«Decimos que sabemos que el hombre procede de lejos; en la medida, de hecho, en la cual hablando de su origen empleamos con frecuencia frases como «allende las estrellas». El hombre está alienado de sus orígenes. Algunos de sus sentimientos (pero no todos) son leves indicadores de ello… El hombre tiene la oportunidad de retornar a sus orígenes, y lo ha olvidado. De hecho está «dormido» a la realidad.
Ustad Hilmi, Mevlevi («Thinkers of the East»)
En general, la gente tiende a sentirse infeliz no por lo que sabe sino por lo que no sabe. En otras palabras, la realización personal concierne a tener una conexión con algo que está más allá de nosotros.
Actualmente estamos viviendo en una era de separación, y esta desconexión está en la raíz de muchos de nuestros males sociales. Hablando en términos generales, la humanidad está en crisis, individual y colectivamente, y a un nivel profundamente «anímico». Es una crisis del ser interno, y la sociedad refleja estos desgarros. Este anhelo de reunión, reconexión (sea como sea que queramos llamarla) ha estado, a lo largo de los tiempos, en el núcleo de un impulso de desarrollo. También se ha manifestado dentro de muchas tradiciones y formas «espirituales» genuinas que surgieron para dar respuesta a esta necesidad. Pero a lo largo del camino se perdió mucho. La senda de conexión profunda, de comunión esencial entre el Ser y la Fuente nunca es fácil ni automática. Debe buscarse. Un buen médico no propone un tratamiento sin antes comprender la causa que enferma al paciente. Un buen médico también sabe que el paciente lleva dentro de sí el potencial para curarse.
En la vida todo está en proceso. Nada es estático y todas las cosas, toda la vida, están en movimiento. Pero este movimiento puede operar de diferentes formas: puede ser gradual, reprimirse o acelerarse. Tomemos la analogía de la bellota y la oruga. La bellota, como sabemos, lleva dentro de sí toda la información requerida para convertirse en un roble. Lo que necesita del exterior es tiempo y condiciones ambientales favorables. Con eso puede crecer gradualmente, a lo largo de muchas generaciones, y pasar de la bellota en el suelo al gran roble que se eleva hacia el cielo. Es un proceso gradual que se mueve siguiendo un ritmo natural. Podemos decir que esto representa la senda general del desarrollo natural. Y luego está la oruga.
La oruga también contiene en su interior toda la información que necesita para su futuro crecimiento. Puede que no sea plenamente consciente de ello pero, si sigue su instinto, llegará a un punto en su vida en el cual sienta la necesidad de realizar un cambio. Entrará en el estado de crisálida y, si las condiciones internas son favorables, terminará por resurgir como una mariposa. Es decir, experimentará una transformación radical hacia algo nuevo. No será una prolongación de su ser anterior, como el roble lo es de la bellota; sino que, si las condiciones internas son favorables, se transformará en un nuevo estado del ser.
Lo que esta analogía nos cuenta es que hay tanto un crecimiento evolutivo gradual como transformaciones evolutivas rápidas. Tal como sucede en el caso de la oruga, lo mismo puede ocurrir con la humanidad. Podemos elegir ser receptores de condiciones ambientales que favorezcan nuestro desarrollo gradual a lo largo de generaciones. O podemos realizar un esfuerzo consciente concertado para utilizar las condiciones internas a fin de desencadenar una transformación rápida y radical de nuestro ser.
Buckminster Fuller dijo una vez: «No hay nada en una oruga que nos diga que va a ser una mariposa». Las señales externas no son fácilmente distinguibles; no hay letreros luminosos que anuncien la capacidad interna para la transformación, pero esta existe. El programa para trascendernos a nosotros mismos está escrito en nuestro código; lo que se requiere para desbloquearlo es la intención correcta.
