«La tragedia de nuestra época es que el individuo común se entera demasiado tarde de que el concepto materialista de la vida ha fracasado totalmente en todos los aspectos de la vida.»
Manly P. Hall
Hemos entrado en una época de cambio, reajuste y agitación increíbles. En nuestras diversas sociedades hay muchas fuerzas opuestas que se abren camino presionando, hasta el punto de ruptura, las estructuras e instituciones establecidas que, en muchos casos, han dejado de ser funcionales para el progreso. La política –politikos: «de, para, por, o relacionado con los ciudadanos»– es en cierto sentido la ciencia de la comunidad. También es una expresión de la ciencia del alma: refleja el estado de la consciencia humana; la esfera política proporciona un recipiente para el crecimiento y la transformación del ser humano. Nuestras comunidades sociales son los viveros para la mejora y la expansión de la consciencia humana.
Las teorías y prácticas políticas y sociales no existen en un vacio filosófico y psicológico. Se relacionan de manera importante con dos factores significativos: i) la visión del ser humano del mundo y del universo, y ii) la visión de sí mismo. Una noción de sociedad, gobierno y justicia siempre reposa sobre las concepciones que tenemos del cosmos y de nuestro lugar en el mismo.
La ordenada visión medieval del mundo se mantuvo unida por un sistema cosmológico religioso en gran medida coherente que fue reemplazado por un paradigma científico respaldado por una doctrina cosmológica cartesiana y newtoniana. Pero en nuestra época moderna de exploración científico-psicológica estamos asistiendo a la desaparición de este consenso otrora imperante. Por decirlo claramente, carecemos como especie de cualquier visión cosmológica coherente que nos proporcione sentido y significado. La consciencia humana carece de una visión congruente y compartida, lo que a su vez afecta nuestra manera de proyectarnos en sociedad y dentro del discurso socio-político. C.G. Jung dijo que «Cada avance en cultura es psicológicamente una ampliación de la consciencia». Asimismo, un incremento de la consciencia humana carente de coherencia y sentido vierte desarmonía en nuestras sociedades. Esta es la razón por la que es imperativo que adoptemos un nuevo mapa de la realidad que nos brinde una cosmología y una visión del mundo originales que tengan sentido para nuestra época. Especialmente cuando estamos en la antesala de la transición hacia una civilización planetaria diversa y aún así, es de esperar, unificada.
La sociedad occidental moderna valora escasa o nulamente la experiencia interna, por tanto ni aprecia ni presta atención a la necesidad de una evolución consciente, prefiere vivir en una racionalización en gran medida económica del mundo. En esta visión del mundo el ego humano exalta la personalidad individual a expensas de las relaciones compasivas, la empatía y la capacidad de conexión. En la escena mundial, el ego impulsa a una minoría de voces a proclamar el separatismo, la división y los egoísmos nacionales por encima de la necesidad de cooperación, colaboración, compasión y comprensión internacionales. Esta retórica da ocasión a que una parte hasta ahora desatendida de la sociedad se muestre a través de la expresión de ira reprimida y el desencadenamiento de una energía caótica y perturbadora. También posibilita la mentalidad de que los cambios económicos y políticos y los levantamientos son capaces de resolver todos los problemas puesto que la fuente de tales dolencias reside en el marco objetivo en lugar de en la consciencia del ser humano. Y aún así, aunque la proyección de la ira y la negatividad de la gente hacia los demás crea la ilusión de mejora, en realidad es un mecanismo malsano que no aborda las auténticas preocupaciones. La proyección de la ira reprimida se asocia a los movimientos sociopolíticos exteriores y los carga de un gran poder: ¡esta ha sido durante mucho tiempo la maldición de la historia humana!
Esta es la razón por la que hoy día necesitamos desesperadamente una nueva comprensión –un nuevo mapa de la realidad– que nos permita reconocer la verdad más grande que nos enseña cómo nuestra realidad material está interconectada al nivel más básico. Es una verdad que muestra que todos los seres vivientes están inherentemente inmersos dentro de un campo colectivo de consciencia que resuena entre nosotros. No somos individuos separados –islotes aislados– sino expresiones individualizadas de una consciencia unificada que nos engloba a todos en la esencia misma de nuestro ser. El nuevo mapa del cosmos nos indica que la tendencia evolutiva va hacia una coherencia y cohesión cada vez mayores, y no en dirección contraria. Son estos aspectos, y no los elementos de división, conflicto, competición o miedo, los que propician un futuro próspero sostenible.
Si vamos a hacer una transición hacia una fase integradora y coherente de la civilización humana debemos adoptar tan pronto como sea posible el nuevo paradigma –el mapa nuevo– que llega en el momento más necesario. Cada persona decide su conducta dentro del ámbito más amplio de la naturaleza del mundo y del sentido de la vida humana. Encontramos ese contexto mediante nuestras ideas, nuestros mapas de la realidad. Necesitamos compartir la nueva comprensión cosmológica mediante nuestras instituciones y nuestros sistemas educativos, y lo que es más importante en nuestras relaciones mutuas. Somos una familia humana diversa y aún así unificada; cada cual es una expresión de una unicidad cósmica que busca expresarse dentro de la realidad material. Ahora se nos apela a que reflejemos esa unidad y representemos el verdadero legado que es la raza humana. Ha llegado nuestra hora.