Si no desarrollamos en nuestro interior este sentimiento profundamente arraigado de que hay algo superior a nosotros mismos, nunca encontraremos la fuerza para evolucionar hacia algo superior.
Rudolf Steiner
La humanidad está pasando por una fase difícil en su desarrollo, y el riesgo potencial de sumirse en estados más profundos de materialismo y automatismo es preocupante. Ambos estados suelen cooperar entre sí, ya que cuanto más profundamente nos integramos en las fuerzas materiales, mayores son las influencias que pueden hacernos actuar sin pensamiento o intención conscientes. También se puede decir que en la época actual hay determinadas fuerzas, o agentes, que impulsan hacia una mayor inmersión en el materialismo con el fin de paralizar o impedir el desarrollo espiritual de la humanidad. En este sentido, incluso la noción de cualquier cosa «espiritual» ha llegado a ser ridiculizada, diluida en el comercialismo, o secuestrada en formas pseudo-espirituales (como los retiros corporativos y el guruismo online). Es importante que ahora echemos una ojeada crítica al estado de la sociedad humana y a la naturaleza de nuestro tiempo. No se trata de tanto de criticar como de llamar la atención, de ser conscientes de sus aspectos, como si se tratara de iluminarlos. Es necesario mirar más allá del «escenario de los asuntos externos».
Para las personas atrapadas dentro de la civilización externa del momento, con sus impactos, distracciones y estímulos, es difícil reconocer la existencia del conocimiento y la comprensión perceptiva que se encuentran más allá de los sentidos condicionados. Sin embargo, también hay que decir que ahora es el momento de que la gente viva y se guíe, más que nunca, de acuerdo con los principios internos o esotéricos. Es esta conexión con la propia vida interior la que aporta una mayor consciencia acerca de los acontecimientos externos. Y sin esta consciencia, sin este grado de perspicacia perceptiva, permitimos que se produzcan mayores concentraciones de poder en manos de unos pocos, que ejercerán este control sobre las masas de forma negativa. Lo que es necesario es la consciencia y la intención que surgen a través de cada persona individual; este estado de individualización, en oposición al comportamiento grupal/masivo, es el que marca la etapa correcta del desarrollo humano para estos tiempos.
De acuerdo con la obra del pensador/místico austriaco Rudolf Steiner, el estado de percepción y consciencia del ser humano puede considerarse relacionado con tres estadios del alma: sensible, intelectual-mental y consciente. Dentro del estadio sensible del alma (i), el ser humano vive principalmente dentro del mundo de los sentidos. Se deja arrastrar por sus pasiones y deseos, y es fácilmente manejable o manipulable para que siga las tendencias, la política y los movimientos de masas. Estas personas constituyen la mayoría, son influenciadas por los medios de comunicación y son la masa general que se mueve con las maquinaciones de la multitud. Se dejan influenciar por los «influencers», se dejan convencer por la narrativa de consenso y nadan en la corriente principal. La segunda etapa, la del alma mental-intelectual (ii), representa a las personas de intelecto que se esfuerzan por liberarse de los impulsos precipitados de los sentidos: son conscientes de estas tendencias, pero se guían por el pensamiento racional. También intentan mantener bajo control sus sentimientos y expresar el deseo de su corazón mediante un compromiso crítico. Al mismo tiempo, este ordenamiento racional suele aliarse con el conservadurismo, el dogma, las ideologías y el sentido de la rectitud. Así como pueden manipular a los demás, también pueden ser manipulados por su propia lealtad a sistemas fijos. Pueden estar cegados por los ideales y ser poco críticos con sus propias debilidades. Estas personas pueden parecer muy inteligentes y, al mismo tiempo, carecer de humanidad. En términos generales, este tipo de personas llenan las filas de las organizaciones políticas y de liderazgo. Y la tercera etapa, la del alma consciente (iii) aún no ha surgido plenamente en la época actual. Esta etapa es la que se ocupa de la formación del individuo consciente que no es fácilmente influenciable o persuasible por las masas emocionales-psicológicas, ni por las estrategias empleadas para dichas creencias.
