La metafísica no se refiere exclusivamente a lo que está «más allá» de la física, ya que esto sugiere que lo metafísico solo se encuentra en la zona del más allá y no internamente. El fuego metafísico, que tiene correspondencia con el Origen, la Fuente y la Inteligencia de Todo, está detrás del tiempo, el espacio, la causalidad y la manifestación, además de estar integrado en todos esos aspectos. El fuego metafísico está tanto más allá como adentro, pues nunca hay un estado que esté vacío de él: incluso el vacío mismo es una expresión del fuego metafísico. En términos cabalísticos, hay cuatro niveles de realidad, o emanaciones: Divino, Espiritual, Psicológico y Físico. Lo Divino corresponde a la Fuente de Todo (FdT); lo Espiritual es el No-Ser, o lo que la ciencia moderna denomina el vacío cuántico, el campo de punto cero, el orden implicado o el vacío. Lo Psicológico es la primera manifestación o Ser; de nuevo, lo que la ciencia llamaría la radiación cósmica de fondo o energía cósmica. Y lo Físico es el mundo de la materia, de los organismos y del sentido material. Estas son gradaciones de la existencia, con todas las emanaciones superiores integradas o formando parte de todas las inferiores. En otras palabras, el reino físico de la materia contiene lo psicológico, lo espiritual y lo divino, solo que están ocultos a la vista (percepción). Lo que esto significa es que el impulso metafísico (o Fuego/Luz) existe –oculto dentro– de todos los estados de existencia, incluyendo nuestro reino material. Y esto, durante gran parte de la historia humana, ha sido una gran herejía.

No es necesario hacer aquí un inventario histórico de las herejías (¡la lista sería larguísima!), pero incluso echando un vistazo de pasada se pueden encontrar rastros gnósticos (incluidos el catarismo y el maniqueísmo), corrientes místicas y ocultistas, y casi cualquier cosa que se enfrente a las estructuras de control dogmático de la ortodoxia. La herejía ha sido una estrategia fácil y barata para atacar y desmantelar las amenazas percibidas contra las narrativas dominantes, una etiqueta que estigmatiza a aquellas personas, pensamientos, creencias, ideologías, movimientos, etcétera, que desafían o van en contra de las narrativas dominantes y del aparato de control de la época. Las herejías también sirven para señalar a quienes tienen una percepción crítica de estar viviendo bajo una forma de totalitarismo, en mayor o menor grado. Estos aparatos de control sociocultural tratan de adoctrinar a la población para que acepte determinados patrones de pensamiento. Estos patrones, naturalmente, se establecen para reforzar y apoyar los sistemas de poder imperantes. El concepto de herejía se saca a relucir y se utiliza como medio para implicar a la gente –el «público»– en el sistema de control. En una época de secularización, la narrativa de control ha pasado de una estructura de poder religioso vertical a una «jaula de la modernidad» impuesta tecnológicamente, que se asemeja a la noción del sociólogo Max Weber de la «Jaula de Hierro» o, más recientemente, a la visión del escritor Philip K. Dick de la «Prisión de Hierro Negro».

El nuevo materialismo secular está haciendo surgir la gobernanza tecnocrática como narrativa dominante, y su religión afiliada del transhumanismo está proporcionando la próxima clase sacerdotal de élites tecnológicas y multimillonarios. Juntos constituyen lo que luchará por convertirse en el aparato de gobierno de la tecnocracia, el sistema totalitario moderno que se disfraza como el nuevo modo de autoridad global del siglo XXI. Y la noción de herejía se ha modificado y ha pasado de los cultos sectarios cuasi-religiosos a la conspiración. El hereje moderno es ahora el teórico de la conspiración, o cualquiera que se atreva a desafiar las narrativas consensuadas. Desde tiempos inmemoriales, el aparato de control dominante ha tratado de centralizar su poder, y esto significa que debe condenar cualquier reconocimiento del acceso directo al conocimiento porque lo considera un poder rival y, por tanto, una amenaza directa. Además, el aparato externo del sistema de control jerárquico no puede reflejarse en un sistema jerárquico metafísico. Por esta razón, la Iglesia cristiana no deseaba que se reconociera una «jerarquía de ángeles», aunque tenemos que agradecer a personas como Pseudo Dionisio Areopagita y Tomás de Aquino que introdujeran estas estructuras en la cognición y la consciencia humanas. A las organizaciones de poder material no les interesa que las realidades metafísicas salgan de su escondite. Por eso, estas perspectivas se tachan de heréticas y sus defensores son perseguidos hasta el silencio o la muerte.

