«El pensamiento profundo subyacente es que el reino de las tinieblas ha de ser vencido por el reino de la luz, no mediante el castigo, sino a través de la dulzura; no resistiendo al mal, sino uniéndose a él para redimirlo; porque una parte de la luz entra en el mal y el propio mal es vencido».
Rudolf Steiner (11 de Noviembre, 1904)
En el ensayo anterior («Las fuerzas ocultas de la vida. Parte 2») se señalaba cómo cada eón, o periodo importante de la historia, trae consigo un modo particular de consciencia; y cada uno de estos periodos enmarca la forma en que la gente percibe el mundo que le rodea y las fuerzas que hay en él. Estos periodos establecen lo que podemos llamar «estructuras de consciencia» (conjuntos de realidad o creencias) que luego influyen en las visiones del mundo, los comportamientos y los entornos que surgen de ello. Esto afecta a cómo se forman las culturas y las comunidades y cómo se acuerdan los sistemas de valores; además de otras implicaciones morales y éticas. Por ejemplo, en cada época existen diferentes marcos de referencia para considerar conceptos como «bueno» y «malo». Lo que antes se aceptaba como «algo bueno» o «algo malo» cambia con el tiempo y en relación con nuestras agrupaciones socioculturales. En cada periodo de la historia de la humanidad, las contiendas entre lo «bueno» y lo «malo» se enmarcan dentro de los símbolos y motivaciones de la época. Este es uno de los forcejeos constantes dentro del surgimiento de la existencia material. De igual modo, dentro de las culturas, como parte de su crecimiento exterior, se condicionan y promueven ciertos valores humanos, tales como matar en nombre de nuestra cultura/rey/líder, etcétera. Incluso hoy en día, estos valores están muy desfasados, ya que hay personas que todavía mantienen conjuntos de creencias condicionantes que valoran el martirio religioso o el asesinato en nombre de la propia patria (la guerra) como un bien positivo. Los fenómenos siguen siendo en gran medida consistentes, pero el modo de interpretación cambia según la época, el lugar y la gente.
Esta relación entre los fenómenos y su interpretación cambiante también puede verse en lo que respecta a las energías y las fuerzas, es decir, en tanto que formas no personificadas. Desde la más remota antigüedad, la polaridad o lucha dualista dentro de la existencia se ha formulado como la Luz versus la Oscuridad. Se trata de una distinción verificable, ya que toda la materialidad exhibe estas distinciones de luz/oscuridad, día/noche, blanco/negro, despierto/dormido, vivo/muerto, positivo/negativo, activo/pasivo, etcétera. Sin embargo, estas distinciones luz/oscuridad solo adquieren sus características «buenas» o «malas» cuando son designadas por los seres humanos. En el átomo, con su protón positivo y su electrón negativo, no se considera que el protón sea «bueno» y el electrón «malo», sino que se trata de dualidades energéticas necesarias para mantener la forma. En otras palabras, las distinciones clásicas de luz/oscuridad no deben categorizarse automáticamente (y de forma descuidada) como si fueran también el bien/el mal (o lo bueno/lo malvado). Hay, sin duda, personas y acciones que pueden ser designadas como malas; sin embargo, se trata de formas separadas de las dualidades de luz/oscuridad existentes. Dentro de nuestra realidad manifestada, tanto la luz como la oscuridad son necesarias para que la vida funcione y siga evolucionando. En términos de luz/oscuridad, ambos principios se oponen el uno al otro de una manera que no permite que sus diferencias disminuyan o se resuelvan; están destinadas a existir en un dualismo descarnado. Son extremos en el sentido de que sus esencias son contrarias entre sí en igual medida. La luz es tan clara como la oscuridad oscura; son dualismos esenciales, una polaridad de dos principios creativos. No se oponen en una estructura jerárquica (es decir, una es «más elevada» que la otra), sino que son polos opuestos entre sí. Se trata de un dualismo dinámico. Lo que cambia es la interacción entre ellos y no la esencia de cada uno.
