[Ensayo extraído del capítulo 3 del libro New Revolutions for a Small Planet escrito por el autor en 2010-2011 y publicado en 2012].

                                           Algo está muriendo y algo está naciendo. Hay mucho en juego para el futuro de la humanidad y de la Tierra.

Richard Tarnas

En muchas culturas abundan los mitos que hablan de una utópica Edad de Oro en la que reinaban la paz y la armonía. En cierto modo, el mito del héroe refleja esa necesidad o deseo de pasar por pruebas y tribulaciones para resurgir victorioso, renovado y revitalizado. Las señales y los recordatorios están por todas partes en nuestros objetos culturales y en nuestros cuentos, mitos, historias y creencias. La Tierra está sembrada de restos de civilizaciones desaparecidas hace mucho tiempo, para recordarnos que esto también pasará. Nos fascinan los relatos y las especulaciones sobre las tierras perdidas de Lemuria y Atlántida; las conjeturas sobre civilizaciones perdidas en el fondo de nuestros océanos, o incluso acerca de culturas más antiguas ahora barridas por las arenas del tiempo milenario. En lugar de vivir en un tiempo lineal, muchos de nosotros empezamos a darnos cuenta de que el transcurrir de los acontecimientos –terrestres y cósmicos – se produce en ciclos. Puede que volvamos a encontrarnos con lo que ha sucedido anteriormente y, por tanto, los signos de experiencias pasadas pueden ser de gran valor para nosotros.

Los tibetanos cuentan que la humanidad está viviendo el final de un periodo de oscuridad de 26.000 años, y que a esta época oscura le seguirá «un ciclo de purificación». En todo caso, antes de que surja la siguiente época, tendremos que enfrentarnos a una serie de catástrofes y trastornos políticos y sociales. Este relato es muy similar a los de las profecías maya y hopi, que hablan de un periodo oscuro de agitación y grandes cambios antes de que se materialice el siguiente ciclo. El marco temporal de 26.000 años es idéntico al del calendario maya, que indica que la «Era del Jaguar», el 13º baktun, o largo periodo de 144.000 días, llegará a su fin con el quinto y último Sol. Este marco temporal indica un Gran Año cíclico; es decir, el tiempo necesario para que se complete un ciclo de la precesión de los equinoccios, que se calcula en aproximadamente 25.765 años; y este paso marcará el «cambio» a una nueva era de evolución planetaria, que requiere un tipo de consciencia radicalmente diferente. Igualmente, existen mitos nórdicos teutónicos que afirman que «la renovación del mundo solo llegaría tras una gran destrucción en la que surgiría un periodo de anarquía que vería a los humanos cometer muchos actos viles».14

Otro ejemplo de épocas que forman parte de lo que se denominan las «Grandes Eras» son los «Yugas» de la filosofía hindú. Dentro de cada Gran Era hay cuatro épocas: Satya, Treta, Dvapara y Kali, que son ciclos conocidos dentro del movimiento celeste, en el seno de los cuales se producen periodos significativos de cambio planetario. Muchos comentaristas hablan de que las circunstancias actuales de la Tierra «siempre oprimida por malos gobernantes con grandes cargas de impuestos; tiempos terribles en los que los más destacados de las mejores clases abandonarán toda paciencia y realizarán actos impropios» están bajo la influencia del Kali Yuga15, del cual se dice que llegará a su fin después de mucho caos y perturbación.16 Esto no parece muy diferente de las condiciones actuales: ¡malos gobernantes con sobrecargas de impuestos! También los relatos bíblicos abundan en tiempos que denotan el fin de un ciclo: «Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá hambres, y pestilencias, y terremotos en diversos lugares» (Mateo 24:6). De nuevo, nada muy diferente de las condiciones globales actuales.

