Toda buena historia sobre una búsqueda comienza con un cuento. Así que aquí tenemos un relato acerca de un mago que invitó a cenar a sus vecinos.
Había una vez un mago que edificó una casa cerca de un pueblo grande y próspero. Un día invitó a cenar a todos los habitantes del pueblo.
—Antes de comer —dijo—, habrá algunas diversiones.
Todos estaban encantados, y el mago les ofreció un espectáculo de magia de primera calidad, con conejos saliendo de chisteras, banderas que aparecían sin saberse de dónde, y unas cosas que se transformaban en otras. La gente estaba entusiasmada. Entonces el mago preguntó:
—¿Os gustaría cenar ahora, o preferiríais más entretenimientos?
Todos pidieron entretenimientos, porque nunca antes habían visto algo similar; en casa había comida, pero nunca algo tan excitante como esto. Así que el mago se transformó en paloma, luego en halcón, y finalmente en dragón. La gente se volvió loca de entusiasmo.
Él volvió a preguntarles, y ellos querían más. Y lo tuvieron. Luego les preguntó si querían comer, y ellos dijeron que sí querían. De modo que el mago, usando sus poderes mágicos, hizo que sintieran como si estuviesen comiendo, distrayendo su atención con una serie de trucos.
La comida imaginaria y el entretenimiento continuaron durante toda la noche. Al amanecer, algunos dijeron:
—Tenemos que ir a trabajar —así que el mago les hizo imaginar que iban a su casa, se preparaban para trabajar, y de hecho pasaban el día trabajando.
En pocas palabras, siempre que alguien decía que tenía que hacer algo, el mago primero le hacía pensar que iba a hacerlo, luego que lo había hecho, y finalmente que había vuelto a casa del mago.
Al cabo de un tiempo el mago había hechizado de tal manera a las gentes del pueblo que solo trabajaban para él mientras que ellos pensaban que seguían con sus vidas habituales. Siempre que se sentían algo inquietos él les hacía pensar que habían vuelto a cenar a su casa, y esto les resultaba placentero y les hacia olvidar.
¿Y, al final, qué pasó con el Mago y con la gente? Sabes qué, no puedo decírtelo, porque él todavía sigue atareado haciéndolo, y la mayoría de la gente continúa estando bajo su hechizo.
La vida moderna se parece mucho a este cuento: vivimos bajo el embrujo de un mago llamado Modernidad. La modernidad, especialmente tal como emergió en las culturas industrializadas de occidente, creó un sistema que nos hechizó. Y este encantamiento lo promueven nuestros principales medios de comunicación. Ya sea racionalmente, instintivamente, o profundamente en nuestros corazones, la mayoría sabemos que algo no es correcto en la manera de administrar las sociedades humanas. La vida humana todavía no está equilibrada y demasiada gente vive aún con miedo.
Nuestros principales medios de comunicación nos manipulan a niveles sin precedentes, y nos alimentan constantemente con un flujo controlado de información. Este proceso es la mente vieja de la humanidad que todavía funciona mediante el control, la censura y el consumismo. De esta manera nuestras sociedades contemporáneas se centran cada vez en la emoción hasta un punto que permite, como nunca antes, entretener y manipular a la gente. De lo que puede que seamos menos conscientes es de que el ser humano se ve impulsado por una energía evolutiva que se manifiesta a través de procesos mentales, emocionales y físico-sexuales. Esta energía se puede usar para desarrollarnos e impulsarnos hacia delante o se puede obstaculizar, bloquear y manipular para enlentecer nuestro desarrollo. Todas las energías mentales, emocionales y físico-sexuales son componentes necesarios del ser humano social. Si echamos un vistazo casual a nuestros principales medios de comunicación y entretenimiento, y a las atracciones/distracciones sociales, fácilmente veremos que dichos componentes son los sectores diana de la «cultura del espectáculo» que es la sociedad moderna.
