Amigos,
Ahora que el mundo ha entrado en 2025, me puedo tomar un poco de tiempo para compartir algunas palabras. Este año decidí guardar silencio durante el periodo festivo y dar un paso atrás en lugar de esforzarme por sacar a la luz publicaciones en las redes sociales expresando mis deseos de fin de año. Quería descansar. Cerré el ordenador, dejé de mirar el teléfono con tanta regularidad en busca de mensajes y puse mucha música que me gusta. También tengo una pila de libros que quiero leer. El 1 de enero, día de Año Nuevo, abrí el primero de ellos y empecé a leer. El libro es una exploración biográfica de la vida y obra de Rodney Collin-Smith, que fue alumno del maestro P.D. Ouspensky y se dedicó a propagar ideas basadas en la obra del Cuarto Camino de G.I. Gurdjieff. El libro se titula Rodney Collin. Un hombre que deseaba hacer algo con su vida (por Terje Tonne).
Rodney Collin murió a la temprana edad de 47 años, en Cuzco, Perú, mientras dirigía grupos de estudiantes en un trabajo de desarrollo interior. Sin embargo, lo que más me llamó la atención fue el subtítulo: «Un hombre que deseaba hacer algo con su vida». Para mí, esto identifica un anhelo interior que todos compartimos (o con el que al menos podemos empatizar) y, sin embargo, es un rasgo o característica que, en la vida moderna, brilla por su ausencia. La vida moderna se caracteriza ahora más por su ajetreo y por absorber nuestro tiempo y energía que por nuestra contribución o servicio significativos. Puede que deseemos «hacer» algo con nuestras vidas, pero hacer sin «ser» se convierte a menudo en un gesto deslucido.
Muy poca gente sabe algo de Rodney Collin, o ni siquiera le conoce, y sin embargo hizo mucho durante su vida. Como persona individual, tuvo logros considerables. Aunque escribió y publicó algunos libros, no fue muy conocido ni ampliamente reconocido por el mundo exterior, ni durante su época ni ahora. Pero eso no importa, ¿verdad?, ya que una persona no puede (o no debe) valorarse por el reconocimiento del mundo exterior. ¿Por qué no? Sencillamente porque, en mi opinión, el mundo exterior funciona según un modo de consciencia y percepción diferente con respecto al camino del crecimiento interior. Y, en gran medida, el mundo exterior es tóxico. Entonces, ¿por qué querríamos ser reconocidos, o esforzarnos por serlo, en un ámbito en el que los valores, las normas y la moralidad están condicionados por un pensamiento consensuado que carece de fundamento espiritual o metafísico?
Si alguna vez hubo un momento para discernir entre los reinos corruptos del materialismo tóxico y el lavado de cerebro (literalmente), y el camino de la autenticidad humana, ese momento ha llegado definitivamente. Me parece que en el mundo, justo en estos momentos, se desarrolla un frenético festín. Y no me refiero únicamente a los actores globales (y recordemos que cualquiera que tenga una gran visibilidad es muy probable que sea un jugador-marioneta, ya que los verdaderos jugadores rara vez aparecen en el tablero de ajedrez). Esto no es «pensamiento conspirativo», es como son y han sido las cosas. Solo que la mayoría de la gente, la mayor parte del tiempo, vive en la superficie de la realidad, y únicamente percibe a través de los acontecimientos superficiales. Esto no es una acusación, es solo la forma en que las cosas son, y han sido. Si no sabes jugar bien al Juego, probablemente sea mejor que no juegues (en su terreno de juego). Y si conoces bien el Juego, entonces lo más probable es que no quieras jugar según sus reglas porque ya sabes que no es lo que corresponde hacer. La gente que habla mucho no conoce los secretos. Los que más saben, son los que menos dicen. Así son y han sido las cosas. Por ello, el discernimiento es clave ahora, si bien requiere un poco de distancia de los acontecimientos. Personalmente creo que una de las mejores estrategias para avanzar –en 2025 y más allá– es crear una sana distinción entre lo que supuestamente ocurre en el mundo y las propias condición humana (el auténtico yo) y sensación de arraigo.
