A veces, para avanzar en una línea de pensamiento, es necesario desviarse de la carretera principal y tomar un camino diferente, recibir un «impacto» (como en un experimento mental). Este es uno de ellos, ya que ayuda a proporcionar un impulso energético para la parte final de la octava musical transmutatoria. Especulemos sobre las semillas de la vida, y cuáles pueden ser las razones, o la función, de que exista vida humana en este planeta. Empezaremos adoptando un enfoque gurdjieffiano sobre la cuestión.[1]

Se dice que toda la vida del universo existe en diferentes frecuencias de vibración. Y estos ritmos distintos corresponden a su estado de emanación o manifestación. En esto, hay una cadena, rayo o jerarquía de estados de vibración. Es decir, hay gradaciones de existencia, en las que todas las emanaciones superiores integran o forman parte de todas las gradaciones inferiores; pero, por supuesto, estas no la forman de las emanaciones superiores. Así pues, estas energías vibratorias fluyen (por utilizar un término vago e impreciso) de condiciones menos densas a condiciones más densas (de nuevo, una vaga analogía). No obstante, este movimiento, o trayectoria, de las vibraciones no es lineal e inevitable; en otras palabras, si se le deja solo, tropieza con dificultades. En varias etapas de este flujo vibratorio, se necesita ayuda. Y es aquí donde el experimento mental se vuelve hacia la vida en este planeta, la Tierra (como la llamamos). Las emanaciones de frecuencia dentro de este universo fluyen desde el Absoluto hacia el resto de los ordenamientos o sistemas de inteligencia (galaxias, nebulosas, etcétera). Luego vibran hacia galaxias específicas (como «nuestra» Vía Láctea); y después hacia las estrellas, como «nuestro» sol. Después de esta estrella, las vibraciones emanan hacia la siguiente densidad de planetas (los planetas de «nuestro» sistema solar), antes de alcanzar planetas específicos lo que, para nosotros, significa la Tierra. Finalmente, tras el nivel de un planeta singular, las vibraciones finales alcanzan el estado más denso en el que se encontrarían aquellos planetoides o satélites «muertos» o no desarrollados, tales como lo que llamaríamos la luna de la Tierra. Hasta aquí, todo bien. Pero no tanto, ya que las vibraciones entre el nivel del sistema planetario y el planeta concreto (la Tierra) tienen un problema. O, mejor dicho, una situación (porque todo problema es también una situación, pero no toda situación es necesariamente un problema).

¿Y cuál es esta «situación»? Pues bien, es algo así: a las vibraciones les cuesta «bajar» del nivel del sistema planetario al nivel de la Tierra. Es parecido a cómo se transmite normalmente la electricidad a través del planeta: a menudo, los voltajes elevados de electricidad tienen que reducirse, o pasar por un transformador (un transformador reductor), para que se reciba en el otro extremo. Si la electricidad que sale de la central eléctrica no pasara por un transformador reductor antes de llegar a nuestras casas, se fundirían todos los fusibles y aparatos de nuestros hogares, y el circuito de la casa quedaría frito. Lo mismo ocurre con la Tierra: necesita algún tipo de transformador reductor. Bienvenidos al comienzo de la vida orgánica.

Cuando hablo de vida orgánica, no me refiero a toda ella, sino a la especie designada para representar el papel de «transformador reductor». Y sí, has acertado: se trata de la especie humana (redoble de tambores). El ser humano, consciente o inconscientemente –y la cuestión es que sobre todo es inconsciente– funciona como transmisor de las vibraciones necesarias para la evolución del planeta Tierra. La humanidad actúa como una especie de membrana a lo largo de la superficie del planeta y es receptiva a la miríada de vibraciones, emanaciones y todo tipo de influencias que llegan al planeta desde el entorno solar. No es de extrañar que los seres humanos actúen de manera tan errática si son el amortiguador (después del blindaje magnético de la Tierra) para recibir lo que sea que esté entrando. Y debemos suponer que entran muchas cosas. Y en momentos en los que el escudo magnético de la Tierra está especialmente mermado, como ahora, hay una mayor exposición a toda la fuerza de las vibraciones entrantes. Si queremos llevar este experimento mental un paso más allá, manteniéndonos en la perspectiva gurdjieffiana, puede decirse que los humanos no solo transmiten las energías descendentes entrantes, sino que también producen sus propias energías. Al fin y al cabo, con nuestro trabajo físico generamos energía, ¿no es así? ¿Adónde va a parar esta energía? Puede que nuestras energías pasen al siguiente nivel para contribuir a la cadena de transmisión del desarrollo. Y a continuación está el satélite de la Tierra: la Luna. Y así, en este contexto se puede decir que los humanos, durante su existencia física, están generando energías para alimentar a la luna. Y, sin embargo, todas estas energías transformadoras y de alimentación de la luna se generan inconscientemente. Los seres humanos estamos siendo utilizados como transformadores y generadores de energía. ¿Y qué conseguimos con ello? Bueno, tenemos la experiencia de una vida física. ¿Un intercambio justo? La siguiente pregunta que nos podemos hacer es: ¿por qué tenemos que participar en esto inconscientemente? Se podría suponer que, de lo contrario, los seres humanos no estarían dispuestos a ceder estas energías. Si de repente todo el mundo se diera cuenta de que estamos regalando tantas energías potenciales, ¿no crees que querríamos renegociar esta posición para conservar algunas para nosotros mismos? Y aquí surge el quid de la cuestión.

