A medida que la humanidad avance a través del período de transición de la octava o ciclo de transmutación, y las personas se alineen con realidades diferentes y sus frecuencias resonantes, inevitablemente se producirá una escisión. En esta serie de artículos he mencionado anteriormente cómo, durante el período de la encrucijada, o lo que algunos han denominado «bifurcación», existe el peligro cada vez mayor de que aumente una incoherencia que paralice a la humanidad entre los extremos de un poder externo y una creciente impotencia interna. También he afirmado que siempre hay una parte de la población que es incapaz de traspasar el «umbral de la época», en lo que se refiere a alinearse con las frecuencias del impulso de desarrollo entrante. Este segmento de la sociedad puede entrar en un camino de involución durante el resto de la era, ya que ha abandonado la corriente de la humanidad en evolución. Si los impulsos de desarrollo son rechazados y sustituidos por fuerzas o energías degenerativas, el rumbo que seguirá la humanidad se tornará muy difícil. Si la esencia vital se reemplaza por lo mecánico, las cualidades/energías de inercia, ignorancia, incapacidad e inacción que oscurecen el reino de lo viviente pasan a primer plano; tales fuerzas amortiguan la voluntad humana y disuelven su grado de concentración.

En la actualidad, determinados impulsos pretenden que el materialismo lo impregne todo; y no debemos distraernos pensando que el reino digital no forma parte de esta corriente de materialismo profundo. Al mismo tiempo, esas fuerzas también pueden contribuir a estimular los impulsos evolutivos evitando que caigan en la inercia. Puede decirse que el tira y afloja de estas fuerzas, aparentemente opuestas, crea la bifurcación que brinda a la gente la posibilidad de elegir por qué línea temporal, o corriente, decide optar. Visto a través de la lente física, se diría que estamos en el umbral de una visión materialista global de la vida. Si la consciencia material permanece apegada y enredada dentro de lo físico, se hace cada vez más difícil que los impulsos trascendentales penetren y tengan efecto. Sin embargo, si la consciencia humana puede beneficiarse de estas fuerzas constrictivas y conflictivas para alejarse del enmarañamiento físico y la inercia, se posibilita una bifurcación que permite al individuo acoplarse a la nueva frecuencia de desarrollo. Esta confrontación de fuerzas entre crecimiento/evolución e inercia/desarrollo es lo que se ha simbolizado en la mitología humana como la lucha entre «el bien y el mal».

Lo que la gente suele llamar «el mal» es, en realidad, aquello que se mueve en dirección contraria a la corriente evolutiva dentro de la realidad actual. Es decir, la palabra o etiqueta «mal» representa una fuerza que se mueve hacia, o se alinea con, la no existencia (otro término para el mal es desequilibrio). Es una potencia que frena o constriñe los impulsos evolutivos o de desarrollo; es decir, retrae y detiene este movimiento hacia delante. Si no se hace frente a las llamadas «fuerzas malignas», el impulso hacia la inercia y el estancamiento se convierte en dominante. Sin embargo, si las fuerzas de desarrollo o «buenas» empiezan a resistir frontalmente a las fuerzas malignas, se consumen en el empeño y pierden, o renuncian, a las energías que podrían utilizarse para la evolución. Las fuerzas contrarias «malignas» o entrópicas de la involución deben ser tratadas no mediante resistencia directa o atacándolas, sino volviéndolas inertes, inútiles, o transmutándolas en una fuerza que ya no sea entrópica. Como dice Jesús: «Pero yo os digo: ¡No resistáis al malvado! A cualquiera que os abofetee en la mejilla derecha, ofrecedle también la otra». (Mateo 5:39). El restablecimiento de un equilibrio que siga siendo dinámico y no estático forma parte de la función de la interacción entre estas fuerzas polarizadoras. El equilibrio –es decir, la moderación y el orden– mantiene el juego en marcha de manera que no se vea arrastrado hacia ningún extremo. Sin embargo, dentro de esta fluidez y vitalidad generales de la búsqueda del equilibrio se halla la necesidad de dejar pasar suficiente fuerza de desarrollo para mantener una trayectoria de evolución y crecimiento.

