«Lo viejo y caduco no está dispuesto a ceder e intenta prolongar su existencia anacrónica por diversos medios ilegítimos. Así surgen fuerzas destructivas dentro de la civilización y la cultura; fuerzas de decadencia y desintegración»
~ G.A. Bondarev
No resulta sorprendente constatar que existen fuerzas y actores que desean situar a toda la Tierra, y a la civilización humana global, bajo el dominio del materialismo. Y el carácter de las naciones angloamericanas es quizá el que mejor se presta a ser la vanguardia de este proceso. Los precursores de la promoción e implementación del materialismo profundo procederán de las así llamadas «naciones occidentales desarrolladas» que servirán como prototipo para la transformación de la sociedad humana en un reino de tecno-materialismo profundamente arraigado. A fin de ejecutar este proceso, se busca a muchas personas de perfil alto (como políticos, financieros y celebridades) para que sean los títeres –las marionetas– que promuevan esta agenda. Este es el estado actual de las cosas, a pesar de lo que pueda parecer a primera vista. Hemos llegado a un umbral decisivo que dictará cómo procederá la gente en su experiencia vital sobre este planeta; la forma en que cada persona decida traspasarlo dependerá de las elecciones y decisiones que tome ahora y en los años venideros. A medida que dicho umbral se aproxima, en la vida de cualquier sociedad o civilización humana, se van desencadenando mayores fuerzas de caos, al mismo tiempo que existe la necesidad de un impulso hacia un orden coherente. El principio de orden es lo que permite cruzar con éxito el umbral de transformación, mientras que el atractor caótico impulsa a las personas, los organismos, las entidades, etcétera, hacia un camino de distracción que les aleja del umbral y les conduce en su evolución a un callejón sin salida.
En la etapa previa de la civilización humana, la vida de los sentidos se convirtió en el impulso definitorio, con énfasis en los aspectos externos y físicos. Entre mediados y finales del siglo XIX, se introdujo en la vida occidental moderna un nuevo impulso cuyo objetivo era familiarizarse con los reinos no físicos de la realidad. Este fue el comienzo del movimiento espiritualista, junto con el trascendentalismo americano inicial, la teosofía y los temas ocultistas que iban a señalar el comienzo de un impulso metafísico a fin de preparar a la sociedad humana para el período de transformación que se avecinaba. Hasta ese momento, la civilización humana había estado inmersa en un periodo de densa fisicalidad y de auge del individuo. Se había producido un distanciamiento de la vida metafísica y, al mismo tiempo, muchas fuerzas sociales trabajaban para mantener el impulso trascendental alejado de la vida humana, sustituyéndolo por una estructura terrenal religiosa estática basada en protocolos rígidos y no en la inspiración de la vida interior. La experiencia de la vida física se había convertido en una vivencia de contenido material más que de exploración metafísica. Se estaba llegando a un punto en el que era casi imposible que la cultura humana como colectivo asumiera el impulso espiritual. Esto coincidió con la eclosión de la segunda revolución industrial y de los asilos para pobres (workhouses[i]). La búsqueda espiritual era un lujo fantasmagórico que pocos podían permitirse. Esta situación se contrarrestó drásticamente con la introducción en los asuntos humanos del espiritualismo, las sesiones de espiritismo, los fenómenos de ultratumba y, finalmente, la aparición de los «Maestros Ocultos».
A pesar de toda la controversia en contra de la teosofía y las figuras de Helena Blavatsky, el coronel Henry Steel Olcott y, más tarde, Annie Besant, el movimiento tuvo el efecto de sembrar una nueva corriente de ideas y enseñanzas metafísicas en la era occidental moderna. Como se mencionó en el ensayo anterior, esto abrió literalmente las compuertas a un flujo de personajes que llegaron a las nuevas costas promulgando enseñanzas ocultas, esotéricas y metafísicas. La lista es muy, muy larga; y el terreno, al parecer, increíblemente fértil. No obstante, allí donde hay una intervención visible de tales fuerzas, es casi seguro que atraigan a sus equivalentes procedentes de las fuerzas de rechazo o negación.
