«En tanto que interpretación de la realidad por parte de la estructura de poder, en última instancia la ideología está siempre subordinada  a los intereses de la estructura. Por lo tanto, tiene una tendencia natural a desvincularse de la realidad, a crear un mundo de apariencias, a convertirse en ritual»

Vaclav Havel – El poder de los sin poder

 

No tiene mucho sentido tratar de entender qué es lo «racional» en el mundo actual. Se ha cruzado el umbral de un reino de racionalidad y hemos entrado en el teatro del absurdo. Nada parece tener sentido; o mejor dicho, nadie con autoridad intenta ahora parecer racional o tener sentido. Se ha abandonado la fachada de la sensatez porque todo el mundo sabe que la narrativa consensuada se basa en una mentira e incluso quienes la sostienen ya no pueden molestarse en mantenerla. Es como si lo irracional se hubiera convertido en la nueva normalización, así que ¿por qué molestarse en fingir que las cosas son de otra manera?

El propio acto de vivir una vida lúcida se ha convertido en revolucionario; y lo es en la medida en que la claridad mental, emocional y psicológica es una rebelión contra la niebla cerebral del statu quo consensuado. Y, sin embargo, sin esa claridad de percepción y perspicacia corremos el peligro de volvernos redundantes en un entorno cada vez más carente de sentido. Un nihilismo no declarado ha echado raíces en los circuitos de la condición humana y se está extendiendo como un contagio silencioso. Esta es la vorágine de los tiempos a la que nos enfrentamos muchos de nosotros: los nativos están inquietos, y esta es la vida en la zona existencial.

El acto de vivir implica que cada individuo adquiere suficiente sentido y propósito como para mantener el funcionamiento de la vida cotidiana. Sin embargo, detrás de esto, como un temor de fondo en nuestras vidas, está la posibilidad de que se produzca un colapso hacia el sinsentido total, en el que ya nada tenga sentido. Y lo peor de todo es que los que te rodean parecen no reconocer esto, ni quieren reconocerlo. Tu sensación de sentido se ha derrumbado solo para ti. Tal vez sea por eso por lo que tantas personas parecen ir a toda prisa por sus vidas, luchando por agarrarse a los hilos de algún significado o propósito inventado. La realidad, un parque de atracciones imaginario, se tambalea al borde de un abismo de abstracción. Y esta incertidumbre actual nos hace sentir pánico. Nunca nos dimos cuenta de que estábamos aquí para decidir sobre nuestra realidad. Hemos estado sentados, consumiendo la realidad de otros y llamándola nuestra. En algún momento, la especie humana fue despojada de su intencionalidad y de su voluntad de propósito.

El escritor y filósofo inglés Colin Wilson acertó al detectar esta pérdida de vitalidad interior que relacionó con el aumento de la necesidad de seguridad y con el hecho de que la gente se encierre en sus propios muros, ya sean físicos o mentales. Wilson señaló que: «Demasiada seguridad se convierte en aburrimiento, y el aburrimiento conduce a una disminución de la vitalidad. El hombre se ha rodeado de muros y ha construido su estrecho “mundo humano” como un centro de seguridad; pero la seguridad ha empezado a ahogarle»[i]. Tanto la seguridad como la inseguridad y la certeza como la incertidumbre, ambas caras de la moneda se están utilizando para formar un recinto alrededor del ser humano. Y esto está creando una sensación de ahogo. La atención se ha centrado en las minucias –los detalles, lo micro– con una pérdida de la visión macro o más amplia. Estamos condicionados a vivir de las migajas en lugar de los festines. Esto ha dotado a la humanidad de dispositivos tecnológicos precisos a los que dedicamos nuestras horas de vigilia, pero ha hecho desaparecer el asombro y la exploración de las cuestiones más amplias de la existencia. La humanidad ha entrado, en gran medida, en una zona existencial de su propia creación; nos hemos aislado voluntariamente de nuestras energías vitales inherentes y estamos viviendo de un generador de bolsillo. Al vivir nuestras vidas dentro de una delgada franja de consciencia y negar los potenciales de acceso a un ámbito más amplio de consciencia perceptiva, estamos existiendo en una especie de estado «sub-umbral». Es como si al vivir estuviéramos olvidando, o que estuviéramos viviendo en un estado de olvido. Y esto se perpetúa con las rutinas y los hábitos que establecen una sobre familiaridad cotidiana en la vida, lo que conduce a una mayor automatización de uno mismo.

