- TECHNÉ Y TERRAFORMACIÓN
La vida humana en este planeta está entrando en la era de techné. Techné no es solo una pieza de tecnología, sino también el comportamiento, las prácticas del estilo de vida, las actitudes, los conjuntos de habilidades, etcétera, que acompañan a la arquitectura de la tecnología o son activados por ella para su inclusión en la vida humana.
En 1987 el poeta inglés Heathcote Williams publicó su poema épico «Autogeddon» sobre el impacto del automóvil. En él escribió:
Si un alienígena revoloteara a unos cientos de metros sobre el planeta…
Se le podría perdonar por pensar
Que los coches eran la forma de vida dominante,
Y que los seres humanos eran una especie de pila ambulatoria de combustible:
Inyectada cuando el coche deseaba moverse,
Y expulsada cuando se agotaba.
Lo mismo puede decirse del mundo actual si sustituimos «automóvil» por «infraestructura tecnológica». Y aun así, ¿cuál es la forma de vida dominante?
Si la humanidad quiere dejar de ser utilizada como «una especie de pila de combustible» o batería dentro de la megamáquina, tenemos que recalibrar lo que la tecnología significa para la vida humana. Las estructuras externas enmarcan la manera en la que las personas perciben el mundo que les rodea, y este marco perceptivo influye en la forma en que surgen determinadas visiones del mundo, ciertos comportamientos y entornos. En cada etapa, cómo pensamos afecta a lo que creamos, o bien, lo que se crea o se pone en marcha en nuestras estructuras ambientales afecta y/o manipula la forma en que pensamos, y esto puede conducir a lo que yo llamo una «consciencia maquínica». Un pequeño ejemplo: si el comportamiento humano se automatiza gracias a una pieza de tecnología, como el uso de un corrector ortográfico, la pereza gramatical que de ello se deriva también forma parte de la techné del ordenador y del software de tratamiento de textos. Lo que quiero decir con esto es que la dirección que está tomando la humanidad, en nombre del progreso, es hacia el establecimiento de una nueva infraestructura medioambiental que reorganizará y recalibrará el comportamiento humano.
Propongo el punto de vista de que el planeta está experimentando un proceso de terraformación. Terraformar significa literalmente «dar forma a la Tierra» y se utiliza para describir cómo se transforma deliberadamente un entorno planetario para acomodar la forma de vida dominante. Y en este caso la «forma dominante» que se está construyendo se amoldará a cierto tipo de inteligencia. Para empezar, será amable con una inteligencia que entienda o acepte los modos digitales de gobierno, seguridad y control. Y será poco amable con las inteligencias que no acepten o comprendan plenamente el auge de la gestión digital del estilo de vida. Será amable con aquellos que estén dispuestos a aceptar una vida «dentro de la red» de todo lo digital –finanzas, vigilancia, Internet de los cuerpos, 5G/6G/7G/8G, valoraciones de crédito social, ciudades de 15 minutos, etcétera– y será cruel con aquellos que deseen un estilo de vida fuera de la red, o menos denso digitalmente.
El auge de una tecnocracia civilizatoria y del hipermaterialismo conlleva la falacia materialista: la encapsulación continua del ser humano en constructos artificiales basados en un tipo de materialismo profundamente arraigado (Metaverso) y la recalibración de las identidades sociales; las movilidades sociales; los derechos civiles, la soberanía humana y mucho más. Este entorno también afecta al funcionamiento cognitivo de la mente, que se sumerge cada vez más en un reino electrificado. Esto determinará el nuevo dominio de la tecnología, en el que se necesitarán habilidades cognitivas humanas diferentes y muchas de las existentes se volverán redundantes. También establecerá la forma en que se rastrea, supervisa, cataloga y procesa a la humanidad. Techné no es solo una forma de terraformación física, sino también una reformulación de nuestros patrones de pensamiento humano. La humanidad se volverá simbiótica en un entorno más propicio a un modo de consciencia regulado, automatizado o inorgánico: una «consciencia maquínica». La inteligencia humana resultante de este entorno aún no está conformada y, en la mayoría de los sentidos, es desconocida; un ecosistema de automatización afectará no solo al comportamiento humano, sino también a los estados de la psicología y la emoción humanas. El humano inconsciente puede, gradualmente, transformarse en el robosapiens en el que los conjuntos de comportamientos y la percepción cognitiva se limiten a un nivel muy bajo. Esa persona será poco más que un engranaje de la máquina. Y la máquina estará bien engrasada por infraestructuras reguladas por la IA.
