Introducción

Decir que vivimos en un mundo de contradicciones y yuxtaposiciones es constatar lo evidente. Cuando hay sociópatas en el poder, la indecisión y las incertidumbres gobiernan nuestros futuros sociales y políticos, y en nuestros medios de comunicación hay indeseables manipuladores e injuriosos, es verdaderamente difícil saber hacia dónde nos dirigimos. Puede que nadie lo sepa. Como me decía esta mañana un amigo en un mensaje de texto rápido: «Qué puedas crear este día, tu día, a partir de la esencia de buenos pensamientos, buenas palabras y buenas obras. Y que así sea».  


Y así es. Este es nuestro día y lo hacemos como es viviendo en el presente. Como el eminente físico Erwin Schrodinger dijo: «Por siempre y para siempre sólo hay ahora, un único ahora; el presente es la única cosa que no tiene fin». Puede que realmente no entendamos, o no nos guste, lo que sucede pero todavía tenemos poder para tomar nuestras propias decisiones.


En todo elegimos, y cuando se trata de lo básico, de lo que debemos hacer ineludiblemente, descubrimos que tenemos una elección fundamental entre asignar nuestra vida al Amor o al Miedo. En otras palabras, si escogemos el Amor nos ponemos del lado de la compasión, la empatía, la aceptación, el perdón y la tolerancia. Y si elegimos alinearnos con el Miedo nos entregamos a la manipulación, la ansiedad y la vulnerabilidad.

Y si queremos, podemos decidir cómo deseamos ver nuestro mapa del mundo. Porque cómo resolvamos ver e interpretar el mundo dependerá en gran medida de nuestro estado de consciencia. Lo que estoy tratando de decir es que podemos optar por pensar, actuar, comportarnos y ser de un modo diferente a las cosas disfuncionales que vemos en el mundo que nos rodea. Es decir, podemos escoger ser una fuerza del bien.

Podemos elegir ser un hereje sagrado, que es el título del artículo de hoy, adaptado de mi próximo libro «The Sacred Revival: Magic, Mind & Meaning in a Technological Age».

 

Herejes sagrados

Cada sociedad tiene una estructura cognitiva de conocimiento permitido que maneja una élite y de conocimiento prohibido que distribuyen, en mercados negros o sumergidos, delincuentes cognitivos, herejes, revolucionarios o simplemente locos.

William Irwin Thompson

 

Nuestros conceptos humanos de la verdad son siempre parciales, fragmentados e incompletos, porque son un reflejo de nuestras propias imperfecciones y nuestro estado incompleto. Cada cultura crea su cosmología, su imagen coherente del mundo y por tanto también, invariablemente, sus propias limitaciones. Y aquellos patrones de pensamiento o ideas que no encajan en el consenso social se etiquetan de heréticas. Son distinciones artificiales –los límites, parámetros y perímetros– erigidos por la mente humana. La mente construye el mundo tal como lo vemos. Cada cultura considera que su visión del mundo es la mejor. Del mismo modo que cada cultura enseña su propia historia basada en textos históricos tendenciosos, cada sociedad recubre la mente de pensamiento sesgado. La moderna visión del mundo ha asumido la creencia de que eso es el mundo, en lugar de una  visión particular del mundo. La distinción puede parecer leve, pero sus consecuencias son de largo alcance.


Las suposiciones consensuadas que mantiene nuestra sociedad se opondrán siempre a nuestras propias tentativas de transformación personal más allá del condicionamiento social.  Escapar de los patrones enraizados y de los puntos de vista condicionados siempre hará que se te etiquete de «hereje». Un hereje mental consciente no es necesariamente un hereje malo: la evolución de la civilización humana siempre ha dependido de ellos. Podemos elegir qué tipo de narrativa deseamos usar para enmarcar nuestra perspectiva de la vida y la realidad, pero no escoger ninguna narrativa en absoluto no sólo no es una opción, tampoco es posible.


El mundo que decidimos ver es nuestro mapa del mundo y, en gran medida, es una proyección de nuestro propio estado de consciencia.  Pero esto puede ser tanto una trampa como una liberación. Si no estamos abiertos a la flexibilidad y la variación, podemos quedar atrapados dentro de los parámetros de nuestros modelos mentales. De igual modo, también las sociedades exhiben una renuencia a abrirse a tal flexibilidad, de manera que, a menudo, al principio las ideas innovadoras y las mentes visionarias se sienten amenazadas.  Tal conservadurismo cultural puede considerarse como una filosofía de mentes pequeñas que prefieren la seguridad y la protección de servir al statu quo. Pero corren el peligro de olvidar que el imperativo de la vida es cambiar y trascender continuamente.