Estos ejemplos son solo algunos de los muchos mitos de la Tierra que contienen referencias a ciclos celestes y épocas cíclicas. Según el libro Hamlet’s Mill, una obra de mitología comparada, hay más de 200 mitos/relatos populares de más de 30 culturas antiguas que hacen referencia al «Gran Año»: la precesión de los equinoccios. Los calendarios celestes han sido la estructura central de muchas civilizaciones del pasado, cuyos rituales y estilos de vida social se organizaban en resonancia con los ciclos celestes. Parece que nuestros antepasados eran mucho más conscientes que nosotros del cambio cíclico, y por eso la naturaleza del ascenso y la caída, las edades oscuras y luminosas, la catástrofe y la catarsis, son temas comunes en el largo viaje del tiempo evolutivo. El mitólogo Richard Heinberg resume este ciclo de ascenso-caída-levantamiento cuando afirma que «el declive moral o espiritual de la humanidad debe culminar finalmente en una catarsis de dimensiones cataclísmicas, de la que surgirá la semilla de una era restaurada de paz y perfección».17

Así pues, la idea de una experiencia planetaria cercana a la muerte no parece tan fantástica cuando se sitúa en el contexto del cambio cíclico. Es muy posible que nuestra era actual esté experimentando los inicios de este ascenso –un ciclo ascendente, una mente ascendente– y que, al hacerlo, deba presenciar previamente cómo la Tierra se sacude a medida que el planeta atraviesa su propia espiral cósmica como parte de la precesión de los equinoccios. Esto empieza a tener más sentido cuando unimos la hipótesis Gaia de James Lovelock, el inconsciente colectivo de Jung y la creciente crisis de nuestros ecosistemas y de la biodiversidad, las perturbaciones geofísicas y las variaciones climáticas. Las señales de advertencia están a nuestro alrededor, para los que tienen ojos para ver y mentes a quien les importa. Por eso utilizo la experiencia cercana a la muerte como metáfora del periodo de transición que atravesamos ahora, y que probablemente se volverá más angustioso en los próximos años.

Nuestra vieja mentalidad desea intervenir en el planeta para restablecer «la situación habitual»; es decir, restaurar el planeta tal y como deseamos que sea en lugar de adaptarnos a uno que necesita un reajuste. Como dijo recientemente el científico James Lovelock, creador de la hipótesis Gaia:

La auténtica Tierra no necesita ser salvada. Puede salvarse a sí misma, lo hará y siempre lo ha hecho, y ahora está empezando a hacerlo cambiando hacia un estado mucho menos favorable para nosotros y otros animales. Lo que la gente quiere decir con esta petición es «salvar el planeta tal y como lo conocemos» y eso ya es imposible18.

La mentalidad antigua es uno de los mayores obstáculos para superar con éxito nuestra iniciación global. De hecho, no se trata de un juego de niños, ni de una página de metáforas poéticas: el astrofísico Martin Rees (Presidente de la Royal Society 2005-2010) ha declarado públicamente que considera que las probabilidades de que nuestra civilización en la Tierra sobreviva hasta el final del presente siglo no superan el 50 por ciento. Rees cree que en la actualidad corremos el riesgo tanto de un «propósito maligno» como de una «desgracia», y afirma que el siglo XXI podría suponer la terminación del viaje de la humanidad. En su libro de 2003 Our Final Century escribe que «un colapso catastrófico de la civilización podría destruir la continuidad, creando una brecha tan amplia como el abismo cultural que experimentaríamos actualmente frente a una remota tribu amazónica»19. Esto recuerda al escenario planteado en la novela apocalíptica de Walter Miller Cántico por Leibowitz, en la que una catástrofe global devuelve la civilización a la Edad Media, antes de que vuelva a ascender a las alturas tecnológicas. Lovelock es muy consciente de esta posibilidad y quizá por ello ha propuesto crear un «manual de puesta en marcha de la civilización» que incluya información sobre cómo hacer fuego, técnicas y prácticas agrícolas, genética y tecnología. Este manual se distribuiría por todas partes, propone Lovelock, con el fin de salvaguardar algunos de nuestros preciados conocimientos en caso de que… ¿ocurriera algo?