Como si de un juego se tratara, hay fuerzas que buscan mantener el equilibrio y el desarrollo y otras cuyo objetivo es interrumpirlos. A nivel micro, algunas de estas fuerzas pueden reconocerse como individuos, grupos y organizaciones; a nivel macro no se deben personificar ni antropomorfizar (es decir, humanizarlas como personalidades específicas). Algunas pueden ser reconocidas como partidarias de procesos de fantasía incorpórea; otras, como impulsoras de la dominación del intelecto y del materialismo profundo. Sin embargo, sin fuerzas de oposición no habría libertad verdadera o genuina. Hay que ejercer y potenciar la fuerza de voluntad humana, lo que se consigue eligiendo y tomando decisiones, y actuando en consecuencia.
Sin fricción no habría movimiento, solo la ilusión de movimiento. Por lo tanto, hay fuerzas que pueden utilizarse para el propio desarrollo de una persona, aunque esas mismas fuerzas actúen en función de sus intereses particulares egoístas e incluso conflictivos. Sin la capacidad de elegir, el ser humano se convierte en un mero autómata. Hasta que nos enfrentemos a ese terrible momento (el de ser un autómata humano) afrontamos el reto de seguir el camino del desarrollo a través de nuestras respuestas a las contrafuerzas que bloquean el avance humano. Y este desafío, lejos de desempoderarnos, nos brinda la oportunidad de impulsarnos aún más. Estas posibilidades son lo que yo llamo los catalizadores caóticos y parece que algunos de ellos están ahora muy activos a nivel global.
Una parte de nuestra libertad de elección incluye la capacidad de no creer. Lo que elegimos no creer forma parte de nuestra condición tanto como lo que escogemos creer. En este sentido, ciertas fuerzas de negación tienen su función, y nos ayudan a reconocerlo. Es en momentos como este, de fuerzas de negación compitiendo por el dominio, cuando el impulso metafísico puede ser sentido por quienes son receptivos a él. Cuanto mayores son las perturbaciones físicas, más se percibe el impulso metafísico en su necesidad de infundir la vida material. En los periodos de transformación concentrada e intensa de la evolución humana, se produce igualmente un aumento de las «fuerzas obstaculizadoras» que intentan contrarrestar la oleada de desarrollo. En tales épocas, esas fuerzas perturbadoras aumentan su presencia e intervenciones en un intento de obstaculizar, o bloquear, la influencia de las fuerzas sutiles dentro de la vida terrenal de la humanidad. Al mismo tiempo, puede decirse que estos «catalizadores caóticos» contribuyen a crear un periodo de oportunidades de transformación, al provocar disrupciones más visibles y, por tanto, procesables. También es el momento de que las personas receptivas a las influencias de la consciencia espiritual estén más alerta, sean más conscientes y respondan de forma más proactiva a estos impulsos.
A medida que la octava de transmutación se acerca al final de uno de sus ciclos, se produce inevitablemente una mayor liberación de fuerzas –de afirmación y negación– en la dimensión física. Es primordial que el individuo active el poder de discernimiento humano y la elección de buscar el orden –el equilibrio interior– porque esto creará la firma vibratoria necesaria (resonancia). Debido a ello, las fuerzas del caos son más fuertes en estas áreas, y buscan disminuir el equilibrio y el orden por los medios más penetrantes e intrusivos posibles. Dentro de este periodo de materialismo profundo (o hipermaterialismo), estos medios intrusivos se ponen de manifiesto a través del uso de tecnologías dominantes que monitorizan, rastrean y regulan el comportamiento humano. Las formas biológicas de gestión social se transfieren a estructuras y disposiciones artificiales, presididas por redes de inteligencia maquínica programada.
La tarea de contrabalanceo (el establecimiento del orden) consiste en que aquellas personas con capacidad receptiva se preparen para la infusión de la conciencia espiritual (el fuego metafísico) en lo físico, y se conviertan en receptores-transmisores de estas energías. Esto requiere que la persona no solo esté equilibrada –corporal, mental y emocionalmente– sino también que no esté vibracionalmente enredada con las frecuencias más bajas de disonancia que plagan cada vez más el dominio físico. Los alineamientos con la conciencia espiritual han de ser más sutiles y menos visibles de forma externa. La era de la «adoración identificable», a través de rituales externos, códigos de vestimenta y otros signos exteriores de pertenencia, será reemplazada por una alineación interior no dramatizada, silenciosa y casi imperceptible. Los días de la forma espiritual externa han pasado. Ahora, el espíritu viviente debe llevarse dentro del vehículo humano en silencio, y con dignidad; es la fusión que acerca la vida en la tierra a la espiritualización de la materia. La nueva época en la que nos movemos no se define por las formas externas, sino por la fluidez interior. Este es el camino silencioso.