Muchas de nuestras percepciones culturalmente sesgadas se constituyen conforme a una visión selectiva de la realidad. Cuando ampliamos nuestra capacidad de reflexión consciente, agrandamos nuestra perspectiva del cosmos. Nuestra capacidad mental es una ventana de percepción; y vemos a través de una abertura más o menos amplia; como si desde una habitación mirásemos hacia afuera por una ventana pequeña u otra más grande. Pero el culto actual a la razón científica nos ha llevado a creer que la física y las matemáticas son la única manera de «leer» el universo. En otras palabras, que cualquier relación con el cosmos o comprensión del mismo, y/o cualquier tipo de inteligencia cósmica se establece gracias al poder de las ecuaciones. Para muchos de nosotros, el mundo, el universo –nuestra sensación de sentido puede que sea poco más que un conjunto de ecuaciones complejas. Naturalmente, podríamos hacernos la siguiente pregunta: ¿qué nos hace pensar que nuestra manera actual de ver el mundo es la correcta o que la comprensión contemporánea es mejor que otras perspectivas alternativas? Cada uno de nosotros apuesta su vida a una imagen determinada de la realidad. Por tanto deberíamos preguntarnos acerca de esta imagen: ¿se siente profunda e intuitivamente que es «correcta»? ¿Y sigue siéndolo a medida que pasa el tiempo?


Nuestra moderna visión del mundo puede parecernos coherente; pero por el contrario es fragmentada y artificial, y carece de cualquier sentido de comunión, solidaridad y agradecimiento. La percepción actual dominante, en gran medida heredada de la ciencia occidental, no tiene una comprensión de la correspondencia.  Nos hemos colocado en un dualismo de «lo objetivo frente a lo subjetivo», en el cual ha de ser lo uno o lo otro, pero no puede haber una correspondencia –una participación– que involucre a ambos. En verdad, no existe ningún absoluto: nunca es lo uno o lo otro (blanco o negro; objetivo o subjetivo). Estas distinciones son invenciones de los modelos humanos de pensamiento y como tales, más que cualquier otra cosa, representan nuestro estado de razonamiento. Si la realidad es un rompecabezas, nuestras mentes racionales hiperactivas simplemente han revuelto deliberadamente sus piezas.  

 

Cada sistema de conocimiento al que nos adherimos y apoyamos es solo una forma específica de expresión acorde al tiempo y al lugar. Ninguna forma o articulación específica es absoluta. Formamos nuestras percepciones de la realidad a partir de nuestras articulaciones (especulaciones o suposiciones). Representamos la realidad de maneras específicas, como parte de nuestra experiencia humana, y lo hacemos mediante nuestras culturas y nuestros sistemas filosóficos y de creencias. Interpretamos la realidad de acuerdo con  patrones que representan nuestros estados de pensamiento. Para la mayoría de la gente es casi imposible entender más allá de los límites de comprensión de cada quien.

Estos modelos de interpretación de la realidad han conformado nuestras filosofías y cosmologías durante las épocas pasadas –desde la mente griega hasta el Renacimiento– y con todo, continuamos careciendo de una cosmología que capte el corazón de las dinámicas creativas del cosmos en el que existimos. En la civilización humana cada época exige una cosmología correspondiente en la cual enmarcarse; y que también guíe su ethos. Actualmente estamos, y hemos estado durante varias décadas, en la fase en la cual necesitamos una nueva estructura de realidad que nos sirva mejor y no sólo como civilización planetaria sino también como rudimentaria viajera espacial.  La insuficiencia de nuestros modelos actuales nos ha llevado a un periodo de perturbación y confusión generales, de insatisfacción e incertidumbre. Y al final todo vuelve a la consciencia. Como Terence McKenna dijo una vez: «necesitamos explorar realmente el problema de la consciencia, porque a medida que los seres humanos ganan poder se están convirtiendo en el factor decisivo en el planeta. Las preguntas inminentes son: “¿Es bueno el ser humano?” y a continuación, si la respuesta es sí, “¿para qué sirve?”

