A todos los efectos, parecería que la humanidad, la vida en este planeta y el planeta mismo tienen una línea temporal en la cual alcanzar objetivos evolutivos alineados con ciclos cósmicos más amplios. Según diversas investigaciones sobre cataclismos terrestres, a intervalos regulares se experimentan grandes conmociones en la Tierra, a menudo acompañadas de una inversión magnética, o lo que generalmente se denomina «inversión de los polos». Se dice que estas inversiones geomagnéticas están relacionadas con el momento en que nuestro sistema solar atraviesa una porción concreta del espacio galáctico. Una de las hipótesis es que existen zonas de campos magnéticos extremadamente bajos –a veces denominadas zonas nulas– que preceden a las inversiones geomagnéticas. Otro punto de vista, cada vez más popular, es que, aproximadamente cada 12.000 años, nuestro sistema solar atraviesa una porción energizada del espacio galáctico conocida como «grieta galáctica» o «muralla galáctica». Esta zona de mayor energía es el catalizador que desencadena los cambios periódicos de polos en la Tierra. Estas son tan solo brevísimas alusiones a diversas variantes de perspectivas cataclísmicas.

Lo que puede proponerse, sin apenas dudas, es que la Tierra atraviesa periodos de relativa calma (cósmicamente hablando), que se intercalan con intervenciones cíclicas que traen consigo grandes convulsiones. Dentro de estos periodos de «calma relativa», que abarcan miles de años en el tiempo humano-terrestre (por ejemplo, 12.000 años), surgen y desaparecen diversas civilizaciones y la especie humana tiene la oportunidad de alcanzar determinados objetivos evolutivos. Presumiblemente, tales objetivos se resetean (se repiten o se trascienden) tras una intervención cósmica de gran turbulencia. Hay razones para suponer que, especialmente en los últimos mil años, durante una ventana concreta de «oportunidad cósmica», se han llevado a cabo esfuerzos para ayudar a elevar la consciencia humana a un nivel mayor que el previo.

Cabe suponer, por ejemplo, que existiría un plan para elevar la energía consciente de occidente, de acuerdo con un calendario concreto. Había que poner a disposición de la gente una cantidad mínima de información y conocimientos para que tuviera acceso a materiales adecuados a su propio desarrollo mental. Además, con el fin de sentar las bases para la actualización o «encendido» posterior de una nueva frecuencia de consciencia, la preparación debería haber comenzado. Si echamos un somero vistazo a la historia, se puede ver cómo el camino iniciático y el conocimiento antiguo de épocas pasadas eran fuertemente custodiados y sus secretos muy rara vez se canalizaban hacia el dominio público. Las operaciones iniciáticas se llevaban a cabo entre bastidores de la vida cotidiana o se divulgaban de formas no reconocibles para las masas.

En épocas pasadas, el movimiento trovadoresco, la búsqueda del Grial, el Tarot, la alquimia, la cábala y otros, fueron operaciones que se difundieron entre las corrientes sociales. Sin embargo, a partir de mediados del siglo XIX, alrededor de 1850, al parecer se tomó la decisión de liberar en la esfera pública una corriente de conocimiento de las tradiciones de sabiduría. Esto comenzó con el auge del espiritismo que luego dio lugar a la Teosofía, la Antroposofía, las tradiciones ocultistas (por ejemplo, la Aurora Dorada), la obra de Gurdjieff y otras. Además, desde principios hasta mediados del siglo XX, el conocimiento y la sabiduría de Oriente llegaron a las costas occidentales y muchos maestros fueron enviados a Occidente para preparar la psicología y la recepción mental de la gente en este hemisferio. ¿Por qué apareció de repente esta gran operación y cuáles eran sus objetivos?

