio intenso en el que estamos llamados a dar el salto desde la octava de la vieja mente (caracterizada por la patología del poder) a la secuencia inicial de una nueva mente integral (caracterizada por la colaboración y la compasión). Durante los últimos miles de años, la raza humana se ha definido a sí misma por medio de la crisis y la calamidad, la lucha y la codicia.

Nos hemos hacinado en aglomeraciones urbanas densamente pobladas donde, a diario, nos cruzamos con miles de personas, con decenas de miles más viviendo a pocos minutos de donde nos encontramos; y sin embargo cada uno de nosotros actúa independientemente de los demás, sin ser consciente de nuestra interdependencia intrínseca. Individualmente desempeñamos nuestros papeles diferenciados, utilizando vínculos y redes cuando lo necesitamos, pero a menudo sintiéndonos al mismo tiempo aislados. Psicológicamente estamos separados, solos en nuestros esfuerzos, mientras que colectivamente estamos organizados socialmente y regulados y gestionados eficazmente. Tal estado de soledad existencial colectiva (¿tal vez distanciamiento?) refleja las energías de la vieja mente de competición y lucha, que es una psicología y un comportamiento antisocial, y que es perjudicial para nuestro planeta que puede verse forzado a un cambio repentino. En cierto modo, este comportamiento de la mente antigua refleja la «Caída» mitológica, que supone una forma subyacente de culpabilidad colectiva subconsciente. Como señala el mitólogo Richard Heinberg:

Cuando la consciencia humana perdió el contacto con su fuente de poder interna y celestial, surgió la tecnología como sustituto del poder. Su primera aparición fue en forma de magia simpática y como invocación de seres espirituales para cambiar la Naturaleza en beneficio humano. Sin embargo, a medida que la consciencia humana se restringía cada vez más al mundo material, aparecieron las tecnologías puramente mecánicas.3

Nuestras sociedades mecánico-tecnológicas relativamente modernas necesitan una revisión –una transformación psicofísica– si queremos navegar con éxito por un cambio/iniciación global hacia un futuro sostenible para el planeta.

Forcejeamos en un corredor de energía menguante; a medida que ampliamos nuestro alcance mediante infraestructuras cada vez más extensas (comunicaciones, viajes, cadenas de suministro, etcétera) dependemos más y más de estructuras que consumen mucha energía. Además, mientras la gente se apresura a contactar entre sí, los intereses corporativos y nacionales compiten por controlar, almacenar, utilizar y gestionar los recursos fundamentales de la civilización. Tenemos que cambiar radicalmente la forma de utilizar y gestionar nuestras energías materiales y psíquicas. Por esta misma razón, afirmo que nos dirigimos hacia una transformación psicofísica de la vida en el planeta Tierra.

Es casi seguro que se trata de una carrera entre una consciencia global emergente (una nueva secuencia de evolución psíquica) y perturbaciones sociales y culturales de gran magnitud. A pesar de nuestra era moderna de derechos sociales y humanos, sensibilidades étnicas y éticas, ya nos hemos visto empujados hacia un umbral crítico en el que se avecina un cambio dramático y relativamente repentino. De hecho, puede que ya hayamos reservado nuestro billete para una experiencia colectiva cercana a la muerte: la iniciación de choque necesaria para nuestro despertar global y nuestra transición psicofísica.

Ritos de paso

Michael Grosso se hace eco de las palabras del sociólogo ruso Pitirim Sorokin cuando afirma que:

… la nuestra es una cultura sensorial en desintegración, a punto de convertirse en una nueva cultura ideacional, una cultura de consciencia superior. Podríamos decir que estamos inmersos en una experiencia cercana a la muerte de nuestra civilización sensorial.4

Aunque la negación de la muerte aqueja a nuestra «cultura sensorial» (léase «cultura secular»), los signos de un ciclo moribundo –una muerte antes de la renovación– nos rodean por todas partes. Hemos acelerado (explotado) hasta el límite nuestros sistemas de alto consumo energético. La única alternativa de la que disponemos, si no queremos enfrentarnos a una implosión repentina, es someternos a un rito de paso: una experiencia iniciática de muerte y renovación que marque nuestro paso de la infancia a la adolescencia de la especie. Según Elizabeth Kubler-Ross, psiquiatra especialista en estudios sobre la proximidad de la muerte, la condición terminal es un desafío al crecimiento; sacude la estructura básica de la personalidad y permite nuevas posibilidades de percepción y relación. En una obra de Luigi Pirandello –El hombre de la flor en la boca– un hombre sale de la consulta del médico que le ha diagnosticado una enfermedad mortal; con este conocimiento de la muerte inminente, el mundo del hombre cambia de repente y cada pequeña cosa adquiere significado. Su consciencia experimenta una conversión: un diagnóstico desolador y un shock seguidos de una valiente renovación. Del mismo modo, la humanidad puede verse atrapada en un diagnóstico fatal forzado por el cambio, a medida que nuestras civilizaciones globales comienzan a adentrarse en la agonía cercana a la muerte. Quizá el nuestro sea un mundo con una flor en la boca.