La fase de individualización de la humanidad fue, y sigue siendo, un paso necesario para liberar al ser humano del modo anterior de consciencia de grupo. El yo egoísta fue necesario en esta transferencia hacia la individualización. Sin embargo, el peligro ahora es que este ego operativo crezca más allá de su función y se convierta en un aspecto dominante del ser humano. Actuar y esforzarse desde el yo egoísta es lo que conduce al desequilibrio y la desigualdad del mundo. La etapa de individualización está ligada al aumento del egoísmo, pero es una relación necesaria para alcanzar las profundidades de la autorrealización. Se vuelve problemática cuando el ego, en lugar de conducir al crecimiento interior, se proyecta al exterior y se convierte en el aspecto principal de la personalidad externa, lo que puede conducir a un crecimiento interior atrofiado y a una continua proyección externa del ego. El extremo de ello es que una persona vuelva a sumirse en la consciencia de grupo y busque la seguridad dentro de un entorno grupal. Esto puede conducir a tendencias sectarias, así como al nacionalismo y a otras agrupaciones ideológicas y religiosas. Parte de la tensión de la polaridad en los asuntos mundiales ha sido la atracción entre los egoístas dominantes y las masas con mentalidad de grupo. Sin embargo, también se puede reconocer que, para poder superarla, esta etapa de crecimiento debe vivirse y experimentarse. Las tensiones y el estrés aumentan cuando las personas parecen incapaces, o se les impide, superar esta etapa del desarrollo humano. En este caso, la persona permanece en el nivel del yo inferior, que es un fenómeno de masas y está por debajo de la individualización plena. El yo inferior se convierte en la expresión dominante de la personalidad, y esta puede literalmente desbocarse, enredándose en pasiones, credos, desacuerdos y disputas. El peor de los escenarios es cuando las sociedades establecen estructuras, sistemas y formas de gestión que satisfacen esta etapa inferior del desarrollo humano. Las personas quedan atrapadas en un bucle en el que se mantienen y apoyan los comportamientos básicos de esta individualización inferior, creando deliberadamente una civilización de estancamiento y crecimiento atrofiado. La tarea aquí es que la gente tome en sus propias manos la dirección de su vida.
El ser humano debe establecer una intención de desarrollar su individualización alineada, pues parece que hay fuerzas que se oponen a esta evolución humana. Por esta razón, ahora es esencial que se permita el surgimiento de un estado perceptivo de consciencia (referido en la terminología de Steiner como el alma consciente) entre aquellas personas receptivas y preparadas para ello. Se puede decir que el alma consciente suscita una moral y unos valores superiores en el individuo. Esto requiere también que la persona tenga libertad interior y capacidad de percibir y actuar más allá de los límites del condicionamiento social. Se trata de una forma de pensamiento perceptivo en contraposición al pensamiento programado. El ser humano tiene en su mano transformarse mientras participa en la vida activa. De hecho, la vida proporciona la fricción para el proceso de transformación que tiene lugar en el interior del ser, y que luego puede proyectarse hacia el exterior en la vida. No basta con adoptar un comportamiento correcto si la vida interior está atrofiada (como es el caso de tantas personas, especialmente las más visibles en la escena mundial). Como dijo Rudolf Steiner:
«Porque todo ser humano lleva dentro de sí un hombre superior, además de lo que podríamos llamar el hombre cotidiano. Este hombre superior permanece oculto hasta que se despierta. Y cada ser humano puede por sí mismo despertar este ser superior dentro de sí. Mientras este ser superior no sea despertado, las facultades superiores que duermen en cada ser humano, y que conducen al conocimiento suprasensible, permanecerán ocultas»[1].
Steiner también consideraba las fuerzas entrópicas (lo que algunos llamarían fuerzas «malignas» o des-evolutivas) como una parte necesaria del desarrollo humano. Estas fuerzas crean la fricción que alimenta el desarrollo potencial, así como la fricción entre la carretera y el neumático ayuda a generar el movimiento del coche. Hasta cierto punto, estas fuerzas son inevitables en la existencia física. Todo desarrollo es una cuestión de etapas, y cada etapa debe alcanzarse antes de intentar pasar a otra. Podríamos preguntarnos dónde se encuentra la humanidad en esta escala de desarrollo actual.
