La trascendencia es la única alternativa real a la extinción.
—Václav Havel, Independence Hall, Philadelphia, 4 de Julio, 1994
Estamos universalizando —Henryk Skolimowski, The Participatory Mind La consciencia humana ha recorrido un largo camino: ha cambiado desde el modo primitivo arcaico, animista, al religioso y científico, y más tarde a una consciencia industrial mecanicista. Nuestros ancestros no vivían en el mismo mundo en el que vivimos ahora, ni exhibirían el mismo tipo de consciencia que nosotros en la actualidad. La consciencia no es un fenómeno fijo o una expresión estática, cambia con los flujos y las corrientes de la historia, el tiempo y el ambiente. Tras las sucesivas revoluciones industriales comenzó a emerger un modo integral de consciencia que se amoldó a una perspectiva de «estilo maquinal» de control, poder y eficiencia, que finalmente impulsó a la sociedad global hacia un crecimiento acelerado y un consumo excesivo. Esta consciencia integral surgió paralelamente a una nueva era de innovación tecnológica. Es decir, una consciencia que refleja dinámicas de conexión y comunicación a lo largo de un tiempo y un espacio condensados. Puede decirse que hemos ido de la fe devota al conocimiento objetivo, para llegar finalmente a una comprensión de que todo depende del yo subjetivo. A lo largo de todo el viaje, como el héroe que atraviesa el submundo, nos hemos aventurado lejos en busca de un modo de ser —un estado de consciencia y percepción— que puede beneficiarnos. Un lugar de consciencia autoconsciente, que podríamos denominar sagrada, ha estado presente en la humanidad desde un principio. Nunca se marchó, sólo nos fuimos nosotros. Como observó el psicólogo Abraham Maslow, esta situación es similar al comportamiento de muchos individuos. Maslow señaló cómo la gente deja de hacer algo importante, creyendo que otros lo harán en su lugar. En algún lugar del camino acordamos internamente quedarnos atrás y no sobrestimar nuestras habilidades. Se diría que demasiados de nosotros y durante demasiado tiempo hemos evitado ser «completamente humanos» y nos contentamos con seguir siendo «sólo humanos». Con independencia de cómo lo articulemos, la presencia sagrada dentro de la humanidad no puede denegarse, siendo como es una expresión del impulso evolutivo. Como tal, no se detiene en las etapas transicionales sino que se ve impelida a empujar hacia estados y grados de consciencia cada vez más altos. Estamos en manos de una fuerza que apenas podemos reconocer. Durante todo el largo viaje de nuestro desarrollo los seres humanos han estado profundamente implicados en este despliegue sagrado (a falta de una expresión mejor). Lo que esto quiere decir es que el anhelo transcendental de ir más allá de nuestro estado presente persiste en cada uno de nosotros. Todo ello, nuestro propio humanismo, debería ser parte inherente de nuestra mitología cultural. O al menos debería influir en cómo entendemos y percibimos nuestra realidad. Nuestra experiencia de la realidad nunca es pura, sino que siempre está mediada por nuestra consciencia en sus diversos estados de recepción. Los mitos que mantenemos como individuos, culturas y especie colectiva reflejan nuestro propio estado mental. Desafortunadamente, desde hace demasiado tiempo la humanidad se ha considerado separada del cosmos. Nos sentimos como exiliados sobre un planeta muerto en algún lugar en los márgenes de nuestra galaxia. Si no nos conocemos por completo puede que sea debido a que nuestros mitos culturales (nuestras narrativas) nos colocan dentro de una realidad cósmica aislada. Para integrarnos verdaderamente debemos reconocer que cooperamos, no sólo sobre el planeta sino también dentro de una mitología más grande. En otras palabras, deberíamos aceptar nuestra responsabilidad como poseedores de una agencia sagrada. Después de todo, la historia de la civilización humana es nuestra propia historia como agentes de cambio. Agencia sagrada El filósofo Karl Jaspers se refirió al periodo entre los años 800 y 200 a.C. como la era axial. Fue un tiempo en el cual, según Jaspers, aparecieron expresiones similares de un pensamiento nuevo en Persia, India, China, y el mundo occidental. También indicó que la era axial representaba un periodo de transición, en el cual las viejas certidumbres habían perdido validez y otras nuevas estaban por aparecer. Las nuevas religiones que surgieron en esa época —hinduismo, budismo, confucianismo, taoísmo y monoteísmo— influyeron en un nuevo pensamiento en términos de individualidad, identidad y condición humana. Estas nuevas religiones emergentes ayudaron a catalizar nuevas formas de pensamiento y expresiones de consciencia humana. Aunque, con el tiempo, ya hemos visto que no triunfaron estableciendo un cambio evolutivo permanente. El pensador social Duane Elgin se ha referido a nuestro tiempo actual como la segunda era axial porque las religiones de separación están siendo reemplazadas por un nuevo espíritu de comunión. Elgin dice que el mundo se mueve hacia una comunión