La humanidad se encuentra en el umbral entre dos caminos. Existe un riesgo considerable de caer presa del impulso mecánico e incorporarse a un mundo denso y tecnologizado de control, vigilancia y libertades restringidas que se convertiría paradójicamente en un mundo subnatural de supertecnología y máquinas «inteligentes». Sin embargo, sería un reino dominado por las fuerzas ahrimánicas que contrarrestan los impulsos evolutivos de la humanidad. Para oponerse a ello, los seres humanos se ven obligados a transformar los impulsos terrenales y mecánicos en fuerzas para la mejora humana. Y esta tarea requiere que el individuo humano alcance un nivel de percepción y consciencia suficiente como para captar las implicaciones de esta situación. En palabras de Steiner «Nuestra época necesita un conocimiento que se eleve por encima de la naturaleza porque debe tratar internamente con un peligroso contenido vital que se ha hundido por debajo de la misma».1 Un período como el que estamos viviendo actualmente exige dedicación y compromiso; de lo contrario, los impulsos invasores de la apatía, la ignorancia y la impotencia servirán para disminuir las capacidades receptivas del ser humano, necesarias para la percepción consciente de los impulsos trascendentales; de lo contrario, se convertirán en esfuerzos mecánicos y materialistas. El pensamiento perceptivo independiente y autodeterminado (que incluye la resonancia del corazón) es necesario para recuperar la percepción intuitiva que una vez fue natural en el ser humano. La humanidad está preparada para este camino de avance potencial, pero se ve obstaculizada por fuerzas que deliberadamente pretenden frenarnos. La elección que tenemos ante nosotros es permanecer embotados e insensibilizados –es decir, psicológicamente momificados– por la programación mental convencional de la realidad consensuada dominante, o trabajar silenciosa y persistentemente con nuestros esfuerzos personales. Mediante la autodisciplina y la consciencia enfocada, cada persona puede trabajar para desarrollar sus propias formas de percepción elevada. La decisión aquí está entre alinearse con aquellas fuerzas que sirven al desarrollo interior del individuo y que buscan llevar a la humanidad a una fusión con la conciencia Fuente; o bien con las fuerzas entrópicas que presionan a favor de un desarrollo egocéntrico y egoísta. El trabajo actual para el ser humano, en mi opinión, es la aceptación de, y la receptividad a, lo que se llaman las fuerzas vitales (consciencia-espíritu), así como la facilitación de su emergencia a través del reino material.
El ser humano puede actuar como fuerza transformadora en el mundo material: ser el hilo conductor, por así decirlo, a través del cual las fuerzas y energías superiores pueden transformarse y descender a lo físico. Tenemos que resistirnos a ser arrollados por las fuerzas mecanicistas de un mundo cada vez más tecnológico. Nos encontramos paulatinamente inmersos en un juego de fuerzas: las que controlan la subnaturaleza y las que restauran la supranaturaleza (lo metafísico/trascendental). Este posicionamiento del ser humano entre ambos reinos también se ha representado en la mitología; el ser humano se sitúa entre el reino de los «dioses» y el del inframundo (el reino de Hades), desde el cual los habitantes de los submundos intentan enviar sus influencias y fuerzas. A lo largo de los siglos, las circunstancias de la humanidad se han ido anunciando, pero el simbolismo ha sido demasiado confuso para que muchos comprendieran su significado. La situación actual exige una mayor consciencia y conocimiento de estas corrientes de fuerzas polarizadas y opuestas que operan en nuestra realidad actual. Y esto implica comprender la naturaleza de la Inversión. La cuestión ahora es desarrollar la fortaleza de la consciencia junto con la receptividad para estar abierto a las fuerzas restauradoras. Al mismo tiempo, el individuo debe ser consciente de la naturaleza de las fuerzas invalidantes que actúan sobre el mundo, a través de las sociedades y las culturas, y dentro de las propias personas. No podemos transformar aquellas fuerzas ante las que permanecemos ciegos. Y la naturaleza de la Inversión –de la máquina irreal– es perpetuar el estado durmiente de ceguera. Primero despertamos con un ojo abierto. Como reza el proverbio: En el reino de los ciegos, el tuerto es rey.
También hay que reconocer que todas las fuerzas de oposición tienen un papel que desempeñar. La fricción es lo que crea el potencial de movimiento. Las fuerzas que se oponen también pueden estar sirviéndose mutuamente de una forma que no es aparente. Al igual que un cohete, por ejemplo, necesita la fuerza de expulsión para impulsarse hacia delante (es decir, en la dirección opuesta), las fuerzas opuestas también pueden servir para avanzar en el camino evolutivo, si se utilizan y transforman de la forma adecuada. En esto, la solución reside en el camino de transformación de las fuerzas invalidantes. El ser humano está en el mundo sin ser del mundo. El ser humano tiene un origen más allá de los reinos físico-materiales y, sin embargo, la conciencia-espíritu está residiendo temporalmente en la experiencia de la vida humana. Como tal, tiene que trabajar con las fuerzas que operan dentro de estas esferas de actividad. Y actualmente la actividad para el individuo humano es contrarrestar las fuerzas entrópicas que están ganando influencia a través del impulso maquínico. Para ello, debe surgir un impulso antagónico a través del ser humano. ¿Y cuál es? Rudolf Steiner ya dio la respuesta a esto, que se mencionó en un artículo anterior. Steiner había explicado cómo los «Espíritus de la Forma» habían implantado el principio del Amor en la herencia de la humanidad en la Tierra. Se trataba de una contramedida para hacer frente a las fuerzas invasoras del mecanicismo, el intelectualismo y las influencias de la «cabeza», a través de las cuales actuaban en gran medida las fuerzas ahrimánicas. El crecimiento del amor –no la versión sentimental con la que nos abruman nuestros medios de comunicación–, sino la energía del amor puro, debe surgir a través de la comunidad (fraternidad), la compasión, la empatía y la buena voluntad desinteresada. Estos valores son los cimientos que las fuerzas entrópicas e invalidantes no pueden penetrar.