Las antiguas tradiciones religioso-espirituales han hablado desde siempre acerca de tales «depredadores de energía» de los que se dice que se alimentan de los estados emocionales y mentales humanos inestables. Los primeros cristianos gnósticos se referían a algunos de ellos como los arcontes; diversas tribus indias de Norte América hablaban de los wetiko/wendigos; Don Juan en los libros de Carlos Castaneda menciona los depredadores; y los chamanes sudamericanos han hablado desde siempre de espíritus que se alimentan del vulnerable estado/alma interior humano y lo fragmentan.
Debemos preguntarnos por qué nuestras culturas modernas promueven los entretenimientos que manipulan y juegan con imágenes excesivamente distorsionadas de angustia mental y emocional, así como con representaciones exageradas de sexualidad. Además, somos bombardeados a diario con imágenes de muerte. De hecho, un estudio reciente sobre los medios occidentales comunicaba que la palabra más repetida en los mismos es «muerte». Más aún, revelaba que durante sus primeros doce años de vida un niño habría presenciado alrededor de 20.000 asesinatos en las noticias de televisión y los videojuegos. Estás formas de estimulación apuntan directamente a estados mentales, emocionales y físicos de una persona, lo que a su vez dificulta el funcionamiento de las energías armoniosas de desarrollo.
La vida moderna es cada vez más adicta a una gran estimulación, la cual por su propia naturaleza también crea ansiedad. A mucha gente se la fuerza o se la seduce a llevar vidas permanentemente estresadas y ajetreadas. No hay lugar para los espacios, los intervalos de reflexión interior. Pero al igual que la música no lo es sin intervalos, la vida no lo es sin esos espacios internos.
Dedicamos nuestros días a intentar captar la vida, a tratar de entenderla, a menudo por caminos inadecuados. Es como tratar de capturar el océano con un cubo. El océano permanece ante nosotros majestuoso y pese a ello en las sociedades modernas muchos de nosotros corremos de un lado a otro ansiosamente con un cubo vacío en las manos. Se nos ha dicho que sólo sirven los cubos llenos: representan el provecho y el progreso.
Otra historia:
Un hombre tenía dos grandes vasijas, que llevaba colgadas en cada extremo de una vara que cargaba sobre su cuello. Una de las vasijas tenía una grieta, y mientras que la otra estaba perfecta y siempre aportaba toda el agua al final del largo paseo desde el arroyo hasta su casa, la vasija agrietada llegaba sólo medio llena.
Esto sucedió a diario durante dos años enteros, de manera que el hombre sólo abastecía su casa con una vasija y media de agua. Por supuesto, la vasija perfecta estaba orgullosa de sus logros, y se sentía aceptada y apreciada. Pero la pobre vasija agrietada estaba avergonzada de su propia imperfección, e infeliz porque sólo era capaz de suministrar la mitad de aquello para lo que se había hecho. Después de dos años de lo que ella percibía como un amargo fracaso, un día junto al arroyo le habló al hombre.
—Estoy avergonzada de mí misma, y quiero pedirte perdón.
—¿Por qué? —preguntó el hombre—. ¿De qué te avergüenzas?
—Durante estos dos años solo he podido aportar la mitad de mi carga porque esta grieta en mi costado hace que el agua se escape durante todo el camino de vuelta a tu casa. Debido a mis defectos tú tienes que hacer todo ese trabajo y no obtienes el provecho íntegro de tus esfuerzos —dijo la vasija.
El hombre sintió pena por la vieja vasija agrietada y, compasivo, dijo:
—Mientras volvemos a mi casa, quiero que mires las hermosas flores a lo largo del camino. Te harán sentir mejor.
En efecto, mientras subían la colina, la vieja vasija agrietada se dio cuenta de que el sol calentaba las hermosas flores silvestres al lado del camino, y eso le hizo sentirse un poco más contenta. Pero al final del camino, todavía se sintió mal porque había derramado la mitad de su carga, así que una vez más la vasija pidió perdón al hombre por su fallo. El hombre le dijo:
—¿Te fijaste en que sólo había flores en tu lado del camino, mientras que en el de la otra vasija no? Y esto es así porque siempre supe de tu defecto, y me aproveché de él. Planté semillas de flores en tu lado del camino, y cada día mientras volvíamos del arroyo, las has estado regando. Durante dos años he podido recoger esas hermosas flores para llevárselas a casa a mi mujer. Siendo simplemente como eres, me has estado otorgando belleza y sentido a diario.
