«La supervivencia física de la raza humana depende
de un cambio radical del corazón humano»
Erich Fromm
El filósofo humanista y psicólogo social Erich Fromm, nacido en Alemania, dedicó la mayor parte de su vida profesional a tratar de entender la condición humana y su difícil situación. Y llegó a la conclusión de que solo un cambio fundamental de nuestro carácter, de nuestra manera de hacer las cosas, nos salvará de un desastre psicológico y económico. Vio con claridad lo que estaba en juego si la naturaleza humana proseguía en la misma dirección, sin realizar cambios en su rumbo actual. Durante las décadas transcurridas desde los escritos de Fromm –que murió el 18 de marzo de 1980– hemos visto cómo la trayectoria humana ha recorrido un camino hacia esas líneas convergentes de desmoronamiento. Según el pensamiento de Fromm es necesario, de hecho crítico, que la civilización humana realice un cambio de un modo «tener» a un modo «ser».
Fromm reconoció que cuanto más tenga una persona, menos se sentirá atraída a realizar esfuerzos activos y constructivos. Vio una relación clara entre el «tener» posesiones –la satisfacción de acumular bienes– y la pereza interior, la cual terminaría por dar lugar a un círculo vicioso, reforzando la necesidad de permanecer en el modo «tener». Fromm manifestó que:
…el hombre moderno tiene y usa muchas cosas, pero es muy poco. Sus procesos emocionales y de pensamiento están atrofiados como los músculos que no se utilizan. Cualquier cambio social crucial le asusta porque para él cualquier perturbación del equilibrio social significa caos o muerte: si no la muerte física, sí la de su identidad.[i]
La persona moderna, sugería Fromm, teme perder su sentido de la identidad. Cualquier tipo de cambio social drástico implica una ruptura de muchas normas sociales que le incumben y sobre las cuales se construye su persona social, es decir su identidad. Lo que mucha gente todavía no ha logrado captar es que la persona social, su amadísimo carácter, es un constructo social formado a partir de una compleja gama de condicionamientos y programación cultural. Lo que las personas promedio temen perder es el «sentido del yo» artificial que se ha injertado en ellas a lo largo de años de socialización. Por lo tanto se trata de un falso temor pero, aun así, es un miedo. Esta distinción entre la persona social y su yo genuino, constituye un lugar de contradicción e impugnación que está en la base de gran parte de la fragmentación social. Antes de que podamos hacer un mapa que se corresponda con una forma de realidad más íntegra y equilibrada tenemos que liberar la vida de sus contradicciones.
El libro de Fromm El miedo a la libertad [ii] (publicado originalmente en 1941) proponía la idea de que se había creado una lucha por la libertad entre el mundo interior del individuo y sus instituciones externas. El miedo personal al aislamiento social y la incertidumbre se elimina buscando un poder externo al que entregar el mando y del que depender. Con el tiempo, las personas se convierten en un instrumento en manos de las estructuras, las instituciones y las formas de poder externas a ellas. La única alternativa es buscar una forma de auto-independencia basada en la confianza y la creencia personales. Pero esa confianza en uno mismo es socavada constantemente por las instituciones autoritarias del mundo moderno. Como dice Fromm: «la estructura de la sociedad moderna afecta al hombre de dos maneras simultáneas: se hace más independiente, autosuficiente y autocrítico y al mismo tiempo más aislado, solitario y atemorizado».[iii]
La mayoría de la gente no se ha reconciliado plenamente consigo misma para estar en paz con un estado del ser. Esto se hace más evidente ahora que la gente se ve forzada a experimentar el «autoaislamiento» y a quedarse en casa como precaución frente a la pandemia del 2020. Esto está causando gran inquietud personal y malestar psicológico ya que mucha gente ha sido condicionada a una vida de distracción y atención exteriores. Estamos fascinados, constataba Fromm, por el ejercicio de los poderes exteriores a nosotros mismos y aun así ciegos a la condición de nuestra propias restricciones interiores en forma de miedos y compulsiones. Estos estados individuales y sociales dan lugar a la represión de la vida humana y a su proclividad al control y la destrucción.
En su Miedo a la libertad, Fromm proponía que nuestro miedo inherente, y a menudo no reconocido, a la libertad y a la auto-independencia, daba lugar a los siguientes mecanismos de evitación:
- Conformidad de autómata: cambiar el yo ideal de uno mismo para ajustarse a una percepción del tipo de personalidad preferido por la sociedad y perder en el proceso el propio ser verdadero; la conformidad de autómata desplaza la carga de la elección desde el ser hacia la sociedad.
