Cuando las ideas de alguien empiezan a proporcionar un respaldo insuficiente a su sentido de la integridad individual y a la cohesión del grupo, se produce una remodelación de las mismas en torno a un concepto nuevo o mejorado: una vez más, si él o ella no son psicológicamente autónomos.
Idries Shah, Un escorpión perfumado
En el ensayo anterior[i], hablé de cómo se requiere un esfuerzo –una voluntad de propósito– para poder adquirir perspicacia y alejar a una persona del comportamiento automatizado; es decir, del estado del «robosapiens». El ejercicio de esa voluntad de propósito es un acto consciente, un intento de romper con los rasgos condicionados, las opiniones y la narrativa de consenso. Es la voluntad de adquirir perspicacia y percibir las condiciones sociales que empujan a las personas a conformarse y a depositar su dependencia y autoridad en sistemas externos. Pero, al mismo tiempo, esa voluntad intencionada puede ser un impulso interior consciente y secular, basado en la cognición racional; no tiene por qué estar relacionada con un impulso interior o metafísico. En las sociedades modernas existe una clara falta de apoyo a la vida y la búsqueda interiores. La negación de la vida interior se refleja en el creciente materialismo, y estas fuerzas materiales influyen y moldean la vida del espíritu o fuerza interior. La vida interior se convierte en aquello de lo que se alimenta. ¿Y si se alimenta de la nada? La vida exterior puede estar salpicada e intercalada de distracciones y entretenimientos glamurosos, mientras que la vida interior existe en un oscuro vacío. Para que se produzca un impulso metafísico interior, es necesario un cambio de percepción que altere la forma en que la consciencia interpreta la realidad local. Este cambio inaugura un nuevo centro de percepción que reconoce los principios metafísicos que subyacen a la realidad y a nuestra existencia física. Algunas personas, como Nicholas Hagger, se refieren a este despertar de la percepción como algo parecido a un «Fuego de Heráclito» que une las perspectivas espiritual y física.[ii]
La perspectiva metafísica busca la percatación de la gran realidad que hay más allá/detrás del mundo físico (el prefijo «meta» puede significar tanto «más allá» como «detrás»). En otras palabras, es lo eterno detrás de lo temporal. Lo que aquí se menciona son los aspectos que están más allá de las apariencias superficiales. El fuego inmaterial, o luz, existe como fondo metafísico (radiación) de la existencia física; e irradia, o fluye, hacia la fisicidad a través de cuerpos/formas materiales. Es decir, la luz metafísica infunde materialidad a través de una fuerza vital energética, o fuerza de voluntad consciente. Este fuego/luz metafísico no visible no es percibido por los sentidos externos, sino por el ser interno. Por esta razón, permanece intocable para la persona, o ego social, del individuo. Se puede comulgar con él a través del esfuerzo interior, o a través de la receptividad del propio ser; sin embargo, permanece más allá de los sentidos de captación de la persona superficial. Es el ego social controlador –la personalidad social– el que dicta la vida cotidiana de la mayoría de la gente. La «voluntad de propósito» de una persona que se centre más en estos asuntos externos puede empujarla más hacia lo material y, por tanto, alejarla de la realidad metafísica.
La materialidad cada vez más profunda de nuestra era moderna ha disuelto aún más la presencia y el reconocimiento de los impulsos metafísicos en la vida humana; también se ha esforzado por crear sociedades desprovistas de dichos impulsos. La «voluntad de propósito» es un aspecto de la imaginación creativa que funciona a través de la integración de los hemisferios cerebrales, en lugar de permanecer atrapada en un cerebro materialista, analítico, cortical e izquierdo. La imaginación creativa impregna el ser interno del individuo en lugar de ser un producto del ego/persona social que hace de intérprete. Junto con la imaginación creativa existe el intelecto intuitivo que opera más allá del velo de un intelecto racionalizado y condicionado. El arte, la literatura, los símbolos y similares pueden actuar como portales o puertas de entrada para la transmisión de información metafísica en las culturas y sociedades humanas. En los últimos años, este medio de transmisión se ha vuelto abiertamente visual, al tiempo que se ha producido una reducción del material textual. Cada vez son menos las personas que adquieren conocimientos o información a través de libros y escritos, especialmente las generaciones más jóvenes. La inmersión en materiales de texto requiere tiempo, esfuerzo y atención; al contrario que el ahora famoso reino de los «fragmentos sonoros» de las redes sociales, los twitterings, los «insta-influencers», y otros modos de expresión similares, superficiales y manipuladores.
