«Hay una cosa en este mundo que nunca debe olvidarse. Si te olvidases de todo lo demás, pero no de esto, no habría motivo para preocuparse; en tanto que si realizases, tuvieses presente y no olvidases la menor de las cosas, pero descuidases esa en concreto, no habrías hecho nada en absoluto. Es justo como si un rey te hubiese enviado al país a llevar a cabo un cometido específico; y fueses y realizases cientos de otras tareas, pero no aquella en concreto para la que habías sido enviado: seríacomo si no hubieses hecho nada en absoluto. Así que el hombre ha venido a este mundo para una tarea determinada, y ese es su propósito; si no lo lleva a cabo, en tal caso no habrá hecho nada».

Rumi

 

La humanidad no vino aquí en vano. Cuando nuestros primitivos antepasados cavernícolas pusieron por primera vez las huellas de sus manos sobre las paredes de roca estaban haciendo una declaración, una expresión de su presencia. Estaban señalando al mundo que los rodeaba: «Yo estoy aquí, existo. Nosotros somos humanos». También era una declaración de intención; esta demostración de presencia era una proclamación de que «ellos» sabían que estaban aquí, en este mundo, en esta realidad. Y eso marcó el comienzo de un largo viaje de vuelta a casa.

En las tradiciones de sabiduría se dice que los seres humanos están habitualmente desconectados de la Realidad Objetiva, que es el verdadero origen de todo. Como diría Platón, el ser humano está separado del verdadero dominio de las Formas. Debido a esa desconexión nuestras percepciones humanas son limitadas y solo pueden captar dentro de una longitud de onda muy limitada. Percibimos como si fuese a través de una estrecha hendidura y somos incapaces de percatar el panorama más amplio. El resultado de ello es que percibimos efectos secundarios y consideramos que son primarios. Es como ver las hojas de un árbol meciéndose en el viento y pensar que la causa del movimiento fuesen las propias hojas. Somos incapaces de ver más allá, de percibir el viento que sopla. Estamos condicionados a ver lo causado y a no percibir que hay un causante.

Hay una frase que dice: «El color del agua parece ser el color del vaso en el cual se ha vertido».

 

También se dice que hay tres tipos de hombres y mujeres. Los del primer tipo son totalmente animales, y viven una vida ordinaria; en esta categoría se incluye la mayoría de la gente: los pensadores y filósofos ordinarios, las personas religiosas emocionales, las personas comunes, y todas aquellas que realmente no saben que existen. Al segundo tipo pertenecen quienes, incluso en la vida ordinaria, han adquirido permanencia; viven en dos planos: el de la existencia ordinaria y otro. En la tercera categoría están aquellos que existen en tres planos y no tienen límites temporales. El objetivo de la existencia humana sobre la Tierra es desarrollarse permaneciendo dentro de las condiciones del segundo y el tercer tipo.

Durante muchos miles de años la humanidad ha dispuesto de la posibilidad de un desarrollo consciente. Lamentablemente, este potencial ha sido infrautilizado en gran medida.

En la tradición de la Cábala existe el concepto tikkun que hace referencia a la idea de que todos estamos situados aquí en la Tierra para llevar a cabo una misión particular. Como reza un antiguo aforismo jasídico, es «una tarea que no pertenece a nadie más». Muchas tradiciones hablan de que estamos exilados de nuestros orígenes: la Fuente de Todo. Constantemente se nos anima a esforzarnos por volver al recuerdo y la cercanía a nuestra Fuente. En el primitivo texto cabalístico Bahir se dice que «La gente quiere ver al Rey, pero no sabe dónde encontrar su casa. En primer lugar, [debe] preguntar: “¿Dónde está la casa del Rey?”. Solo entonces puede preguntar: “¿Dónde está el Rey?”»1

De manera similar, la tradición gnóstica habla de una joya preciosa:

En un remoto reino de perfección, había un monarca justo que tenía una esposa y un hijo y una hija maravillosos. Todos vivían juntos y felices.

 Un día el padre llamó a sus hijos ante él y dijo:

 «Ha llegado el momento, tal como lo hace para todos. Vais a descender a otras tierras, a una distancia infinita. Buscaréis, encontraréis y traeréis de vuelta una Joya preciosa».

 Los viajeros fueron conducidos disfrazados hasta una tierra extraña, donde casi todos sus habitantes llevaban una oscura existencia. El efecto de aquel lugar era de tal naturaleza que los dos perdieron contacto entre sí; errando como si estuvieran dormidos.

