«La humanidad tiene que asumir lo que fluye desde las alturas espirituales hacia la vida terrenal. Puede rechazarse. Si se rehúye, la posibilidad de progreso humano, de progreso cultural, de civilización humana, cesan para quienes lo han rechazado, y el desarrollo ulterior de la humanidad tendrá que  buscarse entre otros pueblos y en otros ámbitos…»

Rudolf Steiner

Una revelación, o renovación, de la vida interior del ser humano es ahora de suma importancia. Esta es la ventana de tiempo, de oportunidad, ya que la humanidad se encuentra plagada de incertidumbres y de muchas fuerzas indeseables. Lo que se necesita es nada menos que una re-evolución humana desde los impulsos inferiores y la comprensión atrofiada hacia una realización más plena del ser. Es el momento de «juzgarse», para que haya alguna posibilidad de desarrollar nuestras facultades superiores humanas innatas. No es el momento de replegarse y retirarse a la propia cueva interior de oscuridad e ignorancia, como una expresión personalizada de la época medieval. La ignorancia colectiva era un estado que había que atravesar para avanzar hacia la autoconsciencia individualizada. Un periodo de «sueño interior» permitió a la humanidad estar en condiciones de recuperar sus facultades de consciencia espiritual como si fueran nuevas. Y las verdades abstractas dominaron a fin de obligar a la gente a buscar verdades interiores más reconocibles. A la modernidad se llegó a través de este período de despertar individual gradual de un letargo de formación de masas, o de mentalidad condicionada por las masas. Permanecer en este nivel sería desastroso para el desarrollo humano, ya que significaría volver a caer en estados inferiores de vibración basados en los bajos instintos y apetencias. También conduciría a abrir la puerta a una mayor dominación y esclavitud. Lo que se necesita es que un número significativo de individuos reconozca las herramientas y capacidades internas que ya poseen, y que se relacionen con ellas.

Lo que esto implica es no quedar atrapados, enredados, en la narrativa de existir como seres singulares a la deriva en un mundo poblado por otros seres individuales, aislados de conexiones significativas y resonantes. El ser humano es una criatura relacional; es decir, estamos constantemente en correspondencia y comunicación con una abundancia de vida externa a nosotros. Y, sin embargo, las narrativas dominantes del condicionamiento psicológico están obligando a las personas a «protegerse en lugar de conectar». Este no es un tiempo para cerrarse, sino para abrirse. Se han hecho preparativos para este momento; el ser humano ha sido recableado para que la sincronización resonante tenga lugar. Sin embargo, esto se puede bloquear si las personas cierran sus receptores debido al miedo, la angustia, la ansiedad, etcétera. Estos estimulantes externos del miedo han sido deliberadamente desencadenados con el propósito de que las personas cerraran sus capacidades y facilidades internas innatas. El punto aquí es permitir más en lugar de impedir. La sobreabundancia de estímulos externos –información errónea, disonancia de los medios de comunicación, imágenes extremas, alarmismo, etcétera– actúan interfiriendo en la propia relación de la persona con su ser. Y la respuesta inmediata a esto puede ser, a menudo, encerrarse en un modo egoísta de ansiedad e ira.

Aferrarse a la propia angustia aumenta el espectro del proteccionismo y la lástima; y este estado sugiere la aceptación de que a uno le pueden herir; lo que sugiere hallarse en «modo víctima». Eso hace que la persona entre inmediatamente en un estado vibratorio inferior. Además, este estado de mente/ser hace que las fuerzas vitales de una persona se contraigan, se retraigan y se cierren. La persona se convierte entonces en una isla[1]. Paradójicamente, cuando uno se encuentra en este estado, la necesidad de «pertenecer» no es relacional –es decir, tender la mano a contactos o amigos específicos– sino más bien masiva. En otras palabras, una «persona herida» busca la solidaridad y el consuelo dentro de la seguridad de las masas. Y esto también implica aceptar el consenso narrativo de las masas, junto con la «seguridad» del organismo autorizado (por ejemplo, el Estado) que apoya y mantiene esta narrativa dominante con mentalidad de masas. Por lo tanto, el propio enjuiciamiento exige un reajuste que, en mi opinión, es un permiso –una receptividad– al impulso de desarrollo que está fluyendo en la vida física desde el exterior. Como dijo el místico austriaco Rudolf Steiner en la cita inicial, ahora la humanidad necesita aceptar lo que fluye «desde las alturas espirituales hacia la vida terrenal». Se puede rechazar, señala; pero si se rehúye, la consecuencia es que las personas que lo han rechazado pierden la posibilidad de seguir desarrollándose. Y con ello, también obstaculizan el progreso de la civilización humana en su conjunto. Esto puede sonar dramático, pero también hay que reconocer lo que está en juego en estos tiempos.