El proceso de transmutación y transformación requiere una dosis intencionada de «voluntad de propósito», alineada con un impulso interior metafísico que es menos codiciado por nuestras culturas modernas. De hecho, puede decirse que esta sensación innata de anhelo, que es un aspecto del ser interno, y la inquietud e insatisfacción que pueden derivarse de ella, a menudo se canalizan hacia otras necesidades superficiales y satisfacciones sociales temporales. Estos «satisfactores sociales» actúan como una forma de terapia de conversión que vincula a las personas a actividades y hábitos orientados a la dependencia como una forma de proporcionar consuelo y seguridad, a los que las personas se acostumbran en exceso. Los símbolos y el vocabulario metafísicos (los «transmisores») han perdido su precisión y/o su función en los tiempos modernos. Muchos de ellos se han convertido en eslóganes, marcas y, en su mayoría, en «lenguaje muerto», ya que han sido cooptados por organizaciones y grupos superficiales. Palabras como: «corazón», «espíritu», «psique», «eterno», «ser», «alma», «trascendencia», «cosmos» y muchas otras han sido cooptadas y colonizadas por una energía comercial, materialista y a menudo explotadora. Los patrones de sentido y significado metafísico que ese lenguaje tejía antaño han sido desactivados por un lenguaje social moderno que vibra con una frecuencia plana de pseudoespiritualidad materialista. Quizás el camino a seguir ahora sea enmarcar estos aspectos dentro de una comprensión psicológica, utilizando una lente de percepción psicoespiritual.
Psicológicamente autónomos
Para hablar de activar el «impulso metafísico interior» tenemos que reconocer la necesidad de disolver los lazos o apegos que impiden un mayor desarrollo. Estos vínculos suelen incluir una dependencia excesiva de demasiados «satisfactores sociales» superficiales. Si las personas permanecen dentro de estos satisfactores de orden inferior, es menos probable que se sientan obligadas o impulsadas hacia posibilidades más allá de su estado actual; si no se encuentra esta energía, impulso o capacidad iniciales, entonces es poco probable que haya una razón para alcanzar tales potencialidades. No se puede obligar a una persona mediante razones e impulsos insinceros, ingenuos o forzados, lo que solo supondría un ejemplo de reprogramación de creencias: sustituir un conjunto de creencias por otro. Lo que aquí denomino impulso metafísico interior requiere que el individuo muestre un grado suficiente de autonomía psicológica. Es decir, que haya alcanzado una etapa en la que esté suficientemente desvinculado de sus estados previos de condicionamiento social adquiridos durante el curso normal de su crianza y sus años de madurez. Es un signo de nuestro tiempo que pocas personas se planteen el estado de su propia condición psicológica o incluso cuestionen la noción de autonomía psicológica, o si dicha autonomía es buena o siquiera posible.
La psique humana se apega en general a aquellos impactos e influencias que le conmueven emocionalmente, o que le gustan o le entusiasman. Sin embargo, son precisamente estos impulsos los que, la mayoría de las veces, constituyen el tipo menos necesario de influencia. El impulso interior regular puede alimentarse y energizarse siguiendo determinados gustos y orientaciones personales. Sin embargo, es más probable que la pulsión interior metafísica requiera la entrada y la estimulación de aquellos impulsos que no son inmediatamente reconocibles como tales y que, a menudo, están lejos de ser entretenidos y emocionalmente atractivos. Como se ha dicho, es más probable que tales influencias encuentren a la persona cuando esté preparada para el contacto, en lugar de que la persona encuentre el contacto por sus propios medios cuando aún se encuentra dentro de un estado condicionado. Como se ha señalado:
Podemos admitir de entrada que las culturas que tratan de poner de relieve las tosquedades, las cosas que atraen de inmediato, proyectarlas en formas atractivas, respaldarlas y sostenerlas es poco probable que produzcan, en conjunto, personas con apetito por algo que no sea más de lo mismo.1
Es probable que estos apetitos moldeados para la tosquedad –los «satisfactores sociales» superficiales– perpetúen en las personas los mismos comportamientos que alimentan estos deseos. Reconocer esto forma parte de la primera etapa del cambio hacia una voluntad de propósito impulsada internamente. Para muchos, esto supondrá una barrera formidable a franquear, que puede superarse si el fenómeno y sus rasgos de comportamiento asociados se observan en acción para, a continuación, tomar medidas conscientes a fin de comprender estas influencias e impactos. No sirve de nada sumergirse en sistemas comerciales de bienestar –que hoy en día se clasifican como «búsquedas espirituales»– y luego preguntarse por qué no se ha logrado ningún progreso real. Como dice el refrán: la lectura no cambia a las personas a menos que estén dispuestas a cambiar.