 

Otra forma de considerar el tránsito de la civilización occidental es como una etapa preparatoria para un acontecimiento iniciático; un movimiento orientado a llegar a un rito de paso, un periodo de transición en el que debemos encontrarnos con un periodo oscuro. Este periodo oscuro se caracterizará por la guerra y la crisis nuclear, la degradación del medio ambiente y la crisis ecológica, la alienación cósmica y la crisis espiritual, para llegar finalmente a una transformación de los individuos, de nuestra especie y de nuestro planeta. Quizás se trate de un encuentro histórico con la mortalidad a escala épica, señalado por una espiral de inquietud en la consciencia colectiva de la humanidad. No se sabe a ciencia cierta qué conllevará este encuentro, pero los signos de estrés global son cada vez más visibles: problemas con los recursos naturales (combustible, alimentos y agua dulce), alteraciones climáticas, pérdida de biodiversidad, deforestación, acidificación de los océanos, pérdida de tierras agrícolas, contaminación química de la estratosfera, debilitamiento de la magnetosfera de la Tierra, y otros muchos. Así pues, es probable que nuestro encuentro iniciático nos sitúe cara a cara con los aspectos más oscuros y mortales de nuestra existencia; con la muerte, la perturbación, el caos y una crisis de comunidad y civilización. El hecho de que no tengamos memoria cultural de habernos enfrentado antes a una transición tan trascendental nos sitúa en un territorio nuevo y aterrador. Como afirma Richard Tarnas:

Quizá el hecho de que nuestra cultura no ofrezca rituales de iniciación no se deba simplemente a un error cultural masivo, sino que refleje e incluso impulse la inmersión de toda la cultura en su propia iniciación colectiva masiva. Tal vez, como civilización y como especie, estemos experimentando un rito de iniciación del tipo más profundo y trascendental, representado en el escenario de la historia con, por así decirlo, el propio cosmos como matriz tribal del drama iniciático5.

Tarnas continúa diciendo que, como especie, puede que ahora estemos inmersos en una carrera entre la iniciación y la catástrofe.

Al mismo tiempo, sin embargo, no acabamos de comprender del todo el proceso de iniciación: tener que enfrentarnos a nuestro lado oscuro, superar una serie de pruebas y emerger como héroes. Parte de la iniciación –el sufrimiento y las luchas internas y externas– es una búsqueda intrínseca de sentido; el viaje al inframundo y el regreso no es solo una prueba externa de fortaleza, fuerza de voluntad y determinación, sino también un viaje necesario para purgarnos y prepararnos. La terrible experiencia nos prepara para emerger tras ella como seres maduros y, con suerte, más sabios. La consciencia colectiva de la humanidad está manifestando actualmente temblores que, con demasiada frecuencia, son manipulados por las fuerzas sociales hacia el miedo y la inseguridad. Sin embargo, se nos pide que transformemos la mente de nuestra especie, nuestro pensamiento global, en una mente más enérgica, centrada e integral.

Estamos tambaleándonos en el umbral del viaje del héroe –el descenso a los infiernos y el regreso–, la iniciación, el rito de paso, nuestra noche oscura del alma.6 La «noche oscura del alma» puede implicar una crisis personal y colectiva de significado, una desorientación (quizá incluso desesperación) en la cual la identidad del yo se disuelve y se renueva. Este proceso se ha representado a menudo en los mitos como un rito de paso. Según el famoso mitólogo Joseph Campbell, hay tres fases en los ritos de paso: separación, iniciación y retorno. La fase intermedia –la iniciación– es la etapa transformadora, el impulso transicional, la transfiguración, que prepara el camino para el regreso: la vuelta al mundo como una fuerza renovada.