- Autoritarismo: ofrecer a otro el control de uno mismo. El acto de entregar la propia libertad a otra persona, acaba casi por completo con la libertad de elección.
- Destructividad: cualquier proceso que trata de eliminar a otros o al mundo en su conjunto, y todo para huir de la libertad.[iv]
Fromm vio que una forma colectiva de «destrucción del mundo» era un último intento desesperado de la gente para salvarse a sí misma de ser aplastada por sus miedos no procesados. En una descarnada y aun así extremadamente clarividente observación escribió: «Debido a que nos hemos liberado de las antiguas formas de autoridad evidentes, no vemos que nos hemos convertido en víctimas de un nuevo tipo de autoridad. Nos hemos transformado en autómatas que viven bajo la ilusión de ser individuos con voluntad propia».[v]
Según Fromm, la solución a esta crisis es un cambio desde una sociedad materialista-capitalista del «tener» a una forma de sociedad del «ser» centrada en el humanismo.
¿Tener o ser?
El desarrollo de una sociedad humanista que valore la acción de los seres humanos requiere un cambio drástico desde un estilo de vida centrado en la posesión a otro donde el valor del bienestar individual y colectivo sea crucial. Es decir, un cambio desde los valores del egoísmo y el egotismo hacia los de la compasión, la colaboración, la conexión, y la comunicación consciente. Y aun así debemos admitir que hasta ahora son sobre todo los «mercaderes de la salvación» quienes han sacado provecho satisfaciendo las demandas de sensaciones de bienestar de la gente. Aquí el peligro es que saciar superficialmente el bienestar solo sirve para reforzar dentro de nosotros las cadenas internas. Una vez más, Fromm señaló con lucidez que:
Básicamente las cadenas exteriores se han puesto dentro del hombre. Los deseos y los pensamientos con los que el dispositivo de sugestión de la sociedad le llena, le sojuzgan más a fondo que las cadenas exteriores. Esto es así porque el hombre al menos es consciente de las cadenas exteriores pero no lo es de las cadenas interiores que acarrea con la ilusión de ser libre. Puede tratar de derrocar las cadenas exteriores, pero ¿cómo puede deshacerse de cadenas de cuya existencia es inconsciente?[vi]
La pregunta definitiva persiste: ¿cómo hacer posible un cambio de tal escala en nuestra manera de vivir y nuestra actitud?
Fromm sugiere las siguientes condiciones necesarias para estimular ese cambio tan fundamental en la naturaleza humana:
- Sufrimos y somos conscientes de ello.
- Reconocemos el origen de nuestra sensación de malestar.
- Reconocemos que hay una forma de superarlo.
- Aceptamos que para superarlo debemos seguir ciertas normas para vivir y cambiar nuestras prácticas de vida actuales.[vii]
Puede que parezcan condiciones simplistas, pero la identificación del dilema humano es primordial. Fromm apela inicialmente a una necesidad de «cambiar nuestras prácticas de vida actuales», lo que, en una primera lectura, suena ingenuo. Pero Fromm no era ciego a las dificultades de la situación y a las trabas que la gente probablemente utilizaría como excusa para abstenerse de semejante curso de acción; y señaló: «pero otra explicación para el amortiguamiento de nuestro instinto de supervivencia es que los cambios de vida que se requerirían son tan drásticos que la gente prefiere la catástrofe futura al sacrificio que tendría que hacer ahora.»[viii]
Fromm insistía en que la intuición separada de la práctica sigue siendo ineficaz. Es decir, si no convertimos en acción los pensamientos y las ideas que tenemos, no lograremos nada. Ambas cosas deben corresponderse y estar en relación para formar la tercera fuerza de concretización: el pensamiento (pasivo) con la acción (activa) dan lugar a un resultado manifiesto (un todo integral). El problema al que se enfrenta actualmente la gente es que su travesía hacia ese cambio social radical, pero necesario, está bloqueado por una infraestructura omnipresente de control autoritario impuesta por formas avanzadas de vigilancia tecnológica y gestión de datos. El camino hacia una sociedad del ser está obstaculizado por el rápido aumento de un moderno sistema político que cada vez se acerca más a una tecnocracia.
Aun así, en su época, el poder del sistema de turno no hizo que Fromm dejase de debatir sobre la necesidad de constituir una nueva sociedad que estimulase la emergencia del nuevo ser humano. Describió, como cualidades de este nuevo humano, las siguientes características:
- Voluntad de renunciar a formas de «tener» con el fin de «ser» de verdad.