Sugiero que la vida en la zona existencial se basa en el reconocimiento de que la consciencia humana cotidiana ordinaria se experimenta de una forma muy reducida y limitada. Además, que esta consciencia humana restringida es aceptada por la mayoría de la gente y no se cuestiona, aunque sea el resultado de ciertas condiciones externas deliberadas, como la programación social y las instituciones culturales. Hemos aprendido a no cuestionar el estado limitado de nuestra consciencia. Y esto es lo que ha llevado a la humanidad a una vida de cognición reducida respecto a nuestro lugar dentro del gran esquema de la consciencia universal. La mayoría de nosotros vivimos nuestras vidas como dentro de una pecera. O, por utilizar otra analogía, el mundo es como un enorme «cuarto oscuro», y dirigimos nuestros pasos mediante burdos estímulos externos. Como lo caracterizó Wilson: «Los países de la mente pueden ser vastos, pero el hombre no puede conseguir un visado para quedarse allí»[ii]. Sin embargo, la cuestión es que podríamos obtener un visado si lo solicitásemos nosotros mismos. El campo de consciencia expansivo existe permanentemente, solo que no nos esforzamos por llegar a él alejándonos de nuestro lugar de consciencia restringida. ¿Por qué es así? Dudo que haya una respuesta única para esto, más bien es una confluencia de factores. Un factor primordial es que nunca se nos ha dicho que exista algo más allá del rango limitado de la materia-realidad. Nuestras «instituciones del conocimiento» nos han enseñado que la consciencia es un subproducto de nuestro cerebro, que solo es el resultado de nuestras conexiones neuronales y que termina con la muerte del cuerpo. En otras palabras, nos han condicionado a creer que no hay «nada ahí fuera» más allá de lo que tenemos delante de nuestras narices. Y así, tendemos a ir por la vida con estas anteojeras que hemos adoptado sobre nuestra consciencia perceptiva. En lugar de esforzarnos por ir más allá de nuestro estado actual de consciencia, acabamos intentando encontrar el significado a través de las ganancias materiales. Y cuando logramos lo que nos hemos dicho que es nuestro objetivo, rápidamente volvemos a inquietarnos. Nunca percibimos que existe un umbral de la conciencia humana. Tampoco tenemos que salir en busca de «experiencias místicas», pues es probable que esto nos mantenga en el carrusel de atracciones como turistas espirituales. Como en una montaña rusa, llegamos a una cima, nos elevamos, y luego volvemos a bajar rápidamente antes de buscar la siguiente cima. Hay emoción en esto, pero no hay permanencia de la visión. Estas atracciones y rituales, de los que nuestras vidas están llenas, sirven para mantener nuestra atención y conciencia angostas, y cualquier aspecto que se encuentre más allá de la restricción queda excluido.