Nuestra manera de ser puede ofrecernos a diario belleza y sentido y, aún así, vivimos en un mundo de sentido decreciente. Nuestros sistemas modernos aspiran a la perfección, al progreso y la eficiencia, pero cada vez hay menos felicidad.
Y la situación es peor en las culturas modernas occidentales en las que tanta gente parece estar insatisfecha incluso cuando ha adquirido la mayoría de las cosas para mantenerse feliz. Quizá una sociedad que suministra comodidad superficial produce situaciones que no desarrollan a las personas ni las hacen mirarse por dentro o cuestionar nociones sobre su sentido y su existencia. Es importante que otras culturas no sigan este modelo occidental de consumismo superficial.
Que para tanta gente el sentido de la vida sea a menudo una cuestión irrelevante es lamentable. A mucha gente le puede parecer una locura buscar lo «innombrable», y ciertamente hay poco espacio para ello en las sociedades modernas que se valoran a sí mismas por el progreso. Y, aún así, una vida en busca de sentido es una aventura. Lo «innombrable» no necesita nombrarse, sólo reconocerse internamente. El mundo exterior no es la única realidad existente para nosotros.
La actitud de la persona contemporánea hacia el «mundo exterior» ha sido en gran medida de hostilidad: durante la mayor parte de la historia humana, en lugar de hacernos expertos en nuestra propia naturaleza interior, nos hemos dedicado a conquistar el mundo exterior. Esta actitud hostil ignora la realidad de que toda vida es interdependiente y que nuestras vidas son una proyección de nuestras realidades internas; es decir, nuestros miedos, ansiedades e inseguridades, al igual que nuestras esperanzas, visiones y sueños, se proyectan en el mundo. Cualquier cosa que proyectemos externamente termina por convertirse en nuestro sentido de la realidad.
A pesar de nuestras diferencias culturales, todos compartimos una realidad colectiva. Aunque cambia dependiendo de dónde se haya nacido y en qué cultura vivamos, los métodos que utilizan los sistemas modernos son básicamente iguales: se nos proporcionan creencias, referencias culturales, normas y actitudes. La escritora Doris Lessing se refería a esto como «la prisiones en las que elegimos vivir». Y entre estas prisiones psicológicas se cuenta el que mucha gente, así como las instituciones del mundo moderno, haya rechazado la sabiduría de sabios, místicos, filósofos, y hasta las voces de los artistas creativos. En lugar de eso prefiere las trampas superficiales, los entretenimientos y las distracciones tecnológicas del mercado consumista. Ahora bien, aquí quiero ser claro: yo no estoy en contra de la tecnología; de hecho, soy un gran defensor de ella, pero no a costa de la visión humana. Pese al progreso tecnológico del mundo exterior, siempre debe haber un mundo interior desarrollado que observar, reflejar y cuestionar. Sin esto, se da rienda suelta a una vida exterior sin valores. Sin una vida interior que busque significados, ¿qué es lo que da sentido a nuestras vidas?
Entonces, ¿qué es la vida interior? No hay un conjunto de instrucciones de cómo vivir una vida humana, y habitamos en un mundo en el cual cada vez más gente no tiene ni idea de por qué vive o por qué muere. En la vida debemos esforzarnos en examinar la condición humana.
La modernidad ha tratado de reinterpretar la condición humana —para considerarla como un impulso externo para el progreso— y eso ha resultado en una separación de nuestra necesidad de buscar un ser interno esencial. Este proyecto moderno ha procurado divorciar al ser humano de su exigencia de encontrar sentido a la existencia. El proyecto humano, si queremos llamarlo así, nunca se puede «completar»: es un afán perenne de llegar a hacerse constantemente. He aquí una cita que me gustaría compartir.
