¿Podemos continuar ahora nuestra evolución humana?

 

La tierra no está pasando por una crisis moral, sino atravesando «una crisis evolutiva». No nos estamos moviendo hacia un mundo mejor… estamos en medio de una MUTACIÓN hacia un mundo radicalmente diferente… Buscamos el nuevo ser, desconocido para nosotros; estamos justo en medio de una revolución humana».

Satprem

En nuestro viaje humano colectivo hemos llegado a un tiempo importante: la humanidad tiene que afrontar ahora el hecho de que vive dentro de una civilización deshonesta. Los tentáculos de nuestro crecimiento y progreso han llegado demasiado lejos dentro de las enmugrecidas panzas del poder y la avaricia. A la gente se le ha engañado para que caiga en lo superficial, lo glamuroso, mientras se desliza hacia un futuro potencial de deshumanización. Nuestro panorama actual se está transformando en un sitio donde, por primera vez, el ser humano y la mente se están encontrando fuera de lugar dentro de su propio territorio. La propia identidad de nuestra humanidad ahora está cambiando constantemente y necesitamos redefinir quiénes somos y adónde vamos.

No es exagerado decir que la humanidad está entrando en un periodo de crisis existencial que quizá no se haya presenciado desde la Edad Media. Solo que esta vez no tenemos instituciones religiosas que nos ofrezcan la salvación. La responsabilidad de encontrar «salvación», llegando a ser verdaderamente humanos frente a las fuerzas deshumanizadoras, recae sobre nuestro hombros. Tenemos que resistir las enormes e insidiosas fuerzas mecánicas organizadoras de la vida, que son nocivas para la fuerza humana esencial y sus instintos vitales. Estamos siendo incapacitados por esas fuerzas externas a nosotros en las que nos han acostumbrado (o condicionado) a situar nuestra dependencia y confianza.

Estamos justo en medio de un tiempo de intensa «socialización forzosa» a la que recientemente Edward Snowden se ha referido como una «arquitectura de opresión». Para algunos, la única respuesta a esta abrumadora «arquitectura de opresión» será encontrar sus zonas de confort, tales como sentarse en casa en sus sillones suplicando por las distracciones digitales del entretenimiento online. Esta arquitectura opresiva vendrá menos con palos y porras y más con los señuelos que Aldous Huxley describía en «Un mundo feliz». Las satisfacciones y el acceso a las mismas formarán parte de las estructuras disciplinarias que fingen ser democráticas. Un totalitarismo democrático es la deshonestidad fraudulenta que se ha deslizado, o reptado, en los así llamados regímenes de la modernidad.  Lo que tenemos ahora no solo es deshonesto sino además disfuncional para lograr un futuro plenamente humano. ¿O quizá sea esa la cuestión? ¿Que lo que está tratando de surgir en estos momentos no quiere respaldar el desarrollo de un futuro plenamente humano sino más bien armar la arquitectura de un futuro tecnológico deshumanizado? Puede que la humanidad haya llegado en su viaje a una encrucijada evolutiva que decidirá qué camino hacia delante adoptará; es decir, la humanidad ha llegado a una coyuntura evolutiva que marca la muerte de una era y un punto de decisión sobre qué tipo de era futura nos espera. Y aquí es donde estamos angustiados; es el punto que marca nuestra crisis existencial.

El sabio indio Sri Aurobindo dijo en 1910: «El final de una etapa de evolución habitualmente se marca con una poderosa recrudescencia de todo lo que tiene que salir de la evolución». El término «recrudescencia» no se usa comúnmente pero hace referencia a la recurrencia de un estado indeseable. También podemos considerar que es como una reactivación para poder expulsar algo, similar a reventar un forúnculo para liberar el pus. Quizá lo que estamos presenciando por todo el mundo sea una expulsión de las «enfermedades de la humanidad» que se han deslizado en el cuerpo humano. Aquí hay una correspondencia con los virus, que son parásitos microscópicos que solo prosperan cuando están dentro de un cuerpo que los hospeda. Muchos científicos consideran que los virus son parásitos no vivientes o, como mucho, que están «en el filo de la vida». Otros se refieren a los virus como auto-replicantes. Estos parásitos que existen en la «zona de penumbra» entre la vida y la no-vida donde replican material tóxico hasta que el cuerpo huésped produce una inmunidad. Como una analogía, los elementos corruptos y engañosos de la humanidad se replican a través del cuerpo huésped global hasta que nuestra consciencia colectiva pueda encontrar y/o alcanzar un estado de inmunidad. Ese es el periodo de «recrudescencia» que Aurobindo expresa que marca el final de una etapa del crecimiento evolutivo humano y la siguiente. ¿Podemos preguntarnos si el estado de toxicidad global es el periodo de expulsión –el «estallido del forúnculo»– previo a que se pueda recuperar un nuevo estado de salud? Y que a través de esto, la humanidad pueda tanto individual como colectivamente encontrar una nueva narración para sí misma: un sentido del propósito nuevo y revisado. De manera similar, el pensador francés Satprem (un seguidor del pensamiento de Aurobindo) alegaba que: «Cuando una especie fracasa en encontrar su propio sentido, muere o se autodestruye». Esto puede que defina nuestro dilema actual: dentro de esta fluidez y toxicidad estamos tratando de encontrar nuestro sentido. Y los desafíos son elevados; necesitamos llegar a nuestros buenos sentidos humanos.

