Es hora de considerar cómo cultivar una relación correcta con las cosas de este mundo. Es decir, deberíamos reconocer que hay condiciones específicas de nuestra existencia física –de la realidad material– que no tienen por qué aplicarse a nuestra existencia como seres humanos si sabemos cultivar un estado interior determinado y una relación con aquello que existe más allá de la realidad física. Como dijo Jesús: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (Mateo 22:21). Y existe la conexión que una persona puede cultivar en relación con lo que está más allá de lo físico: lo que podemos llamar, a grandes rasgos, el reino del espíritu, o el impulso trascendental. En la vida exterior ha habido una tendencia creciente a negar la existencia de algo más allá de lo físico. Especialmente en las sociedades occidentales, incluso hablar de la «vida después de la muerte» se recibe con risas y burlas y es rechazado por la corriente de pensamiento mayoritaria. En este sentido, la sociedad humana ha degenerado en su comprensión perceptiva. En términos de entendimiento metafísico, nos hemos vuelto como niños pequeños. Estamos condicionados a reírnos de las historias de fantasmas; nos burlamos cuando oímos hablar de ovnis; nos sonreímos cuando oímos hablar de las llamadas «experiencias cercanas a la muerte» (ECM) fuera del cuerpo. La lista es interminable. El hecho es que las condiciones externas han hecho que no se respete ni se reconozca la verdad, y que muy pocas personas se esfuercen por ampliar su comprensión perceptiva. El ropaje exterior de nuestras vidas ha usurpado aspectos de la comprensión fundamental y los ha remplazado por sustitutos superficiales: poder, celebridad, riqueza y lo demás. O lo que es peor, aspectos del dogma ideológico moderno –el nuevo «wokismo»– infiltran nuestra atención y condicionan nuestra capacidad de expresarnos verdaderamente. En tales circunstancias, se permite una falsa existencia en la que dicha sustitución no se considera mala sino, por el contrario, como el nuevo bien social. Como dijo el filósofo ruso Nicolas Berdyaev: «La falsedad se afirma como un deber sagrado en aras de propósitos más elevados»1. La situación humana actual es que lo que recibe el nombre de «consciencia» es una estructura de pensamiento y creencia que ha sido adaptada a las condiciones de una realidad artificial y se ha suministrado al consumidor (el individuo). Y hemos de reconocer que la persona común interpreta el mundo que le rodea, y le atribuye un significado, a través de lentes contaminadas. Tal como se suele decir: todo lo que sale de una vasija envenenada ha de estar contaminado. El individuo sagaz y consciente es quien se esfuerza por hacer la distinción entre lo que pertenece al mundo material (el césar) y lo que se relaciona con el reino metafísico (el espíritu). Y es una falacia «pensar» que cada individuo vive en el mismo mundo objetivo. No es así: cada quien vive dentro de su burbuja perceptiva subjetiva que, en general, está externamente dirigida por la narrativa de consenso dominante.