«Cuando te has encontrado a ti mismo puedes tener conocimiento. Hasta entonces sólo puedes tener opiniones que se basan en hábitos y en lo que tú concibes que te conviene. El estudio de la Vida Interior requiere, a lo largo del camino, un encuentro con uno mismo. Pero todavía no te has encontrado. Entre tanto, la única ventaja de reunirte con otros es que alguno de ellos te pueda presentar a ti mismo. Antes de hacerlo, probablemente imagines que lo has hecho muchas veces. Pero la verdad es que cuando te encuentras contigo mismo, alcanzas un don y un legado permanente de conocimiento que no se parece a ninguna otra experiencia terrenal.» TARIQAVI
Lo que estamos buscando verdaderamente —y lo que la vida interior puede mostrarnos— es el poder sobre nosotros mismos, no el poder sobre los otros.
El mundo necesita una sanación conmovedora, no la búsqueda de poder mediante la corrupción y la manipulación. El mundo requiere gente sana, integrada y equilibrada; porque siempre nos encontramos con que en el mundo exterior falta aquello de lo que carecemos. En el mundo también hay muchas fuerzas exteriores que tratan de hacernos vivir no según nuestro propio sentido sino de acuerdo con las narrativas sociales dominantes. Se nos dice que debemos vivir conforme a determinadas narrativas que en general benefician a aquellos sistemas que no están interesados en el alma humana. Y cuando nos negamos tales nutrientes esenciales sentimos incomodidad dentro de nosotros. La gente toma cantidades crecientes de anti-depresivos o estimulantes, así como relajantes: tomamos drogas para hacernos subir y otras para hacernos bajar. Estamos abiertos y somos vulnerables a las energías del desánimo. Aquí tenemos un cuento sobre el precio del desánimo.
Una vez se corrió la voz de que el Demonio se retiraba de sus negocios y estaba organizando la venta de sus herramientas de trabajo al mejor postor. La noche de la venta se dispusieron todos los utensilios para que los viesen los postores. ¡Qué tropa tan variopinta formaban! Había instrumentos siniestros de odio, celos, envidia, malicia, traición y todos los demás elementos del mal. Pero junto a ellos también había un instrumento aparentemente inofensivo, con forma de cuña, desgastado y raído y que, no obstante, estaba tasado en un precio mucho mayor que el resto. Alguien preguntó al Demonio cuál era el nombre de aquel instrumento tan feo.
—Desánimo —contestó el Demonio.
—Y ¿por qué un instrumento que no aparenta malicia alguna tiene un precio tan elevado? —preguntó el postor.
—Porque —respondió el Demonio— este instrumento me es más útil que cualquier otro. Cuando me fallan todos los otros caminos puedo entrar en la consciencia de un ser humano y una vez dentro, gracias al desánimo de esa persona, hacer todo lo que quiera. El utensilio está desgastado porque lo uso prácticamente en cualquier sitio y como poca gente lo sabe puedo seguir logrando mis objetivos con éxito.
Y el precio del desánimo era tan extraordinariamente elevado que incluso hoy en día continúa siendo propiedad del Demonio.
El precio del desaliento lo está pagando demasiada gente, y es un precio alto (¡cómo bien sabe el diablo!)
Es común que en el trabajo digamos a la gente que estamos felices cuando la mayor parte del tiempo no es así. Compramos más y más objetos para sentirnos internamente felices o comprar felicidad en otros. La gente en las culturas modernas continua acumulando objetos y posesiones mientras se siente vacía por dentro. Semejante consumismo vacía nuestros bolsillos y fracasa en llenar nuestras almas. Y no solo nuestras vidas físicas se abarrotan de pertenencias, nuestros espacios psicológicos también. Estamos atiborrados de posesiones que se han acumulado como aditamentos psicológicos: creencias, ideologías, nacionalismos, opiniones, gustos, disgustos y todo el resto. A menudo nuestras mentes están saturadas al pertenecer a esto y aquello y a todas las otras cosas a las que nos agarramos o que nos aferran. Y es aquí donde residen algunos de los trastornos, y de donde seguirán llegando, porque actualmente nuestras pertenencias se están fragmentando. Cuando nuestras vidas sociales, culturales, económicas y laborales experimentan cambios y transformaciones —como está sucediendo actualmente— el enganche a las viejas «pertenencias» sólo servirá para causar mayor confusión y desorientación. Se diría que ya estamos viviendo en un mundo que exhibe signos externos de locura y tendencias psicopáticas. Debemos asegurarnos de que el mundo nunca tenga más críticos que visionarios, o más pesarosos que hacedores positivos, y de no perder de vista nuestros marcos de sentido.