La inteligencia que necesita ahora la humanidad no es la del intelecto seco, sino la que dirige los pensamientos internos hacia el desarrollo de la consciencia espiritual. La inteligencia no es algo que una persona tiene, sino algo que usa, y la cuestión gira en torno a cómo lo hace; una persona con intenciones negativas puede ser extremadamente inteligente y utilizarla con fines destructivos o perjudiciales. La energía de la consciencia puede emplearse de diversas maneras, la humanidad es el vehículo para la aplicación de las energías universales, y nos vendría bien reconocerlo. Es por eso por lo que estamos viendo ahora un gran impulso para la implementación de la IA (intelecto maquínico), ya que eso abre una corriente evolutiva diferente y posibilidades que niegan la expansión de la inteligencia humana a través de la consciencia espiritual. Sin embargo, no reconocer, o admitir, que los eventos metafísicos están operando a nuestro alrededor en todo momento, solo da sustento al «efecto endurecedor» del materialismo y las fuerzas entrópicas. Es de este endurecimiento dentro de la vida moderna del que debemos ser particularmente conscientes; es un proceso que afecta a los sentidos, a las facultades perceptivas y a la sensibilidad receptiva. Un endurecimiento o densificación energética, vibracional, por así decirlo, crea un bloqueo para el contacto con los impulsos de desarrollo. Aquí es donde entra en juego el camino de la voluntad humana y la libre elección.
El camino del libre albedrío conlleva la responsabilidad de tomar esas decisiones. La libre elección también significa que un individuo tiene la libertad de escoger alinearse con los elementos más oscuros o servir a las fuerzas de desarrollo. Puede que en este grado de flexibilidad haya mayores riesgos, pero elegir servir sin estar obligado a ello también acelera los impulsos del desarrollo. Como se suele decir, la libertad sin elección no tiene sentido. Con cada paso que se da hacia la libertad, la persona también se acerca a los aspectos más oscuros, ya que ha de enfrentarse a ellos y elegir (lo que se conoce como la tentación). Cuanto más siga una persona el camino de la libertad, más se enfrentará a las «tentaciones». Y al elegir en contra de las tentaciones (o aspectos más oscuros), la libertad es más plena y completa. La propia presencia de las contrafuerzas entrópicas y caóticas da más peso a la decisión de alinearse con el camino de la evolución. En otras palabras, la elección de la libertad es más plena cuando se realiza contra una oposición a ella. Cada nueva tentación puede servir para reforzar la presencia de la consciencia espiritual en función de las elecciones y acciones realizadas. Sin oposición, una elección tiene menos peso. Y la vida, se nos recuerda constantemente, no se desarrolla en el vacío. Si esto no se ha valorado antes plenamente, ahora es sin duda el momento de entenderlo. Como dijo Rudolf Steiner en 1908:
Lo bueno no sería un bien tan grande si no tuviera que crecer a través de la conquista del mal. El amor no sería tan intenso si no tuviera que convertirse en un amor tan grande que fuera capaz incluso de vencer la maldad en el semblante de los hombres malvados… No debes pensar que el mal no forma parte del plan de la creación. Está ahí para que, a través de él, surja el bien mayor.1
La vida es una amalgama de fuerzas, y su interacción a través de la creación y la destrucción –orden y caos– crea forma y movimiento. Al tener la opción del movimiento, también aceptamos la responsabilidad de tener que dejar las cosas atrás una vez que su tiempo ha terminado. Además, el impulso requiere fricción (de nuevo, la ausencia de vacío). Debido a que muy pocas personas son conscientes de estos procesos, existe una metahistoria de los acontecimientos y procesos que han tenido lugar entre bastidores en la vida cotidiana. Lo que generalmente conocemos como historia, como vida sociocultural, es la agitación de las hojas; de lo que no somos conscientes es del viento que sopla a través del árbol.