Este ensayo alude a una psicología perenne en el ámbito de una senda de desarrollo. Es decir, simboliza un afán transcendental de vivir con unos principios y objetivos que están más allá de la vida común. El axioma de la psicología perenne es vivir «más allá» de la vida ordinaria mientras simultáneamente se participa en la vida cotidiana. «Estar en el mundo» y no obstante «no ser del mundo» representa una tradición de extenso recorrido que ha operado, y lo sigue haciendo, en todas las culturas y en todos los tiempos a lo largo de la civilización humana. Puede que, en esencia, el propósito de la humanidad sea transformativo.
Una psicología perenne genuina reconoce que la vida humana está constantemente sometida a los impactos de lo que pueden denominarse «fuerzas de desarrollo», las cuales pueden ayudar al progreso de la cognición y la percepción humanas. Sin esos impulsos permeando nuestras vidas la humanidad simplemente no existiría en su estado actual; constituyen la verdadera trama de nuestra existencia, pero rara vez reconocemos su presencia. Lo más probable es que solo reconozcamos y tengamos contacto con sus formas residuales o degradadas. La psicología perenne siempre ha existido para ayudar a «refinar» al ser humano a fin de que perciba este impulso. Esta correspondencia debe ser un proceso activo y consciente porque requiere que la persona reduzca la influencia de las constantes distracciones de la vida.
La psicología perenne tiene como objetivos principales: a) revelarnos quienes somos verdaderamente; y b) ayudarnos a desarrollar nuestra cognición interna. Esta senda ha estado en el corazón del nacimiento de todos los impulsos religiosos y espirituales genuinos, antes de que estos se deteriorasen y se convirtiesen en aditamentos secundarios. En esencia, la psicología perenne es una «verdad sin forma». No obstante, a fin de que su sabiduría se distribuya de una manera sincrónica con la cultura que la recibe, debe encontrar un vehículo o canal apropiado. Este libro comenta algunos aspectos de esta sabiduría y de sus diversas formas contemporáneas.
Ahora que hemos entrado en el siglo XXI estamos especialmente necesitados de un reconocimiento moderno de esta senda antigua y perenne. Se diría que en tiempos recientes hemos entrado en bancarrota respecto a las narraciones que nos contamos a nosotros mismos. La mayor parte de la vida moderna es discordante. Para que podamos reconocer e incorporar de nuevo el contexto metafísico del mundo necesitamos más historias mágicas. La humanidad corre el peligro de perder su identidad como especie valiosa y noble. Parece que podemos haber perdido parte de nuestra pasión y compromiso con la vida y su misterio. En el mundo moderno algunas gentes ya están viviendo en un estado de «apatía de la realidad». El mundo externo nos alimenta con falsas historias que nos distraen de lo esencial. Necesitamos dar un paso atrás y encontrar nuestros propios relatos individuales. La humanidad llegó aquí hace mucho tiempo y ha perdido su camino. Como dijo el poeta persa Jalaluddin Rumi: Quienquiera que me trajese aquí tendrá que llevarme de vuelta:
Todo el día pienso en ello y luego por la noche lo digo.
¿De dónde provengo y que se supone que debería estar haciendo?
No tengo ni idea.
Mi alma es de otro lugar, estoy seguro de ello,
Y pretendo terminar allí.
Esta embriaguez comenzó en alguna otra taberna.
Cuando regrese a ese lugar,
Estaré completamente sobrio. Entretanto,
Yo soy como un ave de otro continente, sentada en esta pajarera.
Se acerca el día en el cual saldré volando,
¿Pero quién está ahora en mi oído; quién escucha mi voz?
¿Quién dice palabras con mi boca?
¿Quién mira hacia afuera con mis ojos? ¿Qué es el alma?
No puedo dejar de preguntar.
Si pudiese probar un sorbo de una respuesta,
Podría fugarme de esta prisión para borrachos.
No vine aquí por decisión propia, y no puedo irme de esa manera.
Quienquiera que me trajese aquí tendrá que llevarme de vuelta1
Estamos a la búsqueda de una conexión anímica, para encontrar nuestro camino de vuelta a casa. Antes de nada, tenemos que reconocer que existe una senda.
Referencias
1Barks Coleman, Moyne John (traductores). 1996. The Essential Rumi. New York: Harper Collins, pág. 2