«Sí, el mundo es una ilusión, pero la Verdad siempre se muestra en él»
~ Idries Shah, The Dermis Probe.
El mundo de las apariencias lleva mucho tiempo gestándose; mucho más que los zeitgeist[i] pasajeros de las diversas ideologías. Solo que, en cada época, esas apariencias adoptan determinadas formas. Y, sin embargo, cuanto más alejada de la realidad está la época, mayor es la sensación de abstracción y, por tanto, de falta de sentido o de nihilismo. El espectro del nihilismo no es más que la cabeza de una criatura mayor que representa un estado más amplio de la condición humana. El historiador Oswald Spengler señaló que el nihilismo comienza cuando lo vulgar asciende en la sociedad y se difunde más que los elementos íntegros. Spengler también anunció hace un siglo que el mundo occidental se estaba acabando y que estábamos asistiendo a la última estación –el «invierno»– de su declive civilizatorio. Si creemos a Spengler, el mundo occidental lleva en declive cien años. Y, sin embargo, para mucha gente, el mundo nunca ha parecido más satisfactorio, con acceso a estilos de vida y gratificaciones sociales mucho más ricas en contenidos. Sin embargo, tal vez se trate más bien de que, en las últimas décadas, la vida mundana ha proporcionado el suficiente goteo de sentido y propósito como para mantener a raya el fantasma del sinsentido.
Ahora, sin embargo, parece que los nativos se están inquietando. Y no solo los nativos de occidente, sino los de todo el mundo. Puede que Spengler tuviera razón al conjeturar que el mundo occidental ha estado en decadencia durante el último siglo o más; sin duda en la actualidad el bloque geopolítico occidental está perdiendo rápidamente su posición de poder. Pero parece evidente que algo más grande está en marcha: ¿un declive cíclico, quizá? No cabe duda de que se está produciendo un cambio energético en todo el planeta, con un aumento de la disonancia, el malestar, la ansiedad, los traumas, la depresión, el nerviosismo, etcétera. Algunas de estas afecciones podrían atribuirse a una correlación entre la disminución de los campos magnéticos de la Tierra y la creciente afluencia de las radiaciones solares y cósmicas. No obstante, se está produciendo un desequilibrio psíquico mayor en la psicología colectiva de la humanidad, y están surgiendo preguntas sobre el sentido y el propósito.
El filósofo inglés Colin Wilson creía que el existencialismo moderno –la alienación, el nihilismo y el aburrimiento de la vida moderna– es el resultado de una «falacia de insignificancia»; en otras palabras, un sentimiento de que el ser humano no es nada, y no tiene ningún papel o verdadero lugar en el mundo.1 Más aún, que el sentido humano de insignificancia no solo es una gran falacia, sino que está siendo promovido por el aumento del materialismo. Sin embargo, desde que Wilson formuló su pronóstico hace más de cincuenta años, las cosas han cambiado radicalmente en el mundo. Recientemente, el historiador israelí Yuval Noah Harari ha anunciado que el futuro inmediato depara pocas esperanzas para una nueva subclase de personas «intrascendentes» e «inútiles». En siglos anteriores, dice Harari, la gente se rebelaba contra la explotación, la opresión, la tiranía, etcétera; ahora, temen convertirse en irrelevantes.2 Enormes cantidades de personas se encontrarán viviendo en una sociedad que ya no las necesita. Luchar contra la irrelevancia es una batalla más dura, pues no hay nada tangible a lo que aferrarse o que nos tranquilice ante la insignificancia que nos invade, salvo nuestro sentido interno o innato del ser. Esto conduce a un estado psicológico de nihilismo, ya que, en última instancia, es una cuestión de verdad: una verdad sobre uno mismo y sobre cómo una persona se siente dentro de la experiencia de la vida física.