El periodo de fluidez (al cual me he referido con anterioridad como los «tiempos del bardo»[1]) representa un tiempo de distorsión, incertidumbre y, básicamente, de desconexión con el pasado. Es una fluidez donde los conceptos de verdad están embarullados y lo «verdadero-falso» o lo «falso-verdadero» invade nuestra consciencia con el fin de confundir y desorientar. Estamos acercándonos a un punto culminante donde flotamos en un estado alucinatorio o hipnótico de falsa realidad: un tipo de pseudorrealidad. Y permanecemos en este tiempo irreal líquido, fluido, hasta que la inmunidad de la consciencia humana disipe estos parásitos zombis auto-replicantes «en el filo de la vida». Es decir, hasta que podamos sanar nuestra «consciencia herida».[2]

Quizá estamos caminando deslumbrados por los borrosos últimos rayos del crepúsculo que divide una era moribunda de otra aún por nacer. Estamos inseguros de nuestros puntos de apoyo, y por tanto estiramos el brazo hacia los fragmentos de seguridad que la era agonizante nos arroja; pero no son salvavidas para el futuro; son los filamentos que se adhieren a la era que se termina y que finalmente solo nos conducirán al inframundo, como Orfeo viajó al Hades. Tenemos que movernos hacia la luz y, a diferencia de Orfeo, no deberíamos mirar hacia atrás antes de alcanzarla, no sea que perdamos el objeto de nuestro amor.[3]

Ir adelante y desarrollar nuestra humanidad no consiste en «sumar» nuevas cosas o apéndices, o en convertirse en un híbrido corporal; más bien se trata de disminuir tales apéndices externos y encontrar nuestra autosuficiencia interna. En lugar de ojear fuera de nosotros –mirar a las estrellas y esperar que llegue la ayuda extraterrestre– deberíamos estar buscando el poderoso secreto guardado en lo intraterrestre. El secreto  se custodia –siempre se ha custodiado– dentro de nosotros. Y no obstante nuestros sistemas externos, esas «arquitecturas de opresión», están privándonos de nuestros propios medios de avanzar. Nuestras instituciones sociales están intentando –por distracción o intencionadamente– evitar que descubramos nuestro propio secreto evolutivo.

El ser humano –un ser físico-corporal así como mental-emocional– está en peligro de llegar a quedarse enterrado no por los cambios climáticos sino por una era médico-tecnológica de bio-seguridad que prive al ser humano de sus propias decisiones y sus propios medios de desarrollo. Nos estamos acercando a llegar a dudar de nuestro propio saber. Una vez que nuestros canales de autoconocimiento son invadidos y corrompidos por un diluvio de farsas, engaños y pseudoverdades deliberadas nos vemos asfixiados por la fuerza irresistible de una nueva narración que se apodera de nosotros. Si también sucumbimos demasiado fácilmente al guión de esta historia social corrompida (¿impuesta?), pronto olvidaremos los hilos que nos conectan a una vida humana con alma. Debemos tomarnos este tiempo como un desencadenante que nos fuerce a encontrar la clave evolutiva humana que se encuentra dentro de nosotros.

La humanidad ha entrado en una época sin precedentes. Tales tiempos exigen  una respuesta inaudita. Se diría que ahora se nos pide que «demos un paso adelante» para aceptar nuestra responsabilidad de llegar a ser seres humanos completos; o caeremos despatarrados en el callejón sin salida de volvernos los «payasos incorregibles» de la escalera evolutiva. En la repetición no hay avance; es como si imitásemos la autorreplicación de los virus. Lo que se necesita es una forma nueva de calibración y re-creación. Tenemos que presionar para una nueva fase que brote de la actual como un pez salta fuera de la pecera por falta de aire. Un aire nuevo; una nueva respiración; esto es lo que se necesita. Debemos hacer crecer nuestros pulmones nuevos, nuestros nuevos órganos de percepción si vamos a ser capaces de inhalar este aire nuevo.

Los humanos siempre han tenido sed de futuro; es un tipo de anhelo inherente incorporado que nos mantiene resilientes. La promesa de un futuro se convierte también en nuestra ofrenda. Nos lo prometemos a nosotros mismos incluso aun cuando no estemos seguros de cómo mantener esa promesa. Una vez más, cito a Satprem, quien se refiere a la humanidad como: «Una especie en transición, que no es consciente de los métodos de transmisión. Y los guardianes del campo impiden por todos los medios posibles que encuentre su propia llave». Hemos vivido durante tanto tiempo dentro de un pensamiento, una jungla mental, que hemos olvidado cómo debería producirse el crecimiento interior. Y los «guardianes» de esta jungla mental están impidiendo por «todos los medios posibles» nuestra manera de encontrar esta llave dentro de todos y cada uno de nosotros. Ahora cada persona se ve impulsada a cavar dentro de sí, y encontrar y echar mano de esa llave que le abre la puerta de la prisión. Si se desbloquean, se abren y se cruzan suficientes puertas individuales, entonces la prisión se disuelve. Esta es la penumbra de nuestro confinamiento que viene antes de la aurora de la liberación. En palabras de Aurobindo, actualmente somos: «Un pájaro del paraíso pintado en una jaula». La clave está en desbloquear la puerta de la jaula y encontrar un aire nuevo para respirar. Y entonces la humanidad podrá elevarse como nunca antes. El interrogante de nuestro tiempo es: ¿podemos continuar ahora nuestra evolución humana? ¿Lo haremos?

[1] Véase mi libro Los tiempos del bardo: hiperrealidad, alta velocidad, simulación, automatización, mutación, ¿un fraude? (2019)

[2] I explored this theme in my book ‘Healing the Wounded Mind – The Psychosis of the Modern World & the Search for the Self (2019)

[3] Una referencia al mito de Orfeo y Eurídice, en el cual Orfeo miró hacia atrás demasiado pronto, antes de alcanzar la luz, y perdió su amor.

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