«Lo que la gente de la quinta época post-atlante debe aprender a reconocer es la lucha plenamente consciente contra el mal que surge en la evolución de la humanidad”.
Rudolf Steiner, 18 November 1917
Según el metafísico austriaco Rudolf Steiner, en esta época la tarea de la humanidad es comprender la relación entre el bien y el mal; especialmente, la elección humana entre uno u otro, y desafiar al mal para hacer que la humanidad adquiera mayor consciencia del espíritu. En nuestra época actual, para avanzar hacia un mayor desarrollo debemos experimentar las contrafuerzas negativas. Steiner afirmó que las «fuerzas del mal» existen en el mundo para que la humanidad pueda, en el momento oportuno, abrirse paso hacia una «vida del espíritu»[1]. La presencia de las contrafuerzas brinda a la humanidad la oportunidad de comprender la condición humana, así como las condiciones de vida en este ámbito terrenal. Al obtener cierta comprensión de la intención de las fuerzas opuestas, una persona está mejor preparada para continuar su propio viaje. Es decir, cada uno de nosotros puede aprender de sus encuentros con las fuerzas contrapuestas; podemos tomar estos enfrentamientos como una oportunidad para conectar más fuertemente con nuestra propia fuerza de voluntad. En palabras del filósofo Sergei O. Prokofieff:
Además de trabajar intensamente en uno mismo, especialmente en lo que respecta a la erradicación de la falsedad de cualquier tipo y de todos los aspectos del miedo, junto con todas las inclinaciones manifiestas y secretas hacia el materialismo, se requiere algo diferente, a saber, un trabajo conjunto de los seres humanos en el ámbito social basado en principios espirituales.[2]
Al abogar por la unión de personas con mentalidad espiritual, preocuparnos por los que Steiner llamaba los «desalmados» no es responsabilidad nuestra. En lugar de dejarse arrastrar por la influencia de esa gente (con sus energías de baja vibración), para una persona es más beneficioso transformar su entorno inmediato en una energía más armoniosa. Otra forma de decirlo es que la presencia de la negatividad debe transmutarse en lo que no es negativo o contraproducente; esto se asemeja a un procedimiento alquímico.
El siglo XXI es una época de transformación, en la que tendremos que enfrentarnos a nuestras sombras y lidiar con ellas. Sin este reconocimiento y esta purificación, seremos dominados por las fuerzas del estancamiento. Más adelante, cuando se haya logrado esta catarsis o «purificación», podremos pasar colectivamente a una etapa de transmutación en la que lo negativo se transforme en fuerzas constructivas. El espíritu de nuestro tiempo, por tanto, es de transmutación y transformación. Y hasta que no se transmuten las contrafuerzas, no habrá una transformación real o duradera. Esta «transmutación de lo negativo/sombra» es el leitmotiv de nuestra época, y no puede realizarse sin pasar por «el valle de la sombra de la muerte»[3]; experimentando y, sobre todo, comprendiendo tanto las fuerzas de la negación como las del desarrollo. Como escribe el autor Terry Broadman:
Al decir esto, nos encontramos inmediatamente con una paradoja, porque hemos de reconocer que sin la resistencia que estas contrafuerzas oponen a nuestro desarrollo, no sería posible la libertad humana y, por tanto, en última instancia, tampoco el amor. Ningún gran drama, especialmente el gran drama de la historia de la humanidad, es posible sin el desafío de las fuerzas de la oscuridad en nuestro interior.[4]
Al arrojar luz sobre las fuerzas que se oponen a la libertad humana, también podemos ver que, paradójicamente, son esas mismas fuerzas las que la hacen posible. Y, con todo, es necesario que nos demos cuenta de ello para saber a qué nos enfrentamos.