Las sociedades pre-modernas, por ejemplo, vivían dentro de sus propios marcos de sentido. No todas las preguntas tenían respuesta, pero los misterios y lo misterioso al menos tenían un hogar donde podían existir. Hoy día, a menudo, vivimos dentro de una atmósfera de preguntas sin sentido y de respuestas contradictorias. La búsqueda de sentido está siendo remplazada por la busca del progreso. El progreso puede aliviar algunos de nuestros dolores y sufrimientos, pero nunca compensará la falta de plenitud que sentimos por dentro, porque eso requiere alimento metafísico y trascendental. Cualquier noción de lo espiritual, o lo metafísico, a menudo no se estima esencial para nuestra vida cotidiana, y se nos enseña a desecharla. Se ha considerado que la función de la modernidad era liberarnos de las ilusiones de trascendencia. Y, aún así, el deseo, o la necesidad, de algún Absoluto permanece profundamente dentro de nosotros y nunca puede ser totalmente erradicada. Quizá sea esta contradicción lo que subyace en el corazón de nuestro desamparo contemporáneo.
La vida moderna también trata de erradicar, o al menos esconder, todo sentido de enigma, pero son precisamente estos enigmas los que enriquecen nuestras vidas de asombro y reverencia. Intentar abolirlos es un acto de gran ignorancia y arrogancia. Las cuestiones irrefutables deben aceptarse y no rechazarse. Al misterio y a lo misterioso se les debe permitir un espacio para prosperar y cautivarnos. Este sentido de misterio es lo que nos mantiene curiosos, y la curiosidad es una de nuestras fuerzas impulsoras y motivadoras.
Las sociedades modernas bien pueden elogiar su sofisticada cultura intelectual, pero eso tiene un coste: tener una cultura espiritual deteriorada. Aquello que pertenece a la experiencia del alma humana se considera no sólo incomunicable, sino más bien peligroso de comunicar. Al final, los misterios de la vida se mantienen fuera de la vista porque no se pueden conocer y por tanto controlar por completo. Estamos hechizados, y se nos distrae de lo esencial. He aquí otro cuento:
Un león fue capturado y encerrado en una reserva donde, para su sorpresa, se encontró con otros leones que llevaban allí muchos años, algunos incluso toda su vida: habían nacido en cautividad. El recién llegado no tardó en familiarizarse con las actividades de los restantes leones, los cuales se asociaban en distintos grupos.
Un grupo era el de los socializantes, otro el del mundo del espectáculo y había un tercero que tenía como objetivo preservar las costumbres, la cultura y la historia de la época en que los leones eran libres. Había grupos religiosos y otros que atraían a los que tenían talento literario o artístico. Por último, había revolucionarios que se dedicaban a conspirar contra sus captores y contra otros grupos revolucionarios. De vez en cuando estallaba una revuelta y un grupo determinado era eliminado o los guardianes del campo morían y eran reemplazados por otros guardianes.
El recién llegado reparó en la presencia de un león que parecía estar siempre profundamente dormido. No pertenecía a ningún grupo y permanecía ajeno a todos ellos. Suscitaba admiración en unos y hostilidad en otros.
—No te unas a ningún grupo —dijo el solitario—, esos pobres se ocupan de todo menos de lo esencial.
—Y, ¿qué es lo esencial? —preguntó el recién llegado.
—Lo esencial es estudiar la naturaleza de la cerca.