Una perspectiva metafísica es aquella que reconoce que toda la existencia está integrada y unificada, y que lo que está fuera también está dentro, ya que no hay exterior, sino solo grados internos o gradaciones de experiencia perceptiva (existencia). El universo fenoménico que observamos y en el que participamos es una realidad menor, un reflejo o gradación de la Gran Realidad unificadora. Es dentro de esta realidad menor donde se desarrolla nuestro actual «Juego de la Vida». La hipótesis de la simulación, según la cual la existencia humana no es «real», sino que se desarrolla dentro de una estructura o juego simulado es una herejía moderna.  Se trata de una actualización de la antigua perspectiva gnóstica según la cual la humanidad vive en una realidad creada no por la Fuente, sino por un Demiurgo (un «dios menor») y, en este sentido, es en cierto modo una realidad falsa. Seamos avatares o almas amnésicas dentro de cuerpos materiales, el terreno de juego es relativamente el mismo. Lo que hace la hipótesis de la simulación es simplemente actualizar el escenario basándose en el vocabulario y el contexto modernos. Los gnósticos no tenían ordenadores en su época (ni por tanto el vocabulario informático actual); y del mismo modo, los tecno-gnósticos (o neo-gnósticos) modernos no desean especular dentro del contexto de la teología cristiana o de cualquier otra teología religioso-espiritual.

La situación general es que los buscadores de cada época intentan penetrar en la naturaleza de la condición humana en relación con su correspondencia con la verdadera naturaleza de la Realidad. Para precisar la atención y el enfoque del individuo orientado hacia la modernidad, ahora se requiere una terminología moderna; no es necesario ser religioso para aceptar la Gran Realidad; el Absoluto no es un tipo barbudo ni una deidad celosa que juzga. Cuando se trata de acercarse a la Realidad, la creencia no es necesaria, pues esta no es sino una etapa inicial en el camino de la realización. Solo se necesita el impulso de preguntarse, la atracción interior de saber y la voluntad de buscar. El fuego metafísico desea ser conocido, y solo hace falta que tú también quieras conocerlo. Si podemos hablar de algo, podemos llamarlo ley de resonancia. Para que haya correspondencia, el conocedor y lo conocido deben frecuentar la misma frecuencia. Este es el «campo» en el que debe producirse el encuentro: un «campo» de frecuencia y una zona de correspondencia. Como escribió el poeta místico persa Jalāl al-Dīn Rumi:

“Más allá de las ideas de lo que está mal y lo que está bien,

hay un campo. Allí nos encontraremos.

Cuando el alma se tiende en esa hierba,

el mundo está demasiado lleno para hablar de él.

Las ideas, el lenguaje, incluso la frase «el uno con el otro»

no tienen ningún sentido.

La brisa del amanecer tiene secretos que contarte.

No vuelvas a dormirte.

Debes pedir lo que realmente quieres.

No vuelvas a dormirte.

La gente va y viene atravesando el umbral de la puerta

donde los dos mundos se tocan.

La puerta es redonda y está abierta.

No vuelvas a dormirte”.

Este campo existe más allá de nuestras ideas y códigos morales locales. El mundo físico y sensorial está demasiado lleno de vibraciones bajas –«demasiado lleno para hablar de él»– y esto puede bloquear los sentidos perceptivos. Las ideas y el lenguaje del reino material no tienen sentido dentro del «campo de frecuencia» que proporciona «el umbral donde los dos mundos se tocan». Sin embargo, el buscador debe resistirse a ser arrastrado de nuevo hacia los sentidos más densos y la frecuencia más baja del reino físico: «No vuelvas a dormirte». Rumi, y muchos otros como él, se vistieron con los ropajes de su época, ya fuera el islam o cualquier otro contexto sociocultural-religioso en el que fuera necesario operar. El impulso metafísico sabe vagar sin trabas dentro de los contextos y circunstancias de la época. Su frecuencia esencial no pertenece a este reino, pero actúa a través de operaciones –«manifestaciones»– que pertenecen al dominio físico. Los vehículos religiosos y espirituales se han utilizado como portadores de estas manifestaciones, pero no son el único medio. También depende de cuáles sean los principales canales en cada momento dentro de una cultura específica. A menudo se apropian de ellos para lograr la máxima dispersión; sin embargo, muchos otros medios, en gran medida insospechados, se utilizan simultáneamente para este fin. Los «herejes» son los visibles; la gran herejía permanece oculta en el interior y opera en gran medida sin obstáculos. Y la Gran Herejía del fuego metafísico todavía hace estragos en nuestros tiempos. Desafortunadamente, la mayoría de la gente permanece ajena a ello. Se han dormido entre los prados de flores atractivas y los aromas que tientan los sentidos. Sin embargo, un viento extraño y molesto sopla ahora a través de esos prados y perturba el sueño de la gente.