[i] Necesitamos una nueva cosmología  una nueva visión del mundo– aunque sólo sea para averiguar para qué sirve la humanidad.


Todavía tenemos que reconocer completamente que el camino del hombre es un camino de trascendencia creativa a través de la evolución consciente. El viaje que tenemos por delante se está desplegando a nuestro alrededor –estamos en él– y por ello no nos queda otra que aceptar el recorrido. El mundo ya está intrínsecamente en una conectividad energizada; según la ciencia cuántica cada molécula, átomo y quark están conectados mediante un campo de energía no-local. Pero a pesar de esta narrativa científica continuamos manteniendo una cosmovisión que entiende la vida como separada, aislada, con límites concretos y umbrales tangibles. La única manera de ver esto es alienando el alma humana. La cuestión no es si sino cuándo nos moveremos para transformar la consciencia humana con el fin de que se corresponda con las nuevas perspectivas. De modo que la primera pregunta es: «¿cuándo vamos a cambiar literalmente nuestras mentes?»

 
Un cambio mental
  
Dios decidió descender a la Tierra a echar un vistazo a cómo le iba a su creación.

 
Se acercó y sucedió que miró a un gran árbol lleno de monos aulladores. Mientras miraba hacia abajo, uno de los monos miró hacia arriba y lo vio.
 
El mono se entusiasmó y empezó a gritar: —¡ Veo a Dios…veo a Dios!

 
Ninguno de los demás monos le prestó atención. Algunos pensaron que se había vuelto loco o quizás fuese un fanático religioso. Siguieron con sus vidas cotidianas, recolectando comida; cuidando de sus crías; peleándose entre sí, etcétera, etcétera. Al no obtener escucha alguna, nuestro mono decidió intentar llamar la atención de Dios, y dijo:  

 
—¡Dios, todopoderoso, tú eres el benefactor, el misericordioso, por favor ayúdame!

 
Al instante, el mono se transformó en un hombre que vivía en su propia comunidad humana. Todo cambió, excepto una cosa: la mente del mono, el cual de inmediato se dio cuenta de que eso podía ser un problema. 


Bueno, gracias Dios, ¿pero qué pasa con mi mente?
 
Eso, dijo Dios, tendrás que cambiarlo tú mismo.
  
Los historiadores han señalado que durante unos quinientos años el periodo que va del 500 al 1000 d.C.– la psique humana occidental mostraba una ausencia casi total de signos de interiorización. Dentro de la cultura socio-religiosa imperante, había poco interés en investigar la mente. Sin embargo, el monasticismo, a partir del año 1000 d.C. hacia delante, mostró signos de interiorización y de su relación con la moral y la ética. Se sugiere que esto demostró ser anatema para las instituciones religiosas ortodoxas, especialmente la iglesia católica, ya que dio lugar a un incremento de la experiencia gnóstica. Alrededor de esa época surgieron diversas sectas religiosas que contenían en sus enseñanzas elementos del gnosticismo y el maniqueísmo y a las que se las trató como si fuesen las mayores herejías. Entre ellas se incluyen sectas como los bogomilos y los cátaros. Por los testimonios de primera mano que han sobrevivido parece ser que los aspectos gnósticos de estas sectas se basaban en estados profundos de interiorización y visión que preocuparon sumamente a la iglesia ortodoxa. Como resultado de ello, y para combatir directamente la herejía, a finales del siglo XII se estableció la Inquisición, un sistema judicial de la iglesia católica romana. Incluso se ha sugerido que la Inquisición puede considerarse como el origen del estado policial moderno. Es decir, a las masas se las mantiene oprimidas mediante diversas formas de violencia administrativa que se hacen pasar por instituciones culturales.
           
La mente total de la humanidad a menudo ha reaccionado agresivamente, a veces con perplejidad, cuando se han reprimido las tendencias esenciales, a las cuales con frecuencia se las ha etiquetado de paganas, míticas, heréticas, o incluso como un auténtico tabú. Y tales represiones suelen resurgir de otras formas o por otros caminos. Pero la verdadera herejía occidental ha sido la supresión y la negación en la sociedad de tales tendencias internas visionarias sagradas  y de los elementos gnósticos. A lo largo de los siglos la energía arcaica reprimida ha surgido de formas muy variadas, y en una cultura que no contempla un lugar para la expresión de las visiones psíquicas interiores éstas pueden ser perjudiciales para la persona. Lo más frecuente suele ser que nuestras sociedades nos «droguen» socialmente hacia la realidad consensuada. Según un camino sagrado, el proceder de las tradiciones de sabiduría perenne ha sido desencadenar la mente. Hasta ahora ha sido la ruta menos transitada.