El ser humano nunca es del todo «normal»: no hay normalidad dentro de este estado de cosas. Por esta razón, a muchas personas les resulta difícil atribuir un significado a lo que perciben como un mundo sin sentido. Y desde la perspectiva de las masas, hay muchas cosas en el mundo actual que parecen enloquecedoramente absurdas. Se diría que la vida humana no está sometida a ninguna ley universal y que solo está sujeta a las leyes locales que rigen la vida socioeconómica de cada región concreta. La libertad ha pasado a significar la capacidad de acceder a los deseos y anhelos que surgen en nosotros. Es una libertad que brinda satisfacción mientras no se cuestionen los límites que nos mantienen cercados en una vida de comprensión restringida. A las masas en general se les ha permitido buscar a sus «dioses» a través de ciertas instituciones religiosas estructurales, pero se las aleja de la búsqueda de una auténtica autognosis. Basta con mirar la historia de los cátaros (la llamada herejía albigense) para ver un ejemplo histórico de esto. La negativa a un mayor conocimiento ha tenido mucho éxito mediante la sustitución por el interés personal y el juego de poder del Juego de la Vida. A menos que tengamos conocimiento –conocimiento real– para trabajar sobre nosotros mismos, hay pocas esperanzas de liberarse de la servidumbre a una existencia mecanizada. Vivimos en una época en la que el enfoque principal para el progreso reside en el desarrollo de técnicas externas, sin que apenas nos demos cuenta de que el trabajo más importante consiste en descubrir las técnicas para cambiarse a uno mismo. La situación en la que nos encontramos no se limita a la liberación de sí mismo de una vida de automatización; se trata de cómo una persona que ha cambiado puede vivir una vida exterior efectiva. Vivimos en un mundo de desunión y hostilidad, de desigualdad y codicia. Otro estado del mundo es posible, y requiere otro tipo de conocimiento. El ser humano siempre ha llevado en su interior un profundo secreto, que es pertenecer a una existencia más allá del reino físico, haber nacido con la capacidad de superar sus limitaciones terrenales y poder acceder a una comprensión mayor. Pero se requiere un esfuerzo. Como dijo Berdyaev: «La libertad del hombre radica en esto, en que junto al reino del césar existe también el reino del espíritu»2. Lo que puede proporcionar el impulso para descubrir y refinar nuestras relaciones más verdaderas es precisamente la contienda entre el «reino del césar» y el «reino del espíritu». En otras palabras, son las fuerzas negadoras las que pueden actuar como catalizadores para estimular dentro de nosotros las fuerzas activas. El mundo material que nos rodea –el reino del césar– es un requisito para confirmarnos que existe un medio, un camino, que puede conectarnos con un reino más allá de lo físico; y nos brinda la constatación externa de que la humanidad existe en un ámbito más allá de lo físico-material, que estamos relacionados con un orden allende nuestra existencia terrenal.
Esta contienda entre el reino del césar y el reino del espíritu (el reino metafísico) ha sido la causa de los continuos choques históricos de poder y la motivación del impulso hacia el totalitarismo. Ha habido un esfuerzo constante por disminuir los lazos de la humanidad con el impulso trascendental y por enjaular al individuo dentro de una prisión física y perceptiva. La carrera hacia la tecnocracia es una competición contra el desarrollo en la humanidad de una mayor cognición y consciencia perceptiva:
«El poder de la técnica es la metamorfosis final del reino del césar. Ya no exige la sacralización que el reino del césar demandaba en el pasado. Es la última fase de la secularización, la disolución del centro y el desarrollo de diversas esferas autónomas, donde una de ellas reclama el reconocimiento totalitario»3.
La crisis actual a la que nos enfrentamos es una manifestación exacerbada de este choque histórico de fuerzas. Hay una fuerte voluntad de organización y control físico que está transformando el reino del césar en una máquina moderna de técnica y automatización. Se está construyendo una nueva realidad –una realidad artificial– que va a ser diferente de las anteriores naturalezas orgánicas o inorgánicas [i]. La nueva realidad del césar se va a refundir en un aparato digital, una civilización de regulación maquinal y técnica, que se distinguirá de la naturaleza y de la vida basada en el carbono. Y junto con este desprendimiento del ecosistema basado en el carbono habrá un desprendimiento de todo lo relacionado con la consciencia espiritual. El reino metafísico será desterrado y sustituido por su avatar: el metaverso. La vida moderna del futuro dejará de ser moderna porque habrá retrocedido a una época en la que la existencia estaba desprovista de un auténtico centro espiritual. Una época en la que, a través de la información y la educación controladas, se condicionó a la gente a reconocer la autoridad del Estado como algo que estaba por encima de cualquier otra ley u orden. Puede que estemos asistiendo al surgimiento de una nueva Edad Oscura. Sólo que será una edad revestida con el traje del emperador comprado con brillantes tokens digitales no fungibles (TNF).