En un sentido similar, la NASA propuso en su día crear un depósito en la Luna para preservar el aprendizaje, la cultura y la tecnología de la humanidad. Este plan fue bautizado como el Arca Lunar y pretendía preservar la tecnología, el arte, las cosechas y el ADN tanto animal como humano. Paralelamente, en febrero de 2008 se inauguró la Bóveda Global de Semillas de Svalbard, un banco subterráneo de semillas situado en la isla noruega de Spitsbergen, a unos 1.300 kilómetros del Polo Norte. La cámara acorazada conserva semillas duplicadas de bancos de genes de todo el mundo y servirá de refugio para las semillas en caso de crisis regionales o mundiales a gran escala. Es casi como si estuviéramos preparándonos para una experiencia colectiva cercana a la muerte. Al fin y al cabo, nos hemos estado preparando para ello: se calcula que solo en el siglo XX perecieron 187 millones de personas a causa de la acción humana (guerras, masacres y persecuciones). En la segunda mitad del siglo XX, la amenaza de una aniquilación nuclear total pendía sobre nuestras cabezas. Ahora estamos en la segunda década del siglo XXI y parece que las cosas van a empeorar.

Una experiencia cercana a la muerte puede ser un acontecimiento repentino; un choque brusco que, literalmente, nos arroja fuera del cuerpo y nos lleva a una fase terminal. Aquí, deseo hacer una breve incursión en algunos de los impactos repentinos que se podrían considerar impredecibles y/o desconocidos, y que pueden proporcionar un dramático despertar en forma de shock y forzar una rápida reorganización necesaria de la civilización humana

i) Amenazas biológicas

En 2002, la revista Wired publicó un artículo en el que pedía a destacados científicos que hicieran «apuestas a largo plazo». El astrofísico Martin Rees apostó mil dólares a que «en el año 2020 un episodio de bioerror o bioterror habrá matado a un millón de personas». A lo que añadió: «por supuesto, deseo fervientemente perder esta apuesta; pero, sinceramente, no creo que sea así».20 La cuestión de las amenazas biológicas es una caja de Pandora a punto de abrirse [i] . En realidad, solo un estado policial total podría ofrecer esperanzas de protección para un mundo en el que no se fabricaran armas biológicas, e incluso puede que esto no sea posible. La razón es que las «superarmas biológicas» son tan fáciles de fabricar que pueden crearse en laboratorios de bajo perfil con una pericia modesta. Curiosamente, los días 22 y 23 de junio de 2001 se llevó a cabo un simulacro de ataque bioterrorista, cuyo nombre en clave era «Operación Invierno Oscuro». Se diseñó para llevar a cabo una versión simulada de un ataque encubierto y generalizado de viruela contra Estados Unidos. El escenario consistía en un brote localizado de viruela en Oklahoma City, diseñado para que se descontrolara. El simulacro debía hacer frente a una situación catastrófica, ya que la rápida propagación de la enfermedad implicaba la imposibilidad de contener el contagio. El objetivo del simulacro era poner de manifiesto las consecuencias de una pérdida masiva de vidas civiles y el pánico generalizado, la desintegración social y la violencia colectiva que se producirían cuando las infraestructuras fueran incapaces de soportar la presión.

En lo que parecería ser otra extraña coincidencia, a principios de año, en febrero de 2001, un equipo de la BBC comenzó a trabajar en la filmación de un «docudrama» que titularon Viruela 2002. Según la descripción del sitio web de la BBC: «Este docudrama relata un ataque ficticio realizado por terroristas utilizando el virus de la viruela. Comenzaría en Nueva York y sería llevado a cabo despiadadamente por un hombre que se desplazaría por toda la ciudad». Como sabemos, varios meses después la alarma del ántrax en Estados Unidos se hizo realidad, lo que no pasó desapercibido para el productor de la BBC Simon Chinn:

Comenzamos la producción de Viruela 2002 en febrero de 2001. «Esto no es ciencia ficción», había sido nuestro mantra, esto podría suceder. Esta película no trata de un futuro lejano, sino del día de mañana. De repente, siete meses después, el bioterrorismo se hizo realidad y Viruela 2002 adquirió el tipo de clarividencia que nunca había pretendido.

El docudrama de la BBC trataba de las consecuencias sociales de una pandemia y de cómo las familias tenían que enfrentarse a cuestiones como la ley marcial y la cuarentena forzosa. Está claro que un ataque bioterrorista bien orquestado podría tener consecuencias desastrosas y afectar a los mercados mundiales y al comercio financiero; a una escala suficientemente grande, podría llevar al mundo a un confinamiento virtual.