La totalidad de una sociedad puede distraerse. Hay una analogía pertinente en cómo, en el 265 a.C., la armada persa arrebató Antioquía al Imperio Romano. Muchos de sus habitantes estaban presenciando el teatro romano sin darse cuenta de que los arqueros enemigos habían escalado hasta las gradas detrás de ellos. Los actores que estaban abajo habían visto a los arqueros enemigos y estaban intentando desesperadamente avisarles haciendo señas con las manos…pero la audiencia no entendía, pensando que formaba parte del entretenimiento. Hasta que fue demasiado tarde. Se entretuvieron hasta el punto de morir. Quizá también nosotros, en palabras del crítico social Neil Postman, estemos «divirtiéndonos hasta la muerte».
ENTENDER NUESTRO LUGAR EN EL MUNDO
La única libertad genuina se encuentra volviéndonos hacia nuestro interior. El ser humano es por naturaleza una criatura imaginativa y creativa. La realidad puede ser dura y dolorosa, pero también es el reino de tantísimo asombro y reverencia. Podemos pasarnos la vida jugando en el barro, pero nuestras mentes pueden alcanzar las estrellas. Nuestra ciencia puede acceder hasta la molécula así como profundizar en la formación del universo; nuestros místicos y sabios pueden alcanzar el corazón pulsante del cosmos. El ser humano tiene una dimensión interior que tiene que investigarse y que, a su vez, es intemporal.
Mi visión es que el papel de la imaginación —la interpenetración del mundo interior— es crucial. Es lo que fusiona lo que está arriba con lo que está abajo. También es un canal para la intuición, y es mediante ella como nos acercamos a lo esencial. La mirada hacia adentro siempre intenta revelarnos el papel del ser humano, y lo que nos hace humanos. Se trata de intentar entender nuestro lugar en el mundo y nuestras cambiantes visiones del mismo. Y justo ahora, nos encontramos en un punto crucial de la historia humana.
La vida en este planeta está experimentando un gran cambio. Hay una revolución que llega, mientras la gente, especialmente los jóvenes, desarrollan sus maneras de comunicarse y colaborar, y una nueva consciencia. Estamos presenciando ejemplos de empatía y compasión entre jóvenes de todo el mundo, así como innovación, creatividad y motivación inspirada. Ya he manifestado con anterioridad que estamos cambiando hacia una época en la cual emergerán como rasgos dominantes nuevos conjuntos de valores. Es primordial reconocer que estamos experimentando un cambio desde las culturas locales hacia un periodo de transformación en ciudadanos planetarios. Los nacionalismos tendrán que pasar a ser secundarios, o hacerse a un lado totalmente, a medida que nos vayamos acercando cada vez más como especie global. Y esta transición significativa está disolviendo nuestras seguridades, nuestros sistemas de creencias, y nuestros modelos de realidad. Todo lo que nos rodea está empezando a agitarse, y eso mismo pasa, literalmente, en la tierra. No podemos seguir dentro de las viejas narrativas. Necesitamos de nuevas visiones del mundo, tanto como individuos como dentro de nuestras comunidades y sociedades. Lo que ahora necesitamos es una visión genuina y sincera de largo alcance. Y en nuestras principales culturas también carecemos de esperanza y confianza, especialmente en nuestros sistemas socio-políticos. Lo que ahora es esencial es esperanza y confianza en la humanidad, y en la riqueza y la capacidad de adaptación del espíritu humano. Estamos en la antesala de un mundo diferente que está naciendo, y en su centro estarán el corazón y el alma humana. No puede haber un futuro genuino duradero si sólo se basa en la vida exterior, debe obedecer a los valores que proceden del interior del ser humano. Para estar preparados para el mundo futuro, que actualmente está emergiendo ante nosotros, debemos adaptar nuestro pensamiento y nuestra consciencia a todas las posibilidades. Pero lo primero que necesitamos es un cambio mental genuino: Dios decidió descender a la Tierra a echar un vistazo a cómo le iba a su creación. Se acercó y sucedió que miró a un gran árbol