Las contrafuerzas entrópicas intentan controlar y gestionar el pensamiento humano y las narrativas culturales a través del materialismo árido: las fuerzas de la limitación, la indiferencia, la lógica racional y el consumo, por ejemplo. Estas fuerzas áridas tratan de restringir y contener el pensamiento humano limitándolo al ámbito físico; es decir, mediante la negación y el rechazo del trasfondo metafísico de la vida, ofrecen una visión del mundo que no reconoce la consciencia espiritual ni la inspiración genuina más allá del ámbito material. Puede decirse que tales fuerzas contra-evolutivas desean asegurarse de que la humanidad permanezca en el nivel del «ego inferior»: es decir, nuestro yo «cotidiano» de nivel básico, gobernado por pasiones, posesiones, promesas y pseudo-verdades. Ya hemos visto cómo la vida moderna está plagada de materialistas egocéntricos preocupados solo por sus placeres y ganancias físicas. Este es el punto débil con brillo falso de una agenda de globalización alimentada por el capitalismo; la esfera en la que la industria cultural, estrechamente controlada, proporciona la máxima disonancia a través del glamur y la distracción. La música cacofónica, los ritmos estridentes y las letras discordantes apelan a los impulsos más bajos del oyente moderno en trance. No es de extrañar, pues, que haya resistencia a las personas que desean desarrollar sus sentidos y modos de percepción internos. El entorno cotidiano no favorece el desarrollo de la consciencia espiritual; no obstante, el papel de los individuos despiertos es ayudar al inconsciente a hacerse consciente.
Las fuerzas entrópicas pueden ser consideradas como fuerzas de obstaculización. Por diversas razones, no han cumplido con su potencial de desarrollo; han vacilado en su trayectoria y, por lo tanto, «se han quedado en el camino». Y como criaturas al borde del camino, obstaculizan y perturban a todos los demás trotamundos y andariegos que lo recorren. Se puede decir que pertenecen a nuestro reino, pero ya no están en nuestro camino de desarrollo. Estas contrafuerzas no son creativas; es decir, no son un principio creativo en el universo, por lo que necesitan utilizar –o usurpar– los impulsos existentes para poder actuar en el mundo físico. Tales fuerzas, para poder funcionar, operan distorsionando y demonizando otros procesos y/o vehículos. Debemos ser conscientes de las creencias, idealismos, organizaciones, agrupaciones, etcétera, que muestran una antipatía y hostilidad deliberadas hacia los aspectos de la consciencia espiritual y la metafísica. Pueden ser fuerzas colectivas y/o encubiertas que pretenden desviar el camino de crecimiento de la humanidad. La ruta materialista es una caricatura de lo que actualmente debe ser el estado del ser humano. La materialización total, incluyendo los dominios digitales-virtuales (como el Metaverso), representa una parálisis del crecimiento de la consciencia espiritual. Por todo el mundo se está produciendo una materialización total de la consciencia humana, que es especialmente dominante en las naciones tecnológicamente avanzadas.
La vida moderna se ha vuelto contra sí misma para convertirse en una parodia. Nada puede tomarse al pie de la letra, pues las expresiones externas se han corrompido. Las pseudo-verdades son la caricatura de las verdades relativas; las falsificaciones profundas son la parodia de los seres genuinos; y las líneas entre el saber y el no saber han sido deliberadamente emborronadas. La vida exterior, por sí sola, existe como un reino empañado. Lo único que hay que hacer es salir de esta esfera contaminante y reconducir los alineamientos, apegos y lealtades. En épocas pasadas, la autoridad interior del ser humano se socavaba sometiéndola a organismos externos de autoridad, como las religiones institucionalizadas. Cuando las masas salieron del analfabetismo y se educaron lo suficiente como para leer, investigar y aprender por sí mismas, las formas exteriores de autoridad pasaron de lo sagrado a lo secular. Las instituciones seculares pasaron a regular las normas sociales, los patrones de pensamiento y los modos de comportamiento aceptados. En la actualidad, a medida que la consciencia y la comprensión perceptiva se expanden rápidamente, los organismos externos de autoridad intentan ganar influencia mediante el acceso al interior de nuestros cuerpos y mentes, es lo que he denominado como las nuevas formas de biopoder. Estas intervenciones sobre la integridad física del ser humano tienen graves consecuencias para la expresión natural de la consciencia espiritual. Si el recipiente humano está desequilibrado, o interferido bioquímicamente –o incluso genéticamente–, la consciencia espiritual encarnada tendrá problemas para manifestarse dentro de lo físico.