Aunque, hasta cierto punto, es importante saber lo que ocurre en el mundo, es igualmente importante (si no más) no enredarse energética y emocionalmente en estos acontecimientos. Aquellos de nosotros que nos preocupamos por el desarrollo de la condición humana nos damos cuenta de que estamos recorriendo simultáneamente un camino paralelo, en el que podemos establecer un espacio para el ser humano (y nuestro «Ser») que no se vea afectado por la creciente toxicidad de un entorno de baja vibración. Es nuestra responsabilidad centrarnos y poner nuestra atención en los aspectos constructivos del camino humano hacia adelante. Y hacerlo con gracia y encanto. Es tan simple y tan difícil como eso. Como escribí una vez: «Trabajar en armonía con la gente, con cortesía, respeto y modales correctos, es un requisito previo para cualquier logro en el desarrollo humano. Es tan sencillo y tan difícil como eso».
Esto es similar a una cita que me gusta mucho, y que también puede ser apropiado compartir aquí:
«Varias personas trabajando, pensando, sintiendo y ofreciéndose juntas, cada una de ellas implicando conscientemente su ser esencial, son capaces de producir algo de asombrosa belleza».
Omar Ali-Shah
Así pues, la cuestión se reduce a que cada persona se comprometa con «su ser esencial». Lo que necesitamos ahora mismo no es otra Nueva Era, ni un nuevo orden mundial, ni nada por el estilo. Lo que realmente necesitamos es una era de autenticidad. Con tantas falsedades, pseudoverdades y simulaciones a nuestro alrededor, nos estamos alejando cada vez más de lo auténtico y genuino. Así que sugiero que, tal vez, deberíamos reflexionar sobre dónde estamos ahora mismo (o dónde estamos sentados ahora mismo), y la relación con nuestro ser esencial. Demasiado a menudo nos alejamos de nosotros mismos y nos metemos en la vorágine de comentar, debatir y discutir sobre los acontecimientos de la vida. Sin embargo, cuanto más nos dedicamos a discutir o a seguir estos acontecimientos, más contaminados estamos por su energía. Y cuanto más cargamos con esta energía contaminada, más hechizados estamos. Un hechizo se cierne sobre nosotros y nos distrae de lo esencial. Estamos siendo adormecidos para que no reconozcamos la noble condición innata del espíritu (o alma) humano. Y lo último que queremos es vivir sin alma.
Entonces, ¿qué es lo «esencial»?
Os dejo con un cuento que he compartido varias veces a lo largo de los años y que es uno de mis favoritos. Lo llamo «Lo esencial». Que lo disfrutéis y que la paz os acompañe:
Un león fue capturado y encarcelado en una reserva donde, para su sorpresa, encontró a otros leones que llevaban allí muchos años, algunos incluso toda su vida, habiendo nacido en cautividad. El recién llegado pronto se familiarizó con las actividades de los otros leones y observó cómo se organizaban en diferentes grupos.
Un grupo se dedicaba a socializar, otro al espectáculo, mientras que otro se centraba en preservar las costumbres, la cultura y la historia de la época en que los leones eran libres. Había grupos eclesiásticos y otros que atraían el talento literario o artístico. También había revolucionarios que se dedicaban a conspirar contra sus captores y contra otros grupos revolucionarios. De vez en cuando, estallaba un motín y un grupo desalojaba o mataba a todos los guardias del campo, por lo que tenían que ser sustituidos por otro grupo de guardias. Sin embargo, el recién llegado también se percató de la presencia de un león que siempre parecía estar dormido. No pertenecía a ningún grupo y era ajeno a todos ellos. Este león parecía despertar tanto la admiración como la hostilidad de los demás. Un día, el recién llegado se acercó a este león solitario y le preguntó a qué grupo pertenecía.
–No te unas a ningún grupo– dijo el león–. Esos pobres se ocupan de todo menos de lo esencial.
–¿Y qué es lo esencial? –preguntó el recién llegado.
– Lo esencial es estudiar la naturaleza de la valla.