Cuanto más nos cerremos –para protegernos y desconectarnos– más peligro corremos de calibrar nuestras vidas en consonancia con un carácter maquinal; es decir, con un modo de automatización. Así se despeja el camino hacia el transhumanismo y la dominación de los impulsos tecnocráticos. Una persona cerrada es el candidato ideal para su inclusión en una masa socialmente gestionada y programada mentalmente. Esto ha de verse ahora, ya que estas fuerzas e impulsos están llegando con creciente velocidad y fiereza. Este es un punto de transición para la humanidad, ya que ha llegado el momento de elegir un camino de desarrollo específico para la especie. Es imperativo que no nos quedemos atrapados en una malla de materialismo que ofrece muchas fantasías y promesas, pero que en última instancia proporciona un paquete de contención y control. En lugar de ello, podemos alinearnos desde un punto de vista diferente, pues tal es nuestro derecho como individuos soberanos.

El impacto y las consecuencias de las fuerzas e impulsos entrantes dependen en gran medida del estado de consciencia con el que se encuentren. Y esto determinará cómo progresa la humanidad, y si se desarrolla o no en alineación evolutiva. Ciertas fuerzas, tanto las que operan dentro de la visibilidad como las no visibles, preferirían que la humanidad residiera en un estado de desconocimiento. Por ello, nuestra responsabilidad actual es esforzarnos por ser cada vez más conscientes, y estimular la percepción consciente en tantas personas como sea posible. Ya no es factible a largo plazo permanecer en la ignorancia de los objetivos que hay detrás de los asuntos mundiales, o de los procesos que dirigen deliberadamente las creencias y patrones de pensamiento de la gente. Del mismo modo, estar ausente del impulso trascendental en nuestras vidas es, en última instancia, un camino hacia el estancamiento en términos de desarrollo interior. Como especie, o evolucionamos y nos desarrollamos o no lo hacemos. Y la evolución de la especie humana implica que nos volvamos receptivos y conscientes a los impulsos cósmicos que nos conectan con la consciencia de la Fuente. Es necesario que este entendimiento se haga más conocido y se hable más de él, en lugar de mantenerlo oculto como ha ocurrido en el pasado. De lo contrario, la especie humana corre el peligro de sucumbir a influencias entrópicas que operarán para disminuir el pensamiento crítico, la expresión imaginativa y la libertad de la experiencia vital.

El papel cada vez más importante de la lógica maquinal, del ingenio, que ahora se alaba y se fomenta, es un camino diferente al de la auténtica sabiduría. Como dijo una vez el esquivo sabio japonés Setsuna: «No es sabio ser inteligente». Cuantas más personas puedan enfrentarse a sus influencias externas de forma consciente, más comprensión se obtendrá. La tendencia externa de estos tiempos es el engaño en nuestras instituciones, en las que antes se confiaba, en nuestros sistemas socioculturales, en nuestros órganos de información, educación y entretenimiento. Estas no son más que fuerzas de decadencia en lugar de desarrollo; y representan el marchitamiento en lugar del florecimiento de la semilla. Tales fuerzas entrópicas se oponen al avance espiritual de la humanidad y ahora se han visto obligadas a avanzar, antes de que suficientes individuos dentro del colectivo adquieran consciencia y reconozcan la realidad de los impulsos trascendentales que conectan a la humanidad con la Fuente. Estamos en el periodo de la consciencia espiritual, y por eso las contrafuerzas están trabajando desesperadamente para actuar contra estos procesos de desarrollo. Es en este periodo cuando el ser humano consciente, individualizado y con pensamiento independiente debe emerger. Es el momento de la revelación –un renacimiento humano–  o de la sentencia.

Un período como el que estamos afrontando exige dedicación y compromiso; porque si no, los impulsos invasores de apatía e impotencia servirán para disminuir las capacidades receptivas del ser humano, necesarias para recibir conscientemente los impulsos trascendentes, que de lo contrario se convertirán en esfuerzos mecánicos y materialistas. El pensamiento perceptivo independiente y con voluntad propia (que incluye la resonancia del corazón) es necesario para recuperar la visión intuitiva que antaño era natural en el ser humano. La humanidad está preparada para este camino de avance potencial; pero se ve obstaculizada por fuerzas que deliberadamente pretenden frenarnos. La elección aquí es permanecer enmudecido y adormecido –es decir, psicológicamente momificado– por la programación mental dominante de la realidad consensuada, o trabajar silenciosa y persistentemente con nuestros esfuerzos personales. A través de la autodisciplina y la consciencia enfocada, cada persona puede trabajar para desarrollar sus propias formas de percepción elevada. Y esto empieza por reclamar la propia identidad antes de que se pierda en medio de una confusión cultural de identidades fabricadas y deliberadas fluideces «políticamente correctas».

La decisión aquí radica en alinearse con aquellas fuerzas de desarrollo que buscan llevar a la humanidad a una fusión con la consciencia de la Fuente, o hacerlo con las fuerzas entrópicas que presionan para una dominación egoísta y egocéntrica. Esta es la distinción entre elegir desde la astucia o desde la sabiduría. Yo diría que el trabajo actual para el ser humano –aquí y ahora– es la aceptación y receptividad de lo que se denomina el «Espíritu» (la consciencia de la Fuente), y facilitar su aparición a través del reino material. El ser humano puede actuar como fuerza transformadora en el mundo material estando en el mundo y, al mismo tiempo, trascendiéndolo.

[1] N.T: Referencia al poema de John Donne: Ningún hombre es una isla.

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