Al final de cada época de desarrollo, la humanidad recibe energía para activar un nuevo órgano necesario para obtener la energía consciente que formará parte de la época entrante. Dicha energía siempre se hace disponible a medida que la era en curso declina. Cada nuevo órgano de desarrollo de la humanidad permite la recepción de un espectro más amplio de la realidad metafísica. Esto, naturalmente, contraría a aquellas fuerzas que pretenden mantener su vigente régimen de poder. Por esta razón, tiende a haber una contra-iniciativa establecida por ciertas «fuerzas dominantes» con el fin de bloquear las energías entrantes e impedir su recepción por las masas en general. En cada época particular hay una escala de percepción, o espectro de consciencia, dominante. En cada transición a una nueva era de desarrollo de la humanidad, el «órgano de percepción» se activa aún más para que haya un mayor acceso y comprensión de las realidades metafísicas más allá de la escala actual.

Es posible que, actualmente, los órganos de la clarividencia perceptiva y la telepatía deban activarse en la humanidad. Prueba de ello es que esta facultad ya está presente (activada) en un pequeño porcentaje de la especie humana. En cada etapa, dentro de la población general hay precursores que muestran las nuevas facultades en desarrollo. En épocas anteriores, esas personas eran condenadas al ostracismo, fuertemente perseguidas o incluso asesinadas por mostrar tales capacidades. A este respecto, me vienen a la mente los mitos y el folklore en torno a brujas, hechiceros, videntes y sabios. Siempre hay una oleada precursora de personas que muestran las propiedades del nuevo órgano de desarrollo antes de su activación más generalizada, a medida que la nueva época se acerca dentro de la línea temporal. En cada etapa de la historia de la humanidad ha habido supersticiones con respecto a tales personas, o a la presencia de tales habilidades, y sin embargo en épocas posteriores la gente mira hacia atrás a estas supersticiones y se ríe de su naturaleza «primitiva». Además, como en tiempos pasados la gente no tenía la capacidad de acceder a verdades espirituales directas, y siendo una ley natural que dichas verdades deben estar siempre disponibles para la gente, tal sabiduría se introdujo en las culturas humanas a través de mitos, historias, leyendas, folklore, cuentos de hadas, etcétera. Así pues, la difusión cultural del conocimiento metafísico tuvo que hacerse a través de determinados medios o vehículos adoptados o establecidos específicamente para estos fines. Una vez más, medios tales como la Cábala, el ocultismo, la magia ceremonial, las escuelas esotéricas, etcétera, pueden considerarse como transmisores de conocimientos metafísicos, junto a otros que tomaron un camino más indirecto y pueden haber surgido como acontecimientos culturales y movimientos artísticos.

También ocurre que en el periodo de transición aumentan las fricciones sociales y culturales, pues tales energías pueden contribuir a la activación de los órganos de desarrollo. Como afirmó Jalāl al-Dīn Rumi ya en el siglo XIII: «Los nuevos órganos de percepción surgen como resultado de la necesidad. Por lo tanto, oh hombre, aumenta tu necesidad, para que puedas aumentar tu percepción». Habrá personas capaces de generar la necesidad por la fuerza de su voluntad (impulso interior), pero para la mayoría puede que se necesite un acontecimiento externo o una serie de impactos («atractores caóticos»). Son estos impactos externos los que a menudo provocan fricciones y trastornos, pero su presencia es necesaria, aunque la mayoría de la gente no lo reconozca en ese momento. Las transiciones entre épocas significativas en la vida de la humanidad suelen percibirse como turbulentas, y generalmente se considera que se deben a sucesos aleatorios o puramente físicos, sin ninguna intención metafísica detrás.