Cada persona debe decidir por sí misma cómo desea vivir la vida. Puede decirse que una persona que ignora esta decisión, o que se niega a tomarla, es más probable que caiga bajo el dominio de las fuerzas entrópicas, ya que son estas las que apuntan/atraen a las almas inconscientes o perezosas. Este reconocimiento debería animarnos a tomar decisiones perceptivas en la vida. En todas las esferas de la vida humana, ya sean sociales, culturales o políticas, hay fuerzas en funcionamiento que representan esferas de actividad de mayor magnitud de lo que la mayoría de la gente es capaz de percibir. Hay «fuerzas universales» que han estado en liza –en movimiento– desde hace mucho tiempo. En cuanto a los seres humanos, todo movimiento, todo desplazamiento, requiere un esfuerzo. El hecho de que muchos no sean conscientes de ello, solo hace más hincapié en la responsabilidad de los pocos que son conscientes. Esto siempre ha sido así y es probable que siga siéndolo en el futuro. El impulso interior para trabajar por el bien mayor de la humanidad –el «bien macrocósmico»– surge de la comprensión genuina y no de las emociones generales o la psicología de masas. También es responsabilidad de estos individuos conscientes obtener una comprensión, un nivel de perspectiva, para percibir los acontecimientos de nuestro tiempo. Es esta comprensión de las fuerzas que están detrás de los acontecimientos en sentido literal lo que ayuda al crecimiento del alma consciente. Así como podemos reconocer que hay fuerzas ocultas que entran en juego en el reino físico, esto también sugiere que hay fuerzas que operan más allá del dominio físico. No reconocer esto es lo mismo que ver las ramas de un árbol balanceándose con el viento y considerar que se mueven por sí mismas y por su propia voluntad. Es un error fundamental confundir los fenómenos secundarios con las causas primarias. Y cuando una persona actúa a partir de una comprensión limitada, existe la posibilidad de que no sirva al bien sino, en última instancia, a lo contrario. En cuanto a las fuerzas entrópicas (mi término para el «mal»), no se pueden desterrar porque forman parte de la existencia; más bien hay que transmutarlas hacia el bien para poder superarlas. Y esta es la tarea de nuestro tiempo, la tarea para el alma espiritual de hoy.
Lo que se necesita es volver a reconocer y a centrarse en las realidades metafísicas. Rudolf Steiner afirmó que, si todos los seres humanos decidieran que no quieren un desarrollo superior, este potencial de desarrollo llegaría a su fin. Por lo tanto, es responsabilidad de quienes tienen consciencia y conocimiento interior, mantener dentro de la humanidad el impulso de evolución interna. La tarea actual de las personas responsablemente conscientes es buscar ese conocimiento que comprende no solo las fuerzas del mundo, sino las causas primarias de los acontecimientos en este reino fenoménico, físico. Al hacerlo, la persona es capaz de elevarse más allá de las inclinaciones mezquinas y del comportamiento egoísta. Esto no es una negación de la realidad física, sino un reconocimiento reforzado del reino primario del espíritu.
Para concluir, puede decirse que hay fuerzas que se manifiestan en este dominio, de las cuales la humanidad tiene un conocimiento o experiencia limitados. Esto no es algo que deba temerse, ya que estas fuerzas forman parte de la propia humanidad. Nosotros-Tú-Yo somos parte de la misma consciencia, solo que la existencia material –la vida física– ha escindido, dividido y fragmentado estos aspectos. La mayoría de la humanidad, en los últimos tiempos, ha estado viviendo una especie de existencia parcial –una semi-existencia– ya que ha sido apartada del reconocimiento de su Fuente y del campo mayor de la consciencia. El planeta Tierra, así como otros planetas del sistema solar, están entrando en una nueva alineación en la que será más fácil establecer estas correspondencias. Que esta era se avecinaba lo sabían desde hace tiempo otras agrupaciones que tienen poder e influencia dentro de la civilización humana. Por esta razón, dichas entidades se han unido para crear en todo el planeta condiciones –físicas, mentales y psíquicas– que tratan de detener el surgimiento de una mayor consciencia perceptiva. Los intentos que se están llevando a cabo en todo el mundo tienen como objetivo anestesiar ciertos aspectos del ser humano para que sea menos receptivo a las verdades «espirituales» o metafísicas y sus correspondencias. En otras palabras, se está apartando aún más a la humanidad de su conexión inherente con los impulsos de desarrollo. Sin embargo, este enfoque solo tiene un alcance limitado. Las facultades de la humanidad solo pueden ser «cegadas» durante un tiempo. Las fuerzas evolutivas y de desarrollo son mucho más poderosas de lo que suponen estos grupos de poder planetarios. Al mismo tiempo, debemos reconocer que los acontecimientos de la historia del mundo son síntomas de lo que ocurre en el nivel metafísico de la realidad, donde los aspectos primarios, no materiales, tienen su existencia. Estos fenómenos esenciales, primarios, tienen sus impulsos que nacen en el mundo físico de los fenómenos secundarios. Para la mayoría de la humanidad, estos aspectos primarios son incognoscibles.
Es hora de hacerse receptivo a las fuerzas disponibles para que, como seres humanos, podamos ser de ayuda en lugar de ser ignorantes o, peor aún, un estorbo. Para aquellas personas capaces de desarrollar su comprensión y receptividad a tales impulsos, es el momento de iniciar el viaje para conocer lo incognoscible.
[1] Rudolf Steiner, Knowledge of the Higher Worlds (1947, English translation by George Metaxa)