Este futuro distópico fue descrito en su día, en los años sesenta, por el filósofo francés Jacques Ellul de la siguiente manera:
«No será un campo de concentración universal, porque no será
culpable de ninguna atrocidad. No parecerá una locura, porque todo
estará ordenado, y las huellas de la pasión humana se perderán
en medio del resplandor del cromo. Ya no tendremos nada que
perder, ni nada que ganar. Nuestros instintos más profundos y nuestras
pasiones más secretas serán analizadas, publicadas y explotadas.
Seremos recompensados con todo lo que nuestros corazones siempre
desearon. Y el lujo supremo de la sociedad de la necesidad técnica
será otorgar el regalo de una revuelta inútil y una
sonrisa consentidora». (La sociedad tecnológica)
La terraformación en curso del mundo natural y orgánico se presta a su sustitución por una «civilización maquínica» basada en la gobernanza tecnocrática y los procesos de techné. Cuando los ecosistemas de la naturaleza se fragmentan y se reducen a sistemas materiales, se establecen los bloques de construcción de estructuras artificiales desprovistas de vida orgánica, que dan cabida a la manifestación y expresión de fuerzas antidesarrollo (a las que a veces me refiero como fuerzas entrópicas). Los tiempos actuales son hipermaterialistas y están fuertemente dominados por el intelecto. Esto permite una organización del pensamiento humano en la que la libertad de expresión, la imaginación y la intuición están muy controladas y son objeto de vigilancia, gestión y administración tecnocrática (es decir, censura cultural).
Si esto sigue así, es probable que la especie humana, sin saberlo, pierda la capacidad de pensar de forma auténtica y genuina. El mundo interior habrá disminuido y los impulsos internos de desarrollo se verán anulados por las fuerzas materiales. Además, el ser interno del humano puede verse arrastrado a un estado sub-natural. Según el místico-filósofo austriaco Rudolf Steiner, la electricidad es luz en estado sub-material. Es decir, es una forma de luz que ha caído por debajo del nivel de la naturaleza y se ha convertido en lo que él denominó «sub-naturaleza». La tecnocracia funciona con electricidad. Hace cien años, Steiner advirtió a la humanidad de que tuviera cuidado de no construir culturas dependientes o basadas en la electricidad. Un electroecosistema solo servirá para alejarnos más de nuestros entornos naturales y llevarnos a un estado vibratorio inferior de sub-naturaleza. En una conferencia de 1925, Steiner dijo:
«Todavía son muy pocos los que sienten siquiera la grandeza de las tareas espirituales que se aproximan al hombre en esta dirección. La electricidad, por ejemplo, admirada desde su descubrimiento como el alma misma de la existencia de la naturaleza, debe reconocerse en su auténtico carácter, en su peculiar poder de conducir de la naturaleza a la sub-naturaleza. Pero el hombre debe tener cuidado de no deslizarse hacia abajo con ella.»
En pocas palabras, la luz solar alimenta la vida orgánica y la electricidad la inorgánica.
La inmersión más profunda en el materialismo da lugar a fuerzas entrópicas más fuertes, ya que el materialismo no es un objetivo evolutivo final, sino solo una etapa en el camino del desarrollo. Si nos detenemos ante el materialismo, habremos tomado (elegido) el callejón sin salida de la evolución. Y este camino hipermaterialista es el transhumanismo que, para mí, representa un error evolutivo. Tales fuerzas antievolutivas están estableciendo en la Tierra un reino electrificado de sub-naturaleza, donde la electricidad está reemplazando nuestra necesidad de luz genuina, y los cielos químicos están bloqueando cada vez más la recepción de la luz solar. Además, dichas fuerzas, al ser altamente materialistas, se centran principalmente en el dominio del ámbito económico; una realidad en la que se coacciona a los humanos para que piensen que la economía es el motor y la preocupación principales. La atención se centra en el reino de la cantidad y no en el de la calidad, lo que se ejemplifica en una cultura que se rige por los números, las estadísticas, los algoritmos, la recopilación de datos y las pruebas basadas en evidencias. Son estas fuerzas invisibles de catalogación, identificación y acreditación –como el sistema de puntuación de crédito social impulsado por China– las que están separando a las personas de sus relaciones naturales y orgánicas.