 De tiempo en tiempo veían fantasmas, semejanzas de su país y de la Joya, pero su estado era tal que estas cosas solo aumentaban la profundidad de sus ensoñaciones, que ahora empezaron a tomar por reales.

 Cuando le llegaron al rey noticias de su difícil situación, les envió un mensaje con un sirviente de confianza, un hombre sabio:

 «Recordad vuestra misión, despertad de vuestro sueño, y permaneced juntos».

 Con este mensaje se despertaron, y con la ayuda del guía que los había rescatado desafiaron los peligros monstruosos que rodeaban la Joya; y con su mágica ayuda volvieron a su reino, donde permanecieron felices por siempre jamás.2

 

Una conocida frase derviche dice: la vida es un regalo que consiste en tres días, y dos se han ido.El lector debe tener presente que todo aquello que viene a este mundo también tendrá que dejarlo: nadie se queda para siempre. Hay quienes vinieron antes que nosotros y quienes lo harán después. La vida es algo transitorio. Y nuestra estancia aquí decrece con cada respiración.

En el Zohar se dice: «El hombre, mientras está en este mundo, no considera ni reflexiona acerca de dónde se encuentra, y contempla el transcurrir de cada día como si se desvaneciese en la nada»3 Buscamos la autorrenovación, pero no la reconocemos. Cada persona anhela algo profundo, pero esto a menudo se ignora o se malinterpreta como diversas necesidades y deseos.

Cada persona lleva dentro de sí el potencial para una inspiración visionaria, que a menudo se bloquea, se desalienta, o se ignora debido a nuestro condicionamiento social. En la actualidad, una persona puede sentirse medio boba si admite que anhela algo invisible, inmaterial y atemporal; a menudo lo remplazamos con palabras falsas, sometiéndonos a las actitudes de consenso prevalentes en nuestras culturas. Nuestros edificios e instituciones religiosos están en desorden y decadencia, tanto externa como internamente. El «templo de unión» necesita reforzarse para volver a su estado original dentro del corazón de la humanidad. La venerada conexión entre cada persona y la Fuente-de-Todo reside dentro de uno mismo. Cada uno de nosotros es el punto de reunión entre lo material y la Fuente. En este mundo –en esta realidad– se nos asigna la responsabilidad de conectar lo trascendente con lo cotidiano. Esto es lo que significa la frase «forja del alma».

Hoy día, para mucha gente, la búsqueda de la verdad se ha convertido en un tópico, un resultado del hastío, o una industria comercial. Muy raramente la encontramos despojada al límite, hasta sus bases esenciales. En gran medida, el ser humano está cegado por sí mismo. No hemos aprendido cómo leer o hablar nuestro propio lenguaje interno. El escritor francés Voltaire escribió: «Cuatro mil volúmenes de metafísica no nos enseñarán qué es el alma». Solo podemos aprenderlo viviéndola.

En esta vida solo vivimos una vez. Nos esforzamos por aprender y ganar experiencia acerca de cosas del mundo exterior, pero rara vez aspiramos a dominarnos a nosotros mismos. Nuestro conocimiento del mundo físico es grande en tanto que el del mundo interior del ser humano escasea. La naturaleza fundamental del ser humano no ha cambiado a lo largo de los numerosos milenios de historia humana. Lo que ha cambiado es nuestro medio social y nuestros modos y maneras de expresión. El cómo entendemos ha cambiado, pero no aquello que hay que entender. El hecho evidente es que hemos olvidado quienes somos verdaderamente. Vivimos nuestras vidas como personalidades creadas mediante los sistemas sociales, y nos convertimos en nuestras máscaras, las cuales llegan a ser finalmente quienes pensamos que somos. Nos pasamos toda la vida viviendo dentro de nuestras máscaras. El ser humano transita por los caminos de la vida como si lo hiciera por tierras extrañas. Estamos olvidando el centro de nuestro ser, perdiendo contacto con nuestro fundamento nuclear esencial. En su esencia el humano es, básicamente, un ser en desarrollo.