La amenaza de un «terror» pandémico ya ha sido experimentada por el mundo mediático a través del alboroto de la gripe porcina de 2009. En este incidente, un brote global del virus de la gripe H1N1 (comúnmente conocido como «gripe porcina») y que parecía ser una nueva cepa, comenzó en el estado de Veracruz, México, en marzo de 2009. En junio de 2009, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos declararon que el brote era una pandemia, a pesar de los relativamente pocos casos de infección. Sin embargo, para entonces el nuevo «brote» ya había captado toda la atención del mundo: era una pandemia mundial y los países se apresuraban a conseguir millones de dosis de vacunas. Las principales empresas farmacéuticas, como GlaxoSmithKline y Baxter, se apresuraron a probar, preparar y enviar las vacunas a los gobiernos de todo el mundo, que las esperaban desesperadamente.

En enero de 2010, un miembro del comité de salud del Consejo de Europa, Wolfgang Wodarg, se unió a otros críticos para afirmar que las grandes empresas farmacéuticas habían organizado una «campaña de pánico» para presionar a la OMS y que declarara una «falsa pandemia» con el fin de obtener beneficios con la venta de vacunas. Sea como fuere, lo cierto es que brotes de virus como la gripe porcina H1N1, una variante de la gripe aviar (H5N1), el SARS (síndrome respiratorio agudo severo), la fiebre aftosa, etcétera, corren el riesgo de convertirse en pandemias globales debido a las cadenas humanas de transmisión. En un mundo de gran movilidad e interconexión, los brotes localizados pueden convertirse fácilmente en amenazas globales. Quizá solo sea cuestión de tiempo que el próximo virus mutado se convierta en un catalizador «cercano a la muerte» para una mente masiva adormecida.

ii) Shock tecnológico

Estar integrados nos hace vulnerables, no solo como cadenas humanas de transmisión, sino también como cadenas tecnológicas dependientes. Nunca hemos sido una especie aislada; siempre hemos existido dentro de un complejo ecosistema animal, vegetal y mineral. Ahora tenemos un ecosistema añadido que es el tecnológico. Como tal, hemos evolucionado conjuntamente en un mundo que se entrelaza simbióticamente entre lo biológico y lo tecnológico. El filósofo Joël de Rosnay considera que nuestra especie es ahora simbiótica y, como tal, la información y la energía se transfieren regularmente a través de redes tanto biológicas como tecnológicas, entrelazando todos los procesos21. En un mundo tan simbiótico, cada vez más integrado e interdependiente, hay más posibilidades de que se produzcan conmociones tecnológicas perturbadoras:

Estamos entrando en una era en la que una sola persona puede, mediante un acto clandestino, causar millones de muertes o dejar inhabitable una ciudad durante años, y en la que un fallo en el ciberespacio puede causar estragos por todo el mundo en un segmento importante de la economía: el transporte aéreo, la generación de energía o el sistema financiero. De hecho, la catástrofe podría ser causada por alguien meramente incompetente más que por un ser maligno.22

La realidad del mundo es que estamos virando de las intervenciones e invasiones físicas a la ciberguerra y el sabotaje. Esto se está convirtiendo en algo demasiado habitual en los últimos años con incidentes como los ciberataques Titan Rain y Estonia.

El gusano informático Stuxnet, descubierto por primera vez en junio de 2010, fue creado y programado específicamente para atacar sistemas de infraestructuras críticas (lo que se conoce como sistemas de control de supervisión y adquisición de datos – SCADA). Este gusano, calificado ahora por los expertos como la «primera superarma cibernética» del mundo, ha infectado un elevado número de sistemas de infraestructuras energéticas críticas en Irán, especialmente sus instalaciones nucleares, así como un gran número de instalaciones chinas. Una empresa experta en seguridad digital afirmó que los ataques informáticos de Stuxnet solo podrían haberse producido con el apoyo de un estado-nación, lo que la convierte en una ciberarma específica que dará lugar a la generación de una nueva carrera armamentística en el mundo.