Al mismo tiempo, siempre hay una parte de la población que es incapaz de atravesar el «umbral de la época» en el sentido de alinearse con las frecuencias del impulso de desarrollo entrante. En tal caso, ese segmento de la sociedad puede entrar en un camino de involución durante el resto de la época, ya que ha abandonado la corriente evolutiva de la humanidad. Ese proceso puede denominarse traspasar, o no, el umbral de iniciación. Dicho umbral podría ocurrir en alineación con un marco temporal de catástrofe cíclica, como se ha comentado anteriormente. Bien podría decirse que cruzar con éxito el umbral implica entrar en una frecuencia diferente de la realidad y, por tanto, de la consciencia. Este cambio a una frecuencia de desarrollo (a veces denominada trascendencia), permite que un segmento de la humanidad promueva los objetivos evolutivos de la especie en el nuevo nivel. Esta necesidad de pasar el umbral también puede ocurrir, aunque no siempre, alrededor del mismo tiempo que un trastorno geológico catastrófico (de origen cósmico). En cualquier caso, es un momento de intenso trabajo activo.

La proximidad a estos «umbrales» dentro de la octava de transmutación global puede decirse que es un momento de inmenso «desarrollo de almas» y de gran actividad por parte del impulso metafísico. También podrían enmarcarse en el contexto de sacar el máximo beneficio dentro del plazo disponible (la cosecha) antes de que los campos se quemen y se siembren para su renovación. Al mismo tiempo, en esos periodos caóticos es cuando el impulso metafísico parece estar más ausente y/o son épocas de desorden sociocultural. El historiador británico Arnold Toynbee, a partir de su extenso estudio metahistórico sobre el auge y la caída de las civilizaciones, ideó su «ley de la simplificación progresiva». Con ella, Toynbee indicaba que el crecimiento de las civilizaciones no debía medirse tanto por los recursos materiales como por su capacidad para transferir cantidades crecientes de energía y atención hacia el crecimiento no material, la creatividad, el bienestar, la vida interior, etcétera. Toynbee también acuñó el término «eterealización» para describir el proceso histórico por el cual una sociedad aprende a conseguir lo mismo, o más, empleando menos tiempo y energía. Este periodo de eterealización sugiere un enfoque en búsquedas metafísicas a expensas de un materialismo cada vez más profundo. Sin embargo, cuando la búsqueda materialista se convierte en el enfoque preponderante y dominante, ello sugiere un retroceso hacia un periodo de declive de la civilización. A veces, este declive también puede coincidir con periodos civilizatorios y geológicos más amplios, al final de un gran ciclo. Otro historiador británico, Nicholas Hagger, ha examinado los últimos 5.000 años de la historia del mundo y ha trazado el ascenso y la caída de 25 grandes civilizaciones que, según él, antes de declinar, crecieron en torno a un impulso metafísico de luz/fuego. En su monumental obra The Fire and the Stones, Hagger esboza cómo las civilizaciones atraviesan 61 etapas de secularización.1 Examina cómo el fuego/luz metafísico sostiene una civilización hasta su apogeo, y cuando este impulso se desvanece o se retira, la civilización entra en declive y decadencia final. Estos casos en los que emerge el impulso metafísico pueden considerarse operaciones –inyecciones o transmisiones– de energías conscientes que tratan de elevar la energía consciente general de ciertos pueblos y comunidades, en momentos y lugares concretos del planeta, durante el arco más amplio entre renovaciones cíclicas más grandiosas.

Incluso una mirada superficial a lo largo de los anales de la historia muestra una vasta dispersión y transmisión de doctrinas y enseñanzas esotéricas y místicas por parte de una serie aparentemente interminable de figuras sabias; algunas de las cuales han aparecido para actuar en circunstancias extrañas y mediante comportamientos casi inspirados. Ciertamente, no faltan místicos, sabios y maestros directos e indirectos de lo que podríamos llamar el fuego metafísico. La historia está plagada de los nombres de muchos de estos emisarios; aunque también podemos suponer que habría habido muchos más mensajeros o «transmisores» que actuaron sin ser vistos y fuera de los focos del reconocimiento. Aunque se dice que la «corriente de la sabiduría», como se la denomina, ha estado y sigue estando presente en todo momento a lo largo de la historia de la humanidad, hay periodos de mayor actividad, así como otros de barbecho en los que las operaciones de la sabiduría se apartan de la vida pública. Parece justo decir, considerando las circunstancias externas de la época actual, que la humanidad ha entrado en una etapa de intensa actividad en el plano metafísico, lo que sugiere que, en este período específico, las intervenciones y operaciones del impulso trascendental –el fuego metafísico– han entrado en una fase intensificada, quizá con un enfoque notable en Occidente.