Nuestra propia «noche oscura del alma» global puede simbolizar perfectamente el propio ritual de muerte-renacimiento de la humanidad que las culturas chamánicas e indígenas reconocen durante las transiciones, como la de la infancia a la edad adulta, de la dependencia a la independencia, de la inocencia a la madurez. Al pasar por un periodo de iniciación global, una inmersión psíquica masiva, se nos pueden proporcionar las energías y los impulsos para catalizar un crecimiento de la consciencia y la comprensión psíquica: una transición de una etapa psicológica a una etapa integral de consciencia. Como dice Duane Elgin:

En el núcleo de nuestra historia como especie se encuentra la narración de nuestro movimiento a través de una serie de paradigmas perceptivos, a medida que trabajamos para alcanzar nuestra madurez inicial como civilización planetaria autorreflexiva y autoorganizada.7

Elgin cree que estamos atravesando una serie de «décadas sobrecalentadas» de las que puede surgir una «nueva aleación humana». Sin embargo, estas décadas ardientes presenciarán el sufrimiento de millones de personas a medida que la destrucción y el desorden nos obliguen a actuar contra nuestra complacencia colectiva:

El sufrimiento inútil es el fuego psicológico y psíquico que puede despertar nuestra compasión y fusionar a individuos, comunidades y naciones en una civilización global cohesionada y conscientemente organizada.8

El malestar físico, la angustia y la inseguridad quizá tengan que ser el precio a pagar para catalizar la consciencia integral y una nueva era planetaria. Como dice Elgin:

Al final nos daremos cuenta de que tenemos que elegir entre una especie-civilización gravemente herida (o incluso muerta antes de nacer) y el nacimiento de una familia humana y una biosfera magulladas, pero relativamente sanas.9

Un trauma psicológico compartido combinado con una serie de profundas crisis físicas pueden ser los requisitos necesarios –el precio mínimo de admisión– para la inmersión iniciática global hacia una transformación psicofísica de la vida en el planeta Tierra.

En relación con este tema, es interesante señalar que a principios y mediados de la década de los ochenta dos hipnoterapeutas estadounidenses –Chet Snow y Helen Wambach– llevaron a cabo una serie de progresiones hipnóticas hacia la vida futura con grupos (tanto en Estados Unidos como en Europa) de edades muy variadas. Este proyecto experimental comenzó inicialmente como un medio para influir en la curación de un paciente, y luego se amplió a medida que se hizo evidente que se estaba recopilando una serie de datos inusuales. Empezó a revelarse que casi todos los pacientes, cuando progresaban a una vida futura, atestiguaban vivir en un escenario posterior a una catástrofe. A continuación, todos los grupos de pacientes fueron trasladados a una época mucho más lejana en el tiempo; de nuevo, todos los relatos se referían a civilizaciones que habían surgido tras un cataclismo global de algún tipo desconocido. Snow y Wambach pudieron clasificar el 90% de estos escenarios futuros en lo que denominaron cuatro tipos de futuro:

1 Hábitats espaciales: fuera de la Tierra, en estaciones espaciales, colonias u otros planetas;

2 Comunidades Nueva Era en la Tierra: normalmente cerca de montañas o costas, en entornos naturales;

3 Centros urbanos de alta tecnología: normalmente en ciudades con cúpulas, centros cerrados artificialmente o bajo tierra;

4 Supervivientes rurales: en aldeas más básicas con pocos recursos, que viven entre los escombros de las que fueron grandes ciudades.10

Aunque no se trata de una verificación de catástrofes futuras, lo que sí muestra, como mínimo, es una preocupación subconsciente, o ansiedad, por nuestro futuro. También demuestra una posible psicosis inconsciente colectiva que actúa para advertirnos de posibles crisis mundiales inminentes. Chet Snow, uno de los iniciadores de las progresiones hacia la vida futura, comenta que:

Si existe una consciencia planetaria o de especie, las actuales premoniciones subconscientes de catástrofes inminentes… pueden reflejar temores colectivos tácitos de que solo un cambio drástico y dramático puede resolver los numerosos y espinosos problemas de nuestro orden mundial actual.11

Snow continúa diciendo que, para elegir y desarrollar alternativas positivas para nuestro futuro, en primer lugar es necesario que nos enfrentemos a nuestros «profundamente programados miedos al desastre»; en efecto, adentrarse en el viaje al inframundo, luchar a través del acontecimiento iniciático y volver/emerger como héroes renovados.