Las enseñanzas gnósticas sitúan históricamente a la oscuridad y a la luz dentro de una jerarquía vertical en la que la luz ocupa un estado/principio superior en contraposición a la oscuridad. Si consideramos la Luz/Oscuridad como principios operativos dentro de un todo integrado –al igual que el día y la noche– entonces ninguno es esencialmente bueno ni malo/malvado. Tal vez podamos ver cómo las personas, para unirse a los aspectos «buenos» o «malos», se alinean a modo de elección con ciertos principios que pertenecen más a un componente que al otro. Podemos referirnos a ello en el marco de la dialéctica espíritu-materia.
La dialéctica espiritual
En un ensayo anterior –Hacia la síntesis (2014)[i]– afirmé que el movimiento y el cambio se simbolizan a menudo mediante la lucha y la oposición. En términos socio-históricos, ha habido lucha y oposición en las relaciones de clase, la política, y demás, que han sido la causa de diversas revoluciones (la revolución que trae la «resolución»). Esta noción de lucha de oposición para crear una tercera fuerza de resolución se conoce como dialéctica. Es decir, la tesis (fuerza) y su antítesis (fuerza opuesta) crean una síntesis (resolución). La lucha dialéctica fue desarrollada por el filósofo alemán Georg Hegel, quien escribió que la mente o el espíritu se manifestaban en un conjunto de contradicciones y oposiciones que finalmente se integraban y unían en la síntesis. Para Hegel, la síntesis (el absoluto) debe pasar siempre por una etapa de oposición en su camino hacia la culminación y la verdad. En el plano material, Hegel consideraba esta relación dialéctica como el proceso por el que se desarrolla la historia humana. Es decir, la historia (la evolución social) progresa como una lucha entre dos fuerzas opuestas hacia un estado evolutivo de resolución. Según Hegel, la característica principal de la resolución en la unidad es que evoluciona a través de la contradicción y la negación. Estas luchas, según Hegel, pueden encontrarse en la mayoría de los ámbitos sociales, como la historia, la filosofía, el arte, la naturaleza e incluso la consciencia. El pensamiento de Hegel estuvo muy influenciado por los escritos menos conocidos del místico cristiano alemán Jacob Böhme. Las visiones interiores de Böhme le llevaron a crear una cosmología en la que era necesario que la humanidad volviera a Dios. Estos estados de conflicto serían una etapa necesaria para completar la evolución del universo. El libre albedrío de la humanidad en esta separación, conflicto y resolución era el regalo más importante que Dios podía hacernos. En otras palabras, nuestra propia responsabilidad –una responsabilidad privilegiada– sería trabajar hacia nuestra reconciliación a través de la lucha y las fuerzas de resistencia opuestas.
De manera similar, las enseñanzas del filósofo-místico greco-armenio George Gurdjieff también describen una relación dialéctica a través de las fuerzas opuestas de la Sagrada Afirmación y la Sagrada Negación que conducen a la Sagrada Reconciliación. Gurdjieff se refirió a esto como la «Ley del Tres». En este contexto, podemos ver cómo la unión de impulsos contradictorios –como la mente y el espíritu– llevaría a una resolución que no solo sería una integración de estas fuerzas contradictorias, sino al mismo tiempo una resolución/síntesis mayor que la suma de sus partes. Este enfoque dialéctico sugiere que toda idea (tesis) da lugar a una contra idea (antítesis) y la idea original y la contra idea se fusionan para dar lugar a una nueva idea (síntesis). O, utilizando la terminología de Gurdjieff, la fuerza de afirmación de lo sagrado atrae a una fuerza de negación de lo sagrado, y esta contienda conduce a una resolución de la reconciliación de lo sagrado: lo activo, lo pasivo y lo unificador (también llamado lo neutral). Algunos comentaristas sagaces han reconocido las fuerzas dialécticas que operan en el escenario mundial:
Los «dialécticos» practicantes de las sociedades y las órdenes secretas saben muy bien que si uno quiere lanzarse a una aventura mundial por un lado, es necesario crear para uno mismo un efecto contrario desde el otro flanco. Reducido a sus términos más simples, esto significa que tan pronto como soltamos a los perros por un lado, hay que hacer lo mismo por el otro; de lo contrario no funcionará. Pero tanto lo uno como lo otro tiene que ser controlado desde un centro unificado.1
En este caso, las oposiciones dialécticas son supervisadas por un «centro unificado» existente. De alguna manera, se requiere una «tercera fuerza» para representar una resolución. Esta tercera fuerza también podría surgir de una mezcla de las fuerzas opuestas, al igual que dos metales que se unen pueden formar una aleación. Este enfoque se describe en las enseñanzas maniqueas.