- Sentido de identidad, seguridad y confianza basado en uno mismo –lo que uno «es»– y una necesidad de relacionarse con el mundo que le rodea en lugar de un deseo de poseerlo y controlarlo.
- Aceptación del hecho de que nadie y nada, fuera de uno mismo, puede dar sentido a la vida; pero a su vez esta independencia crea una responsabilidad plena en lo que se refiere a cuidar y compartir con los demás.
- Estar totalmente presente donde se está.
- La alegría y felicidad que proceden de compartir y no de la avaricia, el acaparamiento y la explotación.
- Amor y respeto por la vida en todas sus manifestaciones, reconociendo que las cosas y el poder no aportan satisfacción y sentido, pero sí aquellas que forman parte de una ecología viviente.
- Necesidad de reducir la codicia, el odio y las falsas ilusiones, para liberarse de esas trampas.
- Vivir en un estado en el cual las quimeras no tengan poder sobre uno mismo, sin necesidad de adorar ídolos externos.
- Desarrollar una capacidad acrecentada de amor, compasión y comprensión, sin caer en emociones sentimentalizadas.
- Abandonar el narcisismo y los ideales egocéntricos, reconociendo nuestra propia falibilidad como seres humanos.
- Hacer que el desarrollo completo de uno mismo y del prójimo sea el objetivo supremo de la vida, y saber que para alcanzar esa meta se requiere disciplina y respeto.
- Desarrollar la propia imaginación no como una huida de las circunstancias sino como un medio para crear una visión de las posibilidades reales inherentes a la humanidad.
- No engañar a los demás así como no dejar que los demás nos engañen: es mejor ser inocente que ingenuo.
- Llegar a conocerse con total profundidad, incluyendo la sombra, el lado más oscuro.
- Desarrollar un sentido de la interrelación de toda la vida, y renunciar a la idea de desear conquistar, controlar y manipular el medio ambiente.
- Desarrollar un sentido y un significado de la libertad que no sea aleatorio sino una posibilidad real, conscientemente dirigida, dentro de un marco responsable y libre de avidez y deseo egoísta.
- Reconocer que la decadencia y la destructividad son consecuencia del anticrecimiento y las formas artificiales de control.
- Reconocer que la perfección puede ser una ambición basada en la codicia, y admitir un estado del ser que tiene imperfecciones.
- Aceptar que la felicidad está en un proceso perpetuo de «vitalidad siempre creciente», y que vivir la vida con toda la plenitud que se pueda es una grata satisfacción que forma parte de este viaje.
Estos son ciertamente ideales elevados pero no están más allá de la capacidad del ser humano. Hasta ahora, muchos ejemplos de libertad humana han tenido, en palabras de Fromm, más éxito estableciendo la libertad del antojo que la de la voluntad. Es decir, cuando el «antojo» responde a la pregunta de «¿por qué no?», insinúa que una persona hace algo simplemente porque no hay razón para no hacerlo. Pero el aspecto activo de la «voluntad» es que es una respuesta constructiva a la necesidad de hacer algo. Las razones deben tener sentido, y mediante el ejercicio de nuestra voluntad nos damos sentido a nosotros mismos. A través de la voluntad humana, podemos ejercitar nuestra concentración, enfoque e intención dirigida. Podemos proveer a nuestras actividades de atención consciente y dar fuerza a nuestras acciones. Esto a su vez nos ayuda a estar centrados, fundamentados y equilibrados.
No obstante, la persona no puede ser una fuerza para el cambio si permanece encadenada a las percepciones condicionadas que propagan la narrativa generalizada consensuada. Primero, se requiere que limpiemos nuestras lentes de percepción personal. Volveré a este tema en mi próxima serie de ensayos.
Por ahora, nos quedamos con la pregunta que reclama nuestra atención: ¿es hora de tener o de ser?
[i] Fromm, E. (1993). The Art of Being. London, Constable, pág. 96
[ii] Fromm, E. (1980). El miedo a la libertad. Buenos Aires. PAIDOS.
[iii] Froom, E. (1980). El miedo a la libertad. Buenos Aires. PAIDOS.
[iv] Froom, E. (1980). El miedo a la libertad. Buenos Aires. PAIDOS
[v] Fromm, E. (1980). El miedo a la libertad. Buenos Aires. PAIDOS
[vi] Fromm, E. (1993). The Art of Being. London, Constable, pág. 7
[vii] Fromm, E. (1982). ¿Tener o Ser? Fondo de Cultura Económica. Madrid.
[viii] Fromm, E. (1982). ¿Tener o Ser? Fondo de Cultura Económica. Madrid.