El siglo XXI comenzó de forma dramática y, literalmente, con grandes estallidos; y estas tendencias, en lugar de cesar o disminuir se han acelerado. Junto con las circunstancias geopolíticas externas, el llamado mundo moderno ha acelerado su carrera hacia el materialismo hasta el punto de que podemos considerar la situación como hipermaterialista. Este entorno ha sido poco propicio para los ideales religioso-espirituales; por el contrario, un profundo secularismo ha progresado paralelamente, cuando no de forma intrínseca, a la marcha del materialismo. En este contexto, la presencia de místicos, sabios y maestros espirituales ha sido ambigua; se podría decir que se han distribuido en diversas vertientes: i) o bien son ridiculizados por la sociedad de masas o vistos como reliquias de una época pasada; ii) o son considerados como iconos exóticos u orientales que atraen a los buscadores de curiosidades; iii) o son individuos y grupos deshonestos que se han instalado para lucrarse comercialmente con la demanda de dicha mística.

En la mayoría de los casos, es probable que una fuente de sabiduría auténtica haya abandonado hace tiempo el modo/rol de «maestro espiritual». Ciertamente, al menos en occidente, el estilo de «identidad oriental» de transmisión de la sabiduría sería considerado actualmente por parte de las fuentes genuinas como un modo no operativo. Si tales escuelas/agrupaciones existen, es más que probable que sean las huellas o residuos de impulsos originales anteriores que ahora se perpetúan a través de estructuras estáticas. Lo más probable es que el impulso metafísico de la época actual elija un medio más acorde con el entorno de su tiempo. Sin embargo, la pregunta sigue siendo: ¿cuáles serían esos medios y cómo podríamos reconocerlos?

Lo que puede deducirse de todo esto es que habrá diferentes formas de impulso metafísico que operarán en las diversas culturas humanas de todo el mundo. Muchas de ellas, si no todas, pasarán desapercibidas para la mayoría de la gente. Esto se debe en parte a que muy pocos individuos buscan acceder a un impulso de desarrollo genuino. Como es bien sabido, las personas atraen aquellas cosas acordes con su propio estado del ser y su frecuencia vibratoria. Para atraer la energía de un impulso de desarrollo, un individuo debe hacer primero parte del trabajo. Y esto requiere una mínima cantidad de esfuerzo y concentración.

La atracción resonante es un proceso bidireccional; es decir, debe existir aquello que atrae y aquello que recibe, y se requieren ambos elementos. La esencia del ser humano es de la misma sustancia de aquello de lo cual deriva originalmente (su Fuente). Por lo tanto, conserva la misma firma vibratoria y se siente naturalmente atraída por su homóloga. La atracción resonante no se suprime por la distancia –por alejadas que estén las partes– pero su fuerza de atracción puede disminuir enormemente. El materialismo denso de nuestro tiempo, unido a una consciencia pesada, terrestre, en cierto modo telúrica, ha obstaculizado la transmisión de la señal (la «atracción»). El impulso metafísico exige, pues, una mayor ligereza sobre las aguas de esta esfera planetaria. Ha llegado el momento de que el carbón de la mina se convierta en diamantes; y esto requiere comprimir el carbono en cierto grado. Puede conjeturarse por tanto que la humanidad está pasando ahora por una fase de mayor presión –de nodos caóticos y catalizadores– como medio acelerado para formar diamantes dentro de la vida de carbono del ser humano.

 

Referencias

1 Hagger, Nicholas (1991) The Fire and the Stones. Dorset: Element Books.

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