En la tradición de la Cábala existe el concepto de tikkun, que se refiere a la idea de que todo el mundo está aquí en la Tierra para cumplir una misión concreta. Otro concepto de tikkun es también el de «restitución» que, según Gershom Scholem, alude a la restauración del orden ideal, que constituye el objetivo original de la creación y también el propósito secreto de la existencia. En otras tradiciones, el restablecimiento del «orden ideal», es decir, del equilibrio, se denomina a veces «salvación». Otro concepto cabalístico es el de las kelippot –definidas por Scholem como «conchas», «cáscaras» o «fuerzas del mal», que parecen corresponder también a la noción de «fuerzas hostiles» de la filosofía de Sri Aurobindo y de la Madre. Los kelippot o fragmentos se convirtieron en el origen de la materia bruta y representan también la fuente del «mal». Los kelippot, o materia física bruta, contienen en su interior «chispas de luz divina» (es decir, el espíritu sagrado). Estos destellos de luz divina pueden ser redimidos por las acciones humanas; de este modo se llevará a cabo la restitución (tikkun) y el mal será transformado y superado.

Hasta que se produzca esta transformación, el estado de desequilibrio potencial (o mal) sigue siendo una presencia persistente. Se considera que las fuerzas del desequilibrio (entropía, inercia, etcétera) y de la evolución representan un proceso cósmico mayor. La pregunta que se plantea entonces es: ¿cómo pueden los seres humanos acelerar la restitución? Y es aquí donde entran en juego diversas enseñanzas espirituales o de desarrollo interior que intentan guiar a las personas para que, como mínimo, vivan una vida equilibrada y, si es posible, participen conscientemente en la corriente de la evolución avanzada. Otro punto de vista sobre la noción del «mal» es verlo como una forma de ignorancia que, como tal, se convierte en aquellas fuerzas que trabajan para establecerla, mantenerla y prolongarla entre la gente, las comunidades y las sociedades. Desde este punto de vista, puede decirse que el mal es como un abismo inconsciente, una separación de la consciencia de la Verdad. Se podría decir que aquellos impulsos que sustentan la percepción de separación de un individuo de la Fuente son el mal. Ese alejamiento de una fuente, o corriente, de energías vitales es lo que genera una inercia, y vivir en ella es como vivir en el desconocimiento y/o en la falsedad. Esta ignorancia puede ser mantenida por agencias socio-culturales que desean sostener la continuidad de este error.

Pero la vida dentro de la densidad de la materia física contiene inevitablemente este «error» o falsedad, ya que tal es la naturaleza del reino vibratorio de la materia. Como tal, el error –o «mal»– tiene un papel necesario que desempeñar en el conjunto. En otras palabras, es una fuerza necesaria dentro de la estructura cósmica y sus procesos. El inconsciente (el «abismo») necesita equilibrarse y armonizarse con todos los puntos opuestos de la consciencia. Quizás este «juego cósmico» consista en volver a un estado de equilibrio. Como tal, todas esas fuerzas son indispensables en la vida del cosmos, así como en la Gran Obra. La transmutación y la evolución no son posibles sin fuerzas competidoras de diferente carga e influencia que trabajen en una relación dinámica. Lo mismo ocurre con los propios elementos constitutivos de la materialidad: por ejemplo, los átomos necesitan que la carga positiva (protón) y las cargas negativas (electrones) estén equilibradas en relación con las fuerzas neutralizadoras (neutrones). De forma similar, el filósofo-místico George Gurdjieff describe esta relación a través de las fuerzas en disputa de la Sagrada Afirmación (positiva) y la Sagrada Negación (negativa) que conducen a la Sagrada Reconciliación (neutralidad/equilibrio). Gurdjieff se refería a ello como la «Ley de los Tres». En este contexto, podemos ver cómo el entrecruzamiento de impulsos contradictorios –como la materia y el espíritu– es necesario para buscar un resultado que no solo sería una integración de estas fuerzas contradictorias, sino al mismo tiempo una síntesis mayor que la suma de sus partes.