La enseñanza del profeta Mani –conocida como maniqueísmo– propone los dos principios de la luz y la oscuridad como dualismos esenciales. Según las enseñanzas de Mani, estos dos principios dualistas actúan a través de tres eras: 1) no interferencia entre la luz y la oscuridad; 2) interferencia entre ambos principios y mezcla de la luz y la oscuridad; 3) separación entre la luz y la oscuridad[ii]. Una característica distintiva del dualismo del maniqueísmo es su aspecto dinámico: la mezcla. Estos dos principios no están en reposo (eso solo sucedería en la primera época de no interferencia); ahora están en una interacción cada vez más fuerte entre ambos. Esta amalgama es lo que da lugar a la materia, que incorpora ambos aspectos de la luz y la oscuridad. Mani lo describe como la oscuridad devorando a los seres de luz en una especie de proceso metabólico por el que una sustancia toma a la otra y la integra en sí misma. En este sentido, estos principios duales son iguales en su estatus, pero opuestos en su naturaleza. Esto significa que ocupan el mismo rango dentro de la participación en el proceso de creación, y la realidad de la materia (materialidad) es una mezcla de los dos. Sin su participación, interacción e interrelación, la creación no habría sido posible. La colaboración de la luz y la oscuridad es lo que constituye la creación y no la una sin la otra. A lo que esto conduce en última instancia es al mensaje de que tanto la luz como la oscuridad son necesarias para el proceso creativo. Este mundo material no es solo el reino de las fuerzas oscuras, como postulan ciertas enseñanzas gnósticas, sino que se forma cuando los seres/energías de la luz se mezclan con la oscuridad. La existencia material es una interacción, o colaboración, entre las fuerzas/energías de la luz y la oscuridad, aunque de acuerdo con sus distintas naturalezas. Sin embargo, su interacción, que a veces también puede verse como un conflicto, es necesaria para que la materia-realidad siga evolucionando.
Por qué las energías del conflicto son una parte necesaria del crecimiento
La luz y la oscuridad son aspectos de las energías creativas por derecho propio. Es útil considerar que cuando nos relacionamos con el mundo físico exterior, nos encontramos con contrastes y polaridades. Son estos contrastes los que crean las fricciones tangibles en la vida que permiten que los acontecimientos se desarrollen. Como se suele decir: nada crece en el vacío. Los contrastes, dualismos y polaridades no implican que nunca se encuentren (como en «las dos nunca se encontrarán»[iii]). Por el contrario, podemos considerar que estos contrastes se entremezclan para formar la mixtura –la realidad material–, que es una combinación de energías luminosas y oscuras, en lugar de ser elementos aislados o independientes. De este modo, la dinámica de oposición se transforma en una dinámica de interacción. Cuando esta interacción se estabiliza, podemos decir que el dualismo se neutraliza momentáneamente, de modo que se forma una unidad balanceada en la que la luz y la oscuridad están en equilibrio. Este estado solo se mantiene durante un tiempo hasta que surge un nuevo desequilibrio que sume a la materia-realidad en un nuevo estado excitado de interacción dinámica mutua, y todo el ciclo se repite hasta que se restablece un nuevo orden de equilibrio y balance. En cada ciclo de interacción dinámica y equilibrio se produce una evolución y hay un periodo de desarrollo. Esta disposición de dualidad se percibe y comprende como intrínseca a la unidad total desde un estado de percepción elevada. Desde un estado de conciencia inferior, todo aparece como una polarización dualista continua. Lo que permite la transfiguración en una nueva condición o estado es la mezcla de energías de luz y oscuridad. En el maniqueísmo, no hay «castigo» o resistencia del mal, sino una unión con él para redimirlo. Debido a que una parte de la luz entra en el mal, el mal mismo es superado.