Poca gente se detiene alguna vez a preguntarse sobre su mismidad: ¿Quién soy realmente? ¿Qué significa realmente tener un «yo»? Seguro que no somos solo cuerpo y mente ¿verdad? ¿Tenemos que creer que nuestra existencia es el resultado de una evolución accidental y que nuestras mentes son el producto casual de vías neuronales aleatorias? ¿Estamos realmente así de ciegos? Rabí Israel Salanter dijo: «El hombre vive consigo mismo durante setenta años, pero no llega a conocerse». En nuestros seres esenciales existen capacidades desconocidas e inimaginables. Y aun así a menudo nos comportamos como una persona beoda que no tiene ni idea de su ebriedad; está borracha: no puede percibir lo que subyace más allá de su estado de ebriedad. Las personas «beodas» corrientes piensan según patrones establecidos y no pueden ajustarse fácilmente a una realidad cognitiva diferente.

En gran medida, una persona se oculta detrás de su lenguaje. Nos presentamos a través de nuestras palabras y deberíamos tratarlas como si fueran nuestras hijas.Nacen y salen de nosotros. Son los pequeños «yos» y «mís» que enviamos hacia el mundo; y con demasiada frecuencia los emitimos mancillados. No nos damos cuenta de que nuestras palabras están vinculadas a nosotros como por un hilo de oro. Cuando damos rienda suelta a nuestras palabras, estamos liberando aquellas cosas que habitan dentro de nosotros. En todo momento estamos tejiendo el hilo de oro; es lamentable que con demasiada frecuencia este hilo se arroje como una red de hierro. Existe una línea de comunicación con el yo-corazón, y a través de ella somos compelidos a aprender cómo hablar. En primer lugar, estamos obligados a adquirir una nueva manera de contemplar las cosas. El entrenamiento necesario consiste en desarrollar nuevos sentidos de percepción que son atemporales. La tarea que tenemos por delante es desarrollar una cognición humana avanzada. Se puede decir que esto también forma parte del proceso de forja del alma, y sucede en la vida cotidiana.

La forja del alma, así como el cuidado de la misma, no son objetivos específicamente introvertidos o monásticos. No precisan una introspección permanente ni retirarse del mundo; quizá sí en algunos momentos, pero no como parte de una búsqueda continua. El poeta romántico Keats dijo: «Si os place, llamad al mundo el “valle de la forja del alma”. Después descubriréis el propósito del mundo». La función del mundo es ayudarnos a desarrollar nuestras capacidades para reconectarnos con la Fuente.

Hemos desarrollado nuestra fe, nuestra razón, nuestras búsquedas mentales; hemos establecido industrias y creado tecnologías maravillosas, pero no hemos conseguido trabajar sobre nosotros mismos. En gran parte no hemos prestado atención a desarrollar nuestras capacidades cognitivas. La conexión con la Fuente es una vacuna contra los males del mundo; contra los impactos y las influencias negativas. Es como una medicina interior contra la enfermedad terrenal. Lo que puede denominarse «forja del alma», o percepción cognitiva, tiene que volver a imaginarse y reintegrarse en nuestras vidas. No se trata de volver al animismo o a la alquimia. El estímulo necesario puede encontrarse aquí, en el mundo cotidiano que nos rodea. Es también una parte del mundo: nuestra realidad expandida. El alquimista Sendivogius dijo: «La parte más grande del alma está fuera del cuerpo».

A menudo se asume que algo transcendental debe ser remoto o complicado. Esto es ignorancia o una excusa perezosa. Tales cosas solo están «alejadas» en una dirección que la gente no comprende o hacia la cual no quiere mirar. Pensar que la realidad se nos hace visible en la vida ordinaria es una suposición. Haríamos bien en considerar que la «Realidad» genuina es de hecho invisible en nuestras vidas hasta que la hacemos visible. Las antiguas tradiciones de sabiduría buscaban hacer visible la Verdad dentro de la semi-visible realidad de la vida cotidiana. En la percepción ordinaria de la realidad, la Verdad no es visible en ninguna parte, pero está presente en todas partes. Funciona sin revelarse a pesar de nosotros mismos. La Verdad trabaja para transformar la vida, así como transformar la Verdad en vida es una función del hombre. Tal Verdad no es teatralidad ocultista: es extraordinaria y está más allá de la comprensión normal. Y no hay oro en el mundo que pueda comprarla jamás.