Imaginemos que un Estado sufre una caída repentina de sus redes de energía y comunicaciones: las redes eléctricas se desconectan; se detienen todas las comunicaciones por Internet; los transportes se paralizan al dejar de funcionar sus redes informáticas; los alimentos dejarían de llegar a las tiendas; se diría a la gente que se quedara en casa y que no viajara porque los semáforos no funcionarían. Los hospitales volverían a recurrir a generadores de energía de reserva, en tanto que los medicamentos que se necesitasen urgentemente no podrían distribuirse a quienes se encontrasen en sus casas. Se crearía un pánico generalizado que provocaría disturbios civiles y saqueos. Si las infraestructuras no se restablecieran inmediatamente, todo el mundo acabaría valiéndose por sí mismo. El país se sometería a la ley marcial y algunas zonas volverían a la organización tribal y la fuerza bruta. En sociedades «civilizadas» tan complejas, basta una perturbación crítica para que se produzca un colapso generalizado.

A finales de septiembre de 2010, el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos organizó un ejercicio masivo de simulación de ciberataques denominado Cyber Storm III, cuyo objetivo es poner a prueba la seguridad de las organizaciones tanto gubernamentales como del sector privado. El gobierno estadounidense también ha puesto en marcha recientemente un gran programa denominado «Ciudadano Perfecto», cuyo objetivo es detectar ciberataques contra empresas privadas y organismos gubernamentales responsables de infraestructuras como la energía, el transporte y las redes de seguridad. Esto demuestra que la amenaza a las infraestructuras críticas de una nación se está tomando en serio. En mayo de 2010 el Mando Cibernético (CYBERCOM) entró oficialmente en funcionamiento en Estados Unidos tras varios años de preparación. Tiene prevista una rápida expansión para garantizar que todas las redes informáticas militares estén libres de piratas informáticos y que las actividades militares estén totalmente protegidas contra los ciberespías. Al parecer, también están en marcha los trámites para que el CYBERCOM ofrezca asistencia a las redes gubernamentales y civiles, entrelazando de hecho los sistemas de defensa militares y civiles.

Del mismo modo, el Gobierno británico publicó en octubre de 2010 su Estrategia de Seguridad Nacional, en la que se citan los ciberataques, junto con el terrorismo internacional, como uno de los retos más importantes a los que se enfrentaba. A continuación, la Revisión Estratégica de la Defensa y la Seguridad del Reino Unido explicó cómo Gran Bretaña utilizará el nuevo refuerzo de 500 millones de libras para defenderse de este tipo de ataques. El jefe del Comité de Inteligencia y Seguridad británico (ISC) habría advertido de que los ciberataques contra los sistemas informáticos de gobiernos y empresas podrían convertirse en «el próximo Pearl Harbor».

El auge de la guerra cibernética es otro aspecto del creciente arsenal de «armas silenciosas» que está llenando la tecnosfera. La carrera armamentística tecnológica incluye ahora un arsenal con base en el espacio y armas de pulso electromagnético que pueden manejarse a través de un paisaje invisible. En este sentido, es posible que ni siquiera veamos llegar la experiencia cercana a la muerte; estará encubierta en un éter virtual. Sin embargo, el choque tecnológico subsiguiente será demasiado real, y puede que evoque un retroceso a la Edad Oscura pretecnológica. Nuestra excesiva dependencia de sistemas externos, internos y entre bastidores puede convertirse en nuestra mayor debilidad.

 iii) Riesgos naturales

Puede que no tengamos que preocuparnos por el impacto de objetos cercanos a la Tierra, como los asteroides espaciales que han dejado la Tierra llena de cráteres, ya que tenemos nuestros propios peligros naturales de los que preocuparnos. A pesar de que en este siglo existe un riesgo del 50% de que se produzca el impacto de un asteroide de la magnitud del de Tunguska, ocurrido en junio de 1908, es probable que tengamos preocupaciones más cercanas. La Tierra está experimentando actualmente un conjunto impredecible de cambios y perturbaciones geológicas, como huracanes, terremotos y erupciones volcánicas. El año 2010 puso especialmente de relieve la fragilidad de la especie humana en un planeta dinámico y cambiante.

Los primeros meses de 2010 se estrenaron con un estallido sísmico récord: el terremoto de Haití del 12 de enero, de magnitud 7 (en la escala de magnitudes del momento). Debido a la geología de la isla y a sus condiciones de vida, el impacto fue dramático. Se calcula que tres millones de personas se vieron afectadas por el seísmo, hubo 230.000 víctimas mortales, 300.000 heridos, un millón de personas sin hogar y cerca de 300.000 edificios dañados o destruidos. Estas cifras tan enormes han convertido al terremoto de Haití en el sexto más mortífero de la historia, al que pronto siguió el quinto más fuerte desde el siglo XIX.