El místico y filósofo austriaco Rudolf Steiner compartía la perspectiva maniquea de que las fuerzas del mal tienen un papel que desempeñar en la vida creativa y la evolución. Lo que consideramos maligno no es ajeno o externo a los procesos de evolución de la vida; al contrario, es necesario y forma parte integrante del cosmos. Según Steiner y Mani, estas fuerzas también acabarán siendo absorbidas y transfiguradas por las fuerzas de la luz. En este sentido, tanto las fuerzas de la luz como las de la oscuridad son propiedades eternas. Curiosamente, Steiner también se refiere al mal como un «bien inoportuno»: «¿Qué es el mal? Nada más que un bien inoportuno… Así pues, vemos que el mal no es más que un bien mal situado»[iv]. Lo que esto implica también es que si las buenas obras (la luz) comienzan a estancarse o a desviarse (retrasarse) en su camino de evolución, también pueden convertirse en oscuridad en el momento equivocado: el «mal momento». En cierto sentido, vida y forma –espíritu y materia– son aspectos de la colaboración luz-oscuridad. La intención maniquea, como se la denomina, parece indicar un triunfo de la transfiguración del espíritu (luz) sobre la materia (oscuridad). El papel del ser humano dotado de espíritu es, pues, transformar la oscuridad mediante la espiritualización de la materia. El ser interno del individuo es guiado aquí para superar (y así transformar) las trampas del materialismo y la materialidad. El avance continuo hacia un futuro tecnologizado representa una profundización en el materialismo y las fuerzas de la oscuridad. A la luz verdadera se opone ahora la luz artificial (la imitación) de la electricidad (sub-naturaleza). Como sabemos, las infraestructuras tecnológicas se alimentan de electricidad, la antítesis de la luz natural. El reto al que se enfrenta la humanidad aquí es utilizar el cuerpo físico como un recipiente para la luz (el «cuerpo de luz»), potencialmente a través de una mayor energización de las células corporales, que por cierto ya emiten campos biofotónicos, con el fin de oponerse al desarrollo de un cuerpo «ciborg» inmerso en la tecnología material.
Es posible que el impulso hacia la tecnología esté dirigido por el falso «yo» o persona/ego del ser humano. Por lo tanto, la transformación de la oscuridad en luz también se aplica al desprendimiento del ego humano y de la falsa personalidad hacia el pleno florecimiento del ser interno. El ser interno (el cuerpo de luz) requiere libertad, autenticidad y expresión. La antítesis es el autómata, el robosapiens. El individuo auto-adicto, sin poder ni pensamiento, es «esclavo del otro» y, por lo tanto, esclavo del no-ser. Esto es lo que pretenden las fuerzas oscuras en su intento radical no solo de insensibilizar y embrutecer a la humanidad, sino también en su intención de unir a los humanos existentes en una fusión tecno-transhumanista. Sin embargo, para que la luz se active en todo su potencial, es probable que las fuerzas oscuras lleven primero su agenda al extremo. Sobre esto, Steiner ha dicho: «En el gran plan es necesario que el mal, también, llegue a un punto álgido… El bien no sería un bien tan grande si no creciera a través de la conquista del mal».2 El reconocimiento de esta situación es lo que puede ayudar en el proceso transformador, entendiendo que una energía espiritual ha de transfigurar los elementos más pesados de la forma material. Este proceso de transfiguración se realiza mediante la asimilación de las fuerzas de las tinieblas –tendencias malignas– en el ser humano. Se ha dicho que: «Los seres humanos debemos asimilar estas fuerzas del mal, que operan en el universo. Al hacerlo, implantamos en nuestro ser la semilla para experimentar conscientemente la vida del espíritu… ».3 Además, la opinión maniquea es que las fuerzas del mal están adquiriendo una presencia cada vez más fuerte en la vida interior de los seres humanos. Sin embargo, esto también puede considerarse una forma de «iniciación», ya que el individuo humano puede llegar a conocer la presencia y/o el poder del mal en su interior como parte del proceso de transmutación y redención. Los primeros pasos de la transmutación comienzan a través de nuestros pequeños actos cotidianos, y en nuestro rechazo continuo de los pensamientos tentadores y los impulsos para cometer incluso la más pequeña de las malas acciones. Resistiendo a esas tentaciones, a esas «voces» en nuestra cabeza, el ser humano está alquimizando y transmutando la presencia y el poder de las fuerzas más oscuras de la vida material. Por eso se dijo que «el objetivo del maniqueísmo es sublimar a los seres humanos para que se conviertan en redentores»[v].