Nuestra vida cotidiana está repleta de verdades relativas, desde las científicas hasta las religiosas y filosóficas. La vida moderna ha pasado de una posición sistémica global de «objetividades cultas» a una mezcolanza de subjetividades individuales. Todas las verdades que formaban parte de las narrativas consensuadas preexistentes (religión, ciencia, etcétera) están sufriendo una profunda remodelación, mientras que sus sustitutos no parece que vayan a llegar pronto. Casi todos los aspectos de la vida moderna se han vuelto cuestionables. El escepticismo y la incredulidad (o la no creencia) han sustituido a buena parte de nuestro cuestionamiento civilizatorio; el cuestionamiento interno ha sido sustituido por una nueva forma de obediencia cultural: la persuasión interna desde fuera. Cuando todos los grandes sistemas de gestión global, gubernamental y humana se basan en falsedades y en conceptos erróneos flagrantes, el problema se origina en el núcleo del propio sistema y se extiende hacia fuera, hacia la gente. El engaño es la sangre de la bestia cultural actual. Dentro de un sistema así, el único final del nihilismo es la tiranía y el totalitarismo. Cualquier revolución nacida de la apatía y la angustia existencial solo alimentará el falso reinado de este mundo. Ya ha ocurrido antes.
Regímenes tiránicos como el fascismo y el nacionalsocialismo explotaron el sentimiento de inquietud para alimentar sus propios propósitos y programas de autoritarismo. Debido a que el nihilismo produce, o se produce a partir de, una inquietud interior, las personas se desvinculan de sus raíces, comienzan a ir a la deriva y son mucho más susceptibles a las fuerzas de formación de masas y a la falsa solidaridad (como demuestra claramente el trabajo del psicólogo Mattias Desmet). Más aún, esta sensación de desasosiego se encubre a menudo mediante la búsqueda de actividades y distracciones que proporcionan una sensación temporal de bienestar. Es el momento oportuno para que ciertas pseudoespiritualidades –o «nuevas espiritualidades»– reivindiquen la influencia sobre nuevos clientes. Es el momento de que magos vestidos con túnicas de entrelazamiento cuántico proclamen la unidad y la «conectividad cósmica» de todos. Cualquier cosa con tal de escapar del desasosiego y el sinsentido de una existencia materialmente vacía. Según Seraphim Rose, el espectro del nihilismo ya ha llegado a nuestras costas:
… El nihilismo se ha extendido tanto en nuestro tiempo, ha penetrado tan profundamente en la mente y en el corazón de todos los hombres que viven hoy, que ya no existe ningún «frente» en el cual se pueda batallar; y los que creen combatirlo, la mayoría de las veces utilizan sus propias armas, que de hecho se vuelven contra ellos mismos.3
Este nihilismo se ha generalizado porque ya ni siquiera existe relación alguna, tangible o intangible, con las verdades relativas. Las ataduras religiosas, espirituales, culturales (incluso políticas) se han roto irremediablemente. La única esperanza que se ha ofrecido en lugar del vacío es tecnológica: un tecno-materialismo promocionado como la máquina del progreso definitivo. La construcción artificial se ensalza como la «nueva autenticidad». Como diría el filósofo Walter Benjamin, ahora vivimos en la era/jaula de la reproducción mecánica. No hay ningún deseo de volver a los antiguos sistemas de autoridad; hay una rápida carrera por la sustitución; y dentro de este vacío desesperado, la gente estará prácticamente dispuesta a un nuevo «gran reseteo».
El materialismo cada vez más profundo de la era/jaula digital está construyendo un falso patio de recreo a partir del creciente desmantelamiento de todas las estructuras previas de moralidad y significados ordenados. La presión pandémica y pospandémica obligó cada vez a más personas a adoptar estilos de vida online y digitales. Los sistemas emergentes de gestión de la «economía verde» controlada por el carbono establecerán aún más una arquitectura de necesidades controladas y seleccionadas. Esta arquitectura emergente de control es lo que he denominado el «impulso maquínico» y lleva las formas preexistentes de nihilismo a un nuevo nivel. El nihilismo que existía antes de nuestra época era un rechazo de los principios morales y/o religiosos, y un sentimiento o perspectiva filosófica de que nada en el mundo tenía una existencia o significado real.