Los prados floridos ya no son tan acogedores, pues un viento malsano agita a quienes dormitan y despierta a la gente a través del malestar y el desconcierto. La incertidumbre se cierne por doquier; las fachadas de la normalidad se están desmoronando y las instituciones fiables de esta realidad están mostrando sus caras falsas. El fuego metafísico está empezando a quemar la pintura exterior, mostrando la madera podrida que hay debajo. Los guardianes del poder robado intentan tapar el sol rociando sus nubes químicas, pero el fuego metafísico sigue apareciendo. Y ahora se está volviendo ardiente; se acerca otra ronda de su ciclo. Las llamaradas, los estallidos y las erupciones pronto estallarán rumbo a nuestra esfera física mientras nos aferramos a su superficie como una membrana receptora-transmisora. Y todo será cuestión de frecuencia. Como dijo el gran inventor y receptor Nikola Tesla: Si quieres encontrar los secretos del universo, piensa en términos de energía, frecuencia y vibración. Cualquier frecuencia vibratoria puede tanto crear como destruir, dependiendo de la frecuencia correspondiente del receptor.

La Gran Herejía está surgiendo para encontrarse con el Destructor Dogmático. Cuando el fuego metafísico salga a la luz y encienda nuestro dominio, tendremos la lumbre para guiarnos o para quemarnos. No habrá trajes protectores para los que no estén preparados. Todo será cuestión de percepción. ¿Es la herejía una verdad mayor? ¿O son las narrativas de consenso dominantes las que nos dicen la verdad? Como es arriba, es abajo: todo está en correspondencia. Esconderse en la roca sombría de la caverna de Platón no nos protegerá del fuego penetrante. Es solo el fuego metafísico el que no arde; por contra, llena las células del cuerpo con una energía más elevada y más fina, y renueva el recipiente humano. Se acerca el momento en que tendremos que marchar hacia delante y emprender un nuevo camino. Podemos elegir quedarnos en la cueva rocosa y sombría o caminar más ligeros por el sendero iluminado por el sol.

Ninguna maquinaria aligerará la nave humana: solo servirá para automatizarla aún más y clausurar sus receptores. Como cualquier pila de combustible, acabará por detenerse si no puede recargarse. El camino de la evolución está repleto de objetos que se detuvieron cuando la pila de combustible se agotó. Era, y sigue siendo, un camino cerrado. Solo se llega hasta cierto punto, a pesar de las brillantes promesas ofrecidas al principio. Puedes tomar el camino alto, o puedes tomar el camino bajo. Según la leyenda celta, si alguien muere en una «tierra extranjera», su espíritu viajará de vuelta a su tierra natal por «el camino bajo», que se conoce como la ruta de las almas de los muertos. Sin embargo, la persona que toma el «camino alto» puede llegar después, pero conserva su vida. Esta leyenda implica que los que aceptan el camino alto continuarán por la senda de los vivos, mientras que los que toman el camino bajo se despedirán de este mundo y, sin duda, se verán obligados a regresar de nuevo, como un Día de la Marmota para el alma.

En estos próximos años, el fuego metafísico arderá con más fuerza contra las estructuras de nuestro mundo físico. Refugiarse en la ignorancia, la rabia o la venganza, no alineará los receptores del individuo hacia la recalibración. Confiar en el espíritu humano será el primer paso; alinearse con la resonancia del corazón humano será el segundo; ser receptivo y permitir que llegue una nueva frecuencia del espíritu puede ser el tercero. En todo esto, la mayor barrera e impedimento es el miedo. A medida que las circunstancias se polaricen cada vez más, las opciones de miedo o revelación serán cada vez más visibles. La cueva oscura es el refugio de los temerosos. El camino iluminado por el sol es la morada de quienes se regocijan con lo revelado.

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