El impulso metafísico interior no es un impulso de bienestar o «satisfacción espiritual». Es un impulso interior de percepción, comprensión y, en última instancia, conocimiento elevados de lo concerniente a la condición humana y del papel de la humanidad en esta realidad. La persona con comprensión perceptiva interior es capaz de mantenerse al margen del contexto de su entorno, de modo que este tenga un efecto mínimo sobre ella, pero también de mezclarse con él cuando sea necesario. La «voluntad de propósito» superficial es la que trata de dominar el entorno y a quienes se encuentran en él; sin embargo, este estilo de comportamiento fomenta y recompensa la sociedad de consenso, la distracción con cosas pasajeras como si fueran constantes. La voluntad de propósito del impulso metafísico interior trata de sacar al individuo de las limitaciones de una vida que no comprende o sobre la que no tiene control, y llevarlo más allá. Sin esta percepción y comprensión metafísicas, la persona permanece atada a las limitaciones de lo que a veces se denomina una «vida accidental». Esto puede describirse como:
No vive mucho tiempo, puede controlar muy poco sus circunstancias, y las cosas que le suceden, incluso en los entornos más estructurados, pueden tener mucho más efecto en su vida que las cosas que él hace que sucedan: por mucho que se esfuerce, e independientemente de que crea o no que lo contrario es cierto.2
A fin de cambiar su estado de consciencia, una persona puede necesitar en primer lugar enfrentarse a la situación de su realidad física. El núcleo de la situación actual es que, aunque la humanidad pueda estar experimentando colectivamente una crisis moral, política, financiera y existencial, ese no es el quid central. La característica esencial de estos tiempos es que la humanidad está experimentando una crisis evolutiva. Esta es la razón por la que tantos aspectos de nuestras vidas parecen rotos o en descomposición. Todo lo que una vez fue espléndido se encuentra ahora en desorden y disolución. Y, sin embargo, sin estas múltiples rupturas y agonías, la consciencia humana no obtendrá el ímpetu para cambiar a otro estado perceptivo. Y es el impulso metafísico interior el que no solo ayudará a esta transformación, sino que también se adaptará mejor al futuro posterior a la transición. Además, este proceso de transformación es el que está creando actualmente una ansiedad tan intensa en el mundo. Podemos preguntarnos: cuando todo se derrumba, ¿qué queda?
Sin una percepción suficiente, toda la atención se centra en lo transitorio y lo superficial. Estos son los factores externos que enganchan y arrastran a las personas a una realidad de consenso controladora con una comprensión muy limitada. En estas condiciones, poco o nada se sabe de los procesos que se desarrollan en nuestra realidad. Sin comprensión, la gente se ve rápidamente arrastrada a analizar, criticar y comentar factores externos que están a varios pasos de distancia de las verdades metafísicas de lo que ocurre en nuestro entorno. Es la voluntad de propósito del impulso metafísico lo que puede impedir que una persona sea manipulada y asfixiada por circunstancias que no comprende. Al no comprender estos procesos externos y sus influencias, las personas pueden verse arrastradas a estados de ansiedad, frustración e ira. Como reza el dicho: «¿Acaso la filosofía del pez le ayudó alguna vez a convertirse en anfibio?». Por eso hay mucho que decir acerca de la adquisición de la propia autonomía psicológica, desvinculada de los persistentes condicionamientos y programaciones del mundo exterior. La verdadera catástrofe de nuestro tiempo no es la agitación y el caos que asolan nuestras sociedades, ni los actos criminales de los pocos psicópatas de la «élite», sino que el individuo humano está siendo atraído lejos de las potencialidades de sus propias fuerzas creativas innatas y hacia un estado de servidumbre. Ha llegado el momento no solo de conocer perceptivamente las fuerzas que operan en nuestro mundo, sino también de activar el impulso metafísico interior en un número suficiente de individuos receptivos. Lo que se necesita es un cambio transformador.
El cambio transformador permanente es lo que transfigura al «ser» humano, en lugar de limitarse a hablar interminablemente sobre la conciencia y los métodos para alcanzar la llamada consciencia «superior» (¡la conciencia no ha sido nunca una propiedad vertical!). Transfigurar al individuo humano (establecer un estado nuevo, desarrollado) marca una diferencia entre un mundo de ideas (mentales y/o emocionales) y un mundo que se percibe y comprende desde un grado distinto de entendimiento perceptivo. La vida moderna se cultiva en gran medida desde el mundo de las ideas y no desde un mundo propicio a las verdades metafísicas. Así, la vida moderna solo acumula sobre lo externo, pero no utiliza sus recursos para la posibilidad de la transmutación. Esta acumulación sistemática y consistente se convierte finalmente en una carga para un mundo materialista y energéticamente pesado. Del mismo modo, cualquier forma de psicología desconectada de la vitalidad interior y del espíritu es, en última instancia, materialista. Lo que se necesita es el reconocimiento de una energía vital psicoespiritual y el contacto con ella; no disciplinas separadas de «espiritualidad» y «psicología», sino ambas para trabajar en el ser interno. Es esta falta de un enfoque psicológico del trabajo interior lo que ha permitido que muchas prácticas actuales de «espiritualidad» deriven hacia un mercado comercial de «bienestar» que atiende a quienes buscan «satisfactores espirituales» de fácil absorción. Lo que hace falta ahora es que un número suficiente de personas corporal y mentalmente capaces trabajen para potenciar la condición del ser humano antes de que la civilización humana se vea arrastrada a un futuro transhumanista tecnocrático o caiga en un lodazal de ilusiones espirituales.
Referencias
1 Shah, Idries, (1978) A Perfumed Scorpion. London: Octagon Press, p.138-9
2 Shah, Idries, (1978) A Perfumed Scorpion. London: Octagon Press, p.140
[i] La voluntad de propósito: activar nuestro impulso e intencionalidad interiores – https://kingsleydennis.com/la-voluntad-de-proposito-cruzar-el-umbral-venidero-de-la-humanidad/
[ii] Véase A Metaphysical’s Way of Fire: Collected Poems de Nicholas Hagger