Las formas y principios con los que vivimos nuestras vidas deben estar en sintonía con un reconocimiento de la consciencia del espíritu y no en la ignorancia de las condiciones metafísicas de nuestra existencia vital. El rasgo clave aquí es ser consciente de ello. Las fuerzas entrópicas y antievolutivas desean operar bajo un velo de desconocimiento, no quieren que los individuos reconozcan su presencia. Por esta razón, funcionan con sigilo y por delegación. Rara vez aparecen para oponerse directamente a los acontecimientos, ya que esto arrojaría luz sobre su presencia. Son seres sombríos porque trabajan a través de las sombras; esto incluye las sombras oscuras de nuestras mentes, nuestros pensamientos (formas de pensamiento) y nuestras sombras colectivas. Las fuerzas entrópicas se sienten como en casa dentro de un entorno rígido y mecánico; un mundo operado por IA, algoritmos, explotación de datos, infraestructuras digitales, metaversos y todas las formas de ámbitos informatizados. Para nosotros son los dominios artificiales, pero también el entorno natural de estas fuerzas antihumanas. Debemos ser conscientes de ello y resistirnos a caer en su trampa, a convertirnos en meros peones o juguetes dentro de una prisión electrificada dirigida por guardianes digitales, donde los reclusos están numerados y catalogados. Las fuerzas que pretenden engañarnos saben muy bien que, si consiguen que las emociones negativas se instalen en nuestros corazones, pueden bloquear la evolución humana. Por eso es tan importante la toma de conciencia. Los humanos somos cuerpos vivos de transmisión; el cuerpo es un recipiente resonante, una antena viva. Si las emociones, energías o vibraciones negativas cobran presencia dentro del cuerpo vivo, su capacidad para fusionarse con los impulsos trascendentales se ve mermada.
El impulso evolutivo actual en este planeta opera a través de un medio orgánico. Y esto nos incluye a nosotros. Somos seres basados en el carbono y, sin embargo, el entorno basado en el carbono se está volviendo cada vez más hostil para con nosotros. Los alimentos orgánicos se están convirtiendo en productos modificados genéticamente que crecen gracias a «semillas suicidas» que de forma antinatural no transmiten su herencia. La reproducción humana es cada vez más antinatural, ya que las tasas de fertilidad caen en picado en todo el mundo. La carne se cultiva en laboratorios, mientras que los insectos se convierten en el nuevo alimento preferido de los famosos. Las granjas son ahora fábricas, y las auténticas granjas están siendo desmanteladas o eliminadas. La industria de la enfermedad se ve alimentada a la fuerza, como patos de foie gras, por las corporaciones Big Pharma. Estos son signos evidentes de la Inversión; y sin embargo, muchas personas permanecen ciegas a ello, condicionadas como están desde el nacimiento a aceptar la locura normalizada y el engaño. Nuestras percepciones están siendo invertidas a medida que inocentemente (o ignorantemente) hacemos cabriolas por la vida aceptando más y más restricciones a través de mecanismos de control tecnocráticos y autoritarios. Esto no es normal, natural ni orgánico; es el camino del impulso maquínico, que es el receptáculo a través del cual operan las fuerzas entrópicas y ahrimánicas. Y es el mismo camino por el que debe transitar la humanidad para reencontrar su camino hacia la evolución. La presencia metafísica está en todo momento dentro de la realidad menor –la Inversión–; no obstante, para poder percibirla ha de reconocerse y admitirse. Para ello, la humanidad debe despertar por sí misma sus órganos de percepción. Como afirmó el maestro de sabiduría Jalaluddin Rumi: «Los nuevos órganos de percepción surgen como resultado de la necesidad. Por lo tanto, oh hombre, aumenta tu necesidad, para que puedas aumentar tu percepción». La llamada sobre cómo proceder dentro de la Inversión ya ha sido dada.
Como escribió Rudolf Steiner en su autobiografía: «El mundo entero, aparte del ser humano, es un enigma, el verdadero enigma de la existencia, y el propio ser humano es su solución»2. Esto resume por completo la Inversión: es un enigma que el ser humano debe resolver; y la solución reside en el corazón y en el ser de la humanidad. Es como si estuviéramos dentro de un sueño y se nos impidiera despertar. A todos nos han contado un cuento para dormir antes de entrar en el sueño de una vida humana. El sueño se vuelve tan cautivador y convincente que hace que el soñador nunca despierte; el soñador sigue soñando el sueño que le contaron antes de dormir. Podemos seguir soñando los sueños equivocados, o podemos empezar a soñar los sueños correctos que nos llevarán, finalmente, al despertar matinal. O tal vez la historia que he contado en estos artículos sobre lo que yo llamo la Inversión no haya sido más que otro sueño para mantenernos a todos dormidos. Tal vez no exista tal cosa como la Inversión; después de todo, suena un poco tonto, ¿no? ¿Lo es?
Comunicación final de esta serie.
Referencias
1 Citado en von Gleich, Sigismund (2005) The Transformation of Evil and the Subterranean Spheres of the Earth. Forest Row: Temple Lodge Publishing, pag. 17
2 Ibidem, pag. 54