Resumiendo: la terraformación de la vida moderna, a través de la tecnología, el automatismo y el gobierno tecnocrático, está insensibilizando a las personas, conduciéndolas a la sub-naturaleza y a estados inferiores de consciencia, y separándolas del reino de las fuerzas vitales y creativas. Es una situación que se aleja cada vez más de la comprensión del ser humano como un receptáculo del espíritu, como una manifestación de la consciencia de la Fuente dentro de un cuerpo físico. Es dentro de un paisaje tan estéril, desprovisto del impulso trascendental, donde tales fuerzas entrópicas o antidesarrollo pueden jugar con las debilidades de una humanidad que no ve ni percibe. La crisis de nuestro tiempo es que nuestras sociedades no tienen en cuenta el propósito humano y el significado más profundo de su existencia.
- EL IMPULSO TRASCENDENTAL
La humanidad se encuentra en plena transición de una era o época a otra. Según las tradiciones de sabiduría, al final de cada época de desarrollo, la humanidad recibe las condiciones necesarias para activar un nuevo órgano –o facultad– necesario para la época entrante. Este nuevo órgano o facultad es indispensable para recibir las energías que formarán parte de la época futura. Dicha energía siempre se pone a disposición cuando la era en curso está en declive. Cada nueva capacidad de desarrollo dentro de la humanidad le permite recibir un espectro más amplio de realidad perceptiva. Sin embargo, es posible que en gran medida no seamos conscientes de estos procesos de transformación que ya están en marcha. Como reza el dicho: «¿Acaso la filosofía del pez le ayudó alguna vez a convertirse en anfibio?».
No obstante, esta «transformación en curso» antagoniza con las fuerzas sociales que pretenden mantener su actual régimen de poder. Por esta razón, tiende a haber una contra-iniciativa establecida por los poderes dominantes para bloquear e impedir a las masas en general la recepción de las energías de desarrollo. Este movimiento se está manifestando actualmente como el transhumanismo e implica la terraformación del planeta Tierra (como ya he comentado). En estos momentos de transición, los periodos caóticos son más frecuentes porque existe esta lucha o contienda entre las fuerzas salientes que luchan por mantener el statu quo de poder y control y las nuevas fuerzas socioculturales que emergen impulsadas por el impulso trascendental de un mayor desarrollo. Puede parecer que estos periodos caóticos se oponen a nosotros, pero en realidad pueden beneficiarnos. Lo que quiero decir con esto es que las fuerzas perturbadoras desatadas por el impulso hacia el transhumanismo pueden en realidad activar a la gente hacia otras vías de desarrollo, sacudiéndola literalmente para que sea consciente; los periodos de agitación permiten movimientos en muchas direcciones, igual que arar la tierra permite un nuevo crecimiento.
