Para nosotros el mundo ha estado apareciendo y desapareciendo a lo largo de la historia. Hemos intentado cartografiarlo, estructurarlo y comprenderlo mientras se escabullía de una a otra hipótesis o narración grandiosa. El mundo, tal como lo conocemos, ha pasado de plano a esférico; de ser el centro del universo a ser el centro del sistema solar; de animista y sobrenatural a salvaje y descarnado; de partículas atómicas a ondas cuánticas. Y ahora, bombardeados por el espectáculo y la imagen, estamos desapareciendo en los dominios digitales de falsa información y espacios virtuales ampliados. Y en algún lugar, en medio de todo ello, está el alma humana en su gran mayoría aún embalada y sin abrir. Si hay algún delito en ello es que nos hemos dejado embrujar y vivimos existencias hechizadas carentes de relevancia y sentido. Los «objetivos» o valores por los que hemos tratado de vivir, o que perseguimos, como poder, verdad, comprensión, sueños, trabajo, amor y demás, parecen haberse desvanecido en una realidad distorsionada y esquiva en la cual su presencia ya no es tangible. No obstante, la duda, la incertidumbre y el dolor de su ausencia –o «falsa presencia»- son, en verdad, suficientemente reales como para afectarnos profundamente. Buscamos lo ya desaparecido y acechamos sus sucedáneos.
Actualmente estamos cerca del escenario en el que simplemente terminamos por escenificar nuestras fantasías en el teatro fantasmal de nuestras vidas pensando que es la realidad. Este teatro, o pantalla, de ficciones y fantasía es como la pared de la cueva en la alegoría de Platón en la cual las sombras parpadeantes que se desplazan por ella se toman por la realidad. En una actualización de la famosa alegoría de Platón ya no hay sombras proyectadas sobre la pared de la cueva; ahora se proyectan sobre las pantallas verdes que forman el telón de fondo de las imágenes generadas por ordenador (CGI del inglés Computer-generated imagery) que adornan nuestras películas, programas de televisión y videojuegos. Sociedades enteras, en particular en el mundo occidental tecnológicamente avanzado, están organizando nuestras vidas al dictado sobre el fondo de un escenario de acontecimientos y asuntos proyectados artificialmente para nosotros como CGIs sobre un falso lienzo. En este mundo visual invasivo, colmado de  información  adulterada que influye sobre nuestra visión del mundo, se nos hace creer en un tipo diferente de realidad, incierta e insegura, que pretende que prestemos una profunda obediencia a nuestras instituciones estatales para que nos protejan. Y dentro de esta proyección de la realidad, se nos proveen significados como comidas precocinadas; en otras palabras, llenos de un exceso de sal, grasas saturadas y pereza.
Estos significados socialmente manufacturados se suministran como un sustituto de la carencia genuina. Como consumidores en un mercado, escogemos entre las alternativas que se nos ofrecen. Puede ser carrera profesional, riqueza, fama, éxito o una combinación de todo ello, y más. Pero, respecto a nuestra sensación de sentido, el consentimiento manufacturado sin que importe cuan minuciosamente perseguido y potencialmente obtenido sea, sigue sin ser genuino. Y como la comida precocinada, nos deja luego con una sensación de hambre constante. La ilusión de sentido es vital, pero sigue siendo un espejismo. Podríamos decir que el mundo que hemos llegado a conocer  es un gran espectáculo de fantasía y fingimiento, de movimiento, distracción, simulación y exceso.  Pero en lugar de confrontar críticamente las ilusiones y distracciones se nos persuade ingeniosamente para que las consintamos. El mundo, a medida que ha ido evolucionando hacia una mayor conectividad, se ha hecho mucho más complejo. El orbe que actualmente compartimos también participa de nuestras dudas, miedos, indignación y frustración. Y en el escenario global estas nuevas emociones están enturbiando nuestra imagen del mundo y su futuro. Aunque muchos nos sentimos entusiasmados y genuinamente inspirados por esa complejidad y diversidad crecientes, ha habido –sobre todo en las naciones occidentales– un retroceso cultural que a través de noticias genéricas, reportajes anodinos y entretenimiento terriblemente trivial, se encubre tras una pátina de simpleza.  Este choque de lo complejo con lo simple está creando una extraña realidad donde las cosas ya no cuadran.
En su forma actual, la modernidad esta poseída por un sentido de pérdida, de no saber hacia dónde se dirige. Hay muchísimos aspectos de nuestra época que están trastornados y perturbados. Todas las formas de estabilidad se cuestionan; los patrones y los modelos antiguos y establecidos entran en conflicto; y demasiada gente experimenta sentimientos de desesperación y angustia. Es como si nuestra civilización humana se hubiese desprendido de sus amarres y ahora estuviese a la deriva sobre las aguas de la incertidumbre, la insignificancia y la pérdida de sentido. Una profunda sensación de desasosiego se ha infiltrado en muchos de nosotros, y también en nuestros sistemas sociales, nuestra cultura, nuestro arte, nuestras noticias y en la misma alma de nuestra colectividad humana. Es una extrañeza; un desasosiego incierto, casi un presagio inquietante. Algo se ha desprendido y no estamos seguros de lo que es. Se siente como si algo fuese incorrecto, y simplemente no pudiésemos decir qué es exactamente. Bienvenidos a nuestra obsesionada angustiada modernidad.

 

Durante mucho tiempo nos hemos confundido acerca de lo que constituye la inteligencia. La cultura ha arraigado en nosotros la noción de que el poder es una expresión de inteligencia y que quienes lo detentan deben haberlo conseguido cultivándola.  Está idea es más o menos tan errónea como la noción de que todos los políticos son buena gente. Se trata de estereotipos disfuncionales que hacen presa en la sociedad y ayudan a construir la fachada como un gigantesco cortafuegos. Si una raza extraterrestre estuviese observando la Tierra y nuestras diversas sociedades y culturas, lo más probable es que llegase a la conclusión de que la estupidez es el principal atributo del poder. Probablemente también decidiría que la especie humana no sabe lo que quiere; no sabe obtener lo que no sabe que quiere; y que las instituciones políticas están dispuestas a asegurarse de que la gente no tenga la menor posibilidad de conseguir lo que no saben que quiere. Y sin duda es un periodo de turbulencia.
Hemos sido infiltrados por un virus que infecta no solo nuestros cuerpos sino nuestras mentes: un virus alucinante que hace estragos en nuestras inseguridades y se complace en nuestra desorientación. En español hay una frase para este estado que más o menos se puede traducir como de perdidos al río

[*]. Puede que en ingles carezca de sentido literal pero es precisamente eso, se puede captar su significado y en su ambigüedad es exactamente donde estamos: perdidos camino del rio.

 

Puede que en las vidas embrujadas apenas haya espacio para la trascendencia o la autorrealización; pero tal vez sea el único espacio real que nos quede. Quizá la mejor manera de moverse hacia delante sea volviéndose primero hacia adentro.

 

[*] N.T.: En el original «from lost to the river», expresión que corresponde a una traducción literal, incorrecta y jocosa del dicho español «de perdidos al rio».

[photo credit – Michael Fuchs]

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