Sin embargo, nuestra realidad consensuada ha sido y sigue siendo manipulada, de modo que actualmente el estado «normal» de las cosas es un mundo de falsificaciones profundas, posverdad y manipulación narrativa hasta que no estamos seguros de si, en el mejor de los casos, «el mundo tiene una existencia real». El nihilismo que está creando la invasora era del materialismo profundo es lo que podríamos llamar neo-nihilismo. El neo-nihilismo puede considerarse como una incertidumbre constante y una falsedad disfrazada de conocimiento, cuando no es otra cosa que una estructura de control del poder. Este neo-nihilismo es, en mi opinión, una pérdida de sentido y de fundamento de la realidad a través de un nuevo orden tecnológico mundial que despoja a la persona de cualquier sentido de su ser interior y desencadena diversas neurosis invisibles. El psicoanálisis nos dice que la neurosis forma parte del proceso de humanización: la limitación de la experiencia, la fragmentación de la percepción, la desposesión del control interno; en otras palabras, un «alejamiento del propio ser», un descentramiento, la falta de un centro moral-espiritual.
Este vacío interior crea desorientación. No se trata de un nihilismo sociocultural o político, sino psicológico. Es una negación y una (des)creencia centradas en torno a lo mismo: una nada o espacio cero. De este espacio cero puede surgir un mundo tecno-mediado del absurdo, una racionalidad maquínica que se convierte en la nueva forma irracional de narrativa. Esta nueva «narrativa irracional» tendría como objetivo convertirse en la próxima modalidad de estructura del mundo. Sin embargo, antes es necesario desmantelar las antiguas narrativas que mantenían unido el viejo orden. En términos de estructura de poder, lo mejor sería aplastar las viejas narrativas para que sus remanentes no intenten alzarse con el objetivo de enfrentarse a la nueva programación. Esto se vio con el nacionalsocialismo de los nazis: no se trataba solo de un nuevo orden físico, sino también, y esto es importante, de uno psicológico. El nuevo orden debe destronar a sus enemigos imaginarios para declarar un nuevo estado, u orden mundial, de seguridad.
Está surgiendo una nueva forma de organización que caracteriza esta época neo-nihilista de la era cultural moribunda. Representa una especie de absurdo lúcido en el que priman la técnica y la precisión y muestra una insensibilidad atroz hacia lo humano y el «ser» de la humanidad. Esta forma de organización neo-nihilista corresponde a una terraformación y transformación del planeta y la sociedad por las máquinas, la inteligencia artificial y la ideología inhumana de gestión e ingeniería social que las acompaña. Su objetivo es convertirse en un régimen de poder altamente centralizado que acabe con todas las formas de conocimiento y verdad divergentes de sus propias narrativas ideológicas: «Porque si no hay verdad, el poder no conoce más límite que el impuesto por el medio en el que funciona, o por un poder más fuerte opuesto a él»4.
La narrativa ideológica, desde el punto de vista de la estructura de poder neo-nihilista, será la de la racionalidad perfecta y el progreso tecnológico que proporcionan un mundo de liberación total. No obstante, se tratará de una pseudo-utopía materialista, ya que, en realidad, será la jaula de hierro digital más vasta y eficiente que los humanos hayan conocido jamás, porque será omnipresente e intocable. Pero esto no es lo más preocupante. El aspecto más inquietante es que existe un impulso de poder para establecer la organización de una «nueva tierra» que se opone a los impulsos evolutivos cíclicos. El objetivo central de este proyecto es la transformación de la humanidad en una nueva especie planetaria que será muy reducida en número y altamente segregada por estatus y servidumbre. Y lo que es más importante, se basará en una masa colectiva humanizada que funcione en una vibración inferior del ser. En otras palabras, un gran cambio planetario está llegando a la Tierra a medida que el planeta –y la civilización humana– transita de un ciclo a otro. Y un pequeño número de individuos ricos y poderosos, con inmensa arrogancia, están intentando gestionar y dirigir esta transición para favorecer sus objetivos materialistas a expensas de la mayoría.