La dialéctica espiritual, la comprensión de la transmutación de las energías más oscuras, no es un concepto teórico o intelectual, sino que solo cobra vida, junto con el conocimiento de la misma, a través de la experiencia vivida, de la cual surgen nuevas formas. La vida es un proceso continuo y en desarrollo. Si se vuelve estática o se estanca, se marchita hacia un estado final de disolución (o un camino no evolutivo). Hay tantos estados de ignorancia como de conocimiento, quizá más. Tal vez sea más exacto decir que nuestra realidad física actual está más en manos de las fuerzas oscuras que de la luz. Los sistemas terrestres están más orientados a servir a las estructuras de la ignorancia y la falsedad. Por esta razón, todos los esfuerzos genuinos para proporcionar conocimiento y orientación sobre el desarrollo interior y el aumento de la percepción son asaltados por los poderes del mundo. Y, sin embargo, son estos mismos ataques los que proporcionan la oportunidad y el ímpetu para que tenga lugar un trabajo real, genuino y de desarrollo dentro del reino humano. Como dijo un comentarista:
Este período es la mayor oportunidad que ha existido durante muchos miles de años para el «Trabajo». Desde hace miles de años no ha habido tanta necesidad de personas capaces de «trabajar». La razón es que la transición de un sistema a otro solo puede venir a través de la «tercera fuerza». No puede venir de la mayoría pasiva o de la minoría activa, de los gobernados o de los poseedores del poder.4
Desde este punto de vista, la esquiva «tercera fuerza» permite la transición entre sistemas y/o épocas, pero no puede proceder de los componentes de las masas pasivas o de los pocos que detentan el poder. En lugar de ello, actúa desde aquellos individuos que están preparados y son capaces de ser recipientes para transmitir a través de sí mismos la consciencia espiritual hacia la existencia material.
Esto es lo que varias Tradiciones han denominado el «Trabajo». Es la acción de individuos y/o grupos guiados hacia comportamientos, acciones y actitudes que pueden servir para traer a la materialidad ciertas fuerzas específicas necesarias para la evolución física y metafísica en curso del planeta y sus habitantes. Tales personas/grupos no actúan ni totalmente enmarañados con el mundo exterior ni totalmente sustraídos de él. Como se suele decir, están en el mundo pero no son del mundo. A través de su presencia, se pueden hacer ciertos preparativos para la siguiente fase de la vida; al igual que los dualismos mezclados de luz y oscuridad continúan formando energías dentro del horno de sus contiendas. Sin embargo, estas personas del «Trabajo» aspiran a situarse más allá de esas disputas exhibiendo una resonancia distinta de las vibraciones inferiores del mundo exterior. En medio de las persistentes y continuas fuerzas ocultas de la vida, un pequeño número de seres humanos se mueven alineados con una Necesidad mayor.
Kingsley L. Dennis, Noviembre 2022
Referencias
1 Bondarev, G.A. (1993) Crisis of Civilization (2nd Edition). Impreso por Wellspring Bookshop: London, pag. 137
2 Citado en Gruwez, Christine (2014) Mani & Rudolf Steiner. Great Barrington, MA: SteinerBooks, pag. 59
3 Citado en Gruwez, Christine (2014) Mani & Rudolf Steiner. Great Barrington, MA: SteinerBooks, pag. 60
4 Citado en notas del autor: fuente desconocida.
[i] Véase https://kingsleydennis.com/hacia-la-sintesis/
[ii] Esta cosmología se describe en el Cologne Mani Codex.
[iii] Este dicho forma parte del estribillo de «La balada de Oriente y Occidente», un poema de Rudyard Kipling..
[iv] De un discurso pronunciado por Steiner el 16 de mayo de 1906 (CW 94)
[v] De un discurso pronunciado por Steiner el 16 de mayo de 1906 (CW 94)