espiritual y una conexión empática con un cosmos viviente. Puede que necesitemos que se nos recuerde que no hay ningún otro lugar adonde ir siendo que el cosmos ya existe dentro de nosotros. Esta consciencia empática de la que habla Elgin puede relacionarse con la consciencia integral emergente que refleja nuestra inter-conectividad incrementada mediante nuestras redes globales. Esto se conecta con nuestro innato impulso fundamental para buscar comunión y coherencia. Un modo de consciencia humana que busca coherencia es en sí mismo un reflejo de un orden natural universal. En otras palabras, es un bucle de retroalimentación auto-referencial. Así que permítanme especular. Mi sugerencia es que el propósito de la vida humana sintiente sobre este planeta es el de impulsar el establecimiento de una consciencia planetaria coherente. En otras palabras, actuar como un canal para «aportar», es decir, recibir consciencia, desde el campo de consciencia y manifestarla específicamente (es decir, proyectarla) en nuestra realidad terrenal. Aquí hay un paralelismo con el concepto de Aurobindo de Supermente/Sobremente, en el hecho de que una forma más elevada de consciencia pueda hacerse inmanente en el plano material. Aurobindo se refería a ello como la evolución humana moviéndose hacia una era supra-racional o espiritual que exhibiría un modo de consciencia intuitivo o gnóstico. La canalización más sutil del campo de la consciencia requeriría una preparación de la receptividad humana. Es decir, nuestra mente y hasta quizá nuestro sistema nervioso tendrían que estar suficientemente preparados para actualizar con éxito esta potencialidad. Elevando aspectos localizados de la consciencia humana mediante percepciones y conocimiento podemos incrementar mejor la coherencia de la consciencia entre todos: una forma de trascendencia colectiva a través de la consciencia de especie. Y esto se puede hacer tangible mediante agentes locales —es decir, cada uno de nosotros— que se hagan perceptivos y conscientes de los actos cotidianos correctos de pensamiento, conducta y ser. Es un tipo de consciencia sensible y equilibrada que sólo llega con esfuerzo y disciplina considerables. Esa disciplina forma parte del despertar al desarrollo dentro de cada individuo, que luego influye sobre nuestras percepciones y experiencias vitales. De esa manera, podemos llegar a reconocer que ya no somos individuos aislados o una masa inarticulada. Somos consciencia localizada actuando a través de individuos perceptivos que buscan conscientemente conectarse, colaborar y cuidar el futuro. Cada uno de nosotros, como consciencia localizada, es un reflejo de la consciencia no-local más grande. Y esta es la razón por la que cada uno de nosotros también es un reflejo del otro. Ningún individuo vive dentro de un caparazón separado de todos los demás sino que está conectado con todos a través de nuestra humanidad consciente. Lo que estamos viendo emerger por todo el mundo son los primeros revuelos de una civilización planetaria, la cual está conduciendo hacia la diversidad y la coherencia. Y cuando conectemos y compartamos nuestros pensamientos, ideas y visiones estaremos ayudando a fortalecer la señal o recepción de consciencia y por tanto la incorporación de la consciencia cósmica superior. Una consciencia planetaria expandida por la Tierra puede muy bien ser un propósito cósmico esencial. El propósito humano en el orden sagrado Descubrimientos científicos recientes indican que nuestra realidad está codificada desde más allá del espacio-tiempo cósmico; y como tal nuestra realidad se comporta de una manera consistente con lo que se conoce como proyección holográfica. Es decir, la totalidad de nuestra realidad está in-formada desde una consciencia profunda más allá de ella. El cosmos conocido actúa por tanto como un campo no-local de consciencia, a partir del cual la vida sintiente se forma como una manifestación localizada. A través de diversas religiones y textos sagrados, y distintas tradiciones de sabiduría, se ha inferido que el universo (la realidad material) nace como un camino para que su fuente «se conozca a sí misma». Esto es una reminiscencia de la famosa máxima del Oráculo de Delfos «conócete a ti mismo». O, en lenguaje moderno, podemos decir que somos los ojos con los que el cosmos se contempla a sí mismo. La consciencia de sí mismo se atribuye en general a aquellos organismos sintientes que están en las altas cumbres del desarrollo mental. La auto-reflexión es uno de los preciados atributos de la autoconsciencia. Más aún, la autorrealización es algo que reconocemos en cada consciencia individual alcanzada. Comprender el yo es parte del camino de la actualización humana. Es un camino en el cual propósito y sentido son motores y potenciales esenciales. Los seres humanos —o podríamos decir los humanos haciéndose— son impulsados de forma natural por un anhelo, un propósito, y esto significa una conexión con un impulso sagrado. En nuestros días, la civilización humana ha cambiado hacia una era