Esta intervención puede llevarse al extremo mediante los avances de las ciencias biológico-genéticas. El proceso de clonación humana es un paso más en este ámbito. Si se clona un cuerpo físico, entonces está básicamente manufacturado: no ha sido traído a la vida a través de un proceso de nacimiento orgánico (independientemente de cómo el óvulo fertilizado haya llegado al cuerpo de la mujer). En un sentido metafísico, se puede decir que el cuerpo físico no es capaz de recibir la consciencia espiritual porque no está alineado vibratoriamente; en un sentido espiritual es un recipiente vacío. De ello se deduce que otras entidades o fuerzas podrían habitar dicho recipiente físico. ¿Por qué la ciencia humana se está moviendo cada vez más hacia la automatización, la tecno hibridación, el corte y el troceado con ADN y la genética humana? En esto, hay un cambio hacia la escisión del ser humano de sus orígenes metafísicos y del dominio del espíritu. En todo caso, esta es la definición del mal: aislar lo físico de su fuente metafísica.
Las fuerzas contrarias al desarrollo actúan contra la mente humana (psique), el corazón (emociones) y el cuerpo (voluntad). Estos tres aspectos pueden relacionarse con la imaginación, la inspiración y la intuición; y han sido objeto de manipulación desde hace mucho tiempo. En nuestra época actual, la imaginación es el blanco de los medios de comunicación, los videojuegos, la propaganda, la vida digital y la realidad aumentada, por ejemplo. Las facultades de inspiración están siendo distorsionadas a través de una industria cultural controlada (música, literatura, arte). Y la intuición se ve amortiguada a través de un debilitamiento de la voluntad humana, así como de intervenciones y violaciones contra el cuerpo físico. Todas estas fuerzas pretenden presionar al ser humano de forma que aumente su inmersión en la materialidad, a la vez que hacen aflorar pulsiones más animales o primitivas. Cuánto más difícil resulta para la consciencia del espíritu entrar en una experiencia de vida, solo para descubrir que todo está subordinado a una perspectiva material: un mundo que es casi ajeno a la realidad del espíritu.
Cuanto más se somete una persona a los poderes de este mundo, a las leyes establecidas en esta materialidad, menos puede actuar desde un lugar interno de voluntad personal y espiritual. Un ser humano ya no puede llegar a ser verdaderamente su ser esencial si está totalmente inmerso en una realidad consensuada que es reacia a las verdades metafísicas. Como dijo Cristo, “Mi Reino no es de este mundo” (Juan 18:36). Aunque no sea de este mundo, debe trabajar en este mundo. Nuestro punto de interacción –participación y acción– está dentro de este mundo, pero nuestro fundamento no se origina en él. Y esta combinación, esta fusión, es lo que crea una fuerza para estar en este mundo y no dejarse desgastar por él. La expresión de la consciencia espiritual es una fusión: y el ser humano es el recipiente (tanto el receptor como el portador). Ser el portador de lo que también está más allá de lo físico significa además que la persona necesita fortalecer su mundo interior: su entorno interno. Una persona totalmente exteriorizada está demasiado apegada a los acontecimientos e influencias del mundo material, y esto puede convertirse en un obstáculo. Es necesario que dentro de cada persona haya suficiente capacidad para ejercer la imaginación creativa interna, de modo que las inspiraciones recibidas tengan un recipiente, un espacio protegido, en el que gestarse antes de la expresión exterior. Un «mundo nuevo» puede nacer, pero debe pasar por el ser humano y no ser forzado. Por eso se dice que un mundo nuevo nace y no se construye. Las acciones externas pueden ser de construcción, pero los impulsos iniciales nacen del interior. Es así como las influencias metafísicas pueden entrar en el dominio de lo físico: a través de individuos receptivos.
El acto de transmutar las fuerzas contrapuestas en constructivas requiere que la humanidad pase de un lugar de dominación exterior, bajo el influjo de las influencias externas, a espacios de receptividad interior a los impulsos inspiradores. En este sentido, puede decirse que el proceso de transformación es aquel en el cual el inconsciente se hace consciente.
[1] Mencionado en una conferencia dada el 26 de octubre de 1918 (GA 185)
[2] Sergei O. Prokofieff, The Encounter with Evil (Temple Lodge, 2001), p62
[3] Una frase relacionada con el Salmo 23 de la versión de la Biblia del rey Jacobo.
[4] http://threeman.org/?p=3040