El 27 de febrero, un terremoto de 8,8 grados (escala de magnitud del momento) sacudió las costas de Chile, provocando enormes temblores en el 80% del país que se sintieron hasta en las principales ciudades de Argentina y Perú. El seísmo también provocó un tsunami que hizo que se emitieran alertas en 53 países; la zona de San Diego (California) y el noreste de Japón también resultaron afectados. Chile sufrió un apagón que afectó al 93% de su población y que, en algunos casos, duró varios días. Se produjeron saqueos y se recurrió al ejército para restablecer la paz y controlar las zonas dañadas. No cabe duda de que el año 2010 había empezado de forma explosiva, solo faltaba que una erupción volcánica se sumara a la mezcla.

El 14 de abril de 2010, el volcán islandés Eyjafjallajökull, que había tenido algunas erupciones menores el mes anterior, finalmente expulsó a la atmósfera cenizas volcánicas de varios kilómetros causando el caos y afectando a eventos económicos, políticos y culturales por todo el mundo. Se prohibió el transporte aéreo en Europa, lo que causó graves trastornos en los desplazamientos a nivel mundial. La Asociación Internacional de Transporte Aéreo calculó que el sector aéreo perdía 130 millones de libras al día. Creció el temor de que las entregas diarias de alimentos se vieran afectadas y algunos países, como el Reino Unido, sufrieran escasez.

La preocupación por los posibles daños también afectó a las existencias de medicamentos; las empresas de transporte mundial, como FedEx y DHL, tuvieron que iniciar rutas por carretera para compensar el cierre del espacio aéreo; las empresas de viajes registraron pérdidas diarias millonarias; algunos fabricantes de automóviles y empresas de información tecnológica se vieron obligados a suspender la producción debido a las interrupciones en la cadena de suministro de productos electrónicos. Kenia sufrió mucho debido a que su sector de exportación de flores, muy sensible al tiempo, tuvo que destruir 3.000 toneladas de flores a causa de su deterioro, según informó su Consejo de Flores. Además, los acontecimientos culturales y deportivos sufrieron cancelaciones e interrupciones generalizadas; se suspendieron las visitas reales y de Estado, y los dignatarios políticos se vieron obligados a cancelar sus planes de viaje.

Unos pocos días de nubes de ceniza sumieron al mundo en el caos y la conmoción. No solo sufrieron las empresas, sino también los ciudadanos, que pudieron hacerse una idea de la fragilidad de las economías y los estilos de vida basados en la puntualidad de las entregas. Esperamos que haya alimentos frescos en las estanterías cada día; confiamos en subirnos a un avión y recorrer medio mundo en pocas horas; estamos acostumbrados a que todo lo que nos rodea sea puntual, esté a tiempo y sea oportuno. La nube de ceniza islandesa rompió esta ilusión y reveló, a quienes podían verlo, que nuestros sistemas globales pueden ser eficientes y convenientes, pero no son resistentes. Cada día que pasa, nuestra civilización está un paso más cerca de una experiencia cercana a la muerte por riesgos naturales. E incluso puede que sea un peligro «natural» provocado por el hombre.

iv) Peligros de origen humano

Puede que no necesitemos ningún riesgo natural que nos obligue a un incómodo rito de iniciación; se diría que, como especie, somos bastante capaces de proporcionarnos nosotros mismos las conmociones necesarias. En el periodo industrial de nuestra fase tecnológica, hemos padecido una buena ración de accidentes desastrosos. En realidad, en todo el mundo se producen accidentes industriales prácticamente a todas horas; muchos de ellos son de poca importancia y no aparecen (o se ven obligados a no aparecer) en los titulares. Hay, sin duda, innumerables «cuasiaccidentes» que pasan desapercibidos y de los que el público en general no sabe nada. En aras de la brevedad, me referiré solo a algunos de los riesgos humanos más tristemente célebres ocurridos en las tres últimas décadas.