Al final de un gran ciclo suele haber una sensación de malestar psíquico, así como una ruptura de la cohesión y la armonía mentales. Esta fase acumula mucha energía psíquica y emocional que puede utilizarse como parte de la divergencia (para bien o para mal). El filósofo Nietzsche, que tal vez reconoció esta condición mejor que otros, dijo que, en determinadas circunstancias, «el nihilismo podría ser el signo de un proceso de crecimiento incisivo y esencial, y del tránsito de la humanidad hacia unas condiciones de existencia completamente nuevas»5. Este signo de crecimiento se debe a que el ser humano –la nueva mutación– está desarraigado, desconectado de un pasado que se está desmantelando y destruyendo, y ansioso por que el nuevo apocalipsis (es decir, la «revelación») surja en su lugar. Y, sin embargo, simultáneamente hay fuerzas que presionan para crear el colectivo con mentalidad de masas en contraposición a la persona individualizada. El «nuevo humano» de la vía involucionista será una versión reducida de sí mismo: el robosapiens que es el ser humano profano.
Antes de que la civilización humana llegue a esa coyuntura (lo que algunos han denominado la «bifurcación»), existe el peligro cada vez mayor de una creciente incoherencia que paralice a la gente entre los extremos del poder externo y una impotencia interna cada vez mayor. Este «absurdo lúcido» invasor es como el traje nuevo del emperador: muy poca gente reconoce la flagrante incongruencia de nuestras narrativas dominantes y, por tanto, casi nadie se plantea la pregunta de cómo podemos trascender los límites perceptivos del mundo. Parece que para tal empresa se requiere una cierta forma de verdad interior.
En estos tiempos de neo-nihilismo –una especie de falta de sentido ideológico y espiritual– las cosas se desmoronan porque ya no tienen ningún centro que las mantenga unidas. Y, sin embargo, hay una forma de vida cotidiana que continúa, semejante a la representación de Bruegel de la caída de Ícaro[ii], y que pasa desapercibida.
Los acontecimientos externos de cualquier época son una proyección del estado interior y de la psique de la humanidad; solo que, en determinados momentos, esta condición colectiva se hace más visible en el escenario mundial. Durante el ciclo de transición o transmutación –de muerte y renacimiento cultural– hay menos puntos de orientación comúnmente aceptados, y la brújula ya no tiene un norte magnético. En tiempos de magnetismo cambiante, la gente está más dispuesta a adoptar la obediencia a la seguridad como una forma de dependencia externa fácil. Sin embargo, el nihilismo, la inseguridad, el sinsentido y la falta de propósito no son la causa, sino los síntomas. La orientación del individuo es una cuestión interna más que externa; la persona tiene que llegar a su propio sentido de la coherencia.
En palabras de Václav Havel: «Los principios de control y disciplina deben ser abandonados en favor del autocontrol y la autodisciplina»6. El yo/Ser tiene que pasar a primer plano, de lo contrario el individuo se pierde ante las fuerzas energéticas de la masificación y la manipulación externa. Al entrar en estos tiempos del ciclo de transmutación, si queremos recalibrar nuestro propio estado de cuerpo, mente y ser, se nos pedirá que mostremos nuestro autocontrol y autodisciplina. Porque estos son tiempos vitales en los que tomamos la decisión de liberarnos física y psíquicamente de las fuerzas negadoras del caos y entrar en un nuevo ciclo/octava de la humanidad.
Referencias
1 Wilson, Colin (2018/1957) The Age of Defeat. London: Aristeia Press
2 Harari, Yuval Noah (2018) 21 Lessons for 21st Century. London: Jonathan Cape.
3 Rose, Seraphim (2018/1994) Nihilism: The Root of the Revolution of the Modern Age. Platina, CA: St. Herman of Alaska Brotherhood, pag.11.
4 Ibidem, pag.79
5 Ibidem, pag.91
6 Havel, Vaclav (1985) The Power of the Powerless: Citizens Against the State in Central Eastern Europe. London: Routledge, pag.77
[i] Termino alemán que aparece en el texto en inglés y se refiere al «espíritu de la época».
[ii] Paisaje con la caída de Ícaro que se muestra actualmente en los Royal Museums of Fine Arts de Belgica, en Bruselas