En términos filosóficos, esto se conoce como el enfoque dialéctico por el cual una idea (tesis) da lugar a una idea contraria (antítesis) y ambas ideas se fusionan para dar lugar a una nueva idea (síntesis). O, utilizando la terminología de Gurdjieff, la fuerza de Afirmación de lo Sagrado (activa) atrae a una fuerza de Negación de lo Sagrado (reactiva), y esta contienda conduce a un desenlace de la Reconciliación de lo Sagrado (unificadora). Del mismo modo, Rudolf Steiner señaló cómo la fusión de estos principios opuestos es necesaria para dotar al ser humano de una fuerza autoconsciente para evolucionar: «Es esta fusión de principios opuestos lo que hace posible el mal para el hombre, pero también lo que le da el poder de la autoconsciencia, la elección y la libertad…»1.

Desde la perspectiva de este autor, las fuerzas negadoras pueden interferir supuestamente con el campo mental, o campo de consciencia, de un individuo infiltrándose en él con pensamientos pesados y oscuros que conducen a un desequilibrio psicológico si no se neutralizan mediante impulsos contrapuestos. Por eso, el camino del trabajo interior requiere que la persona mantenga en todo momento un estado de equilibrio mental, emocional y físico. Sin embargo, tales interferencias pueden seguir siendo necesarias en determinadas etapas del trabajo de transformación. Lo que nosotros consideramos como los «peores adversarios» o influencias negativas siguen formando parte de la manifestación cósmica global que puede, conscientemente o no, ayudar a otros en el gran trabajo de transformación del desarrollo. Puede decirse que todas las cosas terrenales nacen en la oscuridad y deben buscar por sí mismas la luz. Así como la planta primero se siembra en el suelo oscuro y después busca la luz para sus propios procesos internos de transformación a través de la fotosíntesis, los seres humanos también necesitan cultivar su propia forma de fotosíntesis, es decir, de sintetizar la luz para su desarrollo. Demasiada atención y énfasis en lo material (la tierra oscura) creará una tendencia materialista desequilibrada, cuyo extremo conducirá a una escisión, o separación, de los impulsos metafísicos.

La materialización de los impulsos metafísicos es una de las falsedades y engaños de las fuerzas negadoras. La ciencia blanda de los espiritualistas cuánticos es un ejemplo de ello. La noción de entrelazamiento cuántico puede atrapar a una persona dentro de la manifestación física resultante si no ha trabajado lo suficiente en su propio estado interior. Se trata de otra falsa vía de distracción por la cual atajos tentadores se disfrazan de deliciosa «ciencia espiritual» y desvían la atención del camino interior. Por otro lado, una inmersión excesiva en el «camino espiritual» puede llevar a la persona al «La La Land»[i] de la cristalomancia[ii] y apartarla de las responsabilidades y la necesidad de participar en una experiencia de vida física. En el momento de escribir estas líneas, se diría que las fuerzas negativas del desequilibrio y la inercia están dominando lo que podría resultar en el ascenso temporal de la tiranía dentro de nuestras instituciones y sistemas físicos.