Vivimos nuestras vidas con el conocimiento de que como seres humanos somos algo inherentemente cognoscible; que nos podemos investigar y descubrir a nosotros mismos. Los antropólogos nos hablan del desarrollo del ser y de las sociedades humanas. Los sociólogos describen nuestro comportamiento social y cultural. Los biólogos estudian los organismos humanos, incluidos nosotros; y los arqueólogos describen las culturas y conductas humanas del pasado remoto. Y aún así tenemos un escasísimo conocimiento de cómo explorar el devenir humano: cómo entender y desarrollar nuestros estados interiores. No fue sino hasta recientemente en el siglo XX cuando, en occidente, se nos dieron herramientas socialmente validadas para abrirnos, mirar dentro y explorar nuestras mentes. Mediante el psicoanálisis, la psicología profunda y luego la transpersonal, por fin hemos sido capaces de alentar a la mente profunda a emerger. Cuando examinamos verdaderamente lo que yace en nuestro interior encontramos que ahí existe un deseo interno, casi eterno, que aspira a cierta forma de trascendencia. La humanidad tiene un impulso innato de trascendencia, de ir hacia algo que aún es incapaz de articular.  Como especie hemos viajado al espacio exterior, hemos cartografiado las profundidades de nuestros grandes océanos, nos hemos asomado al corazón del átomo nuclear, y hemos sido testigos del destello del bosón de Higgs, «la partícula de dios»: pero permanecemos en gran medida ignorantes del mundo interior del ser humano. Éste es la esfera no científica donde la consciencia se encuentra con el alma, y en la que se negocia la comunión con el cosmos intangible. La antigua «mente de mono» nos ha mantenido aislados de un cosmos viviente, sagrado, así como nos ha apartado de nosotros mismos. Entre nosotros la mente de mono ha sido la verdadera herejía y ahora estamos obligados a dejarla atrás mientras nos aventuramos en un nuevo tipo de mente. Bienvenidos a la consciencia participativa.
 
Hacia la consciencia participativa


No podemos conocer verdaderamente nuestra realidad tal como es porque cuando pensamos en ella, a través del propio acto de observación, ya la transformamos. Otra manera de decirlo es que no formamos parte de una realidad observable sino participativa. Es decir, la consciencia (y por inferencia nuestra mente) está en todo lo que observamos y comprendemos.  Estamos entrelazados en la estructura misma de nuestra realidad y de todo lo que percibimos con nuestros sentidos, y eso incluye el cosmos. Lo que podemos entender del cosmos procede de nuestra propia consciencia desplegándose. De manera que nada puede suceder en «nuestra realidad» sin, ante todo, nuestra participación.


Esto nos fuerza a reconocer que lo que constituye la mente no es sólo la «mente extendida» sino además la consciencia que interactúa con y participa de nuestro entorno. La interconexión y la completitud son aspectos de la consciencia participativa  que por su misma naturaleza es integral. Esta es la razón por la cual actualmente el pensamiento integral y ecológico tiene más facilidad para formar parte de nuestros patrones modernos de pensamiento. La psique humana (nuestro sentido del ser) busca la integridad, y la sensación de separación de una realidad significativa es una causa fundamental del malestar y la fragmentación que existen hoy día en nuestro mundo. Un mundo que cercena la psique, el alma y lo inconsciente es un mundo que separa el ser del hombre de su naturaleza esencial. El estado de consciencia participativa también puede verse en la imaginación poética en el mundo del romanticismoy en las expresiones de identificación compasiva con nuestro medio ambiente.