Para poder alejarse de una trayectoria contra-evolutiva es preciso reconocer y apoyar los impulsos trascendentales o de desarrollo. En nuestro mundo orgánico y humano no hay lugar para fuerzas antihumanas. Los impulsos sagrados, a veces denominados «fuego o luz inmaterial», existen como radiación de fondo de la existencia física e irradian o fluyen hacia la fisicidad a través de cuerpos o formas materiales. Es decir, la luz metafísica infunde materialidad a través de una energía de fuerza vital: el «Espíritu Santo». Este fuego/luz/espíritu metafísico no visible no suele ser percibido por los sentidos externos, sino por el ser interno; por eso es crucial que las fuerzas materiales de la inercia (es decir, el transhumanismo) no le impidan recibir estos impulsos sagrados. Hay tentativas de crear sociedades desprovistas de impulsos de desarrollo. Lo que tenemos que alimentar es una «intención enfocada»: apoyar los aspectos de la Imaginación Creativa que funcionan a través de una capacidad de pensamiento integrada, en lugar de quedarnos atrapados dentro de un reino cerebral materialista, analítico y dominado por el intelecto. La imaginación creativa impregna el ser interno del individuo en lugar de ser un producto del ego social. Junto con la imaginación creativa existe el Intelecto Intuitivo que opera más allá del velo de un intelecto racionalizado y condicionado. En las culturas y sociedades humanas, el arte, la literatura, los diseños geométricos y los símbolos –incluso los jardines– pueden actuar como portales o entradas para la transmisión de información sobre el desarrollo.
Debemos recuperar nuestros medios de sentido y significado. Gran parte de nuestro lenguaje moderno ha sido secuestrado recientemente para convertirse en eslóganes, marcas, tweets, etcétera y, por tanto, en su mayor parte es «lenguaje muerto». Además, los individuos necesitan adquirir un grado suficiente de autonomía psicológica, alejándose de los enredos con los «satisfactores sociales» superficiales –esas actividades orientadas a la dependencia y el entretenimiento– que solo ofrecen rudezas, pero no refinamientos. Hablando metafísicamente, se trata de cómo cultivamos nuestra firma vibratoria: aquello con lo que nos alineamos física, psicológica y emocionalmente SINCRONIZA nuestra propia frecuencia con la suya. Aquello a lo que nos oponemos activamente a menudo acaba sintonizándonos con su frecuencia. Como dijo el inventor Tesla: «Si quieres encontrar los secretos del Universo, piensa en términos de energía, frecuencia y vibración».
Una persona ha de ser capaz de discernir entre las frecuencias más bajas y densas, y las de naturaleza más estimulante, inspiradora y de desarrollo. De este modo, será capaz de mantenerse al margen del contexto de su entorno, de modo que este tenga un efecto mínimo sobre ella, pero también de mezclarse con él cuando sea necesario. Es la energía inferior, más densa, la que trata de dominar el entorno y a los que se encuentran en él, y es este estilo de comportamiento el que fomenta y recompensa la sociedad de consenso. Podemos ver ejemplos de esta «escisión de la realidad» que ya está ocurriendo: la gente está sintonizada con un conjunto de realidades diferentes. La alineación vibratoria con una vida interior equilibrada ayuda a separar al individuo de una vida bombardeada por impulsos e influencias de orden inferior (medios de comunicación, noticias, entretenimiento, etcétera). Necesitamos desenmarañarnos de los enredos energéticos de los fantasmas externos: la programación socio-cultural dominante transmitida a través de nuestros canales de comunicación. Literalmente: ¡la revolución no será televisada! … porque tiene que ser una evolución humana y no una revolución tecnológica.
Sin una perspicacia suficiente, toda la atención se centra en lo pasajero y superficial. Estos son los factores externos que enganchan y arrastran a la gente hacia una realidad de consenso controladora con una comprensión muy limitada. Resumiendo: la verdadera catástrofe de nuestro tiempo no es la agitación y el caos que asolan nuestras sociedades, sino que el individuo humano está siendo atraído lejos de los potenciales de sus propias fuerzas creativas innatas hacia un estado de ignorancia y servidumbre idiotizada por fuerzas hipermaterialistas.