Las fuerzas entrópicas y caóticas entienden las leyes del desarrollo evolutivo, lo que significa que no pueden oponerse a ellas directamente, sino que tienen que moverse dentro de esas corrientes e intentar distorsionarlas, darles una dirección equivocada, ralentizarlas o acelerarlas. Por eso en nuestros sistemas existen el engaño, el poder oculto y la superchería, ya que son los medios por los que tales fuerzas pueden proyectar su influencia y manifestar su poder. Sin embargo, no pueden actuar directamente, porque hacerlo iría en contra de las leyes naturales universales. Actúan a través de la duplicidad. Y, en general, las personas validan tales acciones y acontecimientos por pura ignorancia del engaño perpetrado contra ellas. A menudo, esta ignorancia se solidifica por apegos a impactos sensoriales, influencias y deseos inferiores. El ser humano es capaz de desarrollar sus facultades superiores superando los apegos sensoriales inferiores. Algunas de las personas que desencadenan grandes tragedias están influidas por fuerzas ocultas; sobre ellas recae esta responsabilidad. Del mismo modo, aquellos individuos capaces de alinearse con fuerzas metafísicas positivas y constructivas también deben soportar esta responsabilidad. Sin embargo, hay que hacer una distinción entre ambas posiciones. Debemos abstenernos de «luchar» con tales fuerzas negativas en nuestra vida física, porque en ese caso nos enfrentamos a ellas en su campo de juego, en su nivel energético.
Más allá de lo físico, tienen lugar «acontecimientos» desconocidos para nosotros (las fuerzas metafísicas son conscientes de las fuerzas ocultas más oscuras). Para nosotros, la responsabilidad consiste en ser conscientes del entorno en el que desarrollamos la condición humana. Los seres humanos no existen en un entorno neutro; ser conscientes de los impulsos e influencias que constituyen este entorno es fundamental, lo que no significa que tengamos que entablar combate con ellas. En muchos casos, debemos observar y, si es posible, comprender cómo esas intervenciones e influencias negativas intentan influir en nosotros. Como afirma Rudolf Steiner: «Si tan solo hubiera suficientes personas que tuvieran el impulso de decir: primero tenemos que comprender estas cosas, lo demás vendrá por añadidura»2. Lo que hace falta es cultivar una relación correcta con las cosas de este mundo manifestado.
Nuestros sentidos habituales son incapaces de penetrar mucho más allá de las apariencias externas. Por eso la gente vive dentro de una capa superficial de experiencia, que es muy engañosa porque está siendo continuamente penetrada por aquellas fuerzas e influencias que están más allá de la percepción física. Las fuerzas en pugna del caos y el orden no son reconocidas por lo que son; por el contrario, a menudo se tergiversan como «buenas» o «malas», a pesar de la necesidad de que esas fuerzas se empujen y se traccionen mutuamente. Demasiado de una, y habría quietud, inercia y estancamiento; demasiado de la otra, y habría fluidez y fluctuación incontroladas. Tiene que haber una mezcla. Como dijo el místico-filósofo Gurdjieff: «Lo superior se mezcla con lo inferior para actualizar lo intermedio». La mayoría de la gente no es consciente de cómo operan estas fuerzas, y mucho menos de que existan como lo hacen en la realidad manifestada. Por esta razón, los individuos pueden beneficiarse de adquirir un cierto grado de autoconocimiento; de lo contrario, aquellos con capacidad para comprender las fuerzas del caos y del orden se dejarán llevar por impulsos externos de los que internamente no son conscientes. La transmutación a la que se enfrenta la humanidad ofrece un gran potencial para avanzar en el arco celeste, donde las fuerzas del caos y el orden desempeñan su papel en beneficio de los objetivos evolutivos. Cuanto más avanza la humanidad en este camino, más se aprende y se comprende sobre el campo de juego cósmico que constituye el escenario de nuestras vidas.
Referencias
1 Rudolf Steiner, a lecture from June 25th, 1908 (GA 104) https://rsarchive.org/Lectures/GA104/English/APC1958/19080625p01.html
2 Rudolf Steiner, a lecture from December 12th, 1918 (GA 186) – https://rsarchive.org/Lectures/19181212p01.html
[i] En Gran Bretaña, edificios en los que las personas pobres podían vivir y alimentarse a cambio de su trabajo.