Reivindicar la mente integral de la consciencia participativa no significa que tengamos que abolir todo lo que hemos conseguido hasta ahora. Se trata de restaurar y comprender una sabiduría concreta que pueda ayudarnos a trascender una moderna visión del mundo que ha dejado de ser adecuada y sostenible para nuestro futuro. Una cosmología y una cosmovisión en la cual tengamos una comprensión diferente de la totalidad y la interconexión,  puede ayudarnos por fin a entender que nunca nos limitamos a «recibir» la realidad sino que más bien la articulamos participando dentro de ella, y en retorno nuestra realidad nos responde. Estamos en una relación de retroalimentación y respuesta mutuas con nuestra realidad; y eso hace de  nuestra participación en la realidad una responsabilidad. La participación genuina es también una forma de empatía y, a menos que nos responsabilicemos de ello, no podemos participar verdaderamente en el mundo. Por expresarlo de otra manera, podemos decir que la verdadera realidad no se revela a sí misma a la mente no preparada. El cosmos se revela a sí mismo al observador sólo levemente; pero muestra muchos más de sus secretos al participante consciente. La no-participación en nuestra realidad por ejemplo pensando de nosotros mismos como objetos separados sin conexión es una de las causas fundamentales de nuestra profunda sensación de distorsión interior. Es como si se nos apartase de nuestra tierra natal.


Hemos entrado en un periodo de la historia social en el cual muchos de nuestros viejos patrones de pensamiento y maneras de mirar el mundo están empezando a desmantelarse. Esta reconfiguración tiene la potencialidad de ser  una oportunidad increíble, así como de impulsar la perturbación y la incertidumbre. Quizá sea la razón por la que, ahora que nuestras instituciones sociales y culturales afrontan las oleadas de cambio perturbador que se avecinan, estemos sintiendo tantas inseguridades. Emancipar la mente de las viejas costumbres puede traernos tanto libertad como miedo a alejarnos de lo seguro y lo conocido. Como decía Saadi, poeta persa del siglo XIII: «En las profundidades del mar hay riquezas incomparables. Pero si buscas seguridad, está en la orilla».

           
Debemos aventurarnos en el mar, como herejes de la mente nueva.

 
Herejes de la mente nueva 
 
La verdadera historia de la civilización humana en este planeta es una historia de herejía, porque éstas han articulado siempre las nuevas formas de cambio y visión. El desarrollo humano y el progreso social han llegado merced al refinamiento continuo de la consciencia. En épocas de cambio a menudo eran los herejes quienes hablaban sin reservas de las verdades sagradas y esenciales dentro de la humanidad. Y cuando la sociedad quemaba a un hereje era porque temía que sus propias estructuras ortodoxas arcaicas fuesen  débiles y vulnerables al desmoronamiento. La historia de nuestras diversas culturas humanas se ha edificado sobre la historia de las herejías evolutivas. A medida que emergen nuevas interpretaciones, habitualmente el statu quo las absorbe y las transporta. Cuando surgen suficientes herejías nuevas, finalmente la cultura termina por responder adoptando la nueva comprensión y con ello evolucionando.  


Durante siglos la civilización occidental fue el epicentro de una energía de desarrollo que se manifestó en los periodos de las revoluciones industrial y tecnológica. Este impulso de desarrollo se ha extendido actualmente a todo el planeta. La etapa de la civilización occidental fue una primavera para llevar a la humanidad hacia el umbral de una civilización planetaria, con diversas culturas a nivel mundial. Nuestra época actual está en transición hacia una civilización planetaria y esto señala la apertura y el acceso a grandes potencialidades de oportunidad y sabiduría. Pero no ocurrirá de un día para otro, porque el cambio cultural necesita tiempo para asimilar nuevas perspectivas y comprensiones. Es un cambio que requiere la entrada de nuevas generaciones con sus patrones de pensamiento evolucionados.  Esta es la razón por la que ahora se requieren más herejes: para dar un paso al frente e involucrarse con una consciencia participativa a medida que oleadas de cambio entran en nuestras sociedades y a través de nuestras culturas populares. 
 
Los herejes y las herejías son todos uno. La herejía sagrada de la revolución genuina  es una herejía poderosa y aún así amorosa y compasiva. Es a esta corriente esencial de lo sagrado a la que muchas tradiciones de sabiduría se refieren y a la que buscan conectarse. Para ir hacia delante, cada cosa debe aprender a trascenderse a sí misma. La herejía sagrada es una fuerza dinámica de trascendencia. Mientras haya seres humanos vivos, perplejos por los prodigios del mundo y buscando el sentido de sus vidas, esta energía sagrada jamás se ausentará del mundo. 

 

[i] McKenna, Terence (1991) The Archaic Revival. New York, HarperCollins, p165
 

 

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