- RESPUESTAS SAGRADAS
La característica esencial de estos tiempos es que la humanidad está experimentando una crisis tanto existencial como evolutiva. Esta es la razón por la que muchos aspectos de nuestras estructuras sociales parecen rotos o en descomposición. Sin embargo, personalmente no puedo prever que haya una respuesta unificada: la situación es demasiado variada y las personas se hallan en demasiados estados de consciencia diferentes. Algunas personas elegirán luchar activamente o rebelarse contra la ola de transhumanismo que se avecina, y estas personas lo considerarán una acción necesaria. Sin embargo, creo que lo primero que se necesita es un cambio transformador interior: transfigurar al individuo humano mediante la disponibilidad y la transmisión de materiales perceptivos: textos, charlas, conferencias, reuniones, organizaciones; es decir, mediante la comunicación y la organización de información sobre el desarrollo, para que cada persona pueda discernir la diferencia entre un mundo de acontecimientos externos manipulados y un mundo interior con un grado distinto de comprensión perceptiva. Sin embargo, esta divulgación no conseguirá poner a la mayoría de nuestro lado, aunque no creo que para que la pelota empiece a rodar se necesite un cambio mayoritario. El cambio real siempre empieza primero desde la periferia: es la ley de los sistemas complejos.
En primer lugar, recordemos que el miedo alimenta las fuerzas de negación y control. La longitud de onda del miedo refuerza las fuerzas antihumanas; nuestra debilidad y falta de resolución interior fortalecen a las fuerzas de control humano. Y, sin embargo, la ausencia colectiva de miedo las atemoriza tanto a ellas como a sus estructuras de control. Sin miedo, no estamos obligados a cumplir. La conformidad voluntaria con las agendas transhumanistas y la embestida de la tecnocracia será nuestro mayor fracaso. Sin embargo, la no conformidad no significa necesariamente resistencia física, sino el desarrollo de un camino paralelo, a menudo desde abajo y de forma descentralizada. Y así es como el ser humano siempre ha prosperado: poniéndose en marcha y haciendo las cosas siguiendo una guía y una necesidad internas. Para crear caminos paralelos en la manera de establecer nuestras relaciones, nuestras necesidades, nuestras transacciones, nuestra confianza y la forma de centrarnos en nuestros objetivos para una vida basada en la calidad y no en la cantidad ¡no necesitamos esperar a que nos lo digan! En otras palabras, se trata del crecimiento silencioso de culturas paralelas que, por ahora, existen dentro del «vientre de la bestia», Y ya está ocurriendo en todo el mundo, aunque todavía no sea visible para muchos de nosotros.
Lo que hace falta es que un número suficiente de personas capaces cambien sus prioridades y trabajen para recalibrar las relaciones humanas y mejorar a los seres humanos –una nueva forma de comprender la condición humana– antes de que la civilización humana se vea arrastrada a un futuro transhumanista tecnocrático o caiga en un pantano de falsas ilusiones. Y es el reconocimiento de las fuerzas sagradas, santas o trascendentales lo que no solo ayudará a esta transformación, sino que también servirá mejor a esos individuos tanto para la transición actual como para el futuro posterior a la misma. Podemos preguntarnos: cuando todo se derrumba, ¿qué queda? El espíritu humano puede ser frustrado, bloqueado, suprimido, pero su existencia permanece: no se derrumba. Repito lo que he dicho antes: al final de cada época de desarrollo, la humanidad recibe las condiciones necesarias para activar un nuevo órgano o facultad necesarios para la época entrante. Esta nueva facultad es necesaria para recibir las energías que formarán parte de la era futura. Necesitamos estar abiertos a estas potencialidades teniendo esperanza, confianza y fe, y no cerrarnos por miedo.
Quizá una respuesta sagrada sea que tantas personas como sea posible se preparen –física, mental y emocionalmente– para aplicar las diferentes facultades y habilidades necesarias para los cambios que se producirán en este planeta en los próximos años. Seamos conscientes de que también es probable que haya turbulencias en el camino; sin embargo, el acto de transmutar y conectar a tierra las turbulencias para convertirlas en fuerzas transformadoras es la mínima de las responsabilidades sagradas del ser humano.
Resumiendo: el transhumanismo se impone a través de la indiferencia y la desmoralización del ser humano. Nuestra respuesta debe ser la contraria: tenemos que vivir de acuerdo con nuestras verdades. Citando a Vaclav Havel: «Necesitamos que se rehabiliten valores como la confianza, la franqueza, la responsabilidad, la solidaridad y el amor». He hablado en gran medida desde un punto de vista filosófico; cada individuo tendrá que considerar las formas más apropiadas para sí mismo de manifestar sus ideales en su vida física.