La vida en la zona existencial consiste en seguir al ruido en lugar de a la señal y excluir todos los aspectos que no entran (o no son aceptados) en la corriente principal, la narrativa de consenso. La exclusión se convierte entonces en un hábito para nosotros, y la mayoría de la gente no es consciente de ello. Si nos preguntan: ¿te sientes auténtico? ¿cómo puede responder una persona? ¿Tenemos algún sentido de discernimiento para saber, verdaderamente, cuándo somos auténticos o no? Y si es así, ¿cómo es que no lo somos? ¿Por qué nos preguntamos tan poco sobre los fundamentos de nuestra propia existencia? Se diría  que hay una forma de olvido que se cierne sobre nosotros en este ámbito, como si nos viéramos obligados a permanecer como soñadores. El acto de recordar es un tema que recorre muchas tradiciones y enseñanzas antiguas. En su teoría de la anamnesis, Platón dice que la humanidad posee el conocimiento de su pasado, solo que lo hemos olvidado y por eso necesitamos redescubrir el conocimiento dentro de nosotros. Platón escribió que la humanidad solo podía conocer el «mundo real» en forma de recuerdos. Es decir, que el pensamiento humano era en realidad una forma de recuerdo, y que la humanidad existía generalmente dentro de un estado de amnesia colectiva, teniendo solo fragmentos de recuerdo como puntos de referencia de la realidad. Platón sugería que la humanidad había perdido –o caído– de un estado anterior de consciencia elevada y ahora solo tenía rastros de esta memoria en su psique colectiva como recordatorio. En el griego antiguo, la verdad se llama aletheia, que significa no olvidar; y en la mitología griega, antes de que el alma humana se encarne en este mundo, bebe del Leteo, el río del Olvido y uno de los cinco ríos del inframundo, para que no pueda recordar sus orígenes. Del mismo modo, hay una leyenda judía que habla de cómo antes de nacer somos golpeados en la boca por un ángel para que no podamos hablar de nuestros conocimientos anteriores al nacimiento.

Estos mitos y cuentos nos sugieren que debemos aprender a recordar, que el conocimiento que va más allá de nuestra capacidad normal es tanto una recolección como una cognición. Llegamos a este reino terrenal con una herencia, pero nos falta la llave para desbloquear las restricciones que se nos imponen para poder acceder a una consciencia y un conocimiento más amplios. Necesitamos encontrar el hilo de Ariadna dentro de esta zona existencial para ayudarnos a través de este laberinto o maraña perceptiva en la que nos encontramos. Nuestras vidas son intentos de volver a entrar en un recuerdo perdido que está tan lejos y a la vez tan cerca de nosotros. El poeta persa del siglo XIII Jalāl ad-Dīn Rūmī escribió que «La Verdad está más cerca de nosotros que nuestra propia vena yugular». Y, sin embargo, buscamos en vano, como si nos hubiéramos alejado del verdadero recuerdo. Si no nos esforzamos, permaneceremos en la ignorancia de nuestra existencia. Jugaremos el juego como peones que se mueven en un tablero de ajedrez, sin saber que hay manos que nos desplazan. El sentido de la vida humana se medirá por las pocas ganancias y placeres materiales que hayamos obtenido antes de que se acerque la puerta de salida. Saldremos de esta arena sin haber obtenido verdaderas ganancias. Al no haber aprendido para qué vinimos, podemos terminar saliendo por una puerta giratoria solo para ser arrojados de nuevo al juego. Nos han programado con el bonito adagio de que «la ignorancia es la felicidad», y luego nos han ofrecido algunas de esas tentaciones de dicha para alimentarnos. Sin embargo, un mundo que existe en la ignorancia nunca encontrará su verdadero camino hacia adelante. Tropezará y caerá y se agitará a ciegas. Es hora de que veamos el estado de la vida; de que comprendamos cómo se genera y manipula la narrativa de consenso, cómo se mantiene a la gente en la ignorancia de sus verdaderos orígenes y capacidades y finalmente, cómo activar aquellos órganos que nos permitirán recibir una mayor porción de consciencia; y con ello poder dar pasos para romper con nuestras restricciones y tomar el timón de nuestras vidas.

[i] Wilson, Colin (2019/1966) Introduction to The New Existentialism. London: Aristeia Press, pag. 109

[ii] Wilson, Colin (2019/1966) Introduction to The New Existentialism. London: Aristeia Press, pag.123

 

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