«La verdadera tragedia de nuestro tiempo radica no tanto en los propios acontecimientos externos sin precedentes como en la indigencia ética y la enfermedad espiritual inauditas que revelan de forma flagrante»

 Paul Brunton

 

Hace varios años, utilicé la misma cita inicial cuando estaba escribiendo acerca de lo que yo llamaba «malestar metafísico». Mientras observaba los eventos externos generales, sentía que era evidente que revelaban una carencia interna. También añadí una segunda cita de Paul Brunton: «cuando las relaciones políticas se convierten en una fachada elaborada para esconder las estancias espiritualmente vacías que hay detrás, es seguro que aparecerán problemas amenazantes por todos lados». Tanto esta cita como la inicial se publicaron en 1952 y sin embargo también describen nuestra situación actual. Otra manera de expresarlo es decir que mucha gente se ha «insensibilizado internamente» ante lo que ve que sucede en el mundo y siente que solo una respuesta física dura similar puede ser eficaz. Es decir, la carencia interna se está compensando mediante una oscilación extrema hacia las acciones externas y la aceptación de las medidas autoritarias de los sistemas gobernantes. La crisis de nuestro tiempo es que nuestras sociedades no tienen en cuenta el propósito del ser humano y el sentido más profundo de su existencia. En los lugares donde la luz parpadea sin enfoque o intención siempre surgirán y aumentarán los senderos sombríos.

Hoy en día el mundo está cada vez más fragmentado. La situación global actual está desencadenando un colapso del cuerpo individual, social, y psicológico. La mente social colectiva también está traumatizada y el cuerpo muestra esta enfermedad o in-disposición. Nuestras sociedades modernas impulsadas por la economía ya se estaban derrumbando cuando apareció el «bio-agente» para acelerar el proceso. Ahora estamos siendo impactados no solo por las fuerzas que rodean al bio-agente sino además por un info-virus y un psico-virus. Nuestra mente y nuestro cuerpo sociales se están desmoronando moral y espiritualmente. Andamos sin guía a través de un nuevo panorama de ansiedad. Estamos siendo cegados inadvertidamente por lo que yo denomino el «efecto torero»: el torero mantiene al toro cegado y obsesionado con la capa; el toro se retuerce, gira y corre, pero su visión siempre se limita a la capa que invariablemente se coloca justo frente a su nariz. De manera similar la gente vive sus vidas cegada por una capa que nunca comprende; estamos siendo engatusados y forzados a perseguirla y debido a ello nuestra visión se estrecha y somos incapaces de ver el panorama más amplio. Las personas luchan entre sí por pedazos de la capa; pero no ven a quienes la sostienen: esos que van disfrazados de toreros. Nuestras sociedades, nuestras culturas y nuestra propia humanidad se están recodificando; estamos siendo recodificados biológica, social y psicológicamente. Las dimensiones biológica y psicológica se han fusionado en detrimento de nuestra vida interior: la vida del espíritu.

Si esto continúa, nos habremos dejado arrastrar a un estado de impotencia colectiva e individual, física y psicológicamente. Es la IMPOTENCIA DE LA VOLUNTAD. El escritor y filósofo Colin Wilson reconoció los inicios de esto hace décadas: él se refería a este dilema como la falacia de insignificancia. Es una actitud que ahora permea más y más nuestras sociedades modernas: una sensación general de insignificancia. La falacia de insignificancia se promueve por un aumento del materialismo y se refuerza con estrategias de miedo que obligan a la gente a buscar seguridad externa. Hay una carencia de dirección interna, así como simultáneamente un ascenso de sociedades «dirigidas por otros». Y, sin embargo, las sociedades dirigidas por otros conducen finalmente a una «tiranía de la mayoría». Se puede decir que este es el destino actual de las así llamadas «democracias». La represión contra la dirección interna (la soberanía humana) puede crear sin quererlo sociedades en las cuales una pérdida de  sentido produce un vacío moral y ético. Y en ese vacío, la sociedad impone una presión para que te conviertas en un «buen miembro de la sociedad» y te unas al consenso: la «tiranía de la mayoría». Incluso los movimientos sociales (ya sean ecológicos o se basen en identidades sociales) que surgen en tales sociedades habitualmente muestran una carencia de dirección desde dentro y las personas actúan, inadvertidamente, como conversos en lugar de como individuos soberanos. Estas personas tienden a depender a menudo de una autoridad externa como guía incluso aun cuando crean lo contrario.

Lo que se necesita ahora, propongo, es una profundización de la experiencia interna. La persona que se dirige desde su interior puede vaciar sus manos y seguir sosteniendo todo. La dirección interna no es un propósito final sino un medio continuo; no es una influencia a través de la mentalidad de masas o una obediencia ciega sin cuestionamiento. Volverse hacia dentro es el primer paso hacia una libertad genuina; establece un distanciamiento de las distracciones de una realidad externa para percibir más claramente los matices de la realidad. Es una profundización de la subjetividad con el fin de tener más claridad y objetividad.

 

Ahora, la humanidad está inmersa en un momento profundo de su trayectoria futura. Se reconozca o no, cada uno vive y participa en una realidad basada en  principios metafísicos profundos. Eso es lo esencial. Podemos elegir participar en esta realidad metafísica, consciente y voluntariamente, o ser coaccionados a lo largo de nuestras vidas sin saberlo y permanecer bajo la influencia de fuerzas externas que nos impulsan.

«Es esclavitud o libertad…Sin integridad no hay civilización. Así que si queréis formar parte de algo que tiene integridad, no podéis permanecer [en el antiguo sistema]. Lo vuelvo a decir, no hay término medio… Tenéis que optar por la integridad y la civilización o por ser esclavos del crimen organizado. Tenéis que hacer esa elección».

Catherine Austin Fitts

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