Con la técnica, o las modernas «técnicas inteligentes», convirtiéndose rápidamente en los cimientos de un «nuevo orden mundial», estamos asistiendo a un mundo que se adentra en la oscuridad racionalizada. Todo el proceso de la vida se está volviendo cada vez más contradictorio y absurdo, solo que este nuevo orden de la técnica racionalizada se está vendiendo como la «nueva normalidad». Pronto nos pondremos boca abajo y nos resistiremos a los llamamientos para que nos demos la vuelta. Como dijo un pensador: «es difícil aceptar que nos están poniendo boca abajo cuando uno está convencido de estar con los pies en el suelo».4 A través de este vuelco –esta inversión de la vida– se está otorgando un nuevo tipo de autoridad al reino del césar. La libertad interior del ser humano se está erosionando rápidamente desde el exterior a medida que las masas sucumben, sin saberlo, a un entorno psíquico devastador de manipulación y control sutil (y no tan sutil). Estas formas de autoridad tratarán de extender su poder para convertirse en omnipresentes: tal será el reino de las fuerzas negadoras al cual se enfrentará el impulso trascendental durante los próximos años. El reino del césar se convertirá en el reino de la falsedad, donde «el bien se realiza por medio del mal, la verdad por medio de la falsedad, la belleza por medio de la fealdad, la libertad por medio de la violencia»5. La consecución de la verdad interior, de la autoridad interior, no procede directamente del reino del césar, sino que solo puede adquirirse a través de su limitación. El reino del césar puede ser un mundo que esclaviza a las personas a través de su materialismo cada vez más profundo; sin embargo, al mismo tiempo ofrece el potencial para la evolución humana a través de las mismísimas fuerzas negadoras. Lo que mantiene a una persona sometida puede convertirse en los instrumentos para su crecimiento en la consciencia. Al fin y al cabo, el mundo visible es un símbolo del mundo invisible. Lo invisible, o el reino metafísico, nunca se nos impone; sin embargo, su presencia puede destacarse a través de su impulso contradictorio.
Un nuevo nacimiento siempre va precedido de contracciones. Una semilla nueva debe atravesar la corteza superior del suelo antes de poder seguir creciendo. Nuestra tarea no es centrarnos en la resistencia del suelo, sino en el potencial de la semilla. Aquello que duerme despertará cuando la perturbación sea demasiado grande como para encogerse de hombros. Un recién nacido no es el vengador de las viejas costumbres. Como se ha dicho: «El vengador de los males pasados no es una criatura nueva, sigue siendo el hombre viejo»6. No podemos esperar que la resistencia revolucionaria produzca el nuevo humano, pero una revolución en los asuntos humanos sí puede producirlo. Y es ese humano nuevo quien puede reconectarse con el reino del espíritu y asegurarse de que la negación de la realidad metafísica no vuelva a producirse en el reino del césar. Y entonces será, finalmente, cuando podamos cultivar una relación correcta con las cosas de este mundo. Y con un corazón recto y una consciencia cabal, podremos decir: “Dad al césar lo que es del césar, y a la Fuente lo que es de la vida interior».
Notas
1 Berdyaev, Nicolas. (1952) The Realm of Spirit & The Realm of Caesar. New York: Harper & Brothers, p13.
2 Berdyaev, Nicolas. (1952) The Realm of Spirit & The Realm of Caesar. New York: Harper & Brothers, p41.
3 Berdyaev, Nicolas. (1952) The Realm of Spirit & The Realm of Caesar. New York: Harper & Brothers, p48.
4 Bennett, J.G. (1991) What Are We Living For? Santa Fe: New Mexico: Bennett Books, p18.
5 Berdyaev, Nicolas. (1952) The Realm of Spirit & The Realm of Caesar. New York: Harper & Brothers, p94.
6 Berdyaev, Nicolas. (1952) The Realm of Spirit & The Realm of Caesar. New York: Harper & Brothers, p166.
[i] Véase mi libro Hijacking Reality: The Reprogramming & Reorganization of Human Life (2021). Existe una versión publicada en castellano: Asalto a la realidad: biopoder y la normalización del engaño. Blume (2022).