En la Era del Materialismo, se dice que las personas se orientan hacia afuera y hacia la frontera que separa a la humanidad de los órdenes inferiores –los animales y las plantas– en lugar de orientarse internamente hacia la Fuente. Y es dentro de la inmensa profundidad del materialismo, que representa la etapa final de un gran ciclo, donde el mundo alcanza el «límite de su separación», en un período de alejamiento del impulso sagrado. Sin saberlo y ciego a esto, el materialista cree que no experimenta ninguna pérdida porque el progreso ha dado a la humanidad mucho más de lo que nunca tuvo y el avance material será su salvación. Este momento simboliza que la humanidad ha alcanzado un límite de distancia (un extremo) de su naturaleza esencial –de su centro– y, por tanto, de su hogar sagrado. Y la persona moderna –en especial el fruto del modernismo occidentalizado– se ha alejado tanto de su naturaleza esencial que ha dejado de pensar en ella o de cuestionar su existencia, e incluso crea e inventa una pseudo-verdad para su realidad material. Muchos consideran actualmente que estos tiempos de profundo materialismo representan la «undécima hora»[1] de la humanidad: un momento decisivo antes de un giro dramático en su trayectoria. Otros, como yo mismo, se han referido a estos tiempos como la «noche oscura del alma» de la humanidad. Hace más de una década escribí el siguiente pasaje:
Ahora hemos entrado en la ventana de la crisis, en la fase de transición –ese heroico viaje al inframundo– en la que nos veremos obligados a vivir una experiencia chamánica iniciática, quizás cercana a la muerte, antes de poder emerger como una especie adolescente con una mente nueva y más madura. Sin embargo, hasta que alcancemos esa etapa, tendremos que luchar con los estertores de la mente antigua, mientras los viejos sistemas se aferran al poder y las infraestructuras globales intentan mantener el control de un mundo en transición… es el «pasaje oscuro» en el que ahora nos aventuramos. Esto forma parte de nuestros ritos iniciáticos colectivos que nos sacudirán, y remodelarán y reorientarán gran parte de la vida en el planeta; y también, con suerte, catalizarán y nos prepararán para una transformación psicofísica. La reorientación requerida –tanto psicológica como física– puede que esté lejos de ser lineal… mientras luchamos con el camuflaje del viejo sistema mundial que se aferra a un modus operandi, negándose a soltarlo sin luchar. A pesar de nuestros gloriosos, relucientes y pulidos logros que el mundo exhibe con orgullo, nuestros sistemas actuales (sociales, culturales, políticos y económicos) son notablemente anacrónicos, astutamente engañosos y opacos, y necesitan urgentemente una renovación. Sin embargo, para barrer la maleza puede que nos veamos obligados a soportar una metafórica, y literal, noche oscura del alma. Los próximos veinte años no pueden ser iguales a los últimos veinte. El cambio está llegando rápidamente, aunque no seamos conscientes de su avance.[2]
Cuando escribí esas palabras no éramos conscientes del avance; y muchos siguen sin serlo actualmente, a pesar de que su ritmo se ha acelerado drásticamente. En cada renovación cíclica nos encontramos con profecías del «Fin de los Tiempos» que también lanzan imágenes e imaginaciones del apocalipsis mundial. Sin embargo, dicho apocalipsis no es una fatalidad, sino una revelación que marca la desintegración de un ciclo narrado y la aparición de nuevas voces mitológicas, como heraldo de la agonía de un eón de tiempo. En tales momentos, las consecuencias de un apocalipsis/revelación, hay una gran extensión donde la propia realidad necesita volver a ensamblarse e imaginarse. Nace una nueva etapa en la configuración del mundo. Hay un cambio de guardia de los arquetipos: las figuras de estatus social de los líderes, los políticos y los banqueros son sustituidas por el metafísico, el místico y el profeta.[3]
Se dice que la proximidad del fin de una era trae consigo un presentimiento de un mundo trascendente. Es en esos momentos de umbral cuando el velo se diluye para permitir una entrada, una fusión, de energías de diversas fuentes, físicas y metafísicas. Las dimensiones empiezan a entrecruzarse y a interactuar; los límites comienzan a disolverse. Es entonces cuando la ilusión de la realidad ordinaria y consensuada se desmorona rápidamente; esa misma ilusión que protegía a muchas personas de las incursiones infra-psíquicas. Según el filósofo René Guénon, el extremismo de las creencias y prácticas materialistas conduce a una «solidificación del mundo» que hace que se abran «fisuras» por las que entran las fuerzas «infra-psíquicas». En otras palabras, la humanidad es invadida por los espectros de su propia psique. La realidad de los poderes psíquicos desconocidos –de más allá de nuestro mundo– y sus influencias siempre ha formado parte del conocimiento humano, solo que ahora sale de su caparazón oculto y se hace más visible. La disolución del mundo físico, su fragmentación, caos y desorden, catalizan las manifestaciones psíquicas que representan la fase de ruptura del ciclo actual del materialismo que no hace sino engendrar una inevitable recreación del mundo. Si se quiere desplegar un nuevo entorno psicofísico, el endurecimiento y la extremada corrupción de nuestro mundo físico también deben conducir a un nivel de fractura psicológica. Es decir, a menos que haya grietas dentro de la altamente condicionada psicosfera colectiva de la humanidad, ¿cómo puede entrar la luz?
Cada alma humana está imbuida de un sentido, un saber, de lo Trascendente –un filamento o chispa de la Fuente– del Alfa y Omega de toda existencia. La ignorancia de ello solo existe en este plano físico, terrenal, oscurecido por las fuerzas degradadas del materialismo profundo. La facultad interna que reconoce esto se suele denominar Corazón, y es la facultad más elevada del ser humano, aunque yace dormida o adormecida dentro de la mayoría de las personas. Se trata de un elemento incorruptible e inviolable dentro del ser humano –un «órgano supramental de conocimiento»– que está más allá de la mente o el intelecto. El sentido de lo trascendente implica un impulso interior, un anhelo o una atracción por trascender las limitaciones de este plano de la realidad. Estos impulsos son los signos de estos tiempos: el momento de la undécima hora. El contacto con la energía de la Fuente está disponible (se da) a aquellos que son conscientes de ello: «Porque a todo el que tiene se le dará, y tendrá en abundancia; pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene». (Mateo 25:29). Es en la hora undécima, de una disolución a un nuevo comienzo, cuando entendemos también la frase: «y los últimos serán los primeros».
[1] N.T.: La «undécima hora» es el último momento posible en el que se puede hacer algo antes de que surjan problemas o soluciones. La frase, «en la hora undécima» se hizo popular en el siglo XIX, pero se usó mucho antes. Alude específicamente al libro de Mateo en el Nuevo Testamento (19: 20-2).
[2] Extraído de mi libro New Revolutions for a Small Planet (2012 – Watkins Books)
[3] Campagna, Federico (2021) Prophetic Culture: Recreation for Adolescents. London: Bloomsbury Academic.
Photo by Karolina Grabowska