A este respecto, el mundo y la naturaleza son nuestro monasterio; y la vida también puede ser nuestra maestra. El Sendero de la forja del alma consiste en buscar peces de oro dentro de los ríos materiales de arena. Si podemos andar por la vida con nuestros corazones despiertos (cognición perceptiva), nuestras vidas cambiarán. Hace falta tiempo para que un árbol de fruto. De igual manera, el ser humano necesita tiempo, esfuerzo, e intención correcta para dar su propio fruto precioso. De entre los árboles frutales, el humano es el que necesita más tiempo. Por eso se requieren paciencia y perseverancia. Debemos buscar continuamente fuentes de alimentación.

Se dice que el ser humano siempre se mueve de un estado de nutrición al siguiente. Como embriones nuestro alimento fue sangre. Luego, cuando bebés, cambió a leche. En cierto momento fuimos destetados y empezamos con la comida sólida. Para la mayoría de la gente, la comida sólida seguirá siendo su fuente continua de alimentación. Pero habrá algunas personas que cambiarán de la comida sólida a un tipo diferente de alimento: uno menos físico y visible. Esta es la gente que busca la forja del alma. La vida es un estado de ir cambiando de un tipo de alimento a otro. También nosotros podemos cambiar de lo visible hacia lo no visible. Está bien recordar que el ser humano pertenece a un linaje real, aunque pueda parecer cubierto de harapos.

El camino de la psicología perenne no es para todo el mundo. No todos se sentirán atraídos por este empeño. Pero quienquiera que se coloque dentro correctamente enderezará toda su vida. Lo esencial es el comienzo. Y todo empieza y termina al comienzo. Estos son los lugares por donde fluyen las corrientes de sabiduría.

 

Yo quiero llegar al comienzo con una historia: el cuento de «La habitación prohibida»:

Érase una vez un joven que decidió ir en busca de trabajo. Caminó por la calle, y al pasar frente a un magnífico palacio un anciano salió y le preguntó si por casualidad estaba buscando trabajo. El joven aceptó la oferta y al poco fue a trabajar en el palacio donde descubrió que habitaban diez ancianos.

       Con el tiempo, los ancianos fueron muriendo hasta que solo quedó uno con vida. Este le dijo al joven: «Pronto heredarás este palacio entero ya que no hay otro heredero. Solo te advertiría de una cosa; y es que jamás, en ninguna circunstancia, abras esta puerta. En cuanto al resto puedes hacer lo que desees».

       Durante un tiempo el joven acató el consejo. Finalmente, sin embargo, comenzó a discurrir que si el palacio le pertenecía en verdad, no podía haber una buena razón para que él no pudiese mirar donde le apeteciera; y además, que con toda seguridad no habría nada tan horrible que él no pudiese contemplar.

       Así que el joven abrió la puerta y vio un largo corredor. Anduvo por él y cuando llegó al final miró a su alrededor y descubrió que el corredor había desaparecido. Y se encontró en una costa desolada; y cuando se estaba preguntando qué hacer escuchó el sonido del batir de unas alas, y mirando hacia arriba vio un pájaro gigante que caía en picado sobre él. El pájaro le prendió con sus garras y le acarreó por encima del mar hasta una tierra muy lejana. Allí lo dejó en la torre de un castillo.

       El castillo pertenecía a un rey cuya hija se enamoró del recién llegado. Pronto se casaron, y el joven se asentó en una vida próspera. Un día, la hija del rey le dijo: «La mitad de lo que poseo es tuyo. No obstante, hay una condición, y es que jamás, bajo ninguna circunstancia, debes abrir esta puerta, pues las consecuencias serán extremadamente graves». Durante un tiempo el joven acató el consejo, hasta que un día pensó para sí que puesto que lo compartía todo con su mujer ¿qué posible razón podría tener ella para ocultarle algo? Así que cuando se quedó solo abrió la puerta, y descendió por el corredor que encontró al otro lado. Y cuando llegó al final del mismo se encontró exactamente en el mismo lugar y situación en los que había estado antes de que el anciano le pidiese que trabajara en el palacio. No guardaba memoria alguna de los sucesos que le habían acaecido, y lo único que permaneció fue una eterna sensación de pérdida.  

 

Referencias

 1Hoffman, Edward. 1996. The Heavenly Ladder: Kabbalistic Techniques for Inner Growth. Sturminster Newton: Prism Press, p20

2 Shah, I. 1971. Thinkers of the East. London: Jonathan Cape, p123

3 Hoffman, Edward. 1996. The Heavenly Ladder: Kabbalistic Techniques for Inner Growth. Sturminster Newton: Prism Press, p23

Leave A Comment

LIBROS DESTACADOS