lleno de monos aulladores. Mientras miraba hacia abajo, uno de los monos miró hacia arriba y lo vio. El mono se entusiasmó y empezó a gritar: —¡ Veo a Dios…veo a Dios! Ninguno de los demás monos le prestó atención. Algunos pensaron que se había vuelto loco o quizás fuese un fanático religioso. Siguieron con sus vidas cotidianas, recolectando comida; cuidando de sus crías; peleándose entre sí, etcétera, etcétera. Al no obtener escucha alguna, nuestro mono decidió intentar llamar la atención de Dios, y dijo: —¡Dios, todopoderoso, tú eres el benefactor, el misericordioso, por favor ayúdame! Al instante, el mono se transformó en un hombre que vivía en su propia comunidad humana. Todo cambió, excepto una cosa: la mente del mono, el cual de inmediato se dio cuenta de que eso podía ser un problema. —Bueno, gracias Dios, ¿pero qué pasa con mi mente? —Eso —dijo Dios—, tendrás que cambiarlo tú mismo. Como en esta historia, nosotros tenemos la forma humana. El próximo paso que nos corresponde es asumir la responsabilidad del nivel correcto de consciencia. Tenemos que aceptar la responsabilidad de nuestras elecciones y acciones; y también de cómo escogemos responder a los acontecimientos. Todo comienza y termina con nosotros mismos, y cualquier otra cosa es una excusa, no importa lo plausible que nos parezca. Como seres creativos, imaginativos, inventamos e innovamos. Al mismo tiempo somos maestros en inventar nuestras propias historias falsas e imaginaciones con las que nos engañamos. Al respecto, debemos escoger cuidadosamente dónde queremos poner nuestra atención, tiempo y esfuerzos. Después de todo, cuando visitamos un hermoso jardín ¿escogemos sentarnos junto a las rosas y disfrutar de su dulce fragancia, o sentarnos entre las malas hierbas que nos pinchan? Es importante que nos regalemos momentos de alegría, porque la alegría es una energía contagiosa, y también se comparte fácilmente. Nos corresponde escoger esos momentos, acontecimientos y circunstancias para grabarlos en nuestros recuerdos y nuestro corazón. También se trata de escoger qué cosas olvidar. Estaríamos mejor renunciando o regalando la mayoría de las cosas que nos encontramos o acumulamos. Sólo deberíamos guardar unas pocas, de manera que aseguremos la calidad e integridad de aquellas cosas que mantenemos junto a nosotros. Aquí hay otro cuento: Cuenta una leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto y en un punto determinado del viaje discutieron y uno le dio una bofetada al otro. El ofendido, sin nada que decir, escribió en la arena: «Hoy mi mejor amigo me pegó una bofetada en el rostro». Siguieron adelante y llegaron a un oasis donde resolvieron bañarse. El que había sido abofeteado y lastimado comenzó a ahogarse, y su amigo le salvó. Al recuperarse tomó un estilete y escribió en una piedra: «Hoy mi mejor amigo me salvó la vida». Intrigado, el amigo preguntó: —¿Por qué después de que te lastimé escribiste en la arena y ahora escribes en una piedra? Sonriendo, el otro amigo respondió: —Cuando un gran amigo nos ofende, deberemos escribir en la arena donde el viento del olvido y el perdón se encargarán de borrarlo y apagarlo; por otro lado, cuando nos pase algo grandioso, deberemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón donde ningún viento en todo el mundo podrá borrarlo. Construimos y desarrollamos nuestro propio mundo interior con todas las pequeñas cosas y momentos que elegimos grabar en nuestro corazón, espíritu y alma. Podemos escoger aquellas cosas con las que deseamos alinear nuestro camino hacia delante. ELEGIR NUESTRO CAMINO No debería asustarnos hablar de las cosas del espíritu: estar presentes con espíritu y vivir con él nuestros momentos cotidianos. Como dice Bob Dylan, quienes no está ocupados en nacer lo están en morir. Somos representantes del espíritu, y por tanto deberíamos tratar de tenerlo presente, sin el ansia de alardear de ello. No hay necesidad de actuar de manera rara o peculiar; de vestirse con ropas extrañas o de seguir costumbres antagónicas a la cultura en la que estamos viviendo. Podemos