 

La inercia de la tiranía

Las estructuras de poder que llegan a constituir un orden social totalitario intentan crear una narrativa cultural con el objetivo de presentar su sistema como acorde con un orden humano natural, así como con un orden universal. Esta es la ilusión de «normalidad», en el seno de la tiranía, que se pretende establecer. En otras palabras, las fuerzas del caos o la imposición del gobierno se presentan a sí mismas como una forma de orden natural: son el caos y la inercia disfrazados de orden y desarrollo. El mundo exterior de la existencia física intenta imponerse sobre el orden metafísico del ser[iii]. Y, sin embargo, como Vaclav Havel señaló con clarividencia:

La estructura de poder en su conjunto no podría existir en absoluto si no existiera un cierto orden metafísico que uniera todos sus componentes, que los interconectara… Este orden metafísico es fundamental y normativo en toda la estructura de poder; integra su sistema de comunicación y hace posible el intercambio interno y la transferencia de información e instrucciones… Este orden metafísico garantiza la coherencia interna de la estructura de poder totalitaria. Es el pegamento que la mantiene unida, su principio vinculante, el instrumento de su disciplina.2

El mundo de las apariencias no está exento de fuerzas invisibles que brindan sus energías de confrontación, ya sean «metafísicas» o no. El peligro radica en que, a medida que el «mundo de las apariencias» adquiere predominio y se vuelve más extremo, pierde la conexión con las fuerzas equilibradoras, comienza a mutar hacia un reino ritualista de signos y tótems y migra cada vez más hacia un pseudoestado de constructo artificial que se convierte en la realidad consensuada. Y a medida que esta nueva realidad consensuada muta, gana fuerza como forma de tiranía o poder totalitario. Incluso puede llegar al punto de reemplazar cualquier conexión previa con la realidad –o lo «Real»– y convertirse en una realidad autónoma en sí misma, aunque se constituya a través de formas artificiales de poder y control. El ritual ha superado la presencia de la realidad oculta tras él. O, dicho de otro modo, «el significado de los fenómenos ya no se deriva de los fenómenos en sí mismos»3. Y por eso un sistema físico de tiranía y poder tiene una inercia incorporada, ya que, con el fin de mantenerse, centra y dirige su energía a defender la falsa integridad del mundo de las apariencias. Un sistema así trata de aislarse herméticamente de los impulsos de desarrollo en un intento de mantener el statu quo. Puede que incluso desarrolle tecnologías que parezcan progresistas; sin embargo, todas ellas están aisladas de las fuerzas esenciales de la vida y, por tanto, se introducirá en todo el sistema una inercia que acabará por desordenarlo y llevarlo al estancamiento o a la quiebra.

Cualquier sistema social que no aproveche los impulsos de la evolución y las fuerzas metafísicas vitales no tendrá ningún poder duradero real, ya que se basa en una forma de automatización y fuerza motriz mecánica. Las energías del control y la disciplina no son tan dinámicas como las energías correspondientes, aunque contrarias, del autocontrol y la autodisciplina. La fuerza necesaria para mantener las estructuras de un sistema automatizado y mecanizado, carente de cualquier conexión con los impulsos de desarrollo, es ciertamente grande y no puede mantenerse a largo plazo. Las fuerzas de la inercia se introducirán en cualquier sistema sociocultural que se base en el automatismo, incluido el de una civilización tecnológica global. El fracaso potencial de la humanidad moderna vendrá de la elección de alejarse del umbral vibratorio de la consciencia elevada en favor de un futuro basado en la restricción de las capacidades cognitivas humanas y la desconexión de las influencias metafísicas y la existencia del espíritu vital.

 

Referencias

Steiner, An Esoteric Cosmology: Eighteen Lectures Delivered in Paris, France, May 25 to June 14, 1906. (Rudolf Steiner Archive.)

Havel, Vaclav (1985) The Power of the Powerless: Citizens Against the State in Central Eastern Europe. London: Routledge, pag.10

Ibidem, pag.11

 

[i] La expresión La La Land es una frase hecha que en España equivaldría a «estar en las nubes».

[ii] Es una forma de adivinación donde el médium supuestamente consigue entrar en trance mirando una bola de cristal o un objeto similar.

[iii] En el original ingles beingness: cualidad, estado o condición de existir (Merriam Webster)

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