La tragedia del gas de Bhopal es tristemente célebre en todo el mundo por ser la peor catástrofe industrial ocurrida hasta la fecha. En la noche del 2 de diciembre de 1984, la fábrica de pesticidas Union Carbide India Limited de Bhopal (India) dejó escapar un gas venenoso, isocianato de metilo, junto con otras sustancias químicas. Inmediatamente se contaron por miles las víctimas mortales, y desde entonces ha habido varios miles más de fallecidos por enfermedades relacionadas con el gas. Una declaración gubernamental de 2006 afirmaba que la fuga de gas causó 558.125 lesiones en total, entre ellas muchos miles de lesiones parciales e invalidantes permanentes. Según las familias afectadas por la tragedia, las indemnizaciones nunca han llegado a ser suficientes.

Menos de dos años después, el 26 de abril de 1986, se produjo el que se considera el peor accidente de una central nuclear de la historia. La central nuclear de Chernóbil, en Ucrania (entonces parte de la Unión Soviética), sufrió una serie de roturas cuando un aumento de la potencia dañó la vasija de un reactor. Las explosiones que se produjeron enviaron columnas de humo radiactivo a la atmósfera, que comenzaron a extenderse por grandes zonas del oeste de la Unión Soviética y gran parte de Europa. Se calcula que el accidente de Chernóbil liberó 400 veces más material radiactivo que el bombardeo atómico de Hiroshima. Aunque se produjeron relativamente pocas muertes relacionadas directamente con la catástrofe (en su mayoría trabajadores de la central y equipos de rescate), se calcula que varios miles morirán finalmente de enfermedades relacionadas con el cáncer.

Las secuelas de tales peligros no son solo inmediatas, sino más duraderas y de mayor alcance. En el caso de la radiactividad, puede penetrar en los ecosistemas medioambientales y dejar rastros residuales durante muchos años. La radiactividad penetra en ríos, embalses, lagos y aguas subterráneas, lo que provoca la contaminación de las poblaciones de peces y del agua potable. La fauna, la flora y el ganado también se ven afectados, con la consiguiente muerte de muchos bosques y animales locales. Incluso en Europa se descubrió que muchas reses estaban contaminadas por la radiación, y algunos rebaños tuvieron que mantenerse fuera de la cadena alimentaria humana. Estos peligros provocados por el hombre inyectan sustancias artificiales y antinaturales en los ecosistemas naturales, sumándose a un paisaje invisible de contaminación y polución humanas.

El 20 de abril de 2010, la plataforma de perforación Deepwater Horizon sufrió una explosión en la que murieron 11 trabajadores y que provocó un vertido de petróleo que fluyó durante 3 meses desde el fondo marino. Este vertido en el Golfo de México (conocido como el vertido de BP) se considera ahora el mayor desastre medioambiental de la historia de Estados Unidos y es el mayor vertido accidental de petróleo marino de la historia de la industria petrolera. Quizá nunca sea posible calcular con exactitud el número de millones de barriles que se vertieron al mar durante tres meses, por no hablar de las enormes cantidades de dispersantes químicos utilizados, especialmente Corexit 9500.  La contaminación de los mares del Golfo puede tardar décadas en recuperarse por completo, y las poblaciones de peces se verán gravemente afectadas. Debido a la naturaleza del vertido, es decir, a un reventón en el fondo marino y no a un vertido a nivel del mar, es posible que nunca se conozcan del todo las consecuencias a largo plazo de la catástrofe. Además, a diferencia del vertido del Valdez, la cobertura mediática del vertido de BP fue muy limitada y, según muchos informes, suprimida de forma activa. Lo que sí se sabe, sin embargo, es que el vertido ha causado grandes daños al hábitat marino y de la fauna salvaje, a la pesca, al turismo, a los humedales y las costas y, según se afirma, a la salud de las personas.