de autorrealización sin precedentes. El psicólogo Abraham Maslow, que creó una escala de autorrealización, reconocía que una de las características de quienes se auto-actualizan es que tienen muchísimas menos dudas de lo que es correcto o incorrecto que las personas normales, y actúan de acuerdo con este conocimiento interior. Continuando con la especulación, ¿cómo sería la autorrealización a mayor escala o como consciencia planetaria o galáctica? ¿Cómo sería una consciencia cósmica auto-consciente totalmente realizada operando a través de todas sus manifestaciones localizadas? Esto constituiría un estado de consciencia coherente auto-percibida más allá de nuestra imaginación. Sólo podemos especular o contemplar internamente la posibilidad. Recapitulando, la consciencia humana es una expresión localizada de un campo no-local de consciencia más grande. Como seres sintientes recibimos aspectos de esta consciencia que impregnan nuestro espacio-tiempo, somos animados por ella, y entonces lo manifestamos mediante nuestras propias mentes y culturas humanas. Nuestras expresiones individuales de consciencia también se reflejan de vuelta hacia el campo no-local de consciencia más grande. Cuanto mayores sean nuestra percepción individual y nuestra realización consciente, mayor será la actualización total del campo de consciencia holográfico completo (como en un bucle de retroalimentación). Por decirlo de otra manera, la consciencia cósmica se «in-forma» mediante la percepción emergente de cada una de sus sub-partes o componentes. Entonces, el arte de lo sagrado consiste en que cada uno tenemos un papel haciendo que el mundo inacabado cobre existencia mediante la participación consciente. Cuando cada uno de nosotros despierta (por usar una metáfora común) la red cósmica resplandece más brillante. Si sobre este planeta despiertan suficientes consciencias individuales podemos catalizar un campo planetario localizado hacia una percepción consciente colectiva. En tal caso, cada uno es un agente consciente de la realización y la inmanencia cósmicas. Cada cual tiene la obligación, durante su existencia en este planeta, de elevar su expresión localizada de consciencia individual. Haciéndolo, contagiamos e inspiramos a otros con nuestras vidas para elevar las suyas, así como para reflejar de vuelta hacia la consciencia cósmica nuestra contribución consciente. De esa manera, podemos actuar como ciudadanos del cosmos y como guardianes del arte sagrado. Hemos llegado a un lugar en el cual podemos reconocer y aceptar que nuestra realidad no es un asunto estático sino activo, un reino fluido que nos exhorta. Y sabiéndolo, estamos obligados a aceptar las obligaciones y responsabilidades inherentes a ese papel. Estamos en un camino de perfeccionamiento —de realización y comunión consciente—que es el camino eterno de lo sagrado. A través de este viaje sagrado de consumación nos conectamos y entramos en comunión con todo lo demás, en nuestra realidad y más allá. Como seres humanos se nos ha encomendado esta labor sagrada. Podemos tomar consciencia de nuestra contribución creativa a la realidad y esto puede darnos sentido y propósito. Quizá esto nos depare finalmente nuestro lugar en el cosmos. ¿Y cómo podemos recorrer este camino? Podemos iniciar este viaje mediante nuestros pequeños actos de percepción consciente: nuestros pensamientos, actitudes y comportamiento, y nuestras acciones cotidianas. En el siguiente nivel, nuestros cambios sociales y nuestras tecnologías emergentes pueden formar parte de este proceso, estableciendo una mente expandida y un abrazo empático por toda la faz de la tierra. La magia está viva, lo mágico nunca muere. Todo es, en última instancia, una tecnología del alma; y todo lo mágico, toda la ciencia y todas las manifestaciones humanas forman parte de esta tecnología conmovedora. Y con cada paso hacia delante nos acercamos a una comunión conmovedora con un gran orden sagrado y consciente. El impulso sagrado alienta la manifestación de la consciencia a nivel individual, colectivo y planetario. Y un día seremos testigos de un gran despertar, sin precedentes en este planeta, y esto puede muy bien ser el propósito de la vida sintiente, como agentes conscientes del orden sagrado. Esto es probablemente más una realidad que una fantasía. El tesoro escondido, que es la verdadera esencia de nuestra existencia, quiere ser conocido —por nuestro conocimiento de nosotros mismos— mediante nuestros viajes individuales de autorrealización. No estamos solos. Un gran futuro planetario nos espera, como un gran tesoro que anhela comunión. Bienvenidos a la nueva historia. La verdad tiene que aparecer una sola vez, en una única mente, para que ya nada pueda impedir jamás que se propague universalmente e ilumine todo. —Teilhard de Chardin, El corazón de la materia [1] En el original inglés «cosmologizing». En su sentido más general, un cosmos es un sistema ordenado o armonioso. Se utiliza como sinónimo de universo, considerando el orden que éste posee, antítesis de caos.