pensar y sentir de manera diferente, y tener experiencias que están más allá del conocimiento normal aceptado. Pero venir a parar a una conducta externa extraña sólo muestra que somos incapaces de internalizar y estabilizar esas experiencias y energías. A todos los efectos, no hay nada erróneo en parecer normal al mundo exterior. Para comprometerse con el espíritu, puede que primero tengamos que aprender cómo estar quietos sin aburrirnos. Ya hay suficientes distracciones activas en el mundo tal como es: ¿para qué añadirle más? Requerir «cosas prácticas» es una solicitud normal. La gente quiere encontrar actividades, actuaciones, ejercicios y rituales que les ayuden a lo largo de su propio camino de desarrollo. Y el mundo ofrece muchas de esas cosas, con diversos grados de autenticidad, sinceridad y eficacia. Pero a veces que se nos dé una acción de la que ocuparnos minimiza el proceso de búsqueda inicial. Yo, personalmente, soy incapaz de dar remedios específicos para la búsqueda de sentido, aparte de decir que una persona primero debe experimentar cómo se siente este anhelo, esta necesidad. Somos catalizadores de nuestra propia búsqueda de sentido y cada camino se recorre de forma diferente. Para empezar, debemos aprender cómo articular esta necesidad. Esto iniciará entonces el curso de la propia vida que alterará para siempre lo que venga después. Estamos obligados a confiar en nuestros instintos, nuestra intuición, y a adoptar la respuesta apropiada. No estamos aquí en esta vida para existir como espectros entre los fantasmas de este mundo. Siempre disponemos de una elección interna, y esto no nos debería forzar a someternos al abismo de la locura masiva. Como nos cuenta la historia, Había una vez un rey sabio y poderoso que gobernaba una remota ciudad de un lejano reino. Y el rey era temido tanto por su poder como por su amor por la sabiduría. En el corazón de la ciudad había un pozo de agua fresca y cristalina y todos los habitantes bebían de él, incluso el rey y sus cortesanos, porque allí no había otro pozo. Una noche, mientras todos dormían, una bruja entró en la ciudad y vertió en el pozo siete gotas de un extraño líquido y dijo: —De ahora en adelante, quienquiera que beba de esta fuente se volverá loco. A la mañana siguiente todos los habitantes, excepto el rey y su chambelán, bebieron el agua del pozo y muy pronto todos se volvieron locos, como la bruja había predicho. Durante todo el día, recorrieron las estrechas calles y las plazas públicas susurrando entre sí: —El rey está loco. Nuestro rey y su chambelán han perdido la razón. Como es natural, no nos puede gobernar un rey loco. ¡Debemos destronarlo! Esa noche, el rey ordenó que se le trajese una copa de oro con agua del pozo. Y, cuando se la llevaron, el rey y su chambelán bebieron copiosamente de ella. Poco después, en aquella remota ciudad del lejano reino, hubo un gran regocijo porque el rey y su chambelán habían recuperado la razón. Debemos ser valientes para comprometernos con el camino interior que hayamos escogido, en tanto no dañemos a nadie. El camino interno genuino es sutil. A veces puede parecer como si nada sucediese, como si no fuésemos a ningún sitio. Quizá el camino en sí sea una búsqueda de ningún-lugar y ningún-sitio. Y, aún así, podemos tener la garantía de que el camino interior está activo siempre en todo momento. Y su búsqueda puede aportarnos sentido cuando nos comprometemos con el mundo moderno. En medio de las distracciones y los entretenimientos en oferta es posible seguir centrados en nuestro propio regocijo interior con sentido. Y esta alegría interior trae con ella sus propios momentos sagrados. Recordar que la vida yace más allá de la razón y que es algo sagrado nos hará bien. Y deberíamos permitir esta presencia sagrada en nuestras vidas, con alegría, respeto, e incluso un toque de humor. Después de todo, sólo un poco de alegría, respeto y humor pueden llegar lejos, muy lejos, y tenemos que viajar remotamente. [1] Ver The Phoenix Generation: A New Era of Connection, Compassion & Consciousness