Teniendo en cuenta los pocos incidentes mencionados aquí, puede resultar obvio para muchos de nosotros que hemos sido avisados sobradamente, ¡así que no podemos decir que no fuimos advertidos! Sin embargo, aún no hemos despertado ni superado nuestra iniciación global: seguimos luchando con la infancia de la especie, tambaleándonos al borde de nuestro rito de iniciación; en el umbral del inframundo. No obstante, todos estos incidentes también se han acumulado en nuestros entornos y ecosistemas. Aunque todavía no nos hayamos dado cuenta de nuestra ventana de crisis, seguiremos sufriendo en los próximos años los daños que infligimos hoy. Una vez más, como afirma Martin Rees, Presidente de la Royal Society (2005-10):

… en el siglo XXI, la humanidad está más amenazada que nunca por una mala utilización de la ciencia. Y las presiones medioambientales inducidas por las acciones humanas colectivas podrían desencadenar catástrofes más amenazadoras que cualquier peligro natural… Las nuevas ciencias pronto darán poder a pequeños grupos, incluso a individuos, con una influencia similar sobre la sociedad. Nuestro mundo, cada vez más interconectado, es vulnerable a nuevos riesgos: «bio» o «ciber», terror o error. Estos riesgos no pueden eliminarse: de hecho, será difícil impedir que aumenten sin coartar algunas libertades personales muy preciadas.23

Los registros geológicos muestran que en la historia conocida de la Tierra ha habido cinco grandes extinciones. De todas las especies que han existido, menos del diez por ciento permanecen hoy en la Tierra, por lo que es posible que la especie humana esté provocando su propia extinción, su iniciación colectiva en un rito de paso incómodo pero muy necesario. El filósofo Michael Grosso señala que, en momentos críticos, ante la posibilidad colectiva de aniquilación, surge un nuevo tipo de mente de la especie; en otras palabras, la amenaza de muerte de la especie cataliza el surgimiento de una «mente global» de la misma.24 La transición a una mente planetaria, un estado más evolucionado de la consciencia humana, será crucial para la continuidad de nuestra especie en la Tierra. Como señaló Vaclav Havel en 1991 en un discurso ante la sesión conjunta del Congreso de Estados Unidos:

Sin una revolución global en la esfera de la consciencia humana, nada cambiará a mejor… y la catástrofe hacia la que se dirige este mundo –el colapso ecológico, social, demográfico o general de la civilización– será inevitable.

Para nuestro futuro planetario se necesita una mentalidad más empática; una consciencia empática que reconozca el proceso evolutivo y actúe responsablemente a la luz de esta percepción.

Es más probable que el futuro nos conduzca hacia una singularidad de la mentalidad que hacia una singularidad tecnológica, ya que cuando las fuentes finitas de energía de nuestro planeta se agoten, nos veremos obligados a aumentar la potencia psíquica de nuestro pensamiento colectivo. Ahora hemos entrado en la ventana de crisis, la fase de transición –ese viaje heroico al inframundo– en la que nos veremos obligados a vivir una experiencia iniciática chamánica, quizá una experiencia cercana a la muerte, antes de poder emerger como una especie adolescente con una mente nueva y más madura. Sin embargo, hasta que alcancemos esa etapa, tendremos que luchar con los estertores de la vieja mente, mientras los viejos sistemas se aferran al poder y las infraestructuras globales intentan mantener el control de un mundo en transición.

 

14 Heinberg, R, Memories & Visions of Paradise: Exploring the Universal Myth of a Lost Golden Age, 1990, The Aquarian Press, p117

15 Heinberg, R, Memories & Visions of Paradise: Exploring the Universal Myth of a Lost Golden Age, 1990, The Aquarian Press, p119

16 El yogi indio del siglo XIX-XX Swami Sri Yukteswar Giri enseñó una visión alternativa del ciclo Yuga y de la escala temporal. Según su interpretación la humanidad está ahora dentro de la Dwapara Yuga.

17 Heinberg, R, Memories & Visions of Paradise: Exploring the Universal Myth of a Lost Golden Age, 1990, The Aquarian Press, p116

18 Lovelock, J, ‘The fight to get aboard Lifeboat UK’, The Times, 8 February 2009

19 Rees, M J, Our Final Century, 2003, Heinemann, pp23–4

20 Rees, M J, Our Final Century, 2003, Heinemann, p74

21 de Rosnay, J, The Symbiotic Man: A New Understanding of the Organization of Life and a Vision of the Future, 2000, McGraw Hill

22 Rees, M J, Our Final Century, 2003, Heinemann, p61

23 Rees, M J, Our Final Century, 2003, Heinemann, p186

24 Grosso, M, The Final Choice: Playing the Survival Game, 1985, Stillpoint Publishing

[i] Nótese que este texto fue escrito en 2010-2011, una década antes de la pandemia de covid de 2020/21.

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