De forma un tanto sorprendente, este viaje mitológico de oscuridad y retorno del héroe, también se refleja en los casos, ahora ampliamente documentados, de experiencias cercanas a la muerte (ECM). Al igual que en el caso de las progresiones hacia la vida futura, muchas personas que han estado a punto de morir (o, en algunos casos, han estado clínicamente muertas durante un breve periodo de tiempo) han tenido una experiencia extracorpórea que les ha proporcionado una visión inusual. El psicólogo Kenneth Ring, que ha estudiado la experiencia cercana a la muerte durante casi 40 años, ha descubierto que las personas regresan de la experiencia con una visión del mundo cambiada, que a menudo se inclina hacia una psique y una consciencia (re)energizadas. Quizá, por utilizar el simbolismo anterior, regresan con una flor en la boca. En una serie de sesiones, Ring observó cómo más del 50% (frente a menos del 20% del grupo de control) afirmaba que tras la ECM se habían visto inundados por más información de la que podían absorber, y que también afirmaban ser capaces de procesar la nueva información mejor que antes. Todos los grupos de Ring coincidieron en que quienes habían tenido una experiencia cercana a la muerte creían que la humanidad se encontraba en medio de un cambio evolutivo hacia una mayor consciencia espiritual:

… todos los grupos tienden a coincidir en que estas experiencias reflejan una inteligencia intencionada y forman parte de una corriente evolutiva acelerada que está impulsando a la raza humana hacia una consciencia superior y una espiritualidad elevada.12

Ring señala que la verdadera importancia de los «encuentros extraordinarios» de las ECM puede residir en sus «implicaciones evolutivas para la humanidad». De forma similar, otra investigadora de las ECM, Margot Grey, llegó a una conclusión casi idéntica en su libro Return from Death:

Se diría que mecanismos fisiológicos similares operan tanto en el fenómeno de las ECM como en el de la kundalini, y que ambos son aspectos de la misma fuerza evolutiva. En conjunto, estos casos espectaculares de transformación representan un porcentaje sorprendentemente grande y creciente de la población y, por lo tanto, cabe esperar que tengan una influencia cada vez mayor en la consciencia colectiva del resto de la especie, tanto a nivel consciente como subconsciente… Parece que está a punto de nacer una nueva raza humana y que, para que esto ocurra, nuestra consciencia y nuestra estructura biológica están experimentando una transformación radical. Lo que al parecer estamos observando es un proceso de renacimiento que… culminará con el nacimiento de un ser humano iluminado, conocedor de la vida y el orden del universo.13

Se trata de especulaciones de gran peso y profundidad: las experiencias cercanas a la muerte son precursoras, o forman parte de un proceso mayor, que proporciona un «proceso de renacimiento» que culminará en la siguiente etapa de la evolución de la humanidad.

Estas experiencias «de otro mundo» o extracorpóreas, incluidas las progresiones hipnóticas hacia la vida futura, comparten patrones similares en el sentido de que la mente en general (expresión utilizada inicialmente por el filósofo Michael Grosso), o la consciencia colectiva de la humanidad, trabaja con imágenes/señales que hablan de grandes cambios tanto físicos como psíquicos. En otras palabras, la propia Tierra puede estar entrando en un periodo de inestabilidad y perturbación, a la vez que cataliza una transformación dramática, y quizás inquietante, de la consciencia humana. La iniciación global –nuestros ritos de paso– puede implicar una experiencia colectiva cercana a la muerte que no solo nos afectará física y psíquicamente, sino que también implicará directamente a nuestro planeta Tierra.

Rifkin, J, The Empathic Civilization: The Race to Global Consciousness in a World in Crisis, 2010, Polity Press.

2 Un extracto de los escritos de G I Gurdjieff extraido de http://www.gurdjieff.org/needleman2.htm

Heinberg, R, Memories & Visions of Paradise: Exploring the Universal Myth of a Lost Golden Age, 1990, The Aquarian Press

Grosso, M, The Final Choice: Playing the Survival Game, 1985, Stillpoint Publishing, p5

Tarnas, R, ‘Is the Modern Psyche Undergoing a Rite of Passage?’, 2001, http://www.cosmosandpsyche.com/Essays.php, p19

6 La noche oscura del alma es el título de un poema y un tratado escrito por el místico católico del siglo XVI San Juan de la Cruz.

7 Elgin, D, Awakening Earth: Exploring the Evolution of Human Culture and Consciousness, 1993, William Morrow & Company, p24

Elgin, D, Awakening Earth: Exploring the Evolution of Human Culture and Consciousness, 1993, William Morrow & Company, p121

Elgin, D, Awakening Earth: Exploring the Evolution of Human Culture and Consciousness, 1993, William Morrow & Company, p150

10 Snow, C B, Mass Dreams of the Future, 1989, McGraw-Hill

11 Snow, C B, Mass Dreams of the Future, 1989, McGraw-Hill, p50

12 Ring, K, The Omega Project: Near-Death Experiences, UFO Encounters, and Mind at Large, 1992, William Morrow, p190

13 Citado en Ring, K, The Omega Project: Near-Death Experiences, UFO Encounters, and Mind at Large, 1992, William Morrow, p170

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