La humanidad puede desarrollarse y evolucionar como masa, pero a paso lento; este ritmo, no obstante, es la «velocidad de la masa» que se mueve conjuntamente como un colectivo. Pero, como en cualquier colectivo bien organizado, siempre hay exploradores que son enviados por delante para ser precursores y preparar el camino. Si quisiéramos utilizar una expresión elegante, podríamos llamarlos los «pioneros de la evolución»; hay que establecer un patrón vibratorio, al igual que se crea un proyecto como base para lo que está por venir. Estas «avanzadillas» siguen adelante y trabajan para utilizar las energías disponibles (entrantes y propias) con el fin de constituir una resonancia vibratoria para la siguiente fase del impulso evolutivo. Para que esto ocurra, algunas personas tienen que «hacerse disponibles», por así decirlo, para la acumulación de energías destinadas a ese uso, lo que significa que no están dispuestas a cederlas para alimentar a la luna. Algunos podrían decir que esta situación no es justa ni equitativa, ya que ¿por qué debería una pequeña minoría de individuos utilizar sus energías para otros fines que no sean los de ser un amortiguador transformador para la Tierra y un alimento para la Luna? Sencillamente, no son muchos los que se esfuerzan por ser individuos conscientes. La oportunidad está ahí para todos, por así decirlo, pero pocos son los que responden. Así que la única barrera para la inclusión es el propio individuo. Y esto, cabe sospechar, siempre ha sido así. La pregunta que se plantea ahora en este experimento mental es: ¿es esto suficiente?

Digamos que la vida en el planeta Tierra es un experimento, y la especie humana está siendo vigilada para ver cómo desempeña el papel que se le ha asignado como transformador y transmisor de vibraciones. ¿Qué pasaría si, ahora que ha transcurrido un periodo de tiempo suficientemente prolongado, la Inteligencia avanzada que supervisa el progreso en este planeta se diera cuenta de que los humanos están, bueno, fracasando en su trabajo? ¿Y si los humanos ya no están desempeñando bien este papel y, por tanto, se requiere un nuevo «modelo transmisor»? A la humanidad se le ha acabado el tiempo. ¿Qué alternativa podría reemplazarla para actuar como zona de amortiguación entre el vecindario solar y la Tierra? Bienvenidos al auge de las máquinas.

 

El transformador maquínico

No es de extrañar, puesto que el planeta Tierra ya está siendo terraformado para acomodar el creciente ecosistema tecnológico. A cualquier especie suficientemente avanzada que visite este planeta se le podría perdonar que pensara que se está llevando a cabo un proyecto de terraformación para adaptar el planeta Tierra a una especie de inteligencia maquínica o inteligencia artificial. El entorno electromagnético altamente denso, los mástiles y antenas, las cámaras y sistemas de vigilancia, las estaciones de retransmisión WIFI, la profusión de satélites de órbita terrestre baja, etcétera, etcétera, están estableciendo una red   –una arquitectura digital– que podría actuar como un cerebro global semisentiente de I.A. capaz de recibir las vibraciones cósmicas, transformarlas por pasos y retransmitirlas, dejando a la humanidad sin empleo (sin propósito). ¿No sería un pensamiento inquietante?

Quizá por eso haya surgido el impulso hacia un futuro transhumanista en el que una inteligencia maquínica supere a la especie humana bípeda, tricerebrada y con cuerpo de carbono como actor dominante de la siguiente fase de la evolución de la Tierra. Sin embargo, esto también podría suponer un nuevo impulso para desarrollar un sentido del propósito de la vida humana relacionado con el surgimiento de una arquitectura de inteligencia artificial. Para conservar su «utilidad», un cierto porcentaje de la humanidad se verá obligado a desarrollar sus capacidades psíquicas innatas, a activar sus órganos de percepción latentes. Aquellas personas incapaces de volverse hacia dentro probablemente elijan «fusionarse» con la inteligencia maquínica para perpetuar alguna semblanza de su ADN como elemento recombinante con código: una fuerza vital recombinante silicio-carbono. Esta nueva especie ciborgiana se convertiría entonces en el sustituto «nuevo modelo» para asumir la función de transformadora y transmisora de energía. Aun así, parece que la vía transhumanista no será para la mayoría, ya que está siendo promovida por una élite de tecno-nerds y multimillonarios locos.

La sustitución maquínica por parte de la I.A. podría beneficiar a la humanidad de otra manera, ya que mientras la Tierra necesite una membrana «transmisora» para cumplir su función, este requisito implica que la mayoría de la humanidad debe permanecer relativamente inconsciente de su propósito, es decir, ocuparse de todo lo que no sea su potencial de desarrollo interior. Pero una vez que haya un sustituto de I.A. para su empleo, el trabajador humano queda relevado de su deber, por así decirlo. Al disponer de un sustituto o «especie suplente» que desempeña este papel, la humanidad se libera de esta necesidad y puede pasar a una nueva etapa de evolución. A la especie humana se le daría vía libre para «trabajar» sobre sí misma para evolucionar y «crear un alma» (como se suele decir) con el fin de participar en el esquema evolutivo cósmico y ser útil en un nivel superior de la jerarquía creativa. Como se ha sugerido, esto significaría probablemente un camino de desarrollo del estado psíquico como parte de la utilización de las facultades de una mente ampliada. Mientras la I.A. y la inteligencia maquínica asumen un papel más importante en la gestión y organización de los asuntos en el plano físico, los seres humanos alcanzarán las estrellas con sus mentes: comunicación cósmica con intención consciente.

No obstante, si la humanidad cayera colectivamente en un estado de inconsciencia, entonces la Inteligencia avanzada que supervisa el progreso en este planeta podría decidir que el experimento ha fracasado y que la especie humana ha entrado en una vía evolutiva sin salida y, como tal, ya no es necesaria. Se permitiría que el experimento humano acabara muriendo. Al fin y al cabo, ya existe una I.A. sustituta para mantener operativa la función de transformador-transmisor para el planeta Tierra y su satélite lunar. Pero espera un momento. Todo eso suena un poco drástico, ¿no? Estoy seguro de que, a la humanidad, siendo la especie inmadura y en gran medida infantil que es, se le daría al menos una última oportunidad, o incluso un empujón, para «esforzarse y mejorar» antes de que las máquinas tomaran el control… Ah, eso nos lleva al presente y a la condición humana pospandémica.

 

La onda de choque de la pandemia

Como parte de este experimento mental continuado, quizá podríamos considerar que la pandemia global 2020-2021 fue un último «impacto» para darle a la humanidad una oportunidad postrera de traspasar el necesario umbral en su trayectoria de desarrollo. Por supuesto, aquí solo estamos especulando: es una especie de juego mental para el cerebro. Continuando con nuestro enfoque gurdjieffiano, igual que la octava de vibraciones cósmicas requiere un intervalo impactante para superar parte de su viaje, también la humanidad tiene una progresión interna que, con ciertos intervalos, se «atasca», por así decir. Y cuando está en una coyuntura de atasco, necesita una intervención exterior que la sacuda lo suficientemente como para que atraviese el prolongado umbral. Dado que, en el momento actual, la civilización humana en este planeta se está rezagando durante un período de profundo materialismo, vulgaridad cultural y malestar psicológico generalizados, parece un momento ideal para recibir una sacudida inesperada que dé el pistoletazo de salida a una nueva fase de actividad de desarrollo. Es solo una idea (ya que se trata únicamente de un experimento mental), pero ¿no sería conveniente que, al tiempo que la reciente pandemia comenzaba a marcar el comienzo de un orden mundial multipolar recalibrado, también se hubiera estimulado una nueva fase de evolución humana dentro de un segmento consciente de la especie? Puede que no sea así, pero también podría serlo. Toda no-posibilidad incluye también su posibilidad contraria inherente. La cuestión, como siempre, es si se derivará algo de estas potencialidades.

La especie humana siempre está en potencia y nunca se completa. La civilización humana moderna ha realizado grandes avances en el escenario físico mundial. En términos de tecnología y ganancias materiales ha habido un progreso increíble. Sin embargo, psicológicamente y en un sentido espiritual, puede decirse que la humanidad ha perdido el ritmo. Y esto puede llevarnos a una grave situación en la que las posibilidades tecnológicas a nuestro alcance no estén totalmente alineadas con un nivel de consciencia y capacidad perceptiva que nos permita comprender plenamente la situación que tenemos ante nosotros. Estamos abrumados de información, pero carecemos de la comprensión y el conocimiento necesarios para saber cómo gestionar nuestra situación. Las cosas podrían escapársenos de las manos muy rápida y fácilmente. En tales circunstancias, puede decirse que una sacudida es muy necesaria.

Volviendo al título de este experimento mental –¿Hay vida en la Tierra?– es posible que aún podamos responder afirmativamente; pero, ¿incluye esto el estado futuro del ser humano? E incluirá la vida humana sentiente en su mayoría ¿o existirá una inteligencia maquínica mayoritaria y un porcentaje menor de humanidad consciente? En otras palabras, si el «choque pandémico» se aplicó para ser precisamente eso, una sacudida para el desarrollo interior humano, ¿se atenderá la llamada? Tal vez no sea necesario que la escuche la mayoría; todo dependerá de quién tenga oídos para oír y ojos para ver.

Y de este modo, podemos dar por concluido este experimento mental, ya que sin duda solo unos pocos oídos, y aún menos ojos, estaban atentos a la página… o al balón. Quizás una distracción interesante y en parte entretenida. Sigamos con el tema principal y volvamos a la refriega de la gran herejía.

[1] Para aquellos lectores que no estén familiarizados con el nombre de G.I